3.

2429 Palabras
La noche en que todo cambió Cuando ya se había oscurecido por completo, Helena se encontraba dentro de la carpa junto a los dos pequeños y solo por tener un poco de precaución, la había cerrado y se había dedicado a jugar todo el rato con ellos para lograr que se cansaran un poco y durmieran, ya que habían estado bastante inquietos toda la noche, es que en realidad lo habían estado desde que salieron de la casa de sus padres y este no era el mejor lugar para tener a dos niños de apenas un año de edad, necesitaban dormir bajo techo, en una cama blanda, cómoda y cálida, pero sabía que solo sería esa noche y que luego podrían dormir por siempre de forma más cómoda, lo cual la reconfortaba un poco. A eso de las diez de la noche, luego de hacer maravillas para que pudieran dormirse, en que les cantó, les contó historias que acababa de inventarse al carecer de un libro, pero al final lo que resultó fue acariciarles el cabello por un largo en rato, en que ambos cayeron rendidos casi al unísono. Luego, con mucho cuidado, se recostó al lado de estos después de cubrirlos con una manta al empezar a sentirse el frío y ella hizo lo mismo consigo, estaba temblando, pero al estar tan agotada sabía que caería rendida casi de inmediato. Al menos agradecía que durmieran todos limpios esta noche, porque les dio un baño exhaustivo y luego ella pudo hacer lo mismo consigo misma, lo cual le producía mucha calma. Cerró los ojos y abrazó a Esteban, ya que Dalila dormía en la esquina completamente extendida, siempre había dormido de una forma llamativa e incluso chistosa, estirando su cuerpo por completo arrinconando a los demás al borde al ella ocupar más espacio. Pasaron un par de minutos, en que Helena estaba casi dormida por completo, pero unos ruidos a la distancia la hicieron despertar de inmediato. Ella siempre fue una chica nerviosa al extremo, todo la alteraba y ahora muchísimo más al tener dos hijos que dependían por completo de ella. Se sentó enseguida, esperando a ver si los ruidos se iban y por un par de segundos estos cesaron, para volver con más fuerza y estaba segura de que no se encontraba sola en ese lugar. Por instinto y a pesar de estar aterrada, salió de la carpa y la cerró, por si algún extraño se acercaba pensara que ella se encontraba sola y no se le ocurriera atacar a sus hijos. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho, era tan fuerte que pensaba que se podía salir de este y en un impulso, al escuchar un par de voces masculinas, tomó una enorme roca y la escondió tras su espalda, por si debía defenderse. No iba a permitir que nadie los tocara, eso sí que jamás, tendrían que pasar sobre su cadáver. Nadie tocaría a sus niños. Contaba los segundos en su mente, al escuchar estas voces acercarse en la distancia y estaba segura de algo, eran dos personas diferentes y ambos eran hombres, probablemente jóvenes por la jerga que usaban y suponía que venían de alguno de los campamentos cercanos, que podían estar a solo un par de kilómetros cada uno del otro, pero de igual forma, estaba segura de que si debía gritar, nadie ni por más esfuerzo que haga la escucharía, así que debía defenderse si le tocaba, pero deseaba que solo fuesen dos chicos extraviados y nada más. Esperó lo que pareció eterno, pero luego, vio un par de luces brillantes acercarse y escuchaba el ruido de pasos, de ramas que se rompían y al fin, estos sujetos la alumbraron y el brillo por un momento cegó sus ojos. Su corazón latía a más no poder, pero mantuvo la calma no sabe ni cómo. Era todo un logro. —Nena, ¿sabes dónde queda el hostal de la reserva? —preguntó uno de ellos, el más alto y ella le hizo señas hacia adelante, aliviada al ver que sólo eran dos chicos extraviados. Aclaró su garganta como pudo —Creo que deben caminar hacia esa dirección alrededor de veinte o treinta minutos, tal vez un poco más por la hora. —Gracias —dijo el más bajo, quién usaba una gorra azul rasgada y tenía claros rasgos indígenas, porque podía divisarlos al usar tanta iluminación—. ¿Tú te estás quedando aquí sola? —No, no estoy sola. Mi novio está aquí cerca, fue a buscar agua. Es policía —dijo intentando ahuyentarlos con una mentira piadosa, al ver como este chico la miraba de forma lasciva. Se notaba que estaban bajo los efectos del alcohol, apestaban y el más alto llevaba en su mano una botella de dios sabrá qué, también tenía claros rasgos indígenas. —¿Por qué si tu novio es policía te dejó sola aquí? No es un lugar seguro para una nena guapa como tú —dijo acercándose un poco, entre risas el más bajo, al cual lo siguió su compañero y Helena, por instinto, se alejó un poco de la carpa, tratando de disimular lo más que podía, pero era para que no se acercaran a esta y vieran a sus niños, debía lograr que mantuvieran su atención solo en ella en ese momento. —Es muy terco, quería conseguir algo de comer y no hay nadie que le quite la idea —mintió de nuevo, tratando de sonar convincente, pero los hombres se miraban entre sí, divertidos. —Anda, creo que estás tu sola. ¿Quieres beber algo un rato? Puedes acompañarnos al campamento y pasar un buen rato con nosotros —comentó esta vez el sujeto con la botella en la mano, quién sirvió un trago y se lo extendió a Helena, quién dudosa, no supo qué hacer. Si se los rechazaba podría parecer descortés y lo tomarían mal, más al estar bebidos, pero… si lo aceptaba, podría traer alguna sustancia dentro y no podía permitirse desfallecer, no cuando debía proteger a los niños a toda costa. Así que después de pensarlo unos segundos, decidió rechazarlo, con una sonrisa de cortesía en su rostro y esto no pareció gustarle en nada al hombre, quién la miró enfurecido. —Lo siento, soy diabética. No puedo beber —mintió por enésima vez, pero ellos al verse hartos de que esta chica no fuera sincera y al estar tan ebrios que a duras penas podían mantenerse en pie, se acercaron de forma intimidante y Helena lo sabía, se irían contra ella y tendría pocos segundos para actuar. Empezó a caminar hacia atrás, tratando de parecer serena, pero se dio cuenta de que el más alto tenía la mirada fija en sus pechos que resaltaban a través de su suéter, supo que debía escapar, ahuyentarlos porque algo en su pecho le decía que esto no iba a acabar bien. —Nena, relájate que la podemos pasar muy bien —comentó arrastrando su voz, porque estaba tan pasado de tragos que le costaba vocalizar al más pequeño y se acercó aún más, tanto que intentó tocar su hombro, pero ella lo impidió—. No seas grosera con nosotros, que nos estamos acercando de ti en buena manera. ¿Sabías que es descortés el tratarnos de esa manera? —Es que… mi novio llegará en cualquier momento y… —la interrumpieron. —Llevas mucho rato tú sola, te vimos hace casi una hora cuando saliste a tomar tus cosas, no tienes ningún novio, ¿así que por qué mejor no te relajas muñeca? La podemos pasar muy rico si no te complicas la vida. —No quiero —se quejó en vano y el más alto, harto de su “actitud”, arrojó la botella hacia un árbol, lo que provocó un ruido fuerte al encontrarse en una zona tan aislada y sus pequeños de inmediato comenzaron a llorar, ambos voltearon a ver, anonadados ante el ruido del llanto de pequeños. Maldición, sabía que debía actuar. Él tomó un pedazo grande del cristal roto y sabía que no dudaría en usarlo. —Vaya, esto es una sorpresa. Un gran agravante si no deseas cooperar con nosotros que vinimos de buena manera a pasar un rato delicioso contigo —el bajo, elevó su mano hacia su suéter, deslizando sus dedos por debajo de este, tocando su piel fría, erizada del miedo que la embargaba y estaba por completo en pánico, temblando de terror. —Es cierto muñeca. Si no cooperas y actúas de manera complaciente con nosotros, no te querrás imaginar lo que le puede pasar a los mocosos que escondes en esa carpa de mierda —su acompañante se acercó hacia la chica, acariciando su cuello y por el rostro pálido de ella, al invadirla el terror, rodaron lágrimas de resignación porque sabía que su destino estaba marcado esa noche. Estaba a merced de estos hombres y harían lo que quisieran con ella. —No haré nada, no me quejaré, pero, pero… con ellos dos no se metan, por favor —rogó con voz temblorosa y los dos sonrieron complacidos, al ver que la chica no iba a oponer resistencia. Ambos supieron como atacar, ya que no era la primera vez que lo hacían, lo hicieron por donde más le podría doler a esta pobre mujer y la tenían ahora a su merced. Ella les rogó que se alejaran para que ellos no pudieran escuchar y sin pensárselo mucho, llevaron a la chica a rastras tirando de su cabello y ella trataba de no gritar, no quería que sus pequeños la escucharan, pero era imposible, no podía evitar llorar ante la desesperación y el miedo de saber lo que estaba a punto de ocurrirle. La adentraron mucho más al bosque, llegando hasta el río y ni bien llegaron, la arrojaron cerca de la orilla sobre unas piedras y ella al caer golpeó su pecho y rostro estrepitosamente, cuyas rocas filosas cortaron su rostro, pero ni alcanzó a levantarse cuando ya tenía a estos hombres encima, quitándole la ropa y por más que intentó liberarse por inercia, ellos eran mucho más grandes y fuertes, así que rápidamente la desnudaron por completo y Helena no dejaba de gritar, aterrada, pero gritó mucho más fuerte cuando alguno de estos sujetos, no sabía cuál porque no podía verlos, puso su erección en su cavidad anal, ingresando sin pudor alguno, lo cual la desgarró por completo haciéndola gritar de dolor. Fuertes gritos inundaban el lugar, sumados a gemidos ahogados de este hombre, que disfrutaba hacer gritar a la chica y no iba a detenerse, el momento horrible se extendió por casi dos horas en que ambos se turnaron para usar a Helena como a un juguete, tomándola para satisfacerse de las formas más horribles posibles, pero luego, cuando ambos estuvieron saciados y ella no podía ni siquiera ponerse en pie, convulsionaba de dolor, sintiéndose muerta casi por instantes y ellos, al percatarse de que no podían dejarla ahí, porque seguro iría a contarle todo a la policía, quienes ya los estaban buscando, supieron en ese momento que no podían dejarle el camino fácil para que los delatara, eso no podía ocurrir. Uno de ellos, ya agotado de la situación y queriendo irse a dormir, tomó una roca que sacó del agua y sin pensárselo mucho, empezó a golpear una y otra vez el rostro de la chica, desfigurándolo por completo y sus gritos de dolor, pronto empezaron a acabarse al quedar inconsciente, pero aún así no se detuvieron, jamás lo harían. Su compañero, continuó con la tarea, golpeándola sin parar hasta que estuvo completamente seguro de que la mujer no respiraba. Luego se limpiaron las manos y sus rostros en el agua, quitándose todo rastro de sangre visible y simplemente se fueron, agotados, dejando a Helena atrás, quién nunca iba a volver a despertar. Más tarde, el chico regresaba cansado, deseando tirarse a dormir lo más pronto posible, pero cuando abrió la carpa y encontró solos a sus pequeños, llorando a moco tendido, un terror horrible invadió su pecho, porque pudo imaginarse lo peor. Helena jamás dejaría solos a sus niños y menos llorando así, algo debía pasar, ella jamás los dejaría en medio del bosque solos a su suerte, ¡algo tuvo que pasar! Y lo sabía, así que sin pensárselo dos veces, cargó a los niños y con la poca batería que le quedaba a su teléfono que estaba tirado en la carpa, pudo encender la linterna y empezó a buscar como un loco por todo el lugar. Recorrió por horas el bosque, de una dirección a otra y entre tanto regresaba a la carpa, por si su chica había regresado, pero no, no regresaba y él estaba entrando en pánico, llorando de la desesperación y todo, sus niños llorando sin parar, la desesperación de no encontrarla ni ver rastros de ella lo estaba haciendo enloquecer, pero no podía perder la cabeza, no sin encontrar antes a Helena y asegurarse de que estuviera bien, ¡es que debía estarlo! ¿qué sería de él sin ella? Estaba seguro de que no podría soportarlo. Así buscó por horas sin parar, sin darse un segundo para descansar hasta que llegó al río, el cual empezó a recorrer, pero cuando a lo lejos vio a lo que parecía ser una mujer desnuda tirada en la baja corriente, un escalofrío fuerte recorrió su espalda y… no, no podía ser ella, ¡en verdad no! Les habló a los niños, diciéndoles que los dejaría solos unos segundos y les dijo que no se movieran, ya que ambos a duras penas caminaban no iban a poder alejarse mucho. Luego corrió hasta esa mujer, pero a medida que avanzaba, sus pasos se detenían al ver de cerca a ese cuerpo bocabajo, esas piernas, esa espalda que miles de veces había recorrido con sus dedos, que había besado hasta el cansancio y más, ese cabello n***o, que tanto le encantaba, pero… su rostro no era el mismo, casi no podía reconocerlo, pero… lo sabía, esa era Helena, era ella, ella, ella y su mundo lentamente comenzó a caerse pedazos. Cayó de rodillas sobre la arena, enterrando su cabeza entre sus rodillas, gritando y llorando desesperado deseando que esto fuera un sueño, una horrible pesadilla de la que deseaba despertar, pero no, no lo haría. Jamás despertaría. Ese fue un antes y después en la vida de Sebastián, porque en ese momento se había roto todo su mundo y sabía que nunca más los pedazos volverían a unirse.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR