Un asiento en primera clase
No tengo ni idea de lo que estoy haciendo, creo que me he vuelto loca por estar en este asiento de primera clase en un avión, camino de un país lejano que no conozco. Pero estoy sonriendo sin ningún tipo de pesar en mi corazón, al contraría, estoy llena de esperanza.
Cuando andaba por el aeropuerto, cuando embarcaba, incluso ahora me siento un poco culpable por no sentir ni la más mínima tristeza.
Hace una semana estaba totalmente deprimida y agobiada, en un trabajo que odiaba y tratando de acabar una carrera universitaria que se había convertido en un suplicio, pero que era la única forma que se me ocurría para encontrar un buen trabajo y tener una mejor vida.
Me recuesto en el asiento y trato de calmar mi cabeza y mi corazón. Noto una manta posarse en mis piernas, debe ser la azafata, pero no abro los ojos. Quizás también estoy asustada. Tengo ese gusanillo en la boca del estomago que me hace sentir viva tras tanta tristeza.
El martes pasado me levanté, sin muchas expectativas, me arreglé y me fui a la universidad a hacer otro examen más. Había pedido un par de días en el trabajo para poder hacer este examen un poco más tranquila que anteriores, que habían sido una puta locura, pero igualmente me parecía un constante Dejavu todo lo relacionado con la universidad. Al igual que en el resto de áreas de mi vida, para ser sinceros. Una intensa semana después estoy aquí, volando, como mi mente, que soñoliente me devuelve al último año de colegio.
- Hace frio, ¿por qué no podemos subir aún al autobús? – Laura pregunta a la monitora encargada de asignarnos los asientos.
- Porque sois los mayores y os vamos a asignar a un compañero de los más jóvenes. – Mi amiga me mira muy mal.
– Jamás tendré hijos, que rollo tía. – La miro y me sonrío.
– Vamos chicas, este se sentará con Laura y esta con Ruth. – La mujer nos acerca a dos niños de diez años y nos empuja, subiéndonos al bus y mostrándonos nuestros asientos. – Cuando lleguemos, no podréis salir del recinto. Debéis comportaros y estar a las seis menos cuarto en el mismo sitio donde os vamos a dejar. Y por último, los más mayores que tiene asignados acompañantes más pequeños, os pido que les echéis un vistazo y si pasara algo me aviséis. – La mujer nos mira en especial a Laura y a mí. Asentimos para que el dichosos autobús se ponga en marcha y podamos pasar el día en Juvenalia, con las entradas que hemos ganado gracias al concurso de comics que hemos ganado. Tengo quince años, uno menos que Laura, que ha repetido un par de veces.
El sitio es increíble, hay una zona de aventura del ejército, un stand en forma de libro donde entrar es toda una aventura. Hay actividades de todo tipo y, lo mejor, conocemos a un grupo que viene del pueblo de al lado. Hector es más pequeño pero muy gracioso. Después de comer nos separamos y Laura y yo exploramos el resto de los pabellones, donde nos pintamos la cara y conocemos más gente de toda España.
Son las seis menos diez cuando un par de niños se colocan a nuestro lado. Son nuestros pupilos, así que grito a Laura y, cogiendo de las manos a los niños, corremos a la zona donde tenemos que coger el autobús. Cuando llegamos aún faltan la mayor parte de compañeros, así que no hemos sido las peores. Subimos al autobús y nos colocamos en nuestros sitios, cansadas de todo el día, estamos sentadas, calladas y miro fuera, a través de los cristales empañados. A Nuestro lado está el autobús del pueblo de al lado, donde Hector y los demás esperan ya para salir. Nos saludan al ver que somos nosotros y les devolvemos el saludo.
Es una de los mejores días de mi vida, es como dicen, uno de esos momentos, esos que hacen que la vida que sobrevivimos se convierta en ese recuerdo que no se va a borrar.