Capítulo: 1

3545 Palabras
LUNES Morgan Tremblay a sus veintiún años, era una pesadilla para cualquiera cuando se encontraba de mal humor.  Aunque aquella mañana la pelirroja estaba bastante absuelta en sus pensamientos. Revolvía una y otra vez el té de menta que había servido en su taza y lo único audible era el suave tintineo que hacía la cuchara al toparse con las paredes interiores de porcelana. Mantenía su mirada fija en alguna parte de la cocina.  No era secreto alguno que para ser tan joven tenía un temperamento realmente difícil.  La mayor parte de su vida se la había pasado en clases de equitación, esgrima, danza o alguna ciencia avanzada que pocos comprenden. No existía disciplina alguna que ella no hubiese dominado por completo.  Pero a pesar de ello, Morgan no era feliz.  Era el clásico estereotipo de una chica rica a la que le habían exigido durante toda su infancia. Morgan permanecía demasiado ensimismada cuando su primo Aydan entró en la cocina y abrió el refrigerador.  "¿Qué tan malo sería lo que iba a hacer?" se preguntaba una y otra vez en silencio.  —Seguramente ya se ha enfriado— señaló el rubio al dejar una botella de leche sobre la isla que estaba situada al centro de la cocina. La pelirroja por fin salió de su trance y le miró con el entrecejo fruncido.  —¿No tienes que estar en algún otro lugar? ¿O ya te han expulsado del nuevo colegio?— preguntó en el tono más mordaz que le había sido posible.  —Para tu información voy de maravilla en la escuela— se defendió Aydan mientras vertía un poco de leche en un vaso, —Todas las materias aprobadas—  —Tus bajas calificaciones solo se suman a las vergüenzas que haces pasar a esta familia— —Es mi último año de preparatoria— se defendió. Le dio un trago al contenido de su vaso y después agregó: —El próximo semestre iniciaré la universidad ¿Y quién sabe? A la mejor y termino igual de amargado que tú— —Muy gracioso— ella puso sus ojos en blanco y después le dio un trago a su té.  Aydan dejó el vaso en el fregadero y salió de la cocina. Morgan no tuvo que moverse ni un poco para escuchar cómo el rubio hacía gritar a su hermanita—la pequeña Darcy Tremblay— y a pesar de que intentó evitarlo, una sonrisa logró asomarse en su rostro.  Dejó su taza a medio terminar en la isla de la cocina y salió de ahí.  Uno de los muchos beneficios que traía ser ella, era el hecho de nunca ser cuestionada. Por lo que al salir de aquella enorme casa nadie se atrevió a preguntarle a dónde iba y las personas del servicio ni siquiera se atrevieron a mirarla.  Desde la partida de sus abuelos Morgan se había vuelto más testaruda y su carácter que de por sí ya era fuerte, solo había empeorado.  Subió a su mini cooper azul eléctrico perfectamente pulido y lo puso en marcha.  Cualquiera que viera a aquella pelirroja vestida con esa blusa de lino, gabardina beige, jeans y bolso de diseñador sobre aquel carro, jamás hubiese imaginado el tipo de música que estaba escuchando.  Desde muy joven Morgan tenía un gusto culposo por la música rock. A escondidas de su madre en sus altavoces o audífonos siempre sonaban grupos como Scorpions, Evanescence, The Score o Bring Me The Horizon. Estaba segura de que su madre diría que eran solo gritos.  Ese lunes, Morgan se encontraba aún de peor humor de lo que solía estar. Y es que, las noticias no paraban de hablar de la salida de uno de los últimos socios del corporativo "Tremblay". Su madre le había pedido que no se preocupara, y cuando lo hizo utilizó aquellas palabras que ella tanto odiaba escuchar.  —No son asuntos que una niña pueda resolver cariño— le había dicho.  Morgan odiaba que le dijeran que era una niña. ¡Tenía veintiún años! Legalmente era una adulta en cualquier parte del mundo y odiaba cuando sus padres ignoraban aquel hecho —Sobre todo su madre, quien insistía en llamarla con aquella palabra—. Creía que no era lo suficientemente madura para que se entrometiera y por ello le pedía que ignorara la situación.  Pero aunque quisiera, no podía evitarlo.  Deseaba con todas sus ganas que su abuelo estuviese ahí, sobre todo en aquellos momentos. Su abuelo siempre había sido demasiado hábil para tranquilizarla. Pero, desde la muerte de George Tremblay, Morgan se había sentido bastante sola.  Casi abandonada.  En un intento de lidiar con la muerte de su abuelo, Morgan había estudiado aquellos números. Antes de comer, de dormir e incluso entre clases. Sabía perfectamente la situación en la cual se encontraba su familia. Conocía cada movimiento, transacción, gasto o ingreso que entraba a cualquiera de las cuentas del corporativo. Inclusive podría recitar aquellos números como si de un poema se tratase —Si así se lo pidieran—.  Pero, ese no era el caso. Sabía que necesitaba hacer algo, pero de igual manera tenía en cuenta que prácticamente necesitaba de un milagro para lograr pagar su próximo semestre en la universidad. Entonces fue cuando aquella idea se le vino a la mente.  Como quien no quiere la cosa, un día se acercó al castaño pirómano y de la forma más discreta le preguntó.  —Solo hacemos eso los sábados por la noche— le respondió. Morgan creyó que no haría preguntas, hasta que al irse alejando logró escucharle preguntar: —¿Acaso tendremos el honor de que una Tremblay se nos una?— Por supuesto que ella no respondió. Ni siquiera se dignó a darle un último vistazo.  Pero aquel lunes no dejaba de pensar en aquello. Mientras aparcaba su carro en el lugar en el que solía estacionarlo cada que tenía aquella fastidiosa clase de las ocho de la mañana, Morgan se convenció así misma que tendría que volver a dirigirle la palabra al piromaníaco.  Soltó un suspiro y hecho una última mirada a su maquillaje en el retrovisor. Para bajar de su carro tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas; pero, una vez que estuvo caminando en dirección a su respectivo salón de aquella clase, lo hizo con ese paso tan seguro que prácticamente tenía patente. Y obviamente ella era la dueña de esta.  Dentro de aquel salón de clases y entre tanto estudiante, Morgan sobresalía. Y no por sus notas tan altas o por su larga melena rojiza que se distinguía desde kilómetros. Todas las chicas vestían con leggings, sudaderas oversized, zapatillas deportivas y alguna clase de peinado improvisado. Pero no ella. No importaba si estaba lloviendo, granizando o nevando, Morgan Tremblay siempre se presentaba demasiado arreglada a clases —Otro de sus múltiples sellos personales—.  Como todos los días, Logan le había guardado un asiento al lado suyo. Quien quiera que viera aquella parejita pensaría que eran un par de modelos o que incluso podrían llegar a serlo. Logan era bastante atractivo, con aquellos ojos grises y cabellera clara castaña ceniza. Al igual que Morgan, Logan vestía siempre a la moda. Era imposible que alguno de los dos tuviera un mal día de cabello.  —¿Qué haces por la tarde?— le había preguntado Logan sin alzar la mirada de su celular.  —Había pensado en ir con Darcy a pasear a Percy— él hizo una mueca, —Sabes que Darcy ama los animales— —Pensé que ya se habrían deshecho de él— admitió alzándose de hombros —Tu hermana de verdad que está mimada— La pelirroja puso los ojos en blanco y decidió no continuar con aquella conversación. Ella estaba empezando a hartarse de aquella relación, pero no podía darse el lujo de terminarla. Un inversor menos en aquellos momentos sería catastrófico. Y el padre de Logan era uno de los más fuertes. Era un pequeño sacrificio que tenía que hacer; al menos hasta que firmará el contrato. Entonces sería libre.  *  Apenas las clases terminaron, Morgan salió despavorida de aquel salón. Guardando sus cosas mientras caminaba en dirección al estacionamiento. Estaba a solo un año de graduarse como economista y aquello no le ayudaba en lo absoluto con su nivel de estrés. ¿Qué era lo que haría? En sus planes siempre había estado adentrarse en el negocio familiar. Pero si no lo salvaba...  No quería ni pensar en ello.  Siguió de largo cuando pasó a la altura de su carro y se dirigió a aquella camioneta Chevrolet pickup demasiado vieja. Era casi ridículo el estado en el que se encontraba, con esos grandes tallones oxidados y la falta de rines. Pero por supuesto que los altavoces le funcionaban. Morgan casi tuvo que morderse la lengua para no tararear al ritmo de aquella canción de Zayde Wolf. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo identificar con rapidez el olor a cigarro que salía de la camioneta.  —Lo he pensado— dijo sin más.  El castaño bajó del asiento del piloto y le sonrió.  —¿Significa que irás?— ella asintió.  Giles hecho un rápido vistazo sobre su hombro, solo para comprobar que nadie los observaba. —Te mandaré la dirección por mensaje unas horas antes— —¿Y con respecto a...?— —Para el domingo estará listo— interrumpió el castaño volviendo a subirse a la camioneta.  Por su parte, Morgan dio por terminada aquella conversación y se dirigió a su vehículo. Algo que la pelirroja amaba de los lunes eran sus clases de equitación. Desde muy pequeña Morgan había desarrollado un enorme vínculo con los caballos y siempre lograban que su día mejorase. Todo aquello había empezado cuando su abuelo comenzó a llevarla al establo familiar a que viera a Zafiro.  Zafiro era un hermoso caballo percherón, el cual en su mayoría era n***o, a excepción de sus patas y rostro; los cuales su pelaje era blanco. A Morgan le encantaba admirar el pelaje de las patas del animal.  A su abuelo solía encantarle compartir su amor por aquellos animales con su nieta, pronto empezó a regalarle peluches con un enorme parecido a Zafiro. Después un día a sus doce años le tuvo una enorme sorpresa. Babieca, una de las yeguas había dado a luz a un hermoso potrillo percherón. Y era de Morgan. Su abuelo le había dicho que le pertenecía, pero debía cuidarlo.  Y por supuesto que Morgan aceptó. Pronto empezó a asistir a clases de equitación y a hacer un montón de investigación con respecto con el cuidado de los caballos. Hasta que una noche mientras leía otro libro más de crianza de caballos, sentada a oscuras e iluminando las hojas con una pequeña linterna amarilla, su abuelo se acercó y le dijo:  —Deberías sacar tu nariz de los libros— la pequeña Morgan de doce años frunció el ceño, y después su abuelo agregó —Deja de preocuparte por algo que una persona escribió acerca de otra vida. Morgan, ese autor no conoció a tu potro. Cada animal es una vida propia. Tiene su propio carácter y debes empezar a conocerle a él, no al caballo del autor—  Entonces Morgan empezó a visitar casi a diario a su potro, el cual pronto nombró Diamante. Si bien, el caballo tenía ciertas similitudes con el de su abuelo, lo que más le distinguía era el hecho que la mayoría de su pelaje era blanco y contaba con algunas manchas negras.  Hasta aquel entonces Morgan se hacía un espacio para ir a montar a Diamante —casi siempre en lunes, para tener un pretexto del por qué quería que iniciara una nueva semana—.  Pronto Morgan estaba en una silla montada sobre Diamante. Pero aquel lunes ella estaba pensando demasiado.  "¿Y si empezaba a subastar a Diamante para que montara alguna que otra yegua?" No le agradaba del todo aquella idea de prostituir a su caballo, pero de verdad que sabía que pronto necesitaría el dinero.  Su familia no había reducido sus gastos e inclusive parecía como sí los estuvieran duplicando.  Y necesitaría el dinero para que Darcy pudiera seguir estudiando sin dificultades. Por supuesto que lo que obtendría no era ni la cuarta parte de lo que necesitaba para ello, pero si era lo suficiente como para tener tiempo para que cuando la familia se encontrara en bancarrota, ella ya pudiera estar trabajando y pagando por su educación.  Hasta aquel momento la opción que le parecía más viable era la que Giles le había propuesto.  Y menuda idiotez que tendría que hacer.  Estaba tan concentrada en sus propios pensamientos que no se dio cuenta cuando en su camino se atravesó una pequeña culebra, la cual asustó tanto a Diamante que este se puso en dos patas de golpe.  Al ir tan distraída no tuvo la oportunidad de reaccionar ante aquella acción, por lo que cuando Diamante ya estaba en dos patas a Morgan le fue imposible aferrarse a las riendas y terminó cayendo.  Cuando la chica golpeó el suelo un puñado de personas se acercaron a ella corriendo.  Estuvo en el suelo unos segundos mientras Diamante se alejaba corriendo.  No fue presa del pánico, pero sí del dolor que por unos instantes le recorrió el cuerpo. Al caer su espalda se había impactado contra la tierra con tal fuerza que se sintió asfixiada, por qué no fue capaz de inhalar por unos segundos.  Todas las personas que estaban a su alrededor intentaron ayudarla, pero ella no lo permitió. Dio varios manotazos y se fue incorporando de a poco, hasta que quedó a gatas y sintió que su respiración se normalizaba.  Desde muy pequeña Morgan odiaba a los príncipes, por la sencilla razón que siempre iban a rescatar a la princesa. Ella no necesitaba ayuda de nadie.  Al ponerse de pie sacudió sus pantaloncillos blancos que usaba para montar, en un intento de quitarles un poco de tierra de encima. Retiró su casco y comenzó a caminar en dirección a Diamante, que se había detenido unos metros más adelante.  Sin darse cuenta iba cojeando, ya que una de sus piernas si se había llevado un gran golpe. Pero de igual manera siguió por aquel camino de tierra hasta llegar a la zona verde donde Diamante se encontraba ya comiendo un poco de pastura.  Una vez que estuvo a su lado inició a inspeccionar con gran cuidado el cuerpo del animal. Pasaba sus manos con tal delicadeza que parecía que se trataba de un recién nacido. Sonrió un poco cuando se dio cuenta de que Diamante se encontraba en perfecto estado.  —Me has sacado un susto allá atrás— susurró.  *  Después de las lecciones de violín, una vez que Morgan estaba en su habitación se dejó caer en la cama. Se mantuvo un rato así hasta que fue a tomar una ducha y ponerse sus pijamas de seda.  Logan de vez en cuando le pedía fotografías de ella un poco más tarde, con la esperanza que le mandará una foto en ropa interior o con un pijama sensual. Claro que siempre se llevaba la misma decepción cuando la pelirroja le enviaba la fotografía. Siempre con sus pijamas que parecían el juego de una camisa y su pantalón. En tiempos de frío era un pijama con una blusa de manga larga y un pantalón igual de afelpados.  Y lo único que variaba de todas sus pijamas era el color.  Bajo a la cocina, donde apenas llegó empezó a servirse un poco más de la crema de almendras que la señora Alana había hecho para la comida.  Desde muy pequeña Morgan había desarrollado un gran cariño por la señora Alana y su hija. A tal nivel que ambas eran las únicas dos personas del servicio que tenían permitido el acceso a su habitación.  La única amiga con la que siempre había contado Morgan era Marisol de la Cruz. Y es que, cuando era pequeña con su agenda siempre saturada por culpa de sus clases extra curriculares, las otras niñas no la entendían cuando faltaba a las fiestas de cumpleaños o citas de juegos, por lo que la fueron dejando de lado. Eso era lo bueno de Marisol, ella siempre estaba en la casa de Morgan, dispuesta a jugar a las muñecas en el instante en que la pelirroja le preguntara. La diferencia de edad nunca fue un problema, a pesar de que Morgan era cuatro años mayor que la otra chica. Aun así ambas se las habían ingeniado para lograr que aquella amistad funcionará.  —¿Te has quedado con hambre?—le preguntó Alana mientras ella pasaba una vez más su dedo por aquel cuenco ya vacío, —Si quieres puedo servirte un poco más— —Muchas gracias Alana, pero creo que hoy he comido demasiado—  Alana hizo una mueca, sin creer la mentira que Morgan acababa de decir. En cambio, Marisol quien se encontraba detrás de ella secando un par de copas ahogó una risilla.  —Sol— le reprendió su madre.  Entonces Morgan empezó a reír y claro que Marisol se le unió. La madre de esta última miró a ambas chicas con el entre cejo fruncido. No las comprendía, de hecho, nadie en esa casa lo hacía.  —¿Tienes tiempo para platicar un rato?— le preguntó la pelirroja a Marisol.  Esta última miró a su madre en búsqueda de una respuesta.  —Ve—  Ambas soltaron un pequeño chillido y como si de dos niñas pequeñas se tratase corrieron entre risas a la habitación de Morgan.  —Ha sido un día agotador— exclamó Morgan tumbándose en su cama.  —Ni que lo digas— exclamó Marisol cayendo al lado de ella.  —Me he sacado un tres en mi examen de química—  —¿Por qué no me has pedido ayuda?—  —Ja, no me digas ¿Apoco tienes tanto tiempo libre?—  —Bueno no...— soltó una risilla antes de agregar: —Pero sabes que siempre tengo tiempo para ti—  La castaña soltó un fuerte suspiro y dirigió su mirada al techo. Se preguntaba si debía decirle a su amiga lo que pasaba por su mente.  —¿Qué tal vas con Logan?— le preguntó. Morgan la imitó, soltó un suspiro y se puso boca arriba para admirar el techo.  —Sigue sin perder la esperanza de que le mande una foto desnuda o en ropa interior— Marisol rio ante aquello.  Marisol miró a Morgan unos instantes. E inclusive antes que la castaña abriera la boca, la pelirroja le preguntó:  —¿Acaso hay alguien...?—  —Sí— admitió y Morgan de inmediato se incorporó.  —¿Y...?—  —Y es bastante imposible—  —¿Por qué lo dices?—  —Él es de una familia como la tuya— apenas dijo aquello, Morgan frunció su entrecejo. —Honestamente siento que solo le atraigo por el hecho de que su familia desaprobaría que saliéramos—  —Deja de decir estupideces— le reprendió. —Si alguna vez alguien intenta hacerte sentir inferior recuérdate que es mejor ser una de la Cruz antes que una Tremblay.—  Sonrió un poco.  —Y si aún no te es suficiente ello, te amo tanto como a una hermana. Para mí eres una Tremblay—  —Yo también te amo— abrazó a Morgan cuando dijo aquello. Y aquel abrazo fue correspondido. —¿Entonces...?—  —Es bastante guapo y caballeroso— admitió Marisol sonrojándose. —Seguramente pensarás que es un idiota—  —Seguramente lo haré—  Ambas rieron.  —Puedes conseguirte alguien mejor que Logan— le mencionó la castaña.  Y a pesar de que no lo dijo, aquello era algo que Morgan ansiaba escuchar. Se removió un poco e hizo una mueca cuando su pierna le dolió.  —¿Ocurre algo?— preguntó Marisol.  —He caído de Diamante en la tarde— explicó, —Creo que me he lastimado la pierna—  —Aguarda aquí— le ordenó la castaña.  —Iré a por agua caliente con sal y un trapo para sobarte—  —¿Me harás brujería?— Marisol soltó una carcajada ante aquella pregunta.  —Es lo más racista que me has dicho jamás—  —Lo siento— —Es un remedio de mis abuelos, ahora vengo—  Cuando Marisol salió de la habitación, Morgan recibió aquel mensaje que sin falta cada noche recibía de Logan.  "¿Qué traes puesto?"  Entonces Morgan se lo pensó por primera vez. Desabrochó cada uno de los botones de la blusa de su pijama y la abrió de tal manera que se alcanzará a ver su sujetador blanco que combinaba a la perfección con sus otras ropas. Puso la cámara y miró a través de su pantalla el cómo se veía. Cuando estuvo a punto de tomar aquella fotografía miró la "T" bordada con hilos dorados que resaltaba en su blusa. Soltó una pequeña risita y volvió a abotonarse.  Como todas las noches, Morgan le envió una foto suya en un pijama que no revelaba nada. Y como era de esperarse la dejó en visto.
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