Un rival, un dios griego y mi vecino son lo mismo.

1347 Palabras
“La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia” Sócrates El despertador sonó con un estruendo que casi me hace caer de la cama. Con los ojos entrecerrados, apagué la alarma y me quedé unos segundos mirando el techo. Había dormido mal. Cada vez que cerraba los ojos, una imagen perturbadora aparecía en mi mente: mi vecino, el dios griego sexy de al lado, en plena acción nocturna. Solo pude verlo con la toalla puesta, pero fue evidente la intención y los movimientos de su mano bajo la toalla. Sacudí la cabeza como si eso pudiera borrar el recuerdo. Hoy era mi primer día en la empresa y no tenía tiempo para pensar en hombres semi desnudos haciendo cosas indebidas a la vista de una Omega virgen como yo. Una santa de mi devoción. Me levanté de un salto, me di una ducha fría (muy necesaria). En bata fui a la cocina para hacerme un cafecito, mire mis cortinas cerradas desde ayer, quería ver el amanecer así que me acerque con una taza en mano y ahí estaba. Mi vecino en toalla ( será que no tiene ropa el indigente) también tenía una taza en la mano, pero no estaba tan desgreñado como yo. —Buenos días, nueva vecina. —Buenos días—y mi voz salió ronca por los nervios—que disfrute su café ya debo ir a trabajar. Le dije para irme corriendo devuelta a mi habitación. Nunca debí abrir esa cortina y menos con el cabello echo un lío. —Que tengas un buen día—me sonríe y casi tropiezo. Suspiré y me tomé mi café super rapido. Me arreglé lo mejor posible. Traje azul elegante, tacones cómodos, mis gafas gruesas y mi laptop en el bolso. Todo listo. Miro al balcón y parece que él malvado también trabaja porque no lo vi. Al salir del apartamento, inhalé hondo y sonreí. "Nuevo trabajo, nueva vida, cero traumas visuales", me repetí como mantra. Caminé hasta la empresa, ( a solo cinco cuadras) un edificio de cristal imponente, y entré con firmeza en mis pies. Respiré hondo frente al espejo del ascensor, acomodando por enésima vez la chaqueta que había planchado con tanto esmero. El reflejo me devolvía una versión de mí que intentaba parecer una hembra segura, aunque por dentro era un caos. Primer día de trabajo. Nuevo empleo. Nueva ciudad. Y para colmo... ese vecino alfa indecente. Solo de pensarlo se me calentaban las mejillas. Aquel hombre de mandíbula perfecta y sonrisa peligrosa me había dado los buenos días desde su balcón como si supiera lo que provocaba. Y yo, en bata y con una taza de café, le había sonreído como una tonta. Bien hecho, Samanta. Las puertas del ascensor se abrieron en el piso catorce. Lo primero que vi fue un pasillo impecable, decorado con cristales y luces suaves que daban un aire sofisticado. Al fondo, el logo de la empresa brillaba en acero n***o: L&C Security Technologies. Sonaba grande. Importante. Y yo... la nueva. —¡Samanta! —gritó una voz familiar. Era Claudia, mi mejor amiga de la universidad, quien me había conseguido esta oportunidad—. ¡Qué guapa vienes! Aunque no sé si es por el trabajo o por tu vecino sexy... —¡Claudia! —le susurré con tono de amenaza mientras sentía cómo la sangre se me iba a la cara. —Ay, relájate. Aquí todos babean por alguien. Ven, te presento al equipo. La seguí por una oficina enorme y moderna. Era como una pequeña ciudad tecnológica: escritorios con múltiples pantallas, gente hablando en distintos idiomas de programación, salas de descanso con sillones cómodos y una cafetera tan grande que parecía sacada de una nave espacial. —Él es Hamlet Morgan, nuestro supervisor de sistemas y Co-lider—dijo Claudia, deteniéndose frente a un hombre de unos treinta y tantos, cabello despeinado, gafas y una sonrisa cálida. —Un gusto conocerte, Samanta. Claudia no ha parado de hablar de ti —me saludó con firmeza—. Estoy seguro de que encajarás perfectamente. Aunque... —bajó un poco la voz y se acercó— en esta empresa nadie es lo que parece. En ese momento no le di mucha mente, los beneficios serían muy buenos, iba a gozar de buenas vacaciones en insentivos trimestrales. Pensaba que en poco tiempo podría comprarme una casa en la playa, un auto y pedirles a mis padres que se retiraran a descansar y disfruten de su pensión y del dinero mensual que les enviaría. Hamlet Morgan, me presentó con entusiasmo al resto: —Chicos, les presento a Samantha. Es nuestra nueva especialista en seguridad informática. Trátenla bien, no la asusten el primer día. Ahora sí vamos a ser más innovadores en todas nuestras propuestas. Sonreí y saludé con una pequeña inclinación de cabeza. Todo iba bien. Me sentía cómoda, mis compañeros parecían simpáticos... hasta que Hamlet continuó con la presentación. —Y ahora, quiero que conozcas al equipo contrario. Ellos son nuestros principales competidores internos. De hecho, justo aquí está su mejor programador. ¡Brandon, ven a saludar! El aire se me atoró en la garganta. No. No. NO. No podía ser. Pero sí, lo era. Desde el otro lado de la sala, levantándose con una seguridad que daba rabia, apareció él. ¿Brandon? Ese es mi vecino pervertido. —Mucho gusto—me extiende la mano. Ahora con unas gafas negras y gruesas, (similares a las mías), su uniforme bien planchado de color gris. Con su sonrisa arrogante, su cabello ligeramente despeinado y esa maldita mano que... ¡DIOS! Esa misma mano que anoche estaba... Me descompuse en un segundo. Él me miró con curiosidad, manteniendo en el aire su mano para saludarme. ¡Su mano! ¡SU MANO! Mi cerebro entró en pánico. No podía tocarlo. ¡Sabía perfectamente en dónde había estado esa mano hacía solo unas horas! —Mucho gusto, Samantha —repite él con voz tranquila. Mi reacción fue automática y absurda. En lugar de darle la mano, lo abracé. De lejitos. Así, como quien abraza a un cactus. Un leve toque en la espalda y distancia prudencial. Brandon se quedó rígido por un segundo y luego soltó una risa divertida. —Vaya, qué recibimiento más cálido —comentó con una ceja levantada. Yo quería evaporarme. Se que no tengo la confianza para estar de salamera abrazándolo, pero era eso o tomarle la mano. El resto del equipo nos miraba con confusión. Hamlet carraspeó. —Bueno, parece que ya se llevan bien. ¡Perfecto! Ahora pasemos a los detalles de los proyectos en los que competirán. Me senté de inmediato, sin mirar a nadie, y abrí mi laptop como si fuera lo más interesante del mundo. Brandon tomó asiento frente a mí, con una expresión burlona. —¿Nos conocemos? —pregunta en voz baja, lo suficientemente cerca como para que solo yo lo escuchara. Tragué saliva y casi dejo caer la laptop. —No. Para nada. Nunca en mi vida te he visto —mentí descaradamente. Gracias a los cielos ayer parecía una Omega matada a escobazos, toda desaliñada, y sin mis gafas al que está mañana. Él sonrió de lado. —Curioso. Porque juraría que anoche vi a alguien muy parecido a ti en la ventana de enfrente y esta mañana por igual... Me atraganté con mi propia respiración. Tosí como si hubiera inhalado un mosquito. —¡Cállate! —susurré furiosa, mirando alrededor para asegurarme de que nadie nos escuchara. —¿Callarme? ¿Por qué? ¿Acaso viste algo que no debías? —susurró con tono divertido, apoyando la barbilla en su mano. ¡Esa maldita mano! Cerré los ojos y conté hasta diez. Este no era el primer día que había imaginado. Quería hacer una buena impresión, demostrar mi talento en sistemas y, sobre todo, NO tener que lidiar con mi vecino exhibicionista. Pero aquí estaba, atrapada en una batalla informática con él. Y lo peor... con la imagen de anoche tatuada en mi cerebro. Definitivamente, mi vida estaba a punto de volverse un caos.
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