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1067 Palabras
—¿Por qué has dicho eso? Él se ríe entre dientes. —¿Por qué mentir? —¿Lo que dijiste no es una mentira? —Tenemos una especie de relación ahora, ¿no?—dice a modo pregunta, arqueando una ceja. Sus ojos azules penetran cada parte de mí y me siento intimidada. —Bajo mis condiciones, Constantine—refuté. Él asiente. —¿Qué querías hacer? —¡Esperar algo de tiempo, carajo! Su ceño se frunce. —No me grites—su voz suena completamente áspera y me quedo quieta en mi lugar. —Lo siento—me disculpo—, estoy estresada, ¿sí? Todo en un día, Constantine. Pudiste haber esperado no sé, ¿una semana? ¿Tres días? ¡Yo que sé! ¿Pero en un día? ¡Argh! Me doy vuelta, dándole la espalda, y empiezo a oír sus carcajadas. Con el ceño fruncido me volteo. —¿Crees que estoy bromeando o qué?—digo, con molestia. Constantine deja de reírse y me mira fijamente a los ojos. —Vale, lo siento, solamente eres... ¿tierna? En ese estado, no soy bueno con los cumplidos. Hago una mueca y niego con la cabeza. —No quiero tus cumplidos—le digo. Constantine suena su cuello y yo hago una mueca de horror. —¿Y por qué no? Me quedo en silencio, observándole. Sin cumplidos, sin coqueteos, no hay enamoramiento, digo para mí misma. —Habías dicho algo sobre que tienes un hotel famoso en la ciudad, ¿es así?—le cambio de conversación. Me siento en mi incómoda cama,cruzó mis piernas y lo observo. —Una cadena, mejor dicho—específica y alzo mis cejas—, también tengo un restaurante. Aquí. Trago saliva. —¿Eres muy conocido? Constantine hace una mueca. —Ehmmmm, sí—termina diciendo—, si me ven contigo, ya sabrías qué hacer o decir, ¿no? Frunzo el ceño. —Claro que no—espeto rápidamente—. Aún no me verán contigo—suelto. —Ah, ¿no? Su mirada me intimida. —No, Constantine. Espérate un mes. Yo... quiero recuperarme de todo, y si quieres que ya salga en un periódico junto a ti, del cual hablan que ya sales con alguien, tendría que hacerme unos arreglos, ¿no? Constantine niega con la cabeza y ladea una sonrisa. —Si quieres podemos decir que somos amigos—propone y yo ruedo los ojos. —¿Y estás seguro que es lo que justamente dirá la prensa?—adopto una mueca divertida, pero falsa. Miro a Constantine morderse su labio inferior mientras se guarda una risita. Tocan la puerta de mi cuarto y luego escucho la voz de mi madre: —El almuerzo será servido en poco, bajen dentro de diez minutos—avisa y luego oigo cuando baja. —No te quedarás a comer, ¿cierto?—le pregunto. —Tengo cosas que atender en el Averno, ¿nos vemos mañana? —Claro—acepto—, y por favor, no vuelvas a asustarme. Aprendiste a tocar la puerta. Constantine ríe y asiente. Juntos, bajamos y entramos a la cocina, Constantine quería despedirse de mi madre y mis hermanos. Tengo que decir que Gabrielle le dió el gusto bueno, pero aún no estoy segura si es por el dinero. Lo observo despedirse de Mary y Owen y luego, irse en un Porsche azul. Los vecinos de aquí, se quedan atontados al ver salir de mi casa a un hombre tan guapo y en un auto tan carísimo. Tengo que apostar que ahorita mismo me están tachando de zorra y no sé cómo sentirme. Cierro la puerta de mi casa e ingreso a la cocina, donde me están esperando para comer. —¿Por qué se ha ido, cariño? He preparado lasaña. La miro luego de suspirar. —Tenía cosas que hacer, mamá—musito y me siento en la mesa. La lasaña huele exquisito. Mi paladar se hace agua y mi estómago me pide rápidamente comerme todo y disfrutar. —Entiendo—dice—, ¿y dónde se conocieron? Aquí venían las típicas preguntas, pero las cuales, no sabía qué responder. Así que diría lo primero que cruzara por mi cabeza. —La plaza. Mi madre frunce el ceño. —¿La plaza? ¿Qué hombre rico se la pasa en esa plaza?—me mira desconfiada, de nuevo. —Mamá, él va a trotar ahí—me empiezo a poner nerviosa. De reojo miro a mis hermanos quiénes están escuchando todo en silencio y con atención. —Sí, claro—bufa—. Estás mintiendo. —Quizá—suelto lo diferente al "no" para que se confunda. Y es exactamente lo que hace, confundirse. —¿Podríamos empezar a comer ya? Tengo hambre y esto se ve delicioso—exclama Mary—. Y ya mamá, se ve que Constantine es un buen hombre, por darle trabajo a Stella. Le sonrío a mi hermanita y acaricio su cabello. —Comamos. Provecho—digo. Me senté en la cama y comencé a doblar la ropa nueva que me había comprado. Hace unas horas empecé a empacar la vieja, para donarla, y ahora estaba llenando mi armario viejo de ropa nueva. Me sentía llena y feliz al ver que podré ponerme algo decente, sin huecos o decolorado. Desde mi habitación podía escuchar los gritos de Mary y Owen jugar con sus nuevos muñecos. Y no había nada que me hiciera más feliz. —¿Piensas cambiar tu cama? —¡AAHH! Mi respiración se vuelve agitada por el gran susto que me pegó. Respiro hondo y luego suelto todo el aire, repito ésto varias veces. —¿Qué tienes con pegarme sustos? Me has pegado tres o cuatro sustos en un solo día, Constantine. Lo veo reírse. —Lo lamento, Stella. Quería verte. Poso mis manos en mis caderas. —¿Para? Constantine encoge sus hombros. —Verte. Frunzo el ceño. —¿Verme y ya?—repito, confusa. Constantine gira su cabeza a un lado y lo veo ladear una sonrisa. —¿Te ayudo?—cambia de tema. Hago una mueca, e ignoro lo que me ha esquivado. —¿A qué?—cuestiono mientras me doy la vuelta para guardar la ropa. —A pedirte una cama—dice—, o una casa...
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