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Pecados Irresistibles

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Descripción

En una ciudad que nunca duerme, donde los secretos se ocultan tras el cristal de los rascacielos y las máscaras no siempre se quitan al caer la noche, Evanya Brixton intenta mantener su mundo a flote. A sus veintiocho años, su vida parece encajada en una rutina asfixiante: un matrimonio deteriorado, deudas que crecen como sombras, y un trabajo como asistente en un periódico donde su jefe la desea más de lo que debería.Cuando las cuentas no dan abasto y su esposo, adicto a las apuestas, la arrastra al borde de la ruina, Evanya acepta un segundo empleo como mesera nocturna… sin saber que está cruzando la puerta de un lugar donde las reglas del mundo real no existen.La Mansión del Pecado no es solo un club, es un santuario de lujuria para la élite. Un templo donde cada deseo se convierte en orden… siempre y cuando el dueño del lugar lo permita.Azran Ward o "Pantera" es el nombre por el cual todos lo conocen. Nadie ha visto su rostro, solo la máscara de felino n***o que cubre su identidad. Pero todos saben que si una mujer le gusta, es suya antes que de nadie.Lo que Evanya no sabe es que Pantera ya la ha elegido. Que sus ojos azules la observan desde las sombras. Que su obsesión por ella crecerá hasta convertirse en una amenaza silenciosa, envolvente… imposible de esquivar.Él está dispuesto a todo por tenerla.Incluso si cada uno de sus métodos es tan cuestionable como oscuro.Incluso si destruir su vida es el precio de poseerla.Ella deberá decidir¿Hasta dónde está dispuesta a caer?¿Y qué hará cuando descubra que ella también puede disfrutar del pecado?

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Cuentas por pagar
⚠️ADVERTENCIA⚠️ Esta no es una historia rosa. Los personajes aquí descritos son de moral cuestionable, se narran desnudos explícitos, tríos e infidelidades. Es una historia completamente +21 y completamente ficticia. Aquí nadie es un santo, no es una historia para profundizar pues la mitad del contenido es s'exual y cuestionable. Si lo que buscas es una historia que te deje algún aprendizaje o un tema que trate de la vida real, aquí no es. Leer bajo su propio riesgo. Si después de la advertencia deseas seguir leyendo. Acompáñame a conocer a este CEO øbsesivø *** . 01 Cuentas por pagar Las manos de Evanya se apretaron a las sábanas cuando recibió la siguiente embestida. Un gemido se escapó de su boca, áspero, casi automático, mientras sus ojos marrones se mantenían fijos en un punto de la pared. Justo ahí, donde el yeso agrietado pedía ser resanado desde hacía semanas. La pintura estaba descascarada, el tono era más claro que el resto de la habitación, y si no compraba ese maldito esmalte pronto, terminaría por odiar esa habitación aún más de lo que ya la detestaba. Sus dedos se tornaron blancos, cuando apretó más la sabana arrugada al recibir otra embestida. Su cuerpo se balanceó hacia adelante, tenía las rodillas hundiéndose en el colchón mientras el camisón arrugado se amontonaba sobre su espalda baja. Justin se aferró a su cintura, con sus dedos grandes marcándole la piel. Sus caderas golpeaban contra ella con fuerza constante, sin ritmo seductor, solo una necesidad cruda y rutinaria mientras apretaba los dientes y resoplaba cerca de su nuca. Le acarició los pechos desde atrás sobre la delgada tela, lo hizo con brusquedad, buscando un mayor alcance. Ella gimió otra vez. Aunque lo hizo más con el deseo de ayudarlo a terminar pronto. Estaba agotada. La jornada en el periódico había sido una mierda. Su jefe la había tenido de pie todo el día, llevándole cafés, imprimiendo borradores, soportando esa sonrisa estúpida cargada de interés que ya no se molestaba en disimular. Su espalda dolía. Tenía las piernas entumecidas y la cabeza embotada. Lo último que quería era fingir entusiasmo durante cada embestida, pero ahí estaba, posicionada en sus cuatro extremidades sobre la cama, con el torso hundido y el trasero elevado hacia Justin, mientras él se deshacía detrás de ella como si el mundo no se estuviera cayendo a pedazos. Evanya pensó en la pintura. ¿Sería marfil? ¿Blanco humo? ¿Quizá hueso? El catálogo de la tienda que visitó la semana pasada desfiló por su mente mientras él gruñía con fuerza y le clavaba las uñas en las caderas. Sintió el cuerpo de Justin tensarse. Sus movimientos se hicieron erráticos, más rápidos, más torpes. El aliento le golpeaba la espalda húmeda, caliente. Un segundo después se salió de ella de golpe y lo sintió correrse sobre sus nalgas desnudas. El chasquido húmedo de su mano al limpiarse fue lo siguiente que llenó la habitación. Evanya no dijo nada. Se bajó el camisón soltando un suspiro aliviado, dejando que la tela suave le cubriera el cuerpo, ahora tibio y sudado. Se giró hacia el lado contrario de la cama, se encogió sobre sí misma como si quisiera desaparecer. Sus rodillas tocaron su pecho, sus brazos se cruzaron frente a su cara. Y entonces cerró los ojos para descansar. No es que el sexo con Justin fuera malo, a ella le encantaba tener intimidad con él, lo amaba, pero de verdad estaba abrumada y los placeres carnales habían pasado a segundo término en su vida diaria. Sintió a Justin acostarse detrás de ella, grande, pesado, satisfecho. Su respiración aún agitada llenaba el silencio. Luego una mano suya se posó sobre su cintura, torpe, como si marcara territorio antes de quedarse dormido. Evanya no se movió, soltó un suspiro agotado y quedó rendida sin haber siquiera llegado al orgasmo. *** . El agua caliente se deslizó por la espalda de Evanya, arrastrando consigo el sudor de la noche anterior, pero no la fatiga. Esa seguía ahí, metida entre sus músculos como un peso sordo. Se enjabonó sin prisa, pegando la frente al azulejo húmedo. Apenas eran las siete de la mañana y ya sentía como si el día la estuviera venciendo. Escuchó el sonido de la cafetera desde el otro lado del departamento. Luego, el crujido de la madera cuando Justin caminó hacia la barra de la cocina. El espacio era reducido, constaba apenas de una habitación con baño integrado y un área abierta que unía cocina, sala y comedor en aquel departamento viejo. Cuando salió del baño envuelta en vapor, ya iba vestida con una blusa blanca de botones y una falda tubo negra. Su cabello castaño claro aún estaba húmedo sobre sus hombros. No llevaba maquillaje. No tenía tiempo para eso. Justin, de pie junto a la cafetera, se estaba abotonando la camisa azul marino. Su torso marcado era aún visible mientras bajaba el último botón. Lucia apuesto como cada día. Se sirvió una taza sin mirarla. —¿No vas a desayunar? —preguntó al verla pasar junto a él. Evanya tomó una taza del escurridor, sirvió café y lo sostuvo entre las manos, agradeciendo el calor. —Se me hace tarde —respondió, mirando de reojo la pila de sobres sobre la mesa—. Tengo que revisar esto. Abrió uno. La factura del gas. Otro. La tarjeta de crédito. Otro más, era el recibo de luz. —¿No habías pagado esto ya? —preguntó, sosteniendo la hoja entre sus dedos. Justin se sentó en una de las sillas altas de la cocina, con la taza en la mano, relajado. —Lo invertí —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo—. Lo voy a recuperar antes de que termine el mes. Quizá hasta el doble. Ella lo miró por encima de su taza, exhalando con los labios cerrados. No había rastro de vergüenza en su voz. Ni un atisbo de culpa. Solo esa seguridad arrogante que siempre lo acompañaba cuando hablaba de dinero. —No vamos a llegar a fin de mes, Justin. Con mi sueldo no alcanza —dijo ella, bajando la taza al mesón con más fuerza de la necesaria—. No puedo seguir cubriendo todo yo. Tal vez deberías considerar pedir un préstamo. Uno real. Justin chasqueó la lengua y la miró con la misma expresión que usaría con una anciana molesta por el volumen de la música. —Otra vez con eso... —resopló, apoyando los codos en la barra—. A veces me haces sentir como si estuviera casado con mi madre. Evanya cerró los ojos un segundo. Respiró. Luego volvió a abrirlos. —Estoy tratando de que no nos corten la luz. No de joderte la vida. —¿Y qué quieres que haga? ¿Rogarle a un puto banco como un maldito fracasado? —espetó, cruzando los brazos—. ¿No se supone que somos un equipo, Evanya? ¿Una pareja? ¿Qué nos apoyamos en las buenas y las malas? Ella lo miró, sus palabras flotaban entre los dos como una broma cruel. La imagen la golpeó con fuerza, Evanya recordó la primera noche que llegaron a ese departamento hace cinco años, cuando ella tenía 23 y recientemente se habían graduado de la universidad. Ambos habían conseguido su primer empleo, estaban riendo. Con una caja de pizza abierta sobre el suelo. Él tomándola con urgencia sobre ese mismo sofá que ahora estaba hundido y chirriaba. La intensidad de su mirada, la forma en que la besaba como si no existiera otra mujer en el mundo. Como si no existiera otro mundo más que ellos. El presente apretó sus entrañas. Justin sorbió su café, tan tranquilo. —Buscaré la forma de conseguir un préstamo —dijo ella, levantándose. Justin se acercó, la rodeó con un brazo y la besó en los labios. Era cálido, convincente, el tipo de beso que una vez la habría hecho olvidar el resto. Ella lo dejó hacer. Luego tomó su bolso y miró el reloj en su muñeca. Eran las siete cuarenta y seis. Tenía que alcanzar el tren. Cruzó el pasillo hacia la puerta. Justin seguía ahí, sin prisas, sin preocuparse por nada, ni siquiera por llegar temprano a la empresa donde laboraba. Ella, en cambio, llevaba todas las deudas a cuestas. Y aun así lo amaba. Lo amaba con ese apego doloroso que nace cuando una parte de ti aún recuerda cómo era todo antes de que se rompiera. Salió del apartamento. El ascensor tardaría, así que optó por bajar las escaleras, sintiendo el café revolverse en su estómago vacío. Esa mañana tampoco iba a desayunar. . El torniquete metálico giró con un sonido áspero cuando Evanya lo empujó con la cadera. El aire frío del lobby del periódico le caló en los brazos, a pesar de la blusa. El edificio ya estaba lleno de gente en movimiento. —Buenos días, Evanya —la voz alegre de Jenna la sacó del sopor matutino. Evanya levantó la vista y la vio acercarse desde la recepción. Jenna llevaba el cabello rubio recogido en una coleta alta, los ojos celestes bien delineados y un vaso de café en cada mano. Llevaba jeans ajustados y una blusa blanca que dejaba entrever su sujetador n***o. Siempre tan radiante. —¿Qué es lo que te acongoja ahora? —preguntó con una sonrisa, extendiéndole uno de los vasos—. Te apuesto lo que quieras a que otra vez no desayunaste nada. Evanya aceptó el café con una mueca de agradecimiento. —No tuve tiempo —dijo, bajando la mirada. No era del todo mentira, pero tampoco era toda la verdad. Jenna chasqueó la lengua. —Tienes que comer, mujer. Agradece que tus caderas son generosas, si no parecerías puro hueso con esa rutina de mártir —dijo dándole un vistazo a la castaña. Evanya era una mujer muy hermosa, pero quizá ella misma ya no era consciente de ello. Evanya sonrió de lado, cansada. —Es que hay cuentas que pagar a fin de mes… y no me dan tregua. —¿Tu pareja no es contador? —preguntó Jenna, con curiosidad fingida. Preguntando en su mente porque Evanya siempre parecía afligida por el dinero. Evanya asintió. —Sí, pero tuvimos un gasto fuerte. Y es nuevo en ese empleo. Ahora estamos... sin dinero, básicamente. Estoy considerando pedir un préstamo —confesó con pesar—. Y eso que los detesto. Pero… Jenna la miró de reojo, dando un sorbo a su café. —¿Pero? —Mi jefe… el director —dijo, bajando la voz—. Ya sabes cómo es. Me observa como si fuera un trozo de carne. Cada vez que paso cerca, se pasa la lengua por los labios. Me da asco. —¿El calvo con panza de balón medicinal? —Jenna levantó una ceja—. Sí. Lo he visto. Tiene la mirada de un tipo que se masturba en la oficina —agregó con un gesto de asco. Evanya bajó la mirada, sintiendo náuseas solo de pensarlo. —Necesito este empleo. No puedo simplemente dejarlo —siseó más para si misma. —Suerte con eso —dijo Jenna con un tono seco, mirando al fondo del pasillo. Evanya se quedó en silencio. Observó cómo Jenna jugueteaba con la tapa de su vaso de café y recordó, de pronto, una conversación pasada… algo que Jenna mencionó una vez. Sobre un trabajo que tenía por las noches. ¿Era mesera? No recordaba bien. —Tú… me dijiste que tenías un segundo trabajo, ¿no? —preguntó intrigada con un atisbo de brillo en los ojos. Jenna parpadeó, su sonrisa se tensó. —Sí. Pero no es para ti —respondió de inmediato. —¿Por qué no? —cuestionó Evanya con el ceño fruncido. No le parecía tan complicado atender mesas. Jenna soltó una risa breve. —Porque eres demasiado pura —confesó con franqueza. Evanya frunció nuevamente el ceño sin comprender. —Tampoco es que sea virgen. Ni una adolescente o algo parecido —espetó, aunque no comprendía a que quería llegar Jenna con el comentario. La rubia giró la cabeza para mirarla de frente. —¿Con cuántos hombres has follado? Evanya se quedó en silencio. El ascensor se abrió frente a ellas. —Solo con Justin —murmuró. Su voz fue apenas un suspiro. —Exacto —dijo Jenna, como si eso lo confirmara todo—. Por eso digo que no es para ti. Evanya se cruzó de brazos. —¿Qué clase de lugar es ese? —preguntó más intrigada y un poco ofendida. Jenna la miró un par de segundos sin responder, mientras entraban al ascensor y presionaba el piso donde ambas bajarían. Evanya no dijo nada. Miraba el suelo, apretando los labios. —Veré qué puedo hacer —soltó Jenna, cuando nuevamente se abrieron las puertas del ascensor. Evanya la miró, con alivio. —Gracias. De verdad —dijo ella, y ambas salieron, iban en direcciones contrarias. —No me agradezcas todavía —respondió Jenna, dándole una última mirada antes de desaparecer por uno de los pasillos. Evanya suspiró. Apretó el vaso de café entre las manos. Una vez que giró a la izquierda. El pasillo estaba en silencio, como siempre a esa hora. Se detuvo frente a la oficina del director general. Miró su reflejo en el vidrio opaco de la puerta. Le quedaba dignidad, sí. Pero también facturas. Entonces, en contra de su voluntad golpeó la puerta. Una voz grave, casi gutural, respondió desde dentro: —Adelante. Evanya giró el pomo y entró, tragando saliva. Ese sería un largo día.

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