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Un hijo para el italiano

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HE
escapar mientras embarazada
segunda oportunidad
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PARTE 1 "UN HIJO PARA EL ITALIANO"

Mauro Vittalio, un hombre adinerado y poderoso, ha tenido todo lo que ha deseado en la vida, incluyendo mujeres a su disposición. Sin embargo, hace unos meses conoció a una mujer que parecía ser diferente a las demás. Isla Hall no parecía estar interesada en su fortuna. Pero cuando se entera de que ella está embarazada, algo que para él es imposible, la saca de su vida sin dudar.

Ahora, Mauro se ha dado cuenta de que eso fue un error. Quiere recuperar a Isla y al hijo que lleva en su vientre, ya que es su único heredero y tiene que cumplir con los deseos de su abuelo moribundo.

Para lograr esto, Mauro tiene un plan: ofrecerle a Isla un matrimonio de conveniencia.

Sin embargo, una vez que logre cumplir su objetivo, pretende abandonarla. Este matrimonio no sería más que una fachada para cumplir con sus intereses.

Isla, por su parte, tendrá que decidir si acepta esta proposición y se convierte en la esposa de Mauro, sabiendo que su amor no es sincero y que será abandonada una vez que cumpla su propósito. Ella deberá tomar una decisión que afectará su vida y la de su hijo.

¿Podrá Mauro realmente hacerla creer en su amor? ¿Aceptará Isla el matrimonio de conveniencia?

Solo el tiempo revelará lo que el destino les tiene deparado. Porque hay verdades que duelen, pero hay que saber aceptarlas.

PARTE 2 “LA CAZAFORTUNAS EMBARAZADA DEL ITALIANO”

Marco Morelli, el implacable millonario que no perdona los errores de nadie, acaba de cometer el peor de todos.

Un baile, esa hermosa noche en Italia, lo cambió todo. La belleza esplendorosa de Megan, se notaba fuera de lugar entre tantos invitados y él lo notó, al igual que todos. No pudo evitar acercarse, no pudo evitar sentir la traviesa atracción que los recorrió a ambos a la vez.

No pudo evitar tomar a esa maravillosa mujer de la mano y llevarla con él, a su cama, a su isla, a su vida.

Una semana después, todo cambió. Ella no era la mujer que pensaba que tenía a su lado, solo era una escort con trabajos muy bien pagados, superficial y avara; una cazafortunas dispuesta a todo con tal de salirse con la suya.

Megan Davis se enamoró de ese hombre perfecto con solo verlo, vivió junto a él los mejores días de su complicada vida, pero todo acabó como si de un sueño efímero se tratara. Su regreso a la Gran Ciudad ahora es más pesado. Antes salió de allí huyendo de los demonios de otros, ahora vuelve con los suyos sin poder hacer nada para ocultarlos.

Un corazón roto. Un embarazo que no puede negar.

Pero el destino es como una rueda de la fortuna, unas veces estás abajo, pero en cualquier momento regresarás a la cima.

Y cuando todo ocupa una vez más su lugar, Megan Davis está dispuesta a demostrarle a ese hombre frío y arrogante que, con ella, se equivocó.

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Capítulo 1
Bienvenidos a esta nueva aventura. Antes de comenzar debes saber que aquí encuentras dos historias, una a continuación de la otra. Libro 1: Un hijo para el italiano (Completo, lectura hasta el episodio 62) Libro 2: La cazafortunas embarazada del italiano (actualización diaria, a partir del episodio 64; el 63 es la sinopsis) Dos historias adictivas. Cada una con su muestra gratis para que elijas si deseas leerlas todas. ;) Espero que las disfrutes. ....... Narra Isla Hall. A la parte trasera del taxi no llega la calefacción. Tiemblo de frío mientras avanzamos por las calles de New York, pero las sacudidas de mi cuerpo no tienen nada que ver con el clima y es lo que me tiene tan nerviosa, sé que debo controlarme, que debo estar tranquila, pero no puedo estarlo, no en este momento. En el auto una música proveniente de la radio se escucha y lejos de calmarme la enronquecida voz de la cantante, sus palabras y la melodía solo hacen que mis ojos se llenen de lágrimas que no puedo derramar. Ya el taxista me ha visto desde el espejo retrovisor un par de veces, de seguro piensa que estoy loca y echarme a llorar en este momento, confirmaría su teoría. Tengo que controlarme, por muy difícil que me sea. Estoy embarazada. Respiro profundo cuando repito esa frase en mi cabeza. Eso sería una buena noticia para cualquier mujer que sueña con esto, pero no lo es para mí y menos en la situación en la que me encuentro. Cierro los ojos con fuerza y recuesto mi cabeza al frío cristal de la ventana. Tomo otra profunda inhalación cuando las náuseas regresan, no puedo vomitar ahora, por eso intento mantenerme tranquila. Quisiera llorar, necesito sacar de alguna forma esto que siento, pero no puedo hacerlo. Primero, porque eso pondría a Mauro en sobreaviso de lo que me sucede, ya que él notaría que he estado llorando y segundo, porque me sentiría culpable al estar triste porque una vida crece dentro de mí. ¿Cómo lo tomará Mauro? ¿Lo aceptará? ¿Qué me dirá? ¿Qué pensará de mí? Él dejó claro, al comienzo de nuestra extraña relación hace seis meses, que lo nuestro era una relación sin futuro, no existía un compromiso más allá de no ver a otras personas, solo eso y es más que obvio que un bebé implica una relación a futuro, juntos o no, nos tendremos que seguir viendo, porque ambos seremos responsables de este bebé. Su idea me pareció buena en el momento, pero hace semanas que sé que lo amo demasiado. Cómo no hacerlo si todo este tiempo él ha sido el amante más atento, complaciéndome en todo y haciendo vida conmigo como si fuéramos pareja. Pero no lo somos. Solo es algo temporal, algo que está destinado a acabar desde el primer momento que comenzó y yo estuve de acuerdo con ello, no tengo nada que reprochar. Un hijo es sinónimo de romper con ese acuerdo. Y aquí estoy yo, yendo a su encuentro con una noticia que lo cambia todo. Tengo diez semanas de embarazo. No quiero ni mirar el reloj, pero me estremezco al entender que queda poco para llegar con Mauro. Voy de camino a su penthouse en Tribeca y estamos bien cerca de su edificio, como para sentir que mi piel se eriza de los nervios que siento al darle esta noticia. A pesar de la preocupación que siento por tener que contarle la verdad, no puedo evitar pensar en lo feliz que sería si todo fuera diferente. Si existiera una posibilidad de que él tomara bien esta noticia, a pesar de que un hijo no haya sido lo que contemplamos cuando iniciamos el romance. Porque yo no quedé embarazada a propósito, no fue que ideé un plan macabro para frustrar los suyos ni mucho menos. Solo se necesita tener sexo una vez para correr ese riesgo y no es como que nosotros nos hayamos abstenido de tener mucho de eso y menos, que no lo hayamos disfrutado cuando lo hacíamos. Quizás él entienda eso y me demuestre que es más que un hombre prudente para los negocios. Sonrío con la sola esperanza de que él nos acepte y poder evitar todo el drama que se me puede venir encima de ocurrir lo contrario. «Confío en él, no va a rechazarme, él amará la noticia y quizás eso lo haga cambiar de opinión con respecto a nuestro acuerdo». Intento convencerme de esto. Me lo repito como un mantra. El edificio ya es visible, por eso tomo fuerzas de donde no las tengo para mantener la cordura. El taxi se detiene frente a las amplias puertas de cristal, pago la carrera y salgo del auto rápido, queriendo refugiarme dentro del edificio antes de que el frío que siento empeore. Saludo al seguridad con una media sonrisa y sigo de largo hasta el ascensor. Si lo pienso más, daré media vuelta y tengo que recordarme que no tengo a dónde ir. Estoy por tocar el botón de subida cuando me presento ante las puertas del ascensor, pero me detengo en seco cuando estas se abren con un pitido. Y allí está él. Mauro Vittalio. Con su escultural y alto cuerpo, ataviado con ese suéter de cachemira con el que tanto me gusta que me abrace. Su cabello, siempre perfectamente peinado, tiene surcos intermedios, como si hubiera pasado mucho tiempo alisándolo con sus dedos. Sus ojos azules se posan en mí y su sonrisa suave aparece. El alivio es evidente en su expresión al instante. Y me deja sin aliento, de paso. Solo pasa un segundo hasta que deshace la distancia entre los dos, me rodea con sus fuertes brazos y luego baja su boca hasta la mía. Me da un beso que me quita el aliento, sin importarle nada más. El sabor a vino en su boca me hace sonreír. —Ya te extrañaba, tardaste demasiado en llegar —murmura, con un ronroneo tan natural, que eriza cada poro de mi piel. Lo miro de cerca, sonriendo como idiota y absorbiendo toda su belleza varonil, su cercanía. En todo el tiempo que llevamos de conocernos, más saliendo juntos, me he preguntado si alguna vez superaré esta etapa de adoración estilo fanática que siento por él. —No ha pasado mucho tiempo, exageras un poco —respondo al fin, acurrucándome contra su pecho y apoyando mi mejilla contra su pecho. El latido de su corazón calmando mis nervios. Su risa baja y ronca hace vibrar su pecho y yo me estremezco de gusto porque siento que este se ha convertido en mi lugar favorito, por mucho. —No sé para ti, pero al menos yo considero que fue demasiado para mí, tenerte lejos es una jodida tortura, te prefiero aquí, entre mis brazos, es mejor —asegura y luego nos separa un poco para entrar al ascensor y subir al penthouse. Cuando las puertas metálicas se cierran, Mauro toma mi barbilla entre sus dedos y levanta mi rostro. Acerca su boca a la mía y deja un beso suave, pero ardiente, que me hace olvidar cada una de mis preocupaciones, porque solo puedo pensar en el ahora, en todas las sensaciones que él despierta en mí con cada roce de sus labios. Aquellas náuseas que antes sentía, quedan olvidadas con su sola presencia. Inspiro su masculino aroma, sintiendome cómoda en este, que es mi lugar seguro, sus brazos, su pecho, donde puedo oír los latidos de su corazón. Si todo fuera tan diferente… —Me estaba preocupando, porque aunque digas que no, la verdad es que sí tardaste mucho. Recuérdame no dejarte ir sola a ningún lugar nunca más, me pone de los nervios pensar siquiera que puede pasarte algo. —Acaricia mis mejillas con sus pulgares y yo río como tonta ante sus palabras. Este hombre magnífico, alabado en sus negocios, es un osito tierno y romántico cuando se lo propone. Sí, tienes sus defectos como toda persona, pero es el mejor hombre que la vida me ha podido cruzar en el camino y lo agradezco. —Me tienes tan hechizado y dependiente de ti que no puedo estar lejos más de unas pocas horas, no tienes la más mínima idea de cuánto te necesito, Isla. Su afirmación calienta mi pecho, son esas palabras que necesito para llenarme de valor antes de decirle cualquier cosa. Él, sin saberlo, me da fuerzas para darle la noticia cuando pregunte al fin. Actuando así no es difícil comprender que él aceptará a su hijo, es lo más lógico, después de saber lo que hay detrás de sus palabras, porque aunque no es directo, sé que él siente lo mismo que yo. —Si lo dices así, no pongo en duda tus palabras —me encojo de hombros con resignación divertida y Mauro deja otro beso suave como compensación. Las puertas del ascensor se abren directamente en su penthouse después de unos minutos solo mirándonos. Toma mi mano con los dedos entrelazados y me lleva a través del salón principal hacia la cocina, donde me deja sentada en la barra y busca una cafetera para hervir agua y prepararme un té. Es una práctica habitual que tenemos cuando tardes frías como estas hielan la ciudad. Pienso en decirle que no puedo beber té ahora, que prefiero no tener nada en mi estómago ahora. Las náuseas regresan, al igual que las dudas. —Sabes que puedes hacer uso de los servicios de Ben cuando lo necesites, sin pena alguna. Todo está a tu disposición, no entiendo, Isla, ¿por qué no fuiste con él? Me siento culpable por preocuparlo de más, es muy egoísta de mi parte, pero no creí conveniente hacer uso de Ben. —Necesitaba caminar un poco, respirar aire fresco, no pensé que bajaría tanto la temperatura, me tomó desprevenida y debo aceptar que ni siquiera revisé el reporte del clima antes de salir. —Me quito la fina chaqueta que llevo y puedo ver en los ojos de Mauro que le disgustó un poco mi decisión. Siempre me ha cuidado mucho. En todos los sentidos. Al punto de parecer un poco sobreprotector, pero me gusta, eso me demuestra de cierto modo que le importo mucho. Lo veo recostado a la encimera de mármol n***o, con porte relajado y sus pies cruzados a la altura del tobillo, más sus brazos cruzados también en su pecho, me observa con mirada ardiente. —¿Y bien? ¿Debes hacer algún tratamiento? ¿Cómo está todo? Te ves pálida y no me gusta saber que estás mal, me preocupas y quiero hacer todo lo que esté en mis manos para que estés bien. Su preocupación pincha mi pecho con un amor tan grande que estoy segura que no puedo ocultarlo. Mucho menos ahora que debo contarle la verdad. Acomodo mi cabello detrás de mis orejas con un poco de nervios y otro poco de ansiedad. Sé que falta poco para que él venga hasta mi posición y me insista, porque me mira con una profunda preocupación. Y no la niego, porque mi rostro se veía demacrado cuando salí de aquí más temprano, ahora debe estar peor. —No —acompaño mi negativa con un gesto de mi cabeza. Bajo la mirada, cierro los ojos y respiro profundo. —¿Cuál fue el diagnóstico entonces? ¿Por qué traes esa cara? Su tono es medio alarmado y abro los ojos solo para tranquilizarlo. Pero ya él está cerca de mí, rodea la barra y se coloca entre mis piernas cuando me gira en la banqueta alta. —No hay ninguno, nada de que preocuparse Mauro. O bueno, sí… No me atrevo a decir más. Abro la boca varias veces para decirle de una vez, pero titubeo. El ceño en sus cejas oscuras y rectas se profundiza. El azul cielo de sus ojos refleja su confusión. «Vamos, Isla, suéltalo, dilo de una vez por todas, así, como quitar una bandita, de un solo tirón, es lo mejor». Respiro profundo para que mi voz suene lo más tranquila posible. —Estoy embarazada —lo digo sin rodeos, sin darle tantas vueltas, porque al fin y al cabo, es algo que debo decir. Las manos que estaban en mi cintura de repente se alejan, como si alguien tirara de ellas con violencia. Da un paso atrás, es un acto hosco, no desestabilizado. No hay sorpresa en sus rasgos, tampoco enfado, no hay nada que me muestre qué es lo que pasa por su cabeza. No me mira, sus ojos se alejan de los míos y no me permite ver qué hay en ellos. No soy capaz de comprender lo que sucede ni lo que piensa, por primera vez desde que nos conocimos, lo que pasa por su cabeza, me es desconocido. Pero en cuanto las palabras salen de sus labios apretados, mi mundo se desbarata. Lo que creí de alguna forma estable, se derrumba, en un abrir y cerrar de ojos. —Tienes tres minutos para recoger todas tus cosas e irte de mi casa. Nada más, no quiero volver a verte. Da media vuelta, sin decir más nada, sin mirarme, sin permitirme reaccionar siquiera y se dirige a su despacho. El sonido de la puerta al cerrarse me estremece, aunque eso no logra sacarme del shock en el que estoy justo ahora. «¿Qué carajos acaba de pasar?»

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