1 día antes
Los chicos vagaron con sus pequeños durante todo el día siguiente, en que solo pudieron alimentarse con unas galletas que pudieron comprar y leche de caja, que fue lo único que pudieron darles a sus niños, Dalila y Esteban, dos pequeños que eran exactamente iguales a su padre, Sebastián, quién era alto, rubio, ojos claros, atlético al haber jugado toda su adolescencia baloncesto y una clara complexión étnica que no era la misma de Helena, sus abuelos provenían de Alemania y de ahí heredó sus rasgos, lo cual lo hacía llamativo para absolutamente todas las chicas de la escuela, pues no era una persona común de ver, destacaba a lo lejos tanto por sus rasgos como por su personalidad fuerte y decidida, pero Helena por otro lado era de estatura normal o se puede decir que era pequeña, le llegaba a duras penas a los hombros de Sebastián y era delgada, blanca, de cabello n***o, lacio y lo que más destacaba de ella eran sus rasgos fuertes, cejas gruesas y aunque muchos creían que era de medio oriente por sus rasgos faciales no lo era. Sus pequeños eran completamente iguales a su papá, cosa que no la molestaba, sabía que eran preciosos y amaba que al verlos, siempre le recordaran a Sebastián, su gran amor, la única persona con que deseaba pasar el resto de su vida.
Luego de lograr un aventón de un transportador de comida, lograron acercarse hasta un pueblo cercano, que quedaba a solo dos horas de la ciudad de su abuelo y allí les sería mucho más fácil llegar. Iban a descansar esa tarde, Sebastián trabajaría en la noche en un restaurante de un conocido que tenía y a cambio de hacerlo, este les daría la cena y el desayuno del día siguiente, también les permitiría usar el baño para ducharse y lo que necesitaran, pero no podía alojarlos porque no tenía espacio en el restaurante, así que ni bien llegaron, instalaron su carpa en el bosque, porque se encontraban en un pueblo rodeado por completo de zonas selváticas, montañas y era algo frío al estar cerca de la sierra nevada, así que podrían pasar una noche un poco más cómoda y ya al día siguiente solo tendrían que caminar unas horas y llegarían por fin a la casa del abuelo de Sebastián, donde los esperaban con los brazos abiertos.
Sebastián entonces armó la carpa luego de que se asearon en ese lugar, acomodó todo para que su chica y sus niños pudieran descansar en lo que él trabajaba. El restaurante era de esos nocturnos, con bar incluido, así que regresaría en la madrugada, bastante tarde, pero estaba tranquilo porque sabía que dejaría a Helena en un lugar un poco más cómodo, privado y tenía comida para alimentar a sus pequeños esa noche.
Luego de vestirse, arreglándose un poco porque debía mostrar una buena imagen en el lugar, se sentó junto a su chica. Los niños dormían dentro de la carpa y apenas empezaba a oscurecer.
—Princesa, sé que mi teléfono no tiene mucha batería, pero de igual forma te lo dejo porque no quiero que estés en la oscuridad. —le entregó su teléfono a Helena con una carga de apenas el 30%.—Trata de dormir dentro de poco, para que no te afecte la oscuridad, porque sé que te aterra.
—¿No podríamos acompañarte en el restaurante nosotros tres? No haríamos escándalo ni nada, ni nos notarían —comentó la chica, completamente aterrada de tener que quedarse sola en medio de los árboles, el frío y la soledad abrupta que ofrecía la montaña, sin contar con la completa oscuridad que apenas empezaba a asomarse.
—No bebé, ¿qué más quisiera que pudieran ir conmigo? Pero es lo primero que me advirtieron, no se admiten niños por ser restaurante-bar, se meterían en un lío si ven a los niños allí —acarició su rostro, pero eso no reconfortó en nada a la chica, quién estaba tan nerviosa que temblaba. —No voy a tardar, apenas me desocupe vendré corriendo hasta aquí. No te preocupes, mi amor.
—Mmm, supongo… lo debo tolerar.
—Te amo —le dijo el chico dándole un corto beso que la reconfortó por completo. Ella lo miró sonriente y en sus ojos se formó un brillo que siempre aparecía cada vez que Sebastián la besaba de esa manera, mismo brillo que lo motivaría a él a dar todo su esfuerzo en el trabajo esta noche para regresar cuanto antes y poder cuidar de su familia, de su mujer que tanto lo necesitaba.
—Yo te amo más, Sebastián.
Pocos minutos después de terminar de alistarse, Sebastián se alejó para poder cumplir con su deber, pero en ese momento solo hubiese deseado quedarse, no tener que dejar a su familia en un lugar tan remoto, solos y con poca luz, pero en ese momento sus opciones escaseaban y estaba seguro de que podría tardar un poco menos para poder regresar a cuidar de ellos. Atendió las mesas esa noche, tratando de hacerlo lo mejor posible y con una sonrisa en su rostro de felicidad, porque sabía que al día siguiente podrían llegar a la casa de sus abuelos y una nueva vida les esperaría, mucho más tranquila y podrían al trabajar ahora darles las comodidades y todo lo que sus pequeños necesitaban que no habían podido darles antes. Todo iba a salir bien, tendrían una vida soñada… o eso era lo que el pobre chico deseaba con todas sus fuerzas, porque no tenía idea del gran pecado que había cometido al alejarse y dejarlos solos, a la intemperie y desprotegidos. Había pecado en gran manera y en unas horas su peor pesadilla se haría realidad.
Esa había sido la última noche en que vería a su Helena, su gran amor, con vida.