Capítulo 6. Como odio tener que amarte

4806 Palabras
La habitación estaba bañada por la luz dorada del atardecer de Dubái, que se filtraba a través de las cortinas blancas, Emir se quitó el thobe y lo tiró en el suelo junto a la bata de satén rosa de ella. El corazón del joven latía con fuerza, un tamborileo que resonaba en sus oídos mientras intentaba mantener la calma. A sus 17 años, en aquel entonces, estaba bien nervioso. Era su primera vez, aunque su orgullo no le permitía admitirlo, ni siquiera ante sí mismo. Fátima, de 15 años, yacía desnuda. Sus ojos cafés, grandes y expresivos, lo miraban con una mezcla de miedo y determinación. Aunque su voz había sido firme al pedirle que fuera él quien la iniciara, su cuerpo temblaba ligeramente, traicionando su nerviosismo. Emir, sentado al borde de la cama, se quitó la ropa interior con un movimiento rápido, casi torpe, revelando su miembr0 erecto, grueso y pulsante, con una gota de líquido preseminal brillando en la punta. Fátima lo observó, fascinada y abrumada a la vez. Era la primera vez que veía a un hombre desnudo, y la imagen de Emir, con su piel clara y su cuerpo definido, la hizo tragar saliva. Emir, sintiendo el peso de sus propios nervios, se repetía mentalmente: «Vamos... has querido esto desde hace tiempo» Recordó las palabras de Samir, su hermano de corazón, quien recientemente, le había confesado que su primera experiencia íntima había sido aterradora al principio, pero que luego todo fluyó naturalmente. También pensó en un consejo que Salomón, su cuñado, cuando les había dado en una charla casual entre hombres: «Si quieres durar más, piensa en fútbol o en algo que te distraiga» Emir apretó los dientes, decidido a no decepcionar a Fátima ni a dejar que su inexperiencia lo delatara. Se inclinó hacia ella, y sus labios se encontraron en un beso profundo, un intento de calmar los nervios de ambos. Fátima respondió con urgencia, con sus manos delgadas aferrándose a los hombros de Emir, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo la piel. «Ya es hora Fátima»―se dijo mentalmente. «Mmm, es solo meterlo, ¿no?»—se dijo Emir, con el estómago contrayéndose de ansiedad. Era la hija de Hassan, un hombre que lo mataría si alguna vez descubriera esto. Pero, más allá del miedo, era Fátima, su primer amor, la chica que había ocupado sus pensamientos desde aquel primer beso dos años atrás cuando él tenia solo quince y ella catorce. Con una mano temblorosa, Emir tomó su miembr0, grande y duro, con su metro ochenta de estatura, su cuerpo atlético y su reputación cuidadosamente construida de mujeriego, nadie habría sospechado que estaba tan nervioso como Fátima. Pero lo estaba, y se posicionó entre las piernas de Fátima, que estaban ligeramente abiertas, invitándolo y a la vez reflejando su vulnerabilidad. Pero antes de que pudiera avanzar, ella lo detuvo con una mano en su pecho. —Espera, ¿y el condón? —preguntó Fátima, con su voz temblorosa, pero con ese tono mandón que siempre usaba cuando intentaba controlar una situación. Emir parpadeó, momentáneamente desconcertado. —Ah... sí, cierto —murmuró, sintiendo cómo el calor subía a su rostro y se puso rojo. Se giró hacia la mesita de noche, donde descansaba la caja de condones que Fátima había comprado. Tomó uno, pero sus manos temblaban tanto que el paquete de aluminio se le resbaló entre los dedos. —Mierda —masculló, frustrado. Fátima, aún desnuda y recostada, lo observó con una mezcla de nervios y diversión. La imagen de Emir, sentado al borde de la cama con su erección prominente, era tan nueva como intimidante. Pero su determinación superó su miedo. Se incorporó ligeramente, con su hermosa cabellera rizada cayendo desordenada sobre sus hombros, y extendió la mano. —Ven, yo te ayudo —dijo, quitándole el condón con dedos que también temblaban, aunque menos que los de él. Emir la miró, sorprendido por su iniciativa, y una sonrisa tímida se dibujó en su rostro. —¿Puedo ponértelo? —preguntó Fátima, con una mezcla de curiosidad y desafío—. En la clase de educación s£xual... me daba curiosidad ponérselo a la banana. Aquellas palabras fueron como un bálsamo para Emir, que sintió una oleada de alivio aligerar la tensión. —Pues, si quieres, aunque yo podía—respondió, con un destello de deseo en sus ojos verdosos-grises. Fátima, con cuidado, tomó el condón y se acercó a él. Sus dedos delgados rozaron el miembr0 de Emir, cálido y pulsante, con el líquido preseminal humedeciendo su piel. La sensación era extraña, pero también emocionante. Intentó deslizar el condón, pero no pudo hacerlo, y de paso no le quedó bien, demasiado pequeño para el tamaño de Emir. Riendo nerviosamente, ambos buscaron otro de la caja, esta vez de una talla más grande, hasta que finalmente lograron colocarlo correctamente. —Listo —dijo Fátima, mirándolo con una mezcla de orgullo y timidez. Emir, ya incapaz de contenerse, se abalanzó hacia ella, capturando sus labios en un beso feroz. Fátima, instintivamente, abrió más las piernas, invitándolo a avanzar. Sin mucha experiencia, pero guiado por el deseo, Emir tomó su miembr0 y comenzó a introducirlo lentamente, sintiendo la resistencia inicial del cuerpo de Fátima. Ella cerró los ojos con fuerza, su respiración agitada mientras sus manos se aferraban a las sábanas. —Hazlo lento, por favor —pidió Fátima, con su voz temblorosa pero autoritaria, como siempre. —Eso hago, bruja, quédate callada. Me pones más nervioso de lo que estoy —replicó Emir, aunque su tono era más suave de lo habitual, casi juguetón. Se inclinó para besarla de nuevo, con sus labios buscando los de ella para calmarla y calmarse a sí mismo. Mientras sus lenguas se entrelazaban, Emir con su mano comenzó a penetrarla, sintiendo cómo el calor y la estrechez de Fátima lo envolvían. La presión era intensa, casi abrumadora, un calor húmedo y apretado que lo hacía jadear contra su boca. Cada centímetro que avanzaba era una mezcla de placer y responsabilidad: sabía que era la primera vez de ella, y aunque no lo admitiría, también era la suya. Su corazón latía desbocado, no solo por el deseo, sino por la conexión profunda que sentía con ella en ese momento. —Ah —gimió Fátima, dando un pequeño respingo cuando él finalmente rompió la barrera de su virginidad. El dolor fue agudo pero breve, y ella apretó los dientes, intentando concentrarse en la calidez de los besos de Emir. Emir, sintiendo la resistencia ceder, se detuvo un momento, jadeante. —Ya está adentro, ¿lo sientes? —preguntó, su voz ronca, casi incrédula ante la intensidad de la sensación. —S-sí, claro que sí, tonto —respondió Fátima, con un atisbo de su sarcasmo habitual, aunque su voz temblaba. —No está todo —dijo Emir, con una media sonrisa nerviosa. —¿No? —preguntó ella, con los ojos muy abiertos. —No —confirmó él, inclinándose para besarla de nuevo—. Te lo meteré... poco a poco. Y cierra la boca bruja, me pones nervioso. Volvió a besarla, esta vez con más suavidad, mientras comenzaba a moverse lentamente, dejando que sus cuerpos se acostumbraran. Fátima, aún tensa, empezó a relajarse bajo sus besos, moviendo tímidamente sus caderas para acompasarse con él. El dolor inicial dio paso a una sensación nueva, una mezcla de incomodidad y un placer incipiente que la sorprendía. «Duele, pero... se siente bien» —pensó, mordiéndose el labio mientras lo miraba a los ojos. Emir, por su parte, luchaba por mantener el control. La sensación de estar dentro de ella era abrumadora: cálida, apretada, casi insoportable. Cada movimiento lo acercaba peligrosamente al borde, y las palabras de Salomón resonaban en su mente: «¡Piensa en fútbol, piensa en futbol!» Intentó imaginar un partido, los pases, los goles, cualquier cosa que lo distrajera de la urgencia que crecía en su interior. Pero la visión de Fátima debajo de él, con sus mejillas sonrojadas, sus labios entreabiertos y sus gemidos suaves, hacía que el fútbol pareciera un recuerdo lejano. —Aaah —gimió Fátima, con sus manos subiendo para aferrarse a los hombros de Emir, sus uñas clavándose ligeramente en su piel. Emir comenzó a moverse con más confianza, con sus caderas encontrando un ritmo instintivo. La fricción era exquisita, cada embestida enviando oleadas de placer que lo hacían jadear. Fátima, a pesar del dolor inicial, comenzó a responder con más audacia, con sus caderas delgadas moviéndose en sincronía con las de él. Sus miradas se encontraron, jadeantes, y por un instante, el mundo exterior desapareció: no había Hassan, no había Salomón, Samir, no había rumores ni secretos. Solo ellos dos, conectados de una manera que ninguno había experimentado antes. Pero la inexperiencia de Emir lo traicionó. Apenas unos minutos después, sintió una presión insoportable acumularse en su interior. Intentó pensar en fútbol, en estadísticas, en cualquier cosa, pero el cuerpo de Fátima, sus gemidos, la forma en que sus manos lo sujetaban, eran demasiado. Con un gruñido bajo, su cuerpo se tensó, y el orgasmo lo golpeó como una ola. ―Oooh. Su miembr0 pulsó dentro de ella, liberando su carga en el condón mientras sus caderas se estremecían incontrolablemente. Cada espasmo era una mezcla de éxtasis y sorpresa, su respiración entrecortada mientras se aferraba a las caderas de Fátima, tratando de anclarse a la realidad. «¿Mierda… así se siente acabar dentro… de alguien?» Fátima, sintiendo el cambio en él, lo miró con los ojos muy abiertos, con su propio cuerpo aún vibrando con sensaciones nuevas. No había alcanzado el clímax, pero la intensidad del momento, la cercanía de Emir, la hacían sentirse viva de una manera que no podía explicar. ―Lo siento… ―Tranquilo.―dijo ella jadeante. Emir, jadeante, se dejó caer suavemente sobre ella, apoyando su frente contra la de Fátima. Sus cuerpos seguían conectados, y por un momento, ninguno de los dos se movió, atrapados en la intimidad de lo que acababan de compartir. Minutos más tarde... La habitación estaba sumida en una penumbra dorada. Las sábanas blancas estaban arrugadas y desordenadas, con manchas de sangre que testimoniaban la pérdida de la virginidad de Fátima. Ella yacía de lado, cubierta hasta la cintura, con su cabello rizado despeinado enmarcando su rostro. Sus ojos cafés estaban fijos en el techo, procesando la mezcla de dolor, placer y emociones que la abrumaban. «Con que… así es el sexo»―pensó ella, analítica como siempre y controladora. A su lado, Emir estaba boca arriba, con un brazo sobre su frente, su pecho subiendo y bajando mientras intentaba normalizar su respiración. Su thobe y la bata de Fátima seguían en el suelo, olvidados. «Mierda, no… logré pensar mucho en futbol» El silencio entre ellos era denso, cargado de significado. Ninguno sabía cómo romperlo, cómo poner en palabras lo que acababan de experimentar. Finalmente, Fátima habló, su voz apenas un susurro: —Estuvo bien... digo, fue... gracias…—se interrumpió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Emir giró la cabeza para mirarla, notando cómo ella evitaba su mirada. —Sí, de… nada—respondió simplemente, con su voz sonando más vulnerable de lo que le hubiera gustado. Lo que no le dijo, lo que su orgullo le impedía confesar, era que ella había sido su primera vez también. Que, a pesar de su fachada de mujeriego, de los rumores que había permitido circular, él había sido tan virgen como ella. La experiencia lo había sacudido profundamente, no solo por el placer físico, sino por la conexión emocional que había sentido con Fátima, la chica que, aunque nunca lo admitiría, había sido su obsesión en secreto desde aquel primer beso. —Nadie… puede saberlo —dijo Fátima de repente, incorporándose y buscando su bata con urgencia, como si la realidad de lo que habían hecho la golpeara de pronto—. Especialmente mi padre. Me mataría. Nos mataría a ambos. —Lo sé —respondió Emir, sentándose también—. Será nuestro secreto. Fátima se puso la bata rápidamente, atándola con fuerza, como si quisiera protegerse de la vulnerabilidad que sentía. Cuando finalmente lo miró, había una mezcla de miedo y confusión en sus ojos. —No digas nada por ahí por favor—dijo Fátima. ―No lo diré, soy un caballero. No cuento mis intimidades.―dijo Emir recogiendo su thobe del suelo, y se vistió en silencio. Quería decir algo, expresar la tormenta de emociones que lo recorría, pero las palabras no venían. En cambio, se limitó a mirarla, intentando grabar en su memoria cada detalle de ese momento. —Deberías irte antes de que alguien te vea —dijo Fátima, cruzando los brazos sobre su pecho, con su tono volviendo a ser controlador. —Es obvio que me voy. ¿Qué creías que me quedaría aquí contigo? mi vida está peligrando aquí. Adiós, bruja —respondió Emir, usando el apodo que siempre había sido su escudo, aunque esta vez sonó más suave, casi cariñoso. —Adiós, idiota, y… ya sabes… no le digas a nadie —replicó ella, con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos. ―Nah. Emir salió del apartamento, dejando atrás la habitación donde ambos habían cruzado una línea irreversible. Tiempo después, de aquella primera vez en el apartamento, la dinámica entre Fátima y Emir cambió irrevocablemente, aunque ambos intentaron mantener las apariencias en público. En el salón de clases, y en las reuniones familiares organizadas por Salomón y Nina, la tensión entre ellos era palpable. Sus miradas se cruzaban fugazmente, cargadas de recuerdos que ninguno podía borrar, pero en la superficie actuaban como si nada hubiera pasado. Fátima, con su orgullo como armadura, se sentaba erguida en clase, ignorando a Emir con una frialdad estudiada. Él, por su parte, adoptaba su habitual aire de indiferencia, bromeando con sus amigos y manteniendo su fachada de chico despreocupado. Sin embargo, cada roce accidental en el pasillo o cada comentario sarcástico que intercambiaban en las reuniones familiares era como una chispa que amenazaba con encender un fuego que ambos fingían haber apagado. Pero cuando Hassan viajaba por trabajo junto con Salomón, la resistencia de Fátima y Emir se desmoronaba. Todo comenzaba con un mensaje discreto o una mirada cómplice en casa de Salomón. Fátima, con el corazón acelerado, le decía en voz baja: —Mi padre está de viaje. Emir, sintiendo un nudo en el estómago, pero incapaz de resistirse, respondía con una media sonrisa: —¿Tienes ganas? —S-sí —admitía ella, su voz apenas un susurro, traicionada por el deseo que intentaba negar. —Yo también —contestaba él, con sus ojos verdosos-grises brillando con una mezcla de desafío y anhelo. Por lo tanto, el segundo encuentro ocurrió un mes después de la primera vez, en el mismo apartamento que se había convertido en su refugio secreto. Esta vez, la atmósfera era menos tensa, aunque los nervios seguían presentes. Fátima, más segura de sí misma, se quitó la ropa con movimientos deliberados, dejando caer su uniforme escolar al suelo sin la timidez de la primera vez. Su cuerpo delgado, con su piel bronceada y sus curvas sutiles, se expuso ante Emir, quien la observaba con un deseo que ya no intentaba disimular. Ella se acostó en la cama, abriendo las piernas sin temor, y le dedicó una mirada que era tanto un desafío como una invitación. Emir, aún sintiendo el peso de su inexperiencia, se desnudó con más confianza que la primera vez. Recordaba las sensaciones de su primer encuentro: el calor, la presión, la conexión. Esta vez, se prometió a sí mismo hacerlo mejor, durar más, complacerla. Se acercó a ella, y sus labios se encontraron en un beso que era menos desesperado, pero más profundo, cargado de una familiaridad incipiente. Fátima respondió con audacia, con sus manos explorando el pecho de Emir, sintiendo los latidos acelerados de su corazón. Cuando él la penetró, lo hizo con más cuidado, atento a las reacciones de ella. Fátima, aunque aún sentía una ligera incomodidad, descubrió que el placer superaba al dolor. Sus gemidos eran más libres, y sus caderas se movían con más naturalidad, buscando acompasarse con los movimientos de Emir. Para él, la sensación de estar dentro de ella era adictiva, un calor envolvente que lo hacía jadear. Esta vez, logró controlarse un poco más, siguiendo el consejo de Salomón de pensar en fútbol, aunque la imagen de Fátima, con su cabello rizado desparramado sobre la almohada y sus ojos brillando de deseo, hacía que la tarea fuera casi imposible. Cuando terminaron, exhaustos y sudorosos, se quedaron en la cama, mirándose en silencio. Había una intimidad nueva entre ellos, pero también una barrera invisible. Fátima, todavía atrapada en su orgullo, se levantó rápidamente, vistiéndose como si quisiera borrar lo que acababa de pasar. Emir, frustrado pero incapaz de presionarla, simplemente la observó, deseando que ella admitiera lo que ambos sentían. ―Debes… irte. ―Es obvio que me iré.―dijo Emir. Luego, el tercer encuentro ocurrió otros meses después, cuando Hassan, Salomón y Nina viajaron a Estados Unidos por negocios. Fátima y Emir, ya familiarizados con su ritual secreto, se reunieron nuevamente en el apartamento. Esta vez, ambos estaban más desinhibidos, como si el tiempo y la experiencia hubieran derribado algunas de sus barreras. Fátima, con una confianza que sorprendía incluso a sí misma, se desnudó frente a Emir con una sonrisa traviesa, disfrutando de la forma en que sus ojos la devoraban. Él, más seguro de sus movimientos, la tomó de las caderas y la llevó al centro de la cama. En un momento de audacia, se sentaron frente a frente, con Fátima sobre él, sus piernas rodeando su cintura. Emir la maniobraba con firmeza, sus manos fuertes guiando sus caderas mientras ella subía y bajaba, excitada y perdida en la sensación. El dolor de las primeras veces había desaparecido, reemplazado por un placer intenso que la hacía gemir sin reservas. «Esto es una locura» —pensaba Fátima, dividida entre el éxtasis y el miedo de estar perdiendo la cabeza por “el chico grosero” que tanto la irritaba y atraía al mismo tiempo. Emir, por su parte, estaba embriagado por la conexión, por la forma en que sus cuerpos se sincronizaban, por los jadeos de Fátima que resonaban en sus oídos. Cuando alcanzaron el clímax, Fátima se aferró a él, sus uñas clavándose en su espalda mientras su cuerpo temblaba. Emir, incapaz de contenerse, eyaculó con un gruñido, sintiendo cómo el placer lo consumía. Por un momento, mientras yacían juntos, exhaustos, parecía que podrían superar sus barreras y admitir lo que sentían. Lo hicieron dos veces más ese día un total de tres. Y Fátima se asustó. ―Ya. Lo hemos hecho mucho hoy. Llevamos… todo el día aquí. ―Si, mejor me voy. Sin embargo, Fátima, asustada, sentada en la cama con las sábanas cubriendo su cuerpo, miró a Emir con una expresión dura, como si hubiera tomado una decisión irrevocable. —Oye… ya no quiero estar más contigo —dijo de repente, con su voz fría y cortante. —¿Qué? —preguntó Emir, desconcertado, sintiendo cómo el suelo se desvanecía bajo él. —No. No nos veamos más. Cuando mi papá se vaya de viaje, pues ya no me importará. Debo concentrarme en mis exámenes —declaró ella, evitando su mirada. Emir, herido y frustrado, intentó razonar. —Pero, Fátima, nos gustamos. Ya digámosle a Hassan que somos novios. Yo me enfrentaré a él. Tomaré el riesgo y la responsabilidad. —No somos novios, Emir. Solo... teníamos sexo —respondió ella, con su voz cargada de una frialdad que no sentía del todo. —Fátima, tú sabes que nos gustamos mucho. Tú a mí... —insistió él, con su voz quebrándose por la emoción. —Ya, Emir, basta. Te dije que no quiero. Haz tu vida con otras chicas. Yo... cuando me gradúe, me iré a Londres y ya—cortó ella, levantándose de la cama y vistiéndose con movimientos rápidos, como si quisiera escapar de la situación. Emir con el pantalón sin desabrochar se fue hacia ella y le dijo: ―¿Estas así porque hoy lo hicimos más de una vez? ¿te duele? Traté de ser gentil. ―No, no es eso, si no que ya no quiero verte. Eso es todo. Me quiero concentrar en mis estudios, no quiero estar pensando en sexo. Ya, no nos veamos más y punto. No soy tu novia y tu no eres ni serás mi novio. Emir dolido sintiendo como su corazón se rompía se acercó más a ella y le dijo: —¿Por qué eres así? ¿Por qué eres una maldita bruja? —Porque sí. Y ya, esto se terminó como te dije —respondió ella, su tono final, aunque sus ojos brillaban con lágrimas que se negaba a derramar. Emir quien era orgulloso le respondió apretando su mandíbula: ―Esta bien, no te molestaré más y no me escribas. Si lo haces, se lo diré a Hassan y a todos que tu eres la que me busca. ―No pasará. Te lo aseguro. El último año... El último año de clases fue un ejercicio de resistencia para ambos. Fátima se refugió en sus estudios, destacando como la alumna brillante y controladora que siempre había sido. Ignoraba a Emir por completo, evitando sus miradas en el salón de clases y manteniendo una distancia gélida en las reuniones familiares. Pero en su interior, lo deseaba con una intensidad que la torturaba. Cada vez que lo veía reír con sus amigos o coquetear con otras chicas, sentía una punzada de celos que se negaba a admitir. Su orgullo, su convicción de que Emir no era “el hombre perfecto” que ella “merecía”, la mantenía firme en su decisión, pero sufría en silencio, enterrando sus sentimientos bajo capas de ambición y determinación. Emir, por su parte, también sufría. El rechazo de Fátima lo había herido. Pero decidió seguir adelante, saliendo con otras chicas para llenar el vacío que ella había dejado. Pero ninguna lograba borrarla de su mente. Fátima estaba ahí, carcomiéndole la existencia, un recordatorio constante de lo que había perdido. Cada novia era un intento fallido de olvidarla, y aunque proyectaba una imagen de confianza, su corazón aún latía por ella. Sin embargo, después de la graduación, Emir cumplió 18 años, y Fátima el mes siguiente cumplía los 17 justo antes de partir a Londres para sus estudios universitarios. Emir decidió enfrentarla una última vez. La siguió hasta un baño durante su noche de cumpleaños, cerrando la puerta tras de sí con una determinación nacida de meses de dolor acumulado. —¿Qué haces aquí? —preguntó Fátima con alarma, cruzando los brazos defensivamente, su corazón acelerándose al verlo tan cerca. —Vine para despedirme de ti, porque si no lo hago... te largas y ya —dijo Emir, acercándose con una intensidad que la hizo retroceder un paso. Fátima, sintiendo su corazón latir con fuerza, forzó una sonrisa sarcástica. —No creí que te importara, después de mí... tuviste muchas novias. —¿Fátima, por qué eres así? ¿Por qué siempre has minimizado todo si tú sabes que me gustas y yo también te gusto? —preguntó Emir, su voz quebrada por la exasperación—. Tuve esas novias porque tú misma me rechazaste, pero tú sabes que yo te quiero y que quiero ser tu novio. —Porque así lo he decidido. Te dije que me quitaras la virginidad porque... quería experimentar. Además, no me gustas. ¿Quién te dijo que me gustas? ¿Tu ego? —replicó ella, su rostro sonrojándose pero endureciendo su expresión. —¿Mi ego? Esa noche tú me convenciste para que me acostara contigo. Si no te gustara, no me hubieras pedido ese favor. Y tampoco hubiéramos tenido sexo tres veces en estos años.― (Se olvidó el día en que lo hicieron tres veces creyendo que ese día contaba como una vez)―Creo que sí te gusto y tú también me gustas —desafió él, cansado de sus juegos. —Te dije que fue solamente para experimentar. Entiende, tú y yo no nos merecemos estar juntos —insistió Fátima, su voz cortante como un cuchillo. —¿Por qué? Dime una razón para no poder estar juntos. Yo quiero ser tu novio. En realidad, no quiero que te vayas. Quiero estar contigo, Fátima, quédate conmigo. Luego nos podremos casar —suplicó Emir, su voz cargada de una vulnerabilidad que raramente mostraba. —Estás loco. Ya tomé mi decisión y mi papá no se enterará de esto, jamás —respondió ella, sintiendo el miedo apoderarse de ella. —Fátima…no te vayas. Dejémonos de estupideces. Digámosle todo a Hassan y seamos novios. Ya dejémonos de esto —insistió él, dando un paso más cerca. Fátima sintió que estaba en el punto de no retorno. El miedo a las consecuencias, a la desaprobación de su padre, a perder el control de su vida, la llevó a elegir la crueldad como su última defensa. Lo miró directamente, con los ojos brillando de lágrimas contenidas, y dijo: —No quiero estar contigo porque eres... en realidad un recogido. Tienes todo lo que tienes por suerte, no porque te lo ganaste. Porque tu hermana se casó con mi tío Salomón, si no, serías un chico más que fuma detrás de un basurero como te conocí. Por eso... no quiero nada contigo. Esas palabras golpearon a Emir como un puñetazo, cortando directamente sus inseguridades más profundas. La miró con una mezcla de dolor y rabia, con su mandíbula apretada queriendo llorar. Pero su orgullo masculino se lo impidió. Era cierto, Salomón Al-Sharif lo había adoptado y era un huérfano a quien su hermana mayor lo crió. Nunca conoció a su madre que los abandonó cuando bebé y su padre murió. Así que, tragándose esa humillación alzó su rostro y le dijo la verdad que todos sabían de Fátima: —Pues tú también tienes suerte, porque Hassan es lo que es gracias a Salomón o si no, no fuera nadie. Pero gracias por recordarme esto, y así te olvidaré. Sé que algún día te tragarás tus malditas palabras, bruja. Pobre del hombre que se enamore de ti porque no tienes corazón —espetó, su voz temblando de emoción contenida. Con un movimiento definitivo, Emir abrió la puerta del baño y salió, dejando a Fátima sola con el peso de sus palabras. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se derramaron, rodando por sus mejillas mientras se deslizaba contra la pared, abrazándose a sí misma. Y Emir también lloró, pero se limpiaba las lágrimas y nadie se las vio, solo lloró en silencio. Fátima había destruido deliberadamente lo que más quería, y aunque su orgullo la sostenía, el dolor de haber perdido a Emir la acompañaría durante años… TIEMPO ACTUAL… Finalmente Emir y Marissa llegaron al edificio residencial de lujo donde Marissa tenía su apartamento, decidieron ir allá. El portero los saludó con deferencia mientras el valet se encargaba del Audi. El ascensor los llevó en silencio hacia el piso dieciséis, con Marissa prácticamente vibrando de anticipación a su lado. Cuando las puertas se abrieron, Emir salió con pasos decididos. Necesitaba esto. Necesitaba perderse en sensaciones físicas que borraran los recuerdos, que silenciaran esa voz en su cabeza que seguía susurrando el nombre de ella. Marissa abrió la puerta de su apartamento, y apenas entraron al espacio minimalista y elegante, Emir cerró la puerta detrás de ellos con firmeza. Se volteó hacia ella, con sus ojos verdosos-grises oscurecidos por una mezcla de deseo y desesperación. —Busca champán —ordenó, con su voz ronca—. Quiero sexo. Los ojos de Marissa se agrandaron ligeramente ante la crudeza de la petición, pero una sonrisa lenta se dibujó en sus labios perfectamente pintados. —Claro que sí, mi amor. No había terminado de hablar cuando Emir la atrajo hacia él, capturando sus labios en un beso que no tenía nada de gentil. Era pura necesidad, pura frustración buscando escape. Sus manos se enredaron en el cabello rubio de ella mientras la empujaba contra la puerta cerrada. Marissa respondió con entusiasmo, con sus brazos rodeando el cuello de él, sus dedos desabotonando ya su camisa con práctica experta. El beso se profundizó, lenguas batallando, manos explorando territorios familiares con urgencia renovada. Pero mientras Emir besaba a Marissa, mientras sus manos recorrían curvas que conocía de memoria, su mente proyectaba otra imagen. Cabello negr0 ondulado. Piel bronceada. Esos malditos ojos cafés que lo habían perseguido durante años. Y por primera vez en mucho tiempo, Emir Al-Sharif se odió a sí mismo por no poder olvidar a la única mujer que lo había destruido. Odiaba aún tener que amar a... Fátima Al-Rashid. CONTINUARÁ...
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR