Luego de viajar casi cuarenta minutos por la avenida Broadway, llegamos al puerto. Max me pide que me quede en el auto, y, esta vez, obedezco. Porque verlo de cerca sería mejor, pero no me arriesgaría tentando a mi suerte de esta forma. He entendido la indirecta cuando intentó deshacerse de mí, pero no cedí. Al menos quiero ver de qué trata esta entrega. Cuando llegamos, Leo ya está de pie bajo un pequeño farol hablando con otros dos hombres y, déjenme decirles que se ve turbio. Si cualquiera pasara por el lugar y los viera hablando con sus cigarros en la boca y echando humo, saldrían corriendo por su vida. Porque, es fácil decir que son mafiosos. Pero, cuando Max se une a ellos, sonriendo y dando amigables golpes en los brazos de los demás como cualquier hombre saluda a sus amig

