Paris, estoy en Paris después de haberlo soñado toda la vida, estoy en unos de los lugares que me parece más mágico que todo. Ciudad que tuve ilusión de siempre visitar y aquí estoy, en este lugar que parecía lejano para mí.
Bajo la ventanilla, para absorber toda esa vibra parisina de la que leí durante estos últimos días. Los sonidos de las calles llenas de gente caminando de un lado a otro, se pude reconocer quien es parisino y quien es un turista más, como yo.
A mis fosas nasales se filtra el olor a perfume, café y humo por donde el taxi transita. Como la brisa mueve y acaricia mi cabello levantándolo en el proceso.
Por lo que se y pude averiguar de París antes de venir hasta acá, primero hay que decir que es la capital de Francia, una de las más importantes ciudades de Europa y por supuesto, un centro mundial del arte, la moda, la gastronomía y la cultura. No hay quien no sepa algo de este lugar, aunque sea lo mínimo sobre esta ciudad o Francia en general. Su paisaje urbano del siglo XIX está entrecruzado por amplios bulevares y el río Sena, donde más de alguna actividad se puede realizar y donde perderse por sus calles debe ser una verdadera obra de arte andante digna de apreciar para todo aquel que visite una ciudad tan imponente como esta.
Donde también podemos encontrar diferentes atractivos turísticos, ya que aparte de la Torre Eiffel, el arco del triunfo o la catedral gótica de Notre Dame que datan del siglo XII y que son reconocidos como grandes hitos de la ciudad, París es famosa por su cultura del café y las tiendas de moda de diseñador a lo largo de la calle Rue du Faubourg Saint-Honoré, esta calle es considerada una de las calles más elegantes del mundo, gracias a la presencia de prácticamente todas las principales marcas de moda del mundo.
No por algo, existe la semana de la moda en París, Francia.
También es importante destacar que la región de París es junto con la de Londres, uno de los núcleos económicos más importantes de Europa, así que sí, no estoy visitando cualquier lugar al azar para mi primer viaje fuera del país.
Admiro mientras el coche avanza como de alto son los edificios por acá, con amplios ventanales y pequeños balcones en algunos.
Cada esquina de esta ciudad parece tener cafeterías con mesitas redondas y sillas en su exterior y todas ellas, mirando hacia el frente, lo que me da entender que lo hacen para que las personas puedan apreciar la ciudad y su entorno, simplemente para perderse en el momento.
A medida que avanza el taxi, caigo en cuenta de todo, de lo que estoy haciendo, de a donde voy y donde estoy.
Mierda, ¡estoy en París!
Seré una parisina más, al menos durante tres días.
Si, siento la emoción llenar mi sistema y también el miedo, estoy en una ciudad desconocida, con un idioma que no entiendo nada y donde por primera vez me tendré que mover sola por las calles.
El taxi se detiene y al mirar hacia afuera, puedo ver una bonita estructura en un verde musgo, con una puerta doble roja que debe de ser el acceso, varios ventanales y decente, se ve muy decente donde me indica que nada malo me sucederá aquí o eso es lo que intento creer para engañar a mi mente y no sufrir un colapso por los nervios que me atacaran en cualquier segundo.
Veo hacia el taxímetro, busco mi billetera y le entrego el dinero al taxista, quien me ve de mala gana. ¿qué le hice yo para que me vea así? Si no le gusta este tipo de trabajos, no debería de hacerlo y se ahorra estar molesto todo el día.
Pago, bajo con mis cosas rápidamente, porque si sigo más tiempo arriba, el caballero es posible que el mismo me saque a punta de patadas.
Una vez abajo, con suerte alcanzo a cerrar la puerta cuando el taxi sale volando del lugar.
¡Por dios, que genio!
Bufo molesta, pero ya da igual, no dejare que ese caballero perturbe mi mente o mi estadía aquí, ¡Dios mío! ¡Estoy en París! Ahora si tiemblo un poco, pero el sonido de unas puertas siendo cerradas captan mi atención. me giro y veo el hotel donde me quedare estas noches, según su descripción decía que está cerca del centro de la ciudad y que se puede apreciar en algunas de sus habitaciones la Torre Eiffel, esperemos que la mía sea una de ellas, eso sí que sería demasiada suerte.
Al ingresar, me voy directamente al vestíbulo el cual es bastante estrecho, esta adornado por varios ramos de flores lo que hacen que el lugar tenga un exquisito olor y si a eso, le sumamos la magnífica estética del lugar, este hotel representa fielmente el espíritu parisino.
A mi costado izquierdo se pueden apreciar varias mesas pequeñas y unas cuantas sillas que dan un sensación acogedora. Toco la campanilla para que aparezca alguien y lo hace a los segundos.
- Bonjour - me dice una amable mujer y yo le sonrió tímida.
- Hmmm bonjour...J'ai une réservation - suelto con mi asqueroso acento francés y espero que ella entienda algo de lo que estoy diciendo.
- ¿española? - dice la recepcionista y yo asiento, cuando de pronto caigo en cuenta que habla español.
- ¿Hablas español? - pregunto cómo estúpida lo obvio y me avergüenzo de inmediato, pero ella sonríe amable.
- Si, viví en España casi 4 años, aprendí el idioma aunque nunca pude eliminar mi acento natal - dice sonriendo y yo hago lo mismo.
- ¿En qué parte viviste? - le hago platica mientras le entrego el comprobante de la reserva el que ella recibe gustosa y comienza a teclear algo en su computador, que hasta ahora, ni siquiera lo había visto.
Esta tan oculto del ojo público, que me parece sorprendente, quizás lo hacen así para que no dañe la decoración del lugar, ya que los computadores son cuadrados, oscuros y feos.
- Madrid y Sevilla, hermosas ciudades que cada vez que puedo, las voy a visitar - suelta y me entrega la hoja.
- Yo soy de Barcelona, pero si, son hermosas, cada una con su encanto - digo y ella asiente.
Me entrega la llave de mi habitación, me da las indicaciones para llegar sin problemas y nos despedimos, no sin antes quedar en conversar en otro momento. Se ve muy amable y habla mi idioma, lo que es mejor todavía.
Subo por el pequeño ascensor, hasta llegar a mi piso y comenzar a buscar mi habitación, la que no me demoro en encontrar ya que el sitio no es muy grande, pero si muy recomendando y por eso o elegí. Tuve suerte de encontrar una habitación disponible.
Abro la puerta, ingreso con mis pocas pertenencias y quedo con los ojos abiertos y la mandíbula hasta el piso. No por lo hermosa que es la habitación, además de acogedora, sino que, por la vista.
¡Madre mía!
Me acerco hacia la ventana que está abierta de par en par, donde hay una pequeña reja y un maceta por todo su largo con hermosas flores, me quedo ahí, admirando el olor de las flores, sintiendo el aire parisino acariciando mi rostro y mi cabello mientras veo de fondo, como la magnífica Torre Eiffel me da la bienvenida.