CAPÍTULO DOS (LA METASTASIS Y YO)

2348 Palabras
En un viaje de negocios, conocí a la familia de Hans. No tenía ganas de estar solo, así que, cuando él me invitó acepté sin dudar. Estaba distraído teniendo una madura conversación con la sobrina de Hans, cuando una cosa pequeña de orejas puntiagudas, se hizo pipí en mis zapatos. Ese día supe, que ese pequeño perrito era para mí, así que, le supliqué a la hermana de Hans que me lo vendiera. Ella se negó diciéndome que era ilegal, pero que podía regalármelo. Su perra había parido cachorros y nube, el más inquieto, lograba escaparse siempre. Así que, me reí mucho por el nombre que le había puesto a ese pequeño demonio al que llamé Caronte y esa misma noche que me lo llevé al hotel. Caronte me ayudó mucho con mi sentimiento de soledad y tristeza. Fue mi ángel peludo y, aunque era estricto con él, lo amaba mucho. Lo llevaba a todos lados, hasta le había enseñado a subirse a la tabla para surfear conmigo. Caden estuvo raro durante unos días, hasta que por fin me dijo que se trataba de Bree y que ella estaba con alguien. Me puse como un loco celoso ese día y mandé a investigar a ese idiota, pero no encontré nada, él estaba limpio. Una mañana, soñé con ellos dos casándose y me levanté un poco loco, así que, fui a la universidad por ella, pero la vi con él. La vi reír, la vi feliz. Así que, Caden encendió el auto y ese día me pegué una borrachera con la cual terminé llamándola a las tres de la madrugada, pero no me contestó. Al día siguiente, me desperté muy tarde y con una resaca brutal. La cabeza me mataba y eso no mejoró en días, hasta que convulsioné en el desayuno y terminé en el hospital. Me hicieron un montón de estudios hasta que los resultados de la tomografía revelaron metástasis cerebral. Cuando me dieron los resultados me quedé en shock. Tenía metástasis cerebral y no había absolutamente nada que yo pudiera hacer más que resignarme y llevar una vida tranquila, mientras esperaba que la muerte viniera por mí. En ese momento, solo vino un nombre a mi mente y ese fue el de Bree. Tenía que buscarla, me estaba muriendo y esta vez era en serio. Así que, tenía que recuperarla. El doctor me ofreció un millón de tratamientos experimentales. Pero ¿qué sentido tenían? Con eso, solo se alargaría esta tortura, porque igual me iba a morir. Terminé resignándome por completo. Salí de ese consultorio desahuciado y con una idea en mente: dejarle todo a Bree. Así que, mientras Caden me llevaba a casa, ideé un plan. Sabía que ella me odiaría por obligarla, pero no había nadie mejor que ella para heredarme y no había nadie mejor que cuidara de Caronte. Y como por cosas de la vida, de la universidad me dieron la noticia de su graduación. Bree se graduaba con honores y yo estaba orgulloso de ella. Ese día armé mi plan a la perfección, luego compré el ramo de rosas más hermoso que conseguí y me fui a la universidad. Cuando me aparecí frente a ella, me miró con desprecio, cosa que me dolió demasiado. Ella me odiaba y estaba más que justificado, porque la había abandonado y, aunque yo tenía un poco de justificación, ella no lo merecía. Aplaudí muy orgulloso después de su discurso y fuimos al restaurante donde nos habíamos conocido, aunque, por su cara, creo que no estaba feliz de estar en aquel lugar. Sin tacto ni nada, le hice la propuesta de matrimonio y viéndolo desde afuera, hasta yo me odiaría por eso. Pero todo tenía un trasfondo y ese era, que ella me heredara y estuviera cómoda siempre. Merecía estar tranquila por el resto de su vida y esa tranquilidad se la daría yo. No involucré nada sentimental en esa propuesta, porque yo no tenía tiempo para eso y ya era demasiado tarde para mí, era demasiado tarde para nosotros. Y, aunque ella se quedó triste, yo me sentí victorioso. Cuando llegué a casa me martiricé por ello. ¿Cómo mierda podía sentirme victorioso cuando ella se sentía triste? Enojado, rompí el vaso de whisky contra la pared. Era un idiota, definitivamente lo era. La mañana siguiente, como para remediar mis errores, fui a su apartamento y casi derrumbé la puerta, pero ella no me abrió. De seguro se había ido de fiesta con sus amigas y se había acostado tarde celebrando. Pero eso también suponía que ella había bebido demasiado y que, posiblemente, estaba muy ebria y algo malo le podía estar pasando. Así que, mis alarmas de peligro se activaron obligándome a hacer algo que no quería, entrar a su apartamento sin que ella me invitara, porque sí, ese apartamento estaba a su nombre desde que había comprado el edificio para ella. La señora Colt me saludó sonriente justo antes de que yo metiera la llave en la cerradura. Era una tierna señora a la que su familia, literalmente, había abandonado y para que Bree no sospechara que estaba completamente sola en ese edificio, yo la había llevado a vivir ahí y le había dado el apartamento de enfrente, así las dos se hacían compañía. Por lo que me había informado Caden estos años, así había pasado. Apenas entré, visualicé la bolsa de Bree en el sofá, cosa que me confirmaba, que ella sí estaba en el lugar. Apresuré mi paso a su habitación, en serio le pedía a dios que ella estuviera bien. Apenas abrí la puerta, un olor a alcohol inundó mis fosas nasales. ¡Demonios! ¿Cuánto había bebido esta mujer? Me acerqué a ella para asegurarme de que aún respiraba y cuando lo comprobé me alejé un poco, quedando de pie justo en frente de su cama. Esto me parecía completamente acosador y no sé por qué, no podía alejarme y simplemente dejarla en paz. Me quedé como un imbécil mirándola. Una media hora después, la vi moverse y abrir los ojos. Quise reírme cuando ella, medio dormida, intentaba entender qué era lo que pasaba. Se agarró el pecho en señal de susto y yo tuve que morderme los labios para no soltar una carcajada. Después de quejarse, porque invadí su privacidad, le hice saber que ella era mi prometida y que éste era mi apartamento. Así que, yo tenía todo el derecho de estar en él si me daba la gana. Me sentí un imbécil por decirlo, pero no quería que ella se diera cuenta, ni siquiera, que me gustaba. Además, yo no estaba ahí para eso. Me echó de la habitación y salió de ella unos minutos después. La miré de arriba a abajo y estaba hermosa. Pero no podía saber cuán loco estaba por ella, así que, levanté una ceja y le hice la pregunta más estúpida que un idiota puede hacer — ¿Así irás a tu prueba de vestido? Ella me miró sin poder creerlo y yo quise golpearme, nada más por decirlo. ¡Eres un idiota Ramsés! “Isí irís i ti priibi di vistidi” ¡¿Cómo mierda se me ocurrió decirle eso?! Quise salvar el momento diciéndole que después iríamos a comer juntos. Si hay algo que adoraba de ella, era su capacidad para que las cosas no le afectaran por mucho tiempo. Así que, solo me dijo que no sabía que íbamos a la prueba de vestido y se dio la vuelta, supuse que para cambiarse. Pero ella no tenía que cambiarse nada, estaba hermosa como estaba, el imbécil había sido yo. Así que, tomé su mano y le dije que no había tiempo, pero ella insistió, soltándose de mi agarre como si le quemara, como si tocarme no estuviese bien y eso me puso un poco loco. Entonces en mi cabeza solo estaba una idea y esa era “costal de papas” así que, la cargué en mi hombro, como un costal de papas, aunque más bien diría yo, un kilo de pan, porque ella era tan ligera que podía manipularla sin problema alguno. Se quejó, pataleó, gritó y me golpeó. Me hice el duro, pero esos huesitos golpeaban fuerte. La señora Colt nos saludó con una sonrisa. Yo fingí que no la conocía y subí al ascensor con Bree aún en mi hombro. Y siempre yo y mi gran bocota, la amenacé con nalguearla. Nada más en pensarlo, como un puto puberto, sentí a mi amigo despertar. ¡¿Pero qué mierda me pasaba?! Yo no era así. Y como por cosas del destino, ella siguió golpeándome, así que, no me contuve y la nalgueé. Sentí mi mano arder y cuando la escuché decir malas palabras ¡Dios mío! Mi entrepierna se puso en llamas. Así que, cuando las puertas del ascensor se abrieron, salí a toda prisa hasta llegar a mi auto y la puse en el suelo alejándome de ella. Apenas subí al auto, me concentré en mi teléfono, necesitaba distraerme o mi erección sería terriblemente notoria y tenía que admitir que con ella sí me avergonzaba mucho y no sabía por qué. Me sentí un poco envidioso de cómo ella trataba a Caden. Pero era obvio, estos cinco años, él había estado al pendiente de ella, mientras yo había huido como una rata cobarde. Me enojé conmigo mismo, así que, estuve más serio de lo normal. La planificadora de boda era una insoportable, pero era la mejor y yo quería lo mejor para Bree. Quería que ella se sintiera cómoda y feliz con esto, pero eso no pasó. Cuando Caden me llamó y me dijo que Bree estaba afuera hecha una furia, salí a toda prisa bastante preocupado por ella. Cuando me explicó lo que pasaba, la tomé de la mano y entré muy enojado. Puse a Beverly en su lugar. Ella era una empleada y tenía que seguir las órdenes de Bree. Supe que le había gustado, porque no pudo disimular su sonrisa, tanto, que salió emocionada mostrándome el vestido que había escogido. Verla feliz, me ponía de buen humor, así que, le sonreí de vuelta y ella puso cara de sorprendida, pero se acercó a mí dándome las gracias y tomándome por sorpresa, me abrazó. Me quedé helado. La última persona que me había abrazado era mi madre y fue esa última mañana de mi cumpleaños. Creo que me puse como una piedra, porque ella me soltó inmediatamente y se disculpó, pero ese abrazo de cortos segundos había sido suficiente para alterarme. Desde ahí, mi cabeza estuvo en el pasado y me sumergí en un mar de melancolía. Bree, en cambio, estaba parlanchina, pero yo no estaba escuchando absolutamente nada de lo que decía. Cuando ya no pude más, le pedí a Caden que me llevara a la oficina. Necesitaba distraer mi cabeza con trabajo. No quería sentirme más así. Bree me habló, pero ni siquiera supe qué me dijo. Así que, le dije a Caden que la llevara a su casa y yo me encerré en mi oficina. Los días siguientes, mi estado de ánimo no mejoró en lo absoluto. Cuando volví a ver a Bree, fue para escoger la comida y el pastel de nuestra boda. Cuando la dejé escoger todo sin protestar, me preguntó si yo estaba enfermo. ¡Mierda! Ni siquiera había pensado en mi enfermedad desde que la había traído de vuelta a mi vida. Pero ella no se podía enterar de mi estado, así que, le dije que no estaba enfermo y que solo quería que ella se sintiera bien con todo lo de la boda. Me agradeció haciéndome saber que no me volvería a abrazar para no hacerme sentir incómodo. Pero durante días, ese abrazo cálido estuvo en mi cabeza. Sin querer, pude escuchar cómo mis jodidos pensamientos salieron por mis labios delatándome con un “deberías hacerlo seguido, así me siento más humano”. Ella me miró con pena y yo me sentí un estúpido. Sentimiento que se fue, cuando ella volvió a abrazarme tomándome por sorpresa. Mi cuerpo se tensó como respuesta principal. Pero al segundo después, me sentí tan cómodo en sus brazos que quería quedarme siempre en ellos. Cerré los ojos, relajándome, hasta que la chillona y molesta voz de Beverly nos interrumpió, haciendo que Bree cortara ese abrazo añorado. ¡Jodida Beverly! Ese día, oficialmente, se había ganado a alguien más que la odiaba. Bree le volteó los ojos y yo la miré orgulloso —Así se hace, mi vida —pensé. Luego, nos fuimos a las clases privadas de baile y Bree era un desastre. Se frustraba tanto, que me hacía perder la paciencia a cada segundo, al punto de que le llegué a gritar que se concentrara, pero ella me confesó que no sabía bailar. Ahí nos enfrascamos en una pelea absurda, donde ella explotó diciéndome con sarcasmo que la perdonara “porque las monjas no le habían enseñado a bailar”. Me sentí terrible y quise calmarla, pero ya no me quiso escuchar y explotó haciéndome saber todo lo que yo ya sabía, que era una horrible persona por hacerle esto y que, si no fuese, porque la estaba obligando a casarse conmigo, jamás se hubiese relacionado con una horrible persona que tiende a desaparecerse, como yo. Si había algo que Bree era, cuando se enojaba, eso era ser la persona más hiriente del mundo. La siguiente vez que nos vimos fue para la boda. Cuando Bree me rogó que canceláramos todo, tuve que tragar saliva fuerte y negarme, porque yo necesitaba dejarla bien posicionada a ella. Cuando Bree caminó al altar, ese día las malditas mariposas revolotearon en mi estómago y no podía parar de mirarla. Ella estaba hermosa y en unos minutos iba a ser solo mía. Pero mi corazón se rompió cuando vi sus ojos rojos. Tuve ganas de abrazarla y hacerle saber que todo estaría bien. Así que, dejé de comportarme como un idiota, porque, aunque todo esto era por su bien, le estaba haciendo demasiado daño con mi actitud estúpida.
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