HOLA, LARS

4466 Palabras
Mientras la seguía por las escaleras, hasta la segunda planta del edificio, Lars guardó aquella tanga en el bolsillo de su pantalón para ostentarlo como un trofeo, ya que había sido él el ganador de la atención de aquella preciosa criatura y no ninguno de los otros hijos de puta que habían ahí. Llevó su vista al frente y morboseó al ángel; su piel tan blanca y cremosa, sus torneadas pantorrillas y aquellas piernas no tan gruesas, pero que serían unos perfectos aretes. Su mirada llegó hasta su trasero, que se dejaba ver debajo de la falda del vestido de seda blanca: parado, redondo, un tanto pequeño, pero perfecto, tanto, que a Lars se le aguó la boca. Miró su cintura, apretada por los finos cordones que unían la parte de atrás del vestido y su espalda desnuda, salpicada de muchos lunares, de todas las formas y tamaños. «¡Qué manjar!», pensó, relamiéndose. —¿Me puedes decir tu nombre? —le preguntó, cuando llegaron a la segunda planta y sus ojos se encontraron con aquellos impresionantes ojos azules, tan azules como el cielo. Contempló su rostro y le pareció ver algo familiar en él, sin embargo, estaba seguro de que nunca antes la había visto. «¿Cómo podría olvidar a una mujer como ella? Es difícil no guardar este precioso rostro para siempre, en la memoria», se dijo, pero algo en ella lo inquietó. Quizá fue aquella sonrisa que le esbozó, tan misteriosa, tan intrigante. Ella tomó su mano y se acercó a él. Posó su otra mano sobre su pecho y se inclinó, hasta acercar sus labios a su oreja, tan cerca, que le rozaban la piel y le causaron un exquisito escalofrío que le erizó todos los vellos de los brazos. Su aroma dulce lo embriagó por completo, embotando todos sus sentidos. Cuando habló, en un susurro bajo, se estremeció. Hasta su suave y dulce voz parecía irreal, tenía que ser la de un ángel. —¿Qué me vas a hacer? —le preguntó y Lars se asombró por el contraste que provocaba su aspecto angelical, dulce e inocente, con su carácter tan decidido, osado y perverso—. Muero de ganas porque me pongas las manos encima. Giró su rostro, quedando frente al suyo. La punta de su nariz le rozaba la barbilla y Lars quedó idiotizado ante su mirada. Sus ojos bajaron hasta sus labios, carnosos y bien definidos, y no pudo contenerse más. Llevó su mano hasta su delicado cuello e inmovilizó su cabeza para poder robarle el primer beso, el beso que dictaba su sentencia. Cuando sus labios hicieron el primer contacto con los de ella, sintió una maldita corriente eléctrica que le recorrió cada célula del cuerpo y lo impulsó a sacar su lado más fiero a relucir. La empujó hacia atrás con el peso de su cuerpo, hasta llevarla contra la pared, donde prácticamente la estrelló. Le abrió las piernas con la rodilla y la llevó hasta su centro caliente, lo oprimió e hizo círculos hasta enterrarla en él, provocando que el ángel se humedeciera y que su humedad traspasara la tela de su pantalón. Empleó más fuerza en la opresión que su mano ejercía en el cuello del ángel y llevó su otra mano hasta su trasero. Lo tanteó, lo masajeó y lo apretó, enterrando sus falanges en aquella suave carne. Su lengua socavó la boca de ella, embistiéndola con un morbo tal, que casi se podría decir que se la folló. No tenía ni la más mínima idea de lo que había allí adentro, pero abrió la puerta contigua y la arrastró hasta su interior, sin dejar de besarla. Dio una fugaz mirada por el rabillo de los ojos e inspeccionó la habitación. Era bastante singular: con paredes moradas y tenues luces blancas la iluminaban desde las 4 esquinas. En una de las paredes había una enorme cruz y en otra pared, estantes que iban desde el suelo hasta el techo, donde colgaban cientos de artefactos diseñados para causar dolor y placer: fustas, látigos, pinzas, cadenas, mordazas... Los ojos no le ajustaron para poder verlo todo, además de que estaba concentrado en lo que le hacía al ángel y en saborear su tersa piel, mientras lamía y chupaba su cuello y su mandíbula. «Es una jodida habitación de bondage», fue lo que pensó. Divisó la enorme cama de doseles en medio de la pared contraria y pensó en llevarla hasta allá. Pero luego cambió de parecer, al ver el sillón tantra a un costado. La levantó del suelo y la llevó hasta allá, a horcajadas, sin dejar de pensar en que solamente aquel ligero vestido era lo único que ella vestía. La depositó en el suelo, dejando su cuerpo al ras de la parte alta del sillón. Hasta ahora, parecía indefensa y manipulable; un juguete con el que él podía hacer lo que quisiese, someterla a sus perversiones con facilidad y eso lo tenía más desquiciado. La giró, para dejarla de espaldas a él y colocó su mano en su espalda, para empujarla contra el sillón. Quedó tan inclinada, con aquel exquisito culo en pompa para él; para saborearlo, para disfrutarlo y para darle duro, como a él le gustaba. Le levantó la falda del vestido, sin prisas. Muy lentamente, como si abriera un preciado regalo, deslizando la tela por sus muslos con suma suavidad. Cuando no tenía aquella tela que le estorbaba, admiró su blancura, su redondez, su turgencia, Se agachó y lamió su apetecible piel, le hincó los dientes y la mordió como si de una manzana se tratase. La saboreó y únicamente incrementaron sus ganas de probar más y más de ella. Separó sus dos tajos de carne y continúo lamiendo, introduciendo la punta de su lengua viperina en ella y disfrutando de aquel exquisito y embriagante elixir que brotaba de ella. Lars supo que estaba jodido, porque jamás había probado algo tan adictivo como aquello y lo iba a desear cada puto día del resto de su miserable vida, como el adicto no puede vivir sin los narcóticos y los consume para sobrevivir. Su falo vibró, anhelando obtener placer de aquella ninfa, deseando introducirse hasta adentro, ser cobijado por sus carnes cálidas y navegar sus aguas diáfanas. Se incorporó, se desabrochó el cinto y el pantalón, se bajó la bragueta y sacó a su m*****o afuera. Se recostó sobre su cuerpo y acercó su boca a su oreja. —¿Quieres sentirme? —le preguntó, en un siseo ronco por el deseo, en tanto pasaba su punta por toda su húmeda raja. —No quiero sentirte. Quiero que me hagas sentir —corrigió ella y el desconcierto se apoderó de él y provocó que por un instante vacilara. Luego, esbozó una media sonrisa, porque había entendido a qué se refería la ninfa. Sacó el preservativo del bolsillo de su pantalón y se lo colocó. Tomó las manos de ella y las sujetó con fuerza detrás de su espalda, asiendo sus muñecas con una mano. Con la otra, sujetó a su m*****o y, antes de atacar, le preguntó: —¿Dónde lo prefieres? Punteó su recto y su v****a, imaginando que ella optaría por lo tradicional, ya que no creía que a una criatura con ese porte tan inofensivo e inocente, le gustara la sodomía. —Da igual —dijo ella, con tanta frescura, que lo dejó perplejo—. No hay un solo hueco mío que no haya sido desvirgado. Lars parpadeó varias veces y se preguntó, «¿de dónde carajos había salido esa criatura tan descarada y desvergonzada?» No le calculaba muchos años; quizá unos 22 0 23, y sabía muy bien que las jovencitas, por más libertinas que fueran, no hablaban con tal desfachatez, y menos con un hombre de su edad. —Eres bastante cínica y descarada —le dijo. —¿Te molesta? —replicó ella. En su boca se dibujó una sonrisa torcida y, sin miramiento alguno, se abrió camino en su culo, enterrándose hasta lo más profundo. —Eso me prende más —gruñó, lujurioso. La ninfa abrió la boca y ahogó un grito, cuando cerró los ojos con fuerza. Se sintió invadida, llena y a punto de ser partida en dos por aquella gruesa y larga estaca. Pero era eso exactamente lo que le gustaba. No era partidaria del trato gentil y tierno, «esas mierdas eran para las vírgenes y para las aburridas», se decía. A ella le gustaba duro, rudo y salvaje, justo como Lars se lo estaba dando. Su pelvis se estrellaba contra su cadera con una bestialidad que la estremecía y le volvía las piernas flácidas. Su falo se abría paso dentro de ella con mucho apremio, dándole tanto placer que se sintió en el cielo. Cerró los ojos y se concentró en aquellas vibraciones que le recorrían el cuerpo, en las palpitaciones de su centro húmedo que también estaba recibiendo placer gracias a los dedos de Lars que se introducían en ella. Él la mordía fieramente; su espalda, sus hombros y sus brazos. El muy maldito era todo lo que un hombre debía de ser, y tal y como a ella le gustaban, no los niñatos precoces que le coqueteaban a cada rato. Si no lo odiara tanto... Lars continuó embistiendo con potencia, como la bestia que era, sin consideración alguna y se preguntó si no estaba siendo demasiado rudo con ella. Sin embargo, cuando ella flexionó las rodillas y alzó los pies del suelo, para darle más empuje con los tacones de sus sandalias, Lars supo que ella quería más profundidad y se la dio. Sujetó su cadera con fuerza e intensificó sus acometidas. La escuchó gruñir, vio cómo sus manos se cerraban en puño y se enterraba las uñas esmaltadas en un tono blanco hueso en las palmas. Levantó su torso del sillón, pero no la dejó que se pusiera en pie. Así, en el aire, apoyada levemente entre el borde del sillón y su pelvis, sacudió su mundo y juntos alcanzaron el primer orgasmo que los dejó jadeando. La regresó al suelo y salió de ella rápidamente, dejando esa sensación de vacío que la desesperó por un momento, pero que también agradeció, para dejarse caer agotada en el sillón. Las piernas le temblaban y jadeaba profundamente, así que aprovechó el momento para recuperar sus fuerzas, ya que sabía que él reanudaría sus ataques. Solamente estaba cambiando su preservativo y, cuando lo hizo, volvió a tomarla en brazos y la llevó consigo hasta el otro lado del sillón. Se recostó en él y la sentó sobre su regazo. Soltó los lacitos de su vestido y dejó que la parte de arriba cayera hasta su cintura. Otra vez le sujetó el cabello con fuerza y atrajo su cabeza hasta la de él, para susurrarle: —Móntame la v***a. Quiero que te muevas como te movías en esa maldita pista de baile y me cojas como si no hubiera un mañana. La ninfa sonrió con perversidad. Apoyó las manos en sus piernas y se acomodo encima de él. Se dejó caer, dándole entrada, y empezó aquel movimiento tan sensual de sus caderas, que desquició a Lars. Él le gimoteó, le gruñó, alzó su pelvis para alcanzar más profundidad y se deleitó con aquel baile tan erótico que había deseado que le hiciera desde que la vio allá afuera. Llevó sus manos hasta sus pechos y los apretó, le pellizcó los pezones y se deleitó con las curvas miel de su cuerpo. Era preciosa, perfecta y exquisita. Una belleza natural, con las curvas justas y necesarias para enloquecerlo. Todo pequeño, pero tan bien proporcionado. No creía en el cielo, pero se imaginaba que esto debía de ser la puta gloria y que este ángel había venido para llevarlo hasta allá y hacerlo disfrutar de sus placeres. Podía morir tranquilamente e irse al infierno por sus pecados, pues ya había conocido el maldito cielo y con eso le bastaba. Ambos gimieron con fuerza y el sudor de sus cuerpos se mezcló en sus pieles. Estaban extenuados cuando el segundo orgasmo los atacó y ella se dejó caer sobre su enorme pecho, para tomar aire. Lars no supo qué coño fue lo que le pasó, pero un repentino deseo lo invadió; la cosa más loca que pudo haberse imaginado. Deseó fervientemente, rodear su frágil cuerpo con sus brazos y abrazarla con fuerza, mientras le robaba un beso intenso y voraz. Sin embargo, se contuvo. Sabía que no era apropiado, que esas cosas demostraban cercanía emocional y él no conocía a esta pequeña en lo más mínimo y, además, no hacía esas cosas ni con su esposa. Para su suerte, ella se levantó y se paró frente a él, sin tapujo alguno; mostrándole su cuerpo desnudo y él se imaginó lo que sería ver sus fluídos derramándose por sus muslos. Qué malditas ganas de cogérsela sin el látex y sentir el roce de la piel con la piel, lo atacaron. Tuvo que cerrar los ojos y sacudir su cabeza para despejar su mente de esas pendejadas. Ella extendió su brazo y le pidió que le diera la mano. Cuando él lo hizo, sintió una extraña conexión y aquella maldita sensación de familiaridad lo volvió a invadir. —Ven —susurró ella. Y él obedeció, ya que seguía sometido bajo su fuerte influjo. Ella sonrió, maliciosa, pero él se dejó llevar como un niño, sin rumbo y sin imaginar sus pretensiones. Lo empujó hacia atrás y él no podía despegar su mirada de aquellos lirios azules, de aquel rostro angelical y de aquella sonrisa perversa. Le pidió que extendiera los brazos y él lo hizo. Esa jodida cría podía hacer con él lo que quisiera, lo tenía comiendo de su mano. Para cuando se dio cuenta de sus intenciones, ya había caído en su trampa y no había escapatoria. Era ágil, audaz y demasiado rápida. Por eso, no le costó nada sujetarlo con las esposas que tenía incrustada aquella enorme cruz que había en la pared. —¿Qué carajo haces? —cuestionó él, con tono demandante, cuando trató de soltarse. No consiguió obtener respuesta, solo una risa burlona. La ninfa se agachó y también sujetó sus tobillos con las tobilleras. Lars estaba inmóvil y no le agradaba para nada. Le gustaba tener el control y ser él el que dominara. —Relájate y disfruta —ronroneó ella, mientras le bajaba el pantalón hasta los tobillos—. Esto... Lo vas a disfrutar y mucho. Luego me lo agradeces. Subió, arañando sus piernas con la punta de sus uñas y comenzó a desabrochar su chaqueta y su camisa. Tragó saliva a lo grueso, cuando vio su cuerpo semi desnudo, lo tonificado de sus músculos, lo tan bien marcados que estaban y por dentro se rio, pues cuando era solo una niña y lo veía como un príncipe, jamás imaginó lo que había debajo de su ropa. Habían pasado 13 malditos años y él estaba tan bueno como el vino. Cuando lo vio una semana antes, a su regreso a Detroit, no se imaginaba que lo encontraría igual o mejor de cuando lo vio por última vez. Pensó que sería viejo, canoso y con una panza abultada por estar sentado detrás de un escritorio. Pero no. El muy maldito se mantenía mejor que los niñatos de su edad. Lo había vigilado cada día; había estudiado sus vueltas; lo había visto ir al gimnasio cada mañana, a la misma hora y sin falta; lo había visto ir a Reiner Corporation y trabajar hasta tarde; lo había visto salir de ahí e ir directo a los bares y supo que sería muy fácil acercarse a él, cuando vio que cada noche salía con una mujer diferente y tenía sexo con ellas en moteles, en el coche o hasta en callejones oscuros y solitarios. Lo siguió hasta aquí y cuando averiguó de qué se trataba, solicitó ingresar. Era guapa, lo sabía muy bien. En Europa se había dado cuenta de su belleza y que podía despertar las pasiones de los hombres. También supo que con sexo, podía volver loco a cualquier hombre y conseguir de él lo que quisiera. Los hombres son un tanto irracionales y se dejan influenciar por sus deseos más ocultos, Lars se lo demostró en este momento, cuando lo llevó directo a la cruz y el imbécil no intuyó sus planes. Lo tenía en sus manos y, de quererlo, podría hasta matarlo, sin que él pudiera hacer nada para impedirlo. Sin embargo, no era ese su propósito. Ella quería enloquecerlo, metérsele entre ceja y ceja y volverse su adicción, su más irresistible tentación. Quería arrancarlo de los brazos de Rosamund y también volverla loca a ella. Desquiciarla y hacerla sufrir, que se diera cuenta que TODO, absolutamente TODO, podía ser para ella, hasta su hombre. —¿Qué es lo que me vas a hacer? —masculló él, cuando ella comenzó a magrearle la v***a, hasta ponérsela tan dura como el tronco de un árbol. Ella se inclino sobre la punta de sus dedos y lamió el lóbulo de su oreja, con una perversión tal, que no hubo un solo vello del cuerpo de Lars que no se erizara. —Voy a llevarte al cielo —siseó ella, con esa voz que lo estremecía y le embotaba los sentidos. Se agachó con lentitud arañando sus músculos a su paso y quedó de frente a su m*****o. La saliva se le hizo agua y no pudo negar que el cretino tenía lo suyo. Y vaya que lo tenía muy bien. Sacó su lengua fuera de su boca y le lamió la punta regordeta. Todos los músculos del cuerpo se le tensaron y emitió un intenso gemido desde lo más profundo de su garganta. —Si vas a darme una mamada, engúllela toda, pero no me atormentes con poco —gruño, suplicante. —Cállate —le ordenó sin verlo—. Soy yo la que mando y yo sabré qué hacer. Sujetó a su m*****o y lo movió hacia arriba, volvió a darle otra lamida, desde la punta hasta las bolas, como si fuera una dulce paleta de fresa y Lars se estremeció por completo. Maldijo por lo alto y le suplicó que le diera más. Lo ignoró por completo y lamió sus bolas, una a una, y les dio una potente chupada, que casi provoca que Lars se corriera como un precoz. Más maldiciones salieron de su boca y luego fueron silenciadas por los jadeos, cuando ella tuvo un poco de piedad e introdujo la punta en su boca. La chupo con angurria, con hambre y luego continuó engulléndola, hasta que la tuvo toda en su boca y comenzó aquella faena que hizo que Lars perdiera el control sobre él. Deseó con todas su fuerzas soltarse de aquellas esposas y golpear la pared con sus puños; poder agarrarla del cabello y zamparle la v***a hasta lo más profundo y reventarle la tráquea a punta de empellones. Gruñó, rugió y gimoteó con todas sus fuerzas, como ninguna otra mujer lo había logrado antes. Esa ninfa estaba cumpliendo su palabra y no solo lo había llevado al cielo, sino que lo estaba haciendo dar vueltas por todo el puto espacio y alrededor del sol, porque si no, ¿cómo podía explicarse el hecho de que se sintiera tan caliente como estaba y que pareciera que iba a terminar hecho cenizas por aquel incendio que lo estaba consumiendo por dentro? La mamada era lo más placentero que había disfrutado en su puta vida de mujeriego y, como si fuera un jodido enfermo s****l, se derramó en aquella boca de flor hasta la última gota, hasta que creyó que se había quedado seco y ya no tendría más semen por el resto de su existencia. Rugió fuerte, ronco y salvaje, sacando todo lo que ella le había hecho sentir y suspiró como un gatito extasiado, cuando ella se tragó toda su leche. La vio ponerse en pie y se prometió que le iba a hacer lo mismo. Que le iba a agradecer de rodillas, como si fuera una diosa, y que también la llevaría al cielo. Sin embargo, terminó arrugando las cejas y hundiendo los ojos bajo ellas, cuando la vio alejarse dos pasos y comenzar a acomodarse la ropa. —¿Qué haces? —indagó, confundido. Todavía era demasiado temprano y no quería que aquello terminara. Todavía tenían mucho por hacer y quería estar con ella hasta la hora que aquel club cerraba: las 7 de la mañana. —Y obtuve lo que quería —respondió ella, tranquilamente. Ya estaba bien vestida y lo observó. Observó su obra, lo que había hecho en él y cómo la había dejado. Caminó hasta la otra pared, en donde se encontraban los enseres para el placer y tomó una de las mordazas para la boca. Giró sobre sus talones y regresó, hasta pararse frente a Lars. —¿Qué me vas a hacer? —le preguntó, agitado. —Pensaba llevármela —dijo ella—. Pero mejor te la dejaré como un recuerdo. Le enseñó la tanga blanca y Lars se preguntó, ¿a qué hora la había sacado de su bolsillo? La colocó en su cuello, como un collar y le mordisqueó la mandíbula, en tanto su mano acarició a su m*****o y lo hizo gemir otra vez. Una vez más, cayó en su trampa. No tuvo tiempo de esquivar la mordaza que fue a dar a su boca y lo silenció. Gruñó y profirió un montón de palabras ininteligibles, cuando vio la risa divertida en su rostro. —Chao, guapo. Nos vemos pronto —le dijo, con tono socarrón. Le guiñó un ojo, le lanzó un beso con la mano y volvió a girar sobre sus talones, para avanzar hacia la puerta y salir de ahí, dejando a Lars semidesnudo y amarrado a aquella cruz. Lars estaba cabreado, y lo estuvo más cuando tuvo que pasar la vergüenza de que el personal del club vieran el estado en el que lo dejaron, cuando fueron a inspeccionar las diferentes habitaciones para hacer la limpieza y sacar a los borrachos que dormitaban extasiados de placer. Phill rio todo el camino y se burló de él hasta que se le acabaron los chistes. Sin embargo, pese a todo, la bravura se le pasó rápido y después de que llegó a su casa, guardó aquella tanga bajo llave, como si fuera un tesoro invaluable, se bañó y tomó una siesta de media hora, anduvo todo el día con una sonrisa en su boca y sintiendo que estaba teniendo el mejor día de toda su vida. Rosamund llegaba hasta dentro de 5 días y se prometió que esa noche y todas las restantes, iría a ese club y buscaría a la ninfa, para volver a probar sus placeres y de aquel elixir exquisito y adictivo que ella destilaba. A la hora en punto, del inicio de funciones del club, volvió a presentarse. Pagó los 20 mil dólares para la entrada, entró, bebió whisky, fumó un Marlboro y se sentó en una de las sillas. El corazón se le agitó cuando las luces se apagaron y las sombras avanzaron hasta aquella pista. Luego, le dio un vuelco cuando los faroles se encendieron, iluminando la pista y sus ojos comenzaron a buscar entre aquellas 50 bellezas a la ninfa. La decepción fue grande cuando no reconoció su rostro entre todas esas mujeres, cuando no reconoció su baile sensual y demoniáco. Se puso en pie y salió de aquel club, sintiendo algo indescriptible para él. Estaba colérico, frustrado, desesperado y probablemente hasta triste, cuando entró a su Ferrari y lo arrancó, haciendo rugir el motor. ¿Cómo iba a hacer para encontrarla? No tenía ni un hombre... Nada más que aquella tanga y los malditos recuerdos de la mejor noche de su puta existencia. Se preguntó si podría hacerle un examen de ADN a la tanga y con eso encontrarla. No le pareció tan descabellado después de todo, parecía que estaba dispuesto a mover cielo y tierra con tal de encontrarla y volver a estar entre sus piernas. Llegó a la casa y entró en ella azotando puertas, por la frustración que aún lo embargaba. Estaba dispuesto a ir a sacar la tanga y empezar la labor de búsqueda, cuando un ruido dentro de la casa llamó su atención. Venía de la cocina y vio una luz al final del pasillo que llevaba a esta. Una expresión de desconcierto le llenó el rostro. ¿Acaso Rosamund había vuelto antes? Pero, ¿qué hacía en la cocina? En los 13 años que tenían de casados, jamás la había visto ni de asomo en la puerta. Caminó a oscuras, guiado por el resplandor que emitía aquella luz. —¿Rosamund? —llamó, pero no obtuvo respuesta. Llegó hasta el umbral y lo que sus ojos encontraron de frente, lo dejó más desconcertado. Era una mujer, apoyada en la enorme isla de la cocina, inclinada sobre ella; con el culo en pompa, esponjado y contonéandose sensualmente en su dirección. No podía verle la cara, pero se le hizo familiar. Ese trasero, pequeño, redondo y perfecto, vistiendo un sexi culotte de encaje de n***o, sabía que no era el de Rosamund. Observó su cabello castaño claro y una corazonada lo estremeció. —¿Quién eres? —indagó exigente—. ¿Y qué haces en mi casa? Su trasero dejó de contonearse, pero pasaron un par de segundos antes de que ella se incorporara y por fin le mostrara su rostro. La garganta de Lars se quedó seca y por un instante le pareció que se le había olvidado cómo respirar. —¿Q-Qué haces tú aquí? —titubeó, al reconocer el rostro de la ninfa de ojos azules. —¿Tu casa? —murmuró ella, con esa frescura y descaro que la caracterizaban. Una de sus cejas perfectas, se alzó alto y una media sonrisa se dibujó en su boca—. Tenía entendido que mi padre me había dejado esta casa en herencia. Lars enmudeció y un terrible escalofrío le recorrió la columna vertebral. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿En qué dimensión desconocida había caído? ¿Acaso estaba dormido y estaba teniendo una pesadilla? La ninfa avanzó, con paso felino, hasta posarse frente a él. La sonrisa en su boca se ensanchó y contempló su expresión. —¿Qué pasa, Lars? ¿Te ha comido la lengua el ratón o todavía tienes la mordaza que te dejé anoche en la boca, que de repente has enmudecido? —canturreó, con desfachatez—. ¿No vas a saludar a tu linda hijastra? ¿O es que ya te olvidaste de mí? De tu Mac and Cheese.
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