STELLA
Esa noche, después de pedirle un milagro a cualquier espectro del inframundo o al mismo Diablo, creí que me ignorarían, al igual que hizo Dios conmigo.
Quizá Dios pensó que no me lo merecía. O que mi familia no lo merecía. Pero ya da igual, olvidaré todo eso, ahora quería volver a comenzar una vida.
Sin más llanto. Sin más sufrimiento.
Owen se puso muy feliz al ver que pedí dos pedazos de pastel de chocolate, uno para mí y uno para él. Ya habíamos olvidado a qué sabía el chocolate. Ya habíamos olvidado lo que era un dulce, una azúcar.
Pero ahora, volveríamos a tener esa felicidad de cuando niños.
Gracias a Constantine. Un demonio que...
Diablos, Stella, no pienses en ello ahora, susurró mi subconsciente.
Cerré los ojos y conté hasta tres.
Disfrutar, comprar. Hacer la compra de la casa, hacer la compra de vestimenta.
Era el punto de ésta tarde.
—Stella, ¿estás bien?—me preguntó Owen, con su carita arrugada en preocupación.
—Perfectamente campeón—sonrío, transmitiéndole felicidad. Aunque también, me sentía un poco mal—, no tienes de qué preocuparte.
El postre llegó unos cinco minutos después. Los ojos de Owen brillaron como nunca antes y empezó a devorar el pastel como si no hubiera un mañana. Mis mejillas dolían, por sonreír mucho en éste instante.
La felicidad de Owen era la mía.
Y se encontraba muy alegre y feliz.
Pero, luego paró, y me miró extrañado.
—¿Qué pasa?—farfullé, alcanzando su mano para acariciarle.
—¿Cómo... cómo pagarás ésto?—inquirió confuso.
Tragué saliva.
Inhalé mucho aire y luego lo solté.
—He conseguido un muy buen trabajo que nos ayudará con los gastos, Owen. No te preocupes, come—mentí y le di una sonrisa ladeada.
Sus ojitos marrones, se iluminan
—¡¿Un nuevo trabajo?! ¡Eso es increíble Stella, mamá se pondrá muy feliz!—grita muy alto, haciendo que algunas personas reparen en nosotros. Mis mejillas se sonrojan, de la vergüenza. Owen se da cuenta, e intenta parecer que no ha pegado un gran grito.
Yo me río internamente.
—Cálmate Owen—susurré.
Me mira apenado.
—Lo siento.
Le doy una mirada comprensiva.
Entiendo su emoción.
Yo también lo estoy. Pero hay algo de todo ésto que me hace pensar que no es real.
—Tranquilo—digo al cabo de unos segundos—, haremos una gran compra hoy, ¿te apuntas?
—¡Sí, claro que me apunto!
Rio de felicidad al verlo terminar de engullir su pastel.
Ésto era lo que tanto quería. Lo que tanto deseé volver a tener.
Éste tipo de felicidad, es único. Ver a tu hermanito, feliz de que las cosas cambiarán, es algo... que te da tranquilidad, alivio, porque sabes que ahora ya no faltará nada.
Ya no más.
Unas horas después de hacer toda la compra, tanto de comida y ropa, y algunos juguetes para mis hermanos, pedí un Uber. Ahora estábamos delante de mi destrozada casa con un mínimo de veinticinco bolsas. El chófer sin preguntar, nos ayudó a bajar las bolsas y colocarlas delante de la puerta.
Ya sacado todo, le pagué y le deseé buena suerte, fue gentil con nosotros.
Ahora venía la mejor y peor parte.
—¿Estás listo, cachorro?—musité, tomando las bolsas que podía y abriendo la puerta.
Owen me guiñó un ojo.
—Súper listo—contestó.
Yo reí entre dientes.
Abrí la puerta por completo, y grité:
—¡Mary, mamá, bajen por favor!
Lo siguiente que escuché fueron los pies de Mary correr a toda velocidad a la planta baja.
—¡Mary cuidado!—murmuré cuando la ví bajar corriendo las escaleras.
Al terminar de bajar, observó todas las bolsas, con comida y ropa.
—¿Y eso qué es? ¿Saquearon una tienda? ¡Mamá, Owen y Stell...!
—Calla, calla—tapé su boca con mi mano antes que terminara lo que iba a decir—. Primero,no hemos saqueado ninguna tienda, Mary. No seríamos capaces. Segundo, les tengo una buena noticia—susurré lo último en su oído.
Mary asintió.
—Vale, les creo—y se alejó de mí para ayudar a Owen con las bolsas de comida a la cocina.
Yo me devolví a la puerta y tomé las últimas que quedaban, cerré la puerta con seguro y al girarme, me encontré con la mirada inquisitiva y aterradora de mi madre.
—¿De dónde has sacado todo eso, Stella Aileen Moritz?—preguntó con desconfianza—, mínimo habrás gastado ahí más de trescientos dólares y nosotras no tenemos ni para gastar cincuenta, así que dime—exigió ahora, adoptando su postura amenazante.
Las bolsas que tenía en mis manos, las dejé a un lado. Solté un resoplido largo y abrí la boca para decir algo pero subió un dedo para que me callara antes de decir algo.
—Sin mentiras, Aileen. Te conozco muy bien—pidió.
Y me puse más nerviosa.
¿Qué coño le diría yo ahora?
—Mamá... he conseguido...
—¡Mami, mira, Stella compró cereales de todo tipo! ¡Y me trajo una muñeca Barbie, y unos lindos vestidos!—mi hermana corrió hacia mí y me abrazó fuertemente el estómago. Mary y Owen son mellizos y tienen trece años, ya casi están de mi altura—, gracias, Stell. Perdón por interrumpir, me voy—y salió corriendo devuelta a donde vino.
—¿Has conseguido qué?
—Un...
El timbre suena y ruedo los ojos—¡Carajo!—exclamé perdiendo la paciencia.
—¡Esa sucia boca, Stella!
Me di vuelta y abrí la puerta de golpe.
Constantine estaba frente a mí, vistiendo ropa casual y no de traje, con una sonrisa arrogante.
Fruncí el ceño.
—¿Qué haces aquí?—solté, extrañada.
—¿Y usted quién es?—preguntó mi madre más atrás.
Constantine fijó su mirada en ella y sonrió amablemente.
—Señora Gabrielle, es un gusto conocerla al fin—mi madre y Constantine estrechan sus manos y él le da un beso en el dorso, como un caballero—. Mi nombre es Constantine Agatone. Stella y yo llevamos meses conociéndonos. He querido contratarla en mi famoso hotel de la ciudad y una cosa llevó a la otra—dijo y casi me caigo de culo al suelo.
El rostro de mi madre es un poema.
Creo que el mío lo es aún más peor.
Porque lo que ha dicho, me ha dejado sin habla y con molestia.