POV: Cora.
Me gustaría pensar que puedo dormir un poco más, pero los rayos del sol que se cuelan por las cortinas, me dan directamente en los ojos. Parpadeo varias veces, viendo las cortinas extrañas por donde el sol entra.
Me pregunto si aún estoy soñando, mientras recuerdos extraños vienen a mi cabeza. En mis labios se dibuja una suave sonrisa de pensar que solo a mí, se me ocurre soñar que perdía mi virginidad con un desconocido; uno que parecía sacado de esas revistas de famosos. Así que, cierro mis ojos para salir de este sueño, pero cuando los vuelvo a abrir, el escenario sigue siendo el mismo. Repito el gesto, con la esperanza que solo sea un mal sueño, nada más; pero mi decepción es demasiada al sentir una respiración profunda detrás de mí.
«Demonios, ¿ese no es el hombre sexi de la revista?», me pregunto, al girarme y ver a ese hombre, durmiendo a mi lado y completamente desudo. Una alarma resuena en mi interior y ruedo los ojos, solo para ver que yo también estoy desnuda.
—Maldita sea —chillo, histérica, al ver que esto no es ningún sueño, es la cruda realidad—. ¡Mierda!
No todos los días, sucede que despiertas desnuda al lado de un desconocido al que, prácticamente, le entregaste tu virginidad. Sobre todo, después de haberte negado por cuatro años a la persona con la que compartiste una relación amorosa; para perderla a la primera de cambio con un desconocido de la noche a la mañana.
—Maldición, ¿dónde demonios están mis bragas? —gruño, levantándome de un salto para buscar mi ropa. Las veo a unos metros de donde estoy—. Ah, ahí están.
Me visto lo más rápido que puedo. Cojo mis botines altos en las manos y con mi bolsa, salgo sin hacer ruido alguno. Camino a pasos largos por el pasillo y cuando logro entrar en el ascensor, presiono el primer piso y me incorporo, para ponerme los botines.
—¡Joder! ¡Mierda! —me quejo, cuando siento todo mi cuerpo adolorido; como si un tren me hubiera pasado por encima.
Me duele todo el maldito cuerpo, en especial, mi zona íntima. ¡Joder! Trato de caminar lo más normal posible, para que no se note mi incomodidad y tengo que dar gracias a los dioses porque no hay muchas personas. Solo algunos del personal de limpieza, pero nadie le toma importancia a mi presencia, porque todos está en lo suyo.
Tomo un taxi al apartamento y llego antes que el reloj marque la una de la tarde. A esta hora, mi hermana debería estar tomando su siesta, por la resaca de la noche anterior; así que trato de no hacer ruido y camino de puntillas. Pero ni bien cierro la puerta, cuando ella me sorprende. Su voz me hace parar en seco
—Ajá —exclama y con una ceja alzada, me sonríe.
Mientras la miro sentada en una de las butacas, con las piernas cruzadas y una copa de vino en la mano, sé que no podré ocultar nada.
«Dios, ayúdame». Pido, porque mi hermana puede ser muy molesta.
—Salí a correr —digo lo primero que me viene a la mente y le doy la mejor de mis sonrisas.
Mi hermana pone su mejor cara de sorpresa fingida y luego, se ríe a carcajadas; lo que me hace sentir más avergonzada.
—Cora Patinson, ¿acaso no te has visto en un espejo? —dice, todavía entre risas.
Sus palabras me alarman y corro hasta el espejo; la imagen que me devuelve me hace abrir la boca hasta el piso. «¡Oh, Dios mío!» Ahora entiendo por qué el señor del taxi me miraba por el espejo retrovisor como si fuera un bicho raro; y es que parezco una psicópata s****l con estas marcas en mi cuello. Parezco salida de una película de Drácula, en la que yo era la presa. —Mierda.
Entre más miro mi cuerpo, peor me siento; estoy a punto de colapsar.
—Supongo que tuviste una muy, pero muy buena noche. —La voz de Cara me trae a la realidad.
Acomodo un poco mi cabello y me siento a su lado en el mueble, inclinando mi cabeza en su regazo. Pensando si decirle la verdad, sea una buena opción.
—Ahora sí, cuéntamelo todo —grita en mi oído. Me giro para ver su rostro y su sonrisa, más el brillo de sus ojos, me hace querer resoplar—. ¿Cómo fue? ¿Es guapo? ¿Fue delicado? ¿Te dolió? ¡¡Habla, Cora!! —Hace preguntas sin parar y su grito final, me hace fruncir el entrecejo.
—No puedo decir nada si sigues gritando y preguntando —reclamo y mi hermana se me queda mirando, con una carita de cachorrita lastimada—. Ya. Ya. Te voy a contar todo, ¿vale?
Su expresión cae y vuelve a ser la Cara emocionada de antes. Comienzo a contarle absolutamente todo, desde que llegué a la discoteca, cómo fui raptada y hasta que desperté, pensando que todo era un simple sueño. Y luego, cómo mi burbuja explotó cuando me di cuenta del hombre que estaba desnudo a mi lado.
Ella escucha todo atentamente, sin interrumpirme, excepto por algunos gritos y exclamaciones. Al finalizar mi desgracia, ella me mira boquiabierta, lo que me hace sentir muy nerviosa.
—Por Dios, ¿dime algo? ¡Cara! —Ahora soy yo la que grita.
Pone una mano sobre la mía, tratando de tranquilizarme.
—Mi pequeña lagartija —dice, en tono dulce, mientras me mira con ternura.
—¿Lagartija? ¿Qué es eso? —enfatizo las últimas palabras y resoplo de mala gana. Finjo estar enojada y desvío mi mirado hacia la TV, pero ella presta poca atención a mi actitud y continúa hablando.
—No soy nadie para juzgarte. Eres libre de hacer lo que quieras, sin miedo de que algún día diga cosas sobre ti —murmura, con expresión entre tranquila y emocionada—. ¡Joder, Cora! Lo importante es que tú seas feliz y te sientas bien. ¡Que se joda todo el mundo! —Su exclamación me hace sonreír, hasta que vuelve a decir algo que me hace rodar los ojos—. Solo reclamarte, que debiste quedarte más tiempo con ese bombón.
—Un ligue, solo eso. —Borro mi sonrisa y enarco mis cejas—. Solo un ligue de una noche.
Mi hermana estalla en risas y yo resoplo.
—Hermanita, ¿cuándo te volviste una experta? —enfatiza, aún riendo.
—Sencillo, aprendí de la mejor maestra —respondo, le guiño un ojo y me levanto del asiento.
Cara lleva una mano a su pecho y finge desconcierto. —Oh, ¿en serio?
Agito mi cabeza, con negación. Con ella nunca se puede. Deposito un beso en su cabeza.
—Voy a bañarme, hablamos luego —digo, mientras me dirijo a mi habitación.
La risa de Cara me persigue, hasta que vuelvo a escuchar su voz.
—Eh, hermana, me gusta tu nueva forma de caminar —grita y se echa a reír otra vez.
La miro sobre mi hombro, furiosa, mientras entro a mi habitación. Sé que encontraré la manera de vengarme de ella, por el momento, solo quiero un baño caliente.
Intento no fijarme en las cajas que se encuentran regadas por toda mi habitación, mientras entro al baño. Vuelvo a ver mi reflejo en el espejo y quiero gritar de frustración.
—Mierda, ¿qué maldición es esto? —reclamo, fijándome en cada marca—. Oh, Dios, están por todos lados.
«Maldición, en serio es un demonio chupasangre».
—¿Cómo se le ocurre llenarme el cuerpo de esta forma? —grito, enojada y me meto de mala gana a la ducha.
El agua de la regadera cae sobre mi cuerpo y me libera del estrés. Me dejo caer en el piso, dejando que mis pensamientos se alejen de las distracciones y que mis párpados se cierren, mientras el agua fluye.
Despierto de repente, al percibir un mal olor.
—Pero, ¿qué mierda…? —Me levanto de un brinco.
Salgo de la ducha y envuelvo mi cuerpo con una toalla, al igual que mi cabello. Me acerco al lavabo y tomo mi cepillo de dientes, para lavarlos. Salgo del baño y me pongo mi piyama con rapidez, a medida que el olor desagradable se hace más fuerte.
Me dirijo a la cocina y ruego para que no sea lo que estoy pensando. Solo de recordar las artes culinarias de mi hermana, mi cerebro quiere explotar. La primera vez que intentó cocinar palomitas de maíz, provocó toda una revuelta, cuando se encendió la alarma de incendios del edificio donde estaba nuestro apartamento. Muchas personas evacuaron con urgencia y cuando llegaron los bomberos al lugar de los presuntos hechos, entraron al apartamento de donde provenía el humo. Quedaron con la boca abierta, sin saber si reír o llorar, ante tal situación. Vieron a una joven despreocupada, con el rostro lleno de hollín, con una olla de cocina en la mano. La pobre chica estaba intentando lavar la olla, que en algún momento fue reluciente, ajena a la situación que había creado. Cuando me llamaron del departamento de bomberos, para explicarme la situación que había creado mi hermana y el monto de la deuda que debía pagar por intento de incendio, mi cerebro no podía procesar lo que estaba escuchando. Y eso no es todo. Tiempo después, intentó hacer una tarta de cumpleaños para darme una sorpresa y sí que lo logró, pero porque terminó haciendo una masa horrible que parecía piedra, de color n***o y tan dura, que podía romper todos los dientes; sin mencionar el sabor.
Y de la cocina, ni hablar, el departamento de limpieza tuvo todo un día limpiando ese huracán de harina. Eso es tan espantoso que, de solo recordarlo, se me pone la piel de gallina. La última vez que intentó cocinar huevos, terminó convirtiéndolos en bombas explosivas. Los dejó durante tanto tiempo en el fuego de la estufa, que el agua se secó, lo que provocó que explotaran. Esa fue la gota de agua que derramó mi paciencia, estaba claro que la cocina no era para Cara, por lo que le prohibí acercarse a ella; entre más lejos estuviera, evitaría hacerme morir de un infarto.
Cuando llego a la cocina, busco con la mirada para visualizar cualquier caos. Mi respiración se normaliza cuando veo que al menos no hay ningún incendio, tampoco bombas explosivas. Suelto un suspiro de alivio, al ver que no ha sucedido ninguna adversidad.
—Oh, Cora, aquí estás. —La voz de mi hermana hace que un escalofrío recorra mi cuerpo—. Ven, toma asiento, que yo serviré la cena.
Ella sonríe y yo solo asiento con la cabeza, precavida, antes de tomar asiento. Mi hermana es la única que puede hacerme sentir un mar de emociones en solo un día. Y créanme, realmente admiro ese don que tiene. A cualquier persona ella podría enloquecer, pero no sé qué sería de mi vida sin ella. Es la persona que más amo en este mundo. Cora, no sería Cora si Cara no existiera. Después que mi madre murió, mi hermana y yo nos hemos tenido la una a la otra.
Mi hermana se acerca con un plato en la mano.
—Huevos revueltos, pan tostado con mermelada y jugo de naranja —dice, con orgullo, poniendo el plato frente a mí.
El horrible olor que percibí en el baño, inunda mis fosas nasales otra vez, pero más fuerte. Y de solo ver lo que preparó, mi estómago se revuelve. Una masa negra que se observa en el borde del plato, deben ser los huevos revueltos; esas cosas largas y rostizadas, de color n***o, deben ser los famosos panes. Y doy gracias a Dios porque la mermelada se compra en el supermercado; realmente es lo único que se ve comestible. El líquido que está en el vaso supongo que sea el jugo, pero no imagino a qué debe saber eso. Sin embargo, estoy segura de que sabe horrible, así como huele todo.
Si Cara no fuera mi hermana y no supiera que me ama, pensaría que intenta envenenarme. Al parecer, ella nota mis reservas, porque comienza a explicar.
—Cora, este tiempo que estuviste con el idiota de Harry, me inscribí en un curso de cocina —explica y sonríe con orgullo, pero luego cambia su expresión, por una repleta de incertidumbre—. Pero solo asistí una semana, porque mi maestro renunció y ningún profesor del instituto quiso aceptarme.
No puedo evitar pensar, qué mal habrá causado ese profesor en su otra vida para merecer una alumna como mi hermana.
—¿Sabes qué fue lo más raro? Cuando por fin conseguí la dirección del maestro, fui a verlo para convencerlo de que regresara al instituto. Apenas me vio, comenzó a decirme que por favor lo dejara en paz y luego salió corriendo —dice, volviendo su mirada hacia mí, para intentar buscar una explicación.
Alzo mis hombros, luciendo lo más tranquila posible, antes de responder.
—Posiblemente, tiene un problema con su cerebro —murmuro, sin prestar atención a lo que hago.
Cojo el vaso de jugo y lo llevo a mis labios, olvidando por completo el contenido. Apenas siento el líquido en mi boca, corro hacia el primer recolector de basura que encuentro y escupo todo.
—¡Joder, Cara! ¿Qué mierda es esto? —protesto, mirándola con el ceño fruncido—. ¿Acaso no le extrajiste las semillas antes de licuarlas?
—Yo...yo...yo. —Es el único sonido que puede emitir mi hermana.
—¡Es que no me lo puedo creer, Cara! —digo, sonando aún más molesta y negando con la cabeza.
—No sabía que tenía que sacar las semillas. —Logra decir, tocando su cabello y luciendo algo apenada.
—¡Por Dios, Cara, eres increíble! —Continúo, con un tono sarcástico.
No aguanto el maldito sabor que hay en mi boca, por lo que voy hacia mi habitación. Ni siquiera espero que me responda; excusas, es lo que menos quiero escuchar. Evito el desorden, ya que en estos momentos es lo que menos me interesa. Cepillo mis dientes sin parar y ni siquiera el sabor de la pasta, elimina la horrible sensación.
—¡Oh, por todos los dioses! ¿Qué mal habré hecho en mi vida pasada para merecer todo lo que me está pasando? —me pregunto, mientras tiro todo lo que hay sobre la cama.
Me dejo caer en la cama y fijo mi mirada en el techo. Me siento tan agotada, tanto física como mentalmente, que lo único que deseo es dormir. Y eso, es lo que hago.
(…)
Mientras Cora duerme, se mantiene ajena a la situación que se vive en la cocina, donde su hermana mira con intriga la comida que preparó con tanto esfuerzo; ni siquiera había probado un bocado. Cara suelta un suspiro, mientras coge lo que resta del jugo que su hermana había dejado en el vaso. Se lo lleva a los labios y, ni bien siente el líquido en su boca, lo escupe; haciendo que el líquido salpique sobre los alimentos que se encuentran en la mesa.
—Pero, ¿qué carajos? —dice. Entonces entiende por qué su hermana se enojó tanto, así que, decide recompensarla.
Una idea brilla en su mente. Su intención es buena, pero, ¿quién asegura que no es otra de sus buenas intenciones que siempre termina siendo un dolor de cabeza para Cora?