| KAREN |
Han pasado noventa minutos. Y todavía no hay mensaje de texto. Vuelvo a ponerme las gafas en la cara, me aseguro de que mi pelo este bien sujeto y enciendo el torno de nuevo, el zumbido bajo llena el aire a mi alrededor. Bajo el cincel hasta que muerde la madera giratoria, en un espacio que se ensancha. Suelto el cincel, lo hago de nuevo en otro punto, lo deslizo a lo largo de la madera mientras gira, cortando la pieza cuadrada. Este es el noveno balaustre que he hecho hoy, así que ahora lo estoy haciendo en piloto automático.
No es posible que todavía esté en la corte. Ha pasado una hora y media. Frunzo el ceño a la madera mientras toma forma: un bulto aquí, un bulto alargado en el medio, que se estrecha hacia la parte superior e inferior. Otro golpe, una línea. Por lo general, me deleito en este tipo de cosas. Me gusta convertir un trozo de madera en arte, sacar una forma de la nada. Me gusta usar mis manos y crear algo que pueda sostener, tocar, sentir. Es por eso que me gusta mi trabajo.
Excepto que hoy no puedo concentrarme en eso para salvar mi vida. Soy un manojo de nervios, mi mente está en todas partes menos frente a mi. "Seguro que se olvido de volver a encender su teléfono"me digo. Estuvo fuera de allí en veinte minutos, todo esta bien, simplemente se olvido. Estrecho el cono en un extremo con cuidado de no presionar demasiado. Ya he tenido que desechar uno de estos hoy. Bien. ¿Cuándo fue la última vez que Darren olvido algo? Ni siquiera puedo pensar en ello. Se que no es perfecto. Debe olvidar cosas todo el tiempo, pero en comparación conmigo, alguien que rutinariamente va a calentar una taza de café, solo para descubrir que el café olvidado de ayer ya esta en el microondas, el parece una máquina.
Sacudo mi cabeza para concentrarme en la tarea que tengo entre manos, sobretodo porque se trata de objetos afilados, maquinaria peligrosa y cosas caras. Los balaustres son para una escalera en un yate; balaustres son las cosas de huso que sostienen que sostienen el pasamanos, un termino que no aprendí hasta el segundo año de mi programa de carpintería. Me enteré de que algunos yates tienen escaleras el viernes pasado, cuando descubrí que estaría haciendo a mano las piezas para uno . No tengo idea de quién es el yate. No tengo idea de donde diablos esta este yate, ya que Ojai esta en medio de las montañas, varias horas tierra adentro, y dudo mucho que el río sea lo suficientemente profundo para un bote tan grande. Hay algunos lagos alrededor, pero no parecen lagos para yates.
Se parecen mucho más para pescar desde un bote a motor destartalado con una caja de cerveza en un enfriador de espuma de poliestireno, pero no soy una experta en lagos. Examino el balaustre cuidadosamente y luego apago el torno. El gemido se apaga y le quito la madera y la coloco junto a los primeros ocho que hice. Entonces frunzo el ceño.
—Maldita sea— siseo en voz alta, solo para mí. El torno esta en una esquina del edificio de “Trabajos de madera Ojai”, que es grande y abierto y constantemente ruidoso, porque siempre hay alguien manejando una sierra eléctrica. Estos no coiciden, lo jodí. El bulto grande se estrecha en la dirección equivocada, porque estaba preocupada si Darren todavía estaba en la corte y no estaba prestando atención. Uno pensaría que después de hacer ocho exactamente iguales, podría tener otro pensamiento por un segundo sin equivocarme, pero aparentemente no.
Agarro el balaustre malo, y lo pongo en un banco de trabajo, tomo otro trozo cuadrado de cedro rojo. Dibujo con lápiz las marcas cortadas aquí, aquí y aquí, luego lo cargo en el torno y aprieto el interruptor, irritada conmigo misma. No he avanzado más que el primer corte cuando, en el rabillo del ojo, se enciende mi teléfono. Lo agarro al instante, dejo el chicle sobre la mesa, empujando mis gafas hacia mi cabeza.
Darren: Necesito hablar contigo.
Yo: ¿Qué paso?
Darren: Voy para allá.
Yo: Es casi la hora del almuerzo ¿podemos encontrarnos en algun lado?
No hay respuesta. Jugueteo con mi teléfono, meto mi otra mano en el bolsillo de mi overol, empiezo a jugar con una viruta de madera allí. Nada. Ni siquiera esta escribiendo.
Yo: ¿Qué paso?
Yo: Solo dime, odio las sorpresas. Vamos.
Nada.
Yo: ¿Por favor?
Darren no responde, no importa lo mucho que miro el teléfono. Me muerdo el labio, mirando la pantalla, miles de malas posibilidades parpadean en mi mente. Detras de mi, el zumbido del torno se detiene. Doy vueltas. Willy, mi jefe, está de pie allí
—Es mejor no dejar esto corriendo—dice y se marcha. —Podría atrapar algo por accidente y eso se pondría feo— trago fuerte, mi cara enrojeciendo. Meto mi teléfono en el bolsillo de mi overol.
—Lo siento— digo, mordiéndome, que mi mejor amigo acaba de salir de una audiencia en la corte sobre su hija, y creo que algo salio mal y el no me dirá que fue, y mi mente no estaba realmente en la carpintería, pero esta es demasiada información. Además dejé la maquinaría en marcha mientras miraba mi teléfono. No necesito parecer aún menos profesional, y Dios sabe que soy consciente de lo que pueda pasar cuando olvidas que algo esta encendido.
—Solo ten cuidado— dice suavemente. —¿Cómo van estos? — pregunta. Willy es de mediana edad, serio, parece que ha pasado mucho tiempo al aire libre y es un hombre de muy pocas palabras. Estaba convencida de que siempre estaba enojado conmigo hasta que me di cuenta de que no era así.
—Van bien—, digo omitiendo el hecho de que he arruinado dos.
—Este es el último, y luego tengo que empezar por la barandilla misma...— Hablamos por un momento. Si Willy estaba enojado porque dejé el torno corriendo o molesto porque he usado dos largos de cedro rojo más de los necesarios, nada en su forma lo delata. Repasamos algunos dibujos. Repasamos una fotografía granulada que le regalo el cliente, mostrando exactamente la barandilla que quiere imitar. Solo estoy prestando atención a medias
—Esa es la mejor foto que pudimos sacar de el— dice Willy, su acento bajo y lento. Mientras habla, se abre la puerta del otro extremo del taller. Un ser con forma de Darren entra, recortando por la brillante luz del sol afuera. Mi corazón da un brinco y luego cae, la silueta metiendo sus manos en sus bolsillos, de pie junto a la puerta. El no estaría aquí si algo malo no hubiera pasado.
—Parece que sus antepasados llegaron de Inglaterra como invitados de la corona en el siglo diecisiete y tantos— sigue diciendo Willy.
—Ahora esta tratando de equipar su yate con los mismo detalles que tenía su barco— Miro a Darren. Todavía esta de pie junto a la puerta, claramente esperando. Mi corazón tiembla en mi pecho.
—Menos el escorbuto, me imagino— digo sin pensar, mirando de nuevo la foto, y mi mente completamente en otra parte. Willy no dice nada. Me regaño en silencio por hacerle bromas tontas a mi jefe.
—Te dejo la foto— dice, asintiendo una vez. Asiento en respuesta y Willy se va a otra parte de nuestro enorme taller. Cuento hasta diez, luego bajo la foto.
—Voy a almorzar, vuelvo en una hora— le anuncio a absolutamente nadie en particular, y luego prácticamente corro hacia la puerta dónde está parado Darren.
—¿Qué paso?— prácticamente grito cuando estoy a tres metros de él.
—Vamos— dice, empujando la puerta hacia el exterior para abrirla de nuevo y sosteniéndola para mi. Salgo a la luz del sol, parpadeando y giro hacia el.
—Necesito un gran favor— dice, en el momento en que estamos afuera, en voz baja y seria. Mi corazón está en mi garganta.
—Claro, cualquier cosa— digo al instante. Hace una pausa, con las manos en los bolsillos, la chaqueta abierta y estudia mi rostro durante un largo momento, luciendo más serio de lo que lo he visto en mucho tiempo.
Finalmente, mira hacia otro lado por un momento, empuja su mano a traves de su cabello ligeramente suelto, luego me mira de nuevo. Darren tiene el color de los ojos más verdes que he visto, profundos y claros, y estan fijos en mi. También lleva un traje. Nunca usa traje, lo cuál es una pena porque el hombre se ve bien con un traje, lo cual se siente inapropiado para notar en este momento.
—Va a sonar raro— dice, su voz aún es baja.
—¿Qué paso?— pregunto por milésima vez. —Mira, sea lo que sea, no me importa, lo haré—
—Necesito que vengas a la próxima audiencia y digas que estamos comprometidos— dice. Me pilla desprevenida. Pense que me necesitaría para llevar a Riley al campamento de verano el próximo mes, o poner azúcar en los tanques de gasolina, o seguirla en secreto para demostrar que ella esta teniendo semanalmente encuentros con Satanás. O algo como eso.
—¿El uno al otro?— pregunto, después de un momento.
—Exacto—
—¿En una audiencia?— Digo, todavía aturdida.
—La cague— dice, cruzando los brazos sobre si mismo. —Y puede que le haya dicho al juez que me iba a casar contigo—
—Esta bien— le digo, con mi estómago de repente en nudos. —Si, claro, solo avísame cuando sea, me iré del trabajo e ire...a mentirle a un juez ¿supongo?— cierra los ojos, respira hondo, exhala y se endereza, como si se hubiera quitado un peso de encima. Luego me agarra y tira de mi para darme un fuerte abrazo.
—Gracias— dice en mi cabello, que actualmente esta recogido en en un moño en la parte superior de mi cabeza.
—Dios, Karen, eres una Salvavidas— Le devuelvo el abrazo, mis brazos alrededor de su forma alta y robusta, sin que me de cuenta de lo alto y robusto que es. Tampoco lo agarro por un momento más fuerte de lo que probablemente debería. Seguro que no pienso en los músculos debajo de su ropa, o en el hecho de lo que he visto levantar baldes llenos, de cinco galones por encima de su cabeza como si no pasara nada. La mayor parte del tiempo estoy acostumbrada al atractivo extremo de mi mejor amigo alto, robusto y muy guapo. Es solo una de esas cosas: el cielo es azul, la hierba es verde, Darren está muy bueno, etcétera. Lo superé.
El traje, sin embargo. ¡Hello! Es lo suficientemente discordante que he estado. Me sacudo al notar el resto del calor de nuevo. Es un abrazo largo, no es que me importe. Sin embargo, probablemente lo estoy manchando de aserrin.
—¿Acabas de decir esto?— pregunto cuando me suelta. —¿O había una pregunta especifica, o..? Por primera vez desde que lo he visto hoy, sonrie.
—¿Quieres almorzar?— el pregunta.
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