Luisa no ha dicho una palabra desde que salió furiosa de mi habitación y ahora nos estamos preparando para un viaje en auto de ocho horas que imagino será más helado que el Ártico. Acabo de terminar de empacar el auto cuando ella baja las escaleras, escribiendo furiosamente en su celular y me tomo un segundo para admirar lo hermosa que es. Ni sexy ni hermosa ni sexy, todas son palabras que he usado este fin de semana. Pero hermosa, por dentro y por fuera. Una joven extraordinaria a la que he tenido el honor de ver crecer ante mis ojos. Mi estómago se revuelve ante el pensamiento. La idea de que he estado presente en otra de sus primeras veces. Una primera vez de la que no tenía por qué ser parte. Lleva sus diminutos pantalones cortos blancos de porrista y una camiseta negra atada justo por

