«Dame un punto de apoyo y moveré el mundo» Arquímedes.
Las ruedas de mi maleta rechinaron contra el suelo de madera cuando empujé la última de mis pertenencias dentro del apartamento.
—¡Ahhh! ¡Estoy muerta! ¡Nadie me dijo que cambiar de ciudad iba a ser tan agobiante, maldita sea! ¡Solo soy una Omega licántropa joven en busca de la felicidad!
Exhalé pesadamente y me apoyé contra la pared. Por fin, después de semanas de búsqueda y papeleo, tenía mi nuevo hogar.
—¡Ya estás aquí, Sami, así que te aguantas! ¡Soy una luchadora, soy una crack!—me repetía para darme ánimos.
El apartamento estaba completamente amueblado, con un diseño moderno y elegante.
Me costó encontrarlo pero creo que encontré la crema y nata. Ventanales enormes dejaban entrar la luz del atardecer y ofrecían una vista perfecta de los edificios coloniales de la zona. "Nada mal", pensé, soltando una sonrisa satisfecha mientras echaba un vistazo a mi alrededor. Lo había visto en fotos porque vivía en San Diego y no podía simplemente ir y venir, pero verlo en persona me llenaba de orgullo. Mi corredor de bienes raíces si que acertó.
Dos habitaciones para cuando mis padres o mis amigos licantropos vengan a visitarme. Una chimenea en la salita. Un balcón donde puedo poner mis plantitas y estirarme a mi gusto.
Cierro la puerta luego de entrar lo último y dejo las llaves sobre la pequeña isla de la cocina.
—¡Dios, estoy murida! ¡Muriita!
Justo cuando estaba por deshacer mis maletas, un sonido electrónico invadió el espacio. Un bajo potente resonaba desde el otro lado del callejón en el edificio de al lado. Fruncí el ceño y me acerqué a la ventana para ver exactamente de dónde provenía la música.
Y entonces lo vi.
Al otro lado, en el edificio de piedra similar al mío, un hombre visiblemente Alfa, hacía ejercicio en su apartamento. Su cuerpo marcado se movía al ritmo de la música tecno. Primero levantaba pesas, con los brazos tensándose y la camiseta suelta sin mangas revelando su torso trabajado. Juro que pude ver sus tetillas. Luego se subió a una caminadora y comenzó a correr, con una concentración absoluta en su entrenamiento. Me mordí el labio sin darme cuenta. Cuando vi su paquete en sus deportivos saltar al compás de él.
Eso no era un Alfa común y corriente, ese debía ser el Alfa dominante.
—Vaya, vaya... soy una Omega latina con suerte ¿y dicen que los Alfas no hacen ejercicio? —murmuré divertida.
Sacudí la cabeza y volví a lo mío, comenzando a desempacar. Pero de vez en cuando, no podía evitar levantar la vista. Sentía algo de culpa por estar espiando a mi vecino, pero, vamos... con ese cuerpazo, era imposible no mirar.
Debe tener miles de omegas a sus pies. O detrás de su pene.
Mi celular vibró sobre la encimera de la cocina, y al ver el nombre en pantalla, una sonrisa automática se dibujó en mi rostro.
—¡Claudia! —contesté con entusiasmo, colocándome el auricular en la oreja mientras aún sostenía la taza de café que acababa de servirme.
—¡Sam! Dime que ya estás instalada y que no moriste entre cajas de mudanza —bromeó ella, con ese tono chispeante que no había cambiado desde nuestros días en San Diego—lamento no poder ir a ayudarte, tengo trabajo hasta las orejas. Mi jefe quiere acabar con mi existencia.
—Sobreviví... apenas. Ya llegaré yo para salvarte el lunes. Pero, amiga, tengo que decirte... me mudé con la mejor vista que jamás haya tenido en la vida.
—¿En serio? —pregunta con interés—. ¿Vista al mar, a un parque, a la ciudad?
Yo me acerqué lentamente al ventanal, mordiendo el borde de mi taza, mientras él —mi vecino gloriosamente bueno para la salud mental femenina— salía a su balcón a estirar los brazos.
Tragué saliva.
—Digamos que tengo... vista a un monumento nacional muy bien esculpido —respondí con picardía, evitando decirlo todo de golpe.
Claudia soltó una risa desde el otro lado.
—¿Qué estás viendo, Samantha? No me hagas buscar un taxi y dejar el trabajo botado solo para enterarme.
—Ay, Claudi... —resoplé, divertida—. Un espécimen Alfa masculino que es el sueño húmedo de cualquier neurona viva. Músculos, abdominales, y una sonrisa que podría derretir el Polo Norte. Es como si un dios griego se hubiera mudado justo enfrente.
—¡Ya dime quién es! ¿Le hablaste?
—No, ¡ni loca! Solo... bueno, digamos que lo he visto... bastante. Y hace rato me dio un show privado sin saberlo con solo trotar en su caminadora.
—¡¿Qué?! —gritó ella entre risas—. ¡Samantha, no puedes mudarte dos días y ya estar metida en novelas de canal latino!
—No fue mi culpa... ¡Él empezó! —Me llevé la mano a la frente—. Y no te cuento más, porque me sonrojo otra vez. Parece que fue por alguna bebida energizante.
—Ay, Dios, esto va a estar bueno. Nos vemos el lunes en la empresa, ¿sí? Quiero todos los detalles en persona.
—Hecho —le respondí, colgando entre risas. (Lo que no sabía Claudia… era que el "monumento" es parte muy activa de su rutina laboral. Y Sami, probablemente, no sospechaba que se iba a meter en un lío de proporciones épicas.)
Media hora después, cuando volví a echar un vistazo disimuladamente, vi que el chico había terminado de hacer ejercicio y se dirigía al baño. La música seguía sonando, pero ahora el apartamento estaba en calma. Me encogí de hombros y seguí organizando mis cosas.
Pero entonces, al levantar la vista una vez más, sentí que el alma se me iba del cuerpo.
Ahí estaba él, saliendo del baño con una toalla amarrada a la cadera. Las gotas de agua caían de su cabello oscuro y recorrían su pecho desnudo. Sus abdominales estaban tan malditamente marcados que parecía sacado de una revista de fitness.
Mi mente se congeló. Nunca en mi vida había visto a un hombre Alfa desnudo en la realidad. Bueno, claro, en internet y en películas sí, pero verlo en vivo y en directo, con la luz del atardecer resaltando cada maldita línea de su cuerpo, era otra cosa.
En ese instante mis feromonas salieron de mi cuerpo sin poder controlarlas.
Sentí un calor repentino subir por mi cara. Mi respiración se entrecortó. Pero lo peor fue cuando, al levantar la mirada, descubrí que él me estaba viendo. Directamente. A los ojos.
Me quedé petrificada. “Ok, tranquila, tal vez no se ha dado cuenta de que lo estás viendo... tal vez solo está mirando al azar”.
Pero no. Él se sentó en el sofá, con la toalla aún en su cintura, y sin apartar la vista de mí, comenzó a...
—¡Dios santo! —grité en mi mente mientras se me abrían los ojos como platos.
El tipo se estaba dando placer. Ahí, en el sofá, frente a la ventana. Viéndome.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo mientras mi cerebro trataba de procesar lo que estaba pasando. Podía oler sus feromonas alfas. No podía moverme por un momento. Mis piernas temblaban. Mi boca se abrió, pero no salió ningún sonido. No podía creer lo que estaba viendo. No solo era la primera vez que olía y veía a un hombre desnudo, sino que lo veía en plena acción. Era demasiado. Mi mente entró en cortocircuito. Sentí mi ropa interior empapada.
Sin pensarlo dos veces, de un tirón corrí las cortinas, con el rostro ardiendo de la vergüenza. Apoyé la espalda contra la pared, respirando agitadamente.
—¿Pero qué carajos...? —susurro, llevándome las manos al rostro. Mi vecino estaba loco. ¡Era un pervertido! ¿Porqué demonios dejo escapar sus feromonas? Eso es algo que solo se hace en confianza cuando se tiene pareja. Aunque estaba en su apartamento y puede hacer lo que quiera... él supo que lo veía.
Me quedé en silencio unos segundos, esperando a que los latidos de mi corazón se calmaran. Luego solté una risa nerviosa. “Bienvenida al vecindario, Samantha. Esto va a ser interesante”.