Capitulo 1
Despertó tarde, se miró al espejo y empezó a pensar en que ya era mayor. Hoy era su cumpleaños. Cumplía 20, así que aún era joven, pero se sentía extraña, como si un año más de su vida estuviera pasando sin que hubiese logrado nada.
Fue al baño, se quitó la pijama y se metió en la ducha. Había un espejo grande frente a la regadera y miró su cuerpo desnudo. No le gustaba lo que veía, y aunque la verdad llamaba la atención de los hombres, no dejaba de sentirse gorda. Se oprimió el vientre, un poco abultado, luego se volvió de costado y tomó con sus dedos un pequeño rollito que se formaba en su espalda. Pensó en que era horrible y en lo feliz que sería si tuviera el cuerpo de alguna actriz de televisión o algo parecido, si pudiese ir a las tiendas y pedir ropa talla chica, pantalones talla 3 en vez de la 9 que era.
Retiró la vista de su cuerpo, odiaba mirarse desnuda, así que mejor se concentró en su rostro. Era algo redondo, pero tenía unos grandes y bonitos ojos castaños, una nariz finita y respingada, además de una boca pequeña de labios delgados. No estaba mal; su cara sí le gustaba, al igual que su largo cabello castaño cortado en capas.
Terminó por fin de ducharse y se apresuró a salir. Se lavó los dientes, dio un último vistazo a su rostro y notó un poco de ojeras por las desveladas recientes. Se dirigió a su cuarto, que ya había sido invadido por una de sus hermanas, que estaba buscando entre sus zapatos.
—Oye, préstame tus tenis rosas —soltó su hermana en cuanto la vio entrar.
—Lo siento, los lavé ayer y aún no secan —respondió ella encogiéndose de hombros.
—Va, no importa, me llevaré los blancos.
—Ok, no los ensucies mucho, mañana es día de práctica y los necesitaré —le dijo a su hermana y comenzó a buscar qué ponerse.
—Adiós hermosa, se me hace tarde y la prefecta me tiene sentenciada —dijo su hermana—. ¿Tú no tienes clase? —gritó desde afuera.
—Hasta dentro de dos horas —respondió ella, pero ya no supo si fue escuchada porque su hermana salió de prisa.
Era jueves, su día favorito porque era corto en la universidad. Había amanecido en casa y esa noche tampoco le tocaba trabajar, así que amaba los jueves.
Era estudiante de medicina de primer año, cosa que la convertía en el orgullo de sus padres porque entró a la escuela pública en el primer intento, cosa que no era sencilla. “Ni asistir lo es”, pensó fastidiada. Pasó gran parte de la noche estudiando.
Tomó sus jeans favoritos del armario y los arrojó a la cama. Buscó una playera tipo polo rosa fiusha y también la aventó para buscar su ropa interior. Cogió unos bóxers rosa suave con el brasier a juego, se los puso a prisa y se sentó en la cama a maquillarse. Aplicó base, polvo, un poco de rubor —ya que era muy blanca, no quería parecer un muerto—, aplicó sombra sencilla de un color neutro, rizó sus pestañas que eran bastante largas, y aplicó rímel. Luego brillo labial, y estaba lista.
Se vistió rápidamente con lo que había dejado en la cama, sacó unos tines del cajón y se puso los Converse negros. Preparó la mochila, se secó y cepilló el cabello, y decidió dejarlo suelto. La verdad, tenía un lindo cabello, pensó cogiendo la mochila. Tomó solo una manzana para el camino y salió a prisa. Faltaba más de una hora para su clase, pero viajaba en el metro, y con el transporte público, una nunca sabía.
Llegó cuando aún faltaban 15 minutos para la clase. Los alumnos del grupo anterior iban saliendo y pudo pasar al salón a esperar. Sacó la laptop y estaba encendiéndola cuando escuchó esa voz tan familiar y que le aceleraba el corazón.
—Hola, Lizzie —le dijo él, de cariño—. Feliz cumple —dijo, y le entregó unos chocolates, sus favoritos.
—Hola, Alonso, mil gracias. Tan puntual como siempre —le respondió ella.
—Es que te vi subir y vine a alcanzarte, no podía perderme unos minutos contigo —dijo él, medio en broma, pero haciendo que el corazón de ella diera un brinco de emoción. Vaya que ese chico le gustaba—. ¿Y qué, doctora, buena guardia la de anoche? ¿Algún accidentado, alguien gravemente herido? —preguntó él.
—Para nada, los miércoles no trabajo. Ni hoy —le recordó ella con una sonrisa que decía “gracias a Dios”.
—Hermosa sonrisa —dijo él—. Lo pensé porque te ves cansada.
—Lo estoy —dijo ella—. Tenía tarea atrasada y apenas dormí.
—Te admiro mucho, ¿sabes? No sé cómo le haces para trabajar y estudiar. Ya sin trabajar, esta carrera es una mierda, y tú lo llevas tan bien. Eres más aplicada que yo —dijo sonriendo, y luego cambió a una cara de falso enojo—. Es más, ahora que lo recuerdo, te odio por ello. Me haces parecer un imbécil por más que me esfuerzo —dijo, y ambos soltaron una carcajada.
—Para nada —contestó ella—. Eres bueno, y lo sabes. Solo que se te da con naturalidad, como les sucede en todo a los chicos guapos.
—Claro, muñeca, tú ya sabes cómo es esto —bromeó él—. Los guapos estudiamos medicina, los demás que estudien lo que sea...
Rieron juntos por la broma, y ella lo miró a los ojos pensando lo guapo que era. Tenía el pelo oscuro, la piel morena, su rostro de facciones tan varoniles, ojos que se veían tan negros, tan profundos... parecía una escultura tallada por los dioses. Su cuerpo era atlético, algo fornido. Seguro trabajaba los músculos del torso y los brazos, pues se notaban sobre las playeras. Tenía un hermoso lunar en la mejilla izquierda, cerca del labio. Ella suspiró mentalmente por lo hermoso que era; se sentía insignificante para él.
Empezaron a llegar más compañeros a la clase, entre ellos Salvador, otro de sus amigos.
—¿Cuál es la gracia? —dijo Salvador nada más llegar al lado de ellos—. Seguro que no estudiaste; ya tienes puesta la lap, mi pequeño asno.
—¡Claro que estudié! —se defendió ella—. Pero un repaso no está por demás.
—Ah, sí. Hola, Chava. También nos alegra verte —interrumpió Alonso.
—Hola —dijo el aludido, antes de volverse de nuevo a la chica—. Yo no sé cómo le haces. Aparte de tonta, eres una cosa horrorosa —dijo poniendo cara de asco—. Si ya eres enfermerucha, ya confórmate. Esto no es para ti —dijo y le sacó la lengua.
Lo decía por molestar. Él era así, bromeaba de forma algo grosera, así que ella ya no le daba importancia.
—Deja en paz a mi chica —dijo Alonso, abrazándola para acercarla a él—. Ya quisieras la mitad del potencial que tiene esta cabecita —agregó y le besó la frente.
—No es verdad —alegó Chava y les sacó la lengua con una media sonrisa—. Yo soy tan genial y ella tan boba y fea...
—Eres tan ridículamente infantil a veces —dijo ella con una carcajada—. Y es más gracioso por tu tamaño, eso lo vuelve más ridículo —y siguió riendo por su ocurrencia. Alonso también, pues Salvador era un chico como de dos metros y con mucho sobrepeso.
—Sí serán ton... —empezó a hablar, pero el profesor entró y terminó esa charla.
La clase fue larga y aburrida, pero Alonso, como siempre, la mantuvo despierta enviándole papelitos con bromas sobre el profesor, el tema o los compañeros, haciéndola reír a ratos. Parecían de secundaria.
Al terminar la clase salieron al pasillo y Chava se despidió con la mano mientras se apresuraba hacia los baños. Alonso la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla, cerca del cuello, y le dijo:
—Tengo la hora libre. ¿Quieres desayunar conmigo? Yo invito —le dijo al oído.
—Lo siento —dijo ella, lamentándolo—, pero no puedo. Yo sí tengo clase y la profesora es muy estricta —la odió por dentro al recordarlo.
—Entonces te llevo —comentó él, tomándola de la mano. Caminaron así hasta el salón donde sería la clase. Se despidieron y la dejó ahí como boba, lamentando no poder ir con él, derritiéndose por cómo la trataba, confundida por no saber si le gustaba o solo era así de lindo con ella por ser tan amigos. Deseando de corazón que se enamorara de ella y lamentando no ser tan bonita. Recordó el escalofrío en su espalda cuando le susurraba o la abrazaba...
Se perdió en esos pensamientos cuando escuchó la voz de la profesora preguntar:
—Elizabeth, basada en lo que acabo de explicar, ¿cuál crees que sea el mejor manejo para un paciente de edad madura que llega a urgencias con dolor precordial?
La oyó preguntar y se dio cuenta de que no había oído ni pío de la clase, así que respondió basándose en lo que le pedían los médicos como enfermera en sus guardias en urgencias:
—Inicialmente, indagar sobre las características del dolor, saber si es un dolor anginoso típico, estadificar sus factores de riesgo cardiovascular y conocer sus constantes vitales. Un electrocardiograma si tiene factores asociados —cruzó los dedos esperando acertar.
—Bien —dijo la profesora—. Es una buena forma de abordar el manejo inicial. Bueno, es todo por hoy.
Elizabeth agradeció al cielo tener trabajo en una sala de urgencias, sonrió por su buena suerte y salió a su siguiente clase.
El profesor no llegó, así que aprovechó para adelantar la tarea. Así le quedaría tiempo de ir de compras; el sábado festejaría su cumpleaños y saldría por ahí. No era lo que acostumbraba, pero la habían convencido, así que debía verse bien.