TRES

2953 Palabras
Yi Jeong mira impaciente por la ventana de su oficina, lo carcomen los nervios, la expectativa y la impaciencia. Pero, todas esas emociones, tienen un motivo, y uno bastante pequeño. Se aparta para mirar ahora el techo de la oficina, ve una grieta entre el cemento que le disgusta y a pesar de que piensa en cómo arreglarla sus pensamientos se ven volcados hacia ella.  Ryeo había asegurado que le contactaría tan pronto pudiera atenderlo, pero lo  cierto es que han transcurrido un par de semanas y hasta el momento nadie le había llamado. Se dirige a su escritorio y observa el teléfono sobre la mesa, se pregunta si habrán llamado en su ausencia, pero está seguro de que Sooyoung tomaría el recado y no lo pasaría por alto. Golpea con sus dedos la tabla, echa su cabeza hacia atrás abofeteándose por su comportamiento, por su manera de pensar tan vulgar. Era una kisaeng la cual apenas había visto unos minutos. No puede decir con exactitud qué le sucede, pero, en sus propios términos, está actuando como un adolescente a vísperas de su primera cita, y ya había pasado tiempo de eso. Tal vez durar años sin besar a una mujer le está pasando cuenta de cobro y, ciertamente, prefiere pensar de esa manera, pues es inconcebible el hecho de que sea una kisaeng quien ocupa su mente. Es ridículo. Sólo quería verla una vez, una. Después de eso todo retomaría su caudal habitual. El teléfono suena. Salta sobre su asiento pero recupera el control de sí mismo, aunque es muy poco. A la segunda lo toma sin poder contener más la intriga, respira una gran bocanada de aire y lleva el teléfono a su oreja. —Kim Yi Jeong— Dice más expresivo de lo planeado. Al otro lado de la línea se escucha una voz de mujer. Su madre. Siente una gran decepción con una pizca de ira. Al otro lado, su mamá le pregunta por su estado, contesta con simpleza zafándose ágilmente de cada pregunta que le empieza a formar acerca de su vida cotidiana. —¿Y cómo va la empresa? —Bien— responde, da una ojeada a su oficina atiborrada de papeles—. Pronto cerraré un negocio que valorizara nuestras acciones. Te mantendré informada acerca de eso. Su mamá al otro lado de la línea no responde, Yi Jeong escucha claramente el sonido de su respiración contra el aparato. Se pregunta si estará mirando por las grandes ventanas de la sala de estar mientras, con su mano libre, sostiene una taza de café, de esos que le gusta pedir de Inglaterra. —¿Ya has pensado en hacer oficial tu compromiso? Yi Jeong lleva su mano al puente de su nariz, soba para conservar los granos de paciencia que su madre ama fundir. Se prepara, va a ser una discusión que terminará en enojo, como todas las anteriores. — Sabes que no tengo el más mínimo interés en contraer matrimonio, madre. Y mucho menos con la hija de alguna de tus tantas amigas. La mujer al otro lado se lleva un disgusto. — ¡Por favor, Yi Jeong! Tienes veinticinco años y no tienes ninguna novia ¿Qué van a creer las personas? —Eso me tiene sin ningún cuidado— Refuta—. Es mi vida y soy yo quien toma las decisiones sobre ella. Su madre suelta un suspiro. — Voy a concretar una cita con la familia de Yoona... — Olvídalo— La corta—, no lo haré— Su madre intenta hablar pero no le da tiempo—. Yo me casaré cuando quiera y con quien quiera, así que no interfieras en mi vida. Cuelga el teléfono con furia, con irritación. Está cansado de esa discusión sin sentido, de esa constante de contraer matrimonio, de hacer una familia. Su madre se encontraba equivocada respecto a eso, lo último que pasa por su mente es la idea de formar un hogar. Le gusta su libertad e independencia ¿para qué alguien? El teléfono suena de nuevo. Esta vez no piensa, no medita. — Mamá ya te dije... — ¿El señor Kim Yi Jeong? El aire huye de su cuerpo, no reconoce la voz del otro lado pero en su interior sabe a quién pertenece. Trata de decir algo pero su cuerpo no responde. — ¿Señor Kim?— Repite aquella voz. Abre su boca, sus manos de pronto empiezan a sudar y siente una emoción acumulada en su pecho. — Habla con él— Se obliga a hablar. — Habla con Kim Dal Sam— Continua la voz—Llamo para decirle que la joven Ryeo ha abierto un espacio para tener una cita con usted. Quería saber si aún se encontraba interesado.  — Por supuesto— Responde apresurado.   — Bien— Escucha el sonido de unos papeles—. ¿Puede el día sábado en horas de la tarde? Lo piensa un poco, en la mañana trabaja hasta aproximadamente la una, mientras va a alistarse para verse bien se le va un poco más de tiempo. — Después de las cuatro. — Que sea a las seis. — Me parece bien— Piensa si ha pasado por alto algún compromiso, pero lo duda. — De acuerdo, puede venir el sábado a las seis de la tarde y lo llevaré con Ryeo. Cabe destacar que en la primera cita no puede llevarla a ningún sitio— Yi Jeong asiente en silencio—.A partir de la segunda puede hacerlo pero debe suministrar ciertos datos, ya sabe, seguridad del personal. — Entiendo. — Le recuerdo, además, que Ryeo no presta servicios sexuales ¿claro? Su insistencia respecto a esa detalle le irrita, si hubiera querido tener un encuentro s****l con ella hubiese hablado con ella de otra manera. O buscado a otra mujer. — Bastante claro. — Muy bien, señor Kim. Lo espero el sábado. Hasta pronto. Yi Jeong baja el teléfono al escuchar el pitido del teléfono y lo deja en su sitio. Suelta aire sin ninguna emoción, no porque no la tenga, sino porque no puede reconocer exactamente lo que siente. Es una emoción mezclada con cierto temor, lo que está haciendo le parece una locura, un comportamiento impulsivo que difiere de su personalidad y esa imagen que ha construido durante años. Toma los folios sobre su escritorio y los empieza a leer, debe hacer el estudio de los ingresos, de los estados de las obras que van en construcción, formular nuevo contratos, verificar los archivos y contactar a los nuevos proveedores pero, extrañamente, no puede organizar esas ideas. La ve a ella, con sus cabellos castaños siendo acariciados por algún peine de madera mientras se mira impasible en el espejo, imagina sus ojos avellanas examinando cada parte de su rostro en busca de una imperfección, ve sus labios semi-abiertos, su cuello un poco flexionado para poder peinarse y sin querer recorre su piel con desesperación. No sabe qué va a hacer cuando la vea, ni siquiera sabe qué va a decir, porque realmente sólo quiere contemplarla, nada más que eso. Ella y él no tienen nada de qué hablar, sus vidas son tan opuesta y lejanas que un tema de muto interés es inexistente. Enfoca su atención en los archivos, debe controlarse, no dejarse llevar por esas emociones que le conducen por pensamientos ociosos. Después de todo va a ser sólo un encuentro, después de eso, se olvidaría de ella y continuaría como si nada hubiese ocurrido.     El sábado llega un poco más tarde de lo esperado, cada minuto, incluso ahora, le ha parecido eterno y puede decir, con total seguridad, que el estrés del trabajo empieza a distorsionar su percepción del tiempo. Eso quiere creer. Verifica la hora una vez más en su reloj de bolsillo, falta poco más de una hora. ¡Poco más de una hora! Cruza sus brazos y sus piernas ejerciendo cierta presión con sus manos, observa por la ventana del carruaje la fachada del edificio y nota que se ve diferente a la luz del día. Aquella noche, en que había asistido, apenas había mirado la puerta de entrada pasando por alto todo detalle. Ahora, con un ojo más crítico, observa que el lugar parece es una casa común y corriente; elegante, minuciosas y llamativa a su manera. Nadie pensaría lo que sucede dentro. Suspira un poco molesto, el minutero del reloj no parece moverse y nada quiere más que adentrarse a ese lugar y dar fin a esa incertidumbre que lleva torturándolo desde aquel día en que la conoció.  El tiempo pasa, ve a los hombres entrar y salir de aquella casa. A unos, el dinero los viste de gracia y los atavía de lujosos accesorio, otros, visten con más modestia pero no menos elegantes que los anteriores. Son hombre de dinero, y bastante. Se cumple una hora. Baja del carruaje, le da una cantidad de dinero a su cochero y le dice que lo espera después de las siete. Se adentra en el lugar caminando con garbo, arrogancia, esa que durante años le ha caracterizado. Llega a la recepción donde hay un joven atendiendo a un hombre, lo reconoce, es un terrateniente. Espera pacientemente a que se desocupe y pasa. Dice el nombre de Dal Sam y Ryeo en una oración, eso es suficiente para que el joven espabile y lo guíe por un pasillo poco recurrido. Lo deja frente a una puerta y hace una señal para que pase. Yi Jeong se adentra hallándose a Dal Sam tras un escritorio, éste apenas le dirige una mirada suspicaz y se irga apartando las gafas de su rostro. — Bastante puntual— Dice mirando su reloj. Yi Jeong no dice nada al respecto y simplemente le ve ponerse en pie— Ryeo ya debe estar lista. Asiente. Pero antes de seguirlo le extiende un papel. Dal Sam le mira un poco desconcertado pero lo recibe y le echa una ojeada, parece sorprendido y luego lo mira a él. — Es una cantidad generosa, aunque no supera por mucho el precio de ella. Yi Jeong en sus adentros se dice que una vulgar kisaeng no merece una cantidad mayor, pero se guarda ese pensamiento y esboza una sutil sonrisa. Dal Sam guarda el cheque en su bolsillo y sale de allí dirigiéndolo por los pasillos llenos de puertas, ve pasar a una par de mujeres y apenas ve a un hombre.  Observa de nuevo aquella puerta, esa donde se esconde el mayor misterio que ha hallado en su vida. Dal Sam abre un poco las puertas y le da paso. —Dos horas.   Quiere discutir acerca del tiempo, pero no lo hace. Asiente y se adentra en aquel salón que ya había visitado una vez. Allí está ella, de rodillas frente a una mesa. Viste un delicioso hanbok que se asemeja al de las divinidades, su jeogori se ajusta a sus pequeños pechos, en sus mangas tiene un pliegue que va desde sus muñecas hasta la mitad de su antebrazo con sutiles estampados de flores doradas. Su chima dorada se ajusta bajo sus pechos y cae como un río de oro hasta sus pies saliendo al encuentro de patrones de flores al corte, su otgoerum vinotinto sella su elegancia extendiéndose hasta su cintura con un cuello blanco que se abre sus por sus clavícula. Se queda mirándola, encantado por su belleza tan natural y desbordante. Es la más hermosa del mundo. Da un par de pasos y cierra la puerta, aquellos ojos avellana están posados sobre él, examinándolo como si fuera una especie desconocida. Toma asiento al otro lado de la mesa quedando frente a frente. Sus ojos se pasean descaradamente por los labios de esa mujer, revive el recuerdo de sus delicadas facciones y la ve más hermosa que antes. La observa por largos minutos, su corazón late un poco más apresurado y se pregunta si debe visitar al médico. Ella permanece quieta a la espera de sus órdenes, de alguna extraña petición y pregunta habitual para conocerla. Pero él no dice nada, sólo la observa. Y eso la hace sentir inhibida, pequeña. —¿No ha concretado esta visita sólo para mirarme, cierto?— Dice incrédula. — Puede ser— Sonríe. Por un momento Ryeo se desconcierta por su sincera respuesta y se pregunta si la está tomando del pelo. La verdad reside en sus ojos y lo ve, sabe que no miente. Lo examina, ha cambiado bastante desde aquella única que vez que vieron, y para su suerte, no parece reconocerla. No sabe si sentirse feliz o triste por ello, pero de cualquier manera, prefiere pensar en el ahora. Guardan silencio, el pelinegro simplemente la observa, puede percibir como la desnuda prenda por prenda, cómo imagina su cuerpo bajo las ropas. Se mueve con sutileza y toma la tetera que está a un lado de la mesa, sirve té para ambos sosteniendo cada instrumento como le había sido enseñado. —¿Desea que haga algo para usted? Yi Jeong lo piensa por unos segundos, no es realmente mucho lo que ella pueda hacer por él. Pero, si hay algo que quiere. — Canta.  Asiente de manera mecánica y entona su voz en una dulce melodía que lo hace estremecer. Es diferente a la primera vez, se ve más bella y exquisita. Además, es sólo para él. Sus perfectos dientes blanco se esconden y muestras por momentos, sus ojos se abren y cierran hipnotizándolo con sus pequeñas pestañas. Respira, y se siente en una nube cuando ella culmina. No dice nada sino que la mira, ella guarda silencio ocultando su incomodidad y bebe un poco de té. Varios hombres la han admirado, pero él lo  hace de una manera diferente que la desconcierta. Prefiere relajarse y no darle importancia, su éxito depende de lo que haga. Ambos empiezan a beber de su té sin decir nada, Yi Jeong la ve sonreír de una manera enigmática que logra estremecer sus adentros. Ninguno ha dicho nada, ni siquiera saben algún detalle del otro. —¿Le ha molestado que cante?— Dice ella con cierta preocupación. Yi Jeong menea la cabeza. Se irrita consigo mismo por sentir cierta simpatía hacia ella, por desear un poco más de su canto y de ella. —Puedes hacer cosas que me molesten más.   Asiente. Ese hombre no parece ser de los que dan respuestas acertadas. Examina su costoso traje de corbata, cada detalle de sus movimientos educados y esa arrogancia en su rostro. La animadversión hacia él se aviva como una tempestad, debía actuar correctamente. —¿Puedo saber cuáles son?— Pregunta con la intención de iniciar una charla.  —Ser una kisaeng. Abre los ojos sorprendida por su respuesta, por un momento tensa sus labios pero los relaja. —Entonces, ¿por qué motivo ha pagado mis servicios? — No sé— Acepta. Ella le mira, está sumergido en una batalla interna y no es de extrañarse. Los vulgares con la aristocracia no es una combinación conveniente. —Creo que debe marcharse. Yi Jeong niega. —No sin que este sentimiento desaparezca. Ryeo se pregunta de qué habla, le toma la mano para llamar su atención y, para su sorpresa, él sostiene la suya como si fuera a huir. Se queda quieta esperando su reacción, con su respiración agitada y una incertidumbre por el repentino cambio de las cosas. Segundos después lo siente contra sus labios, se mantiene a unos centímetros de distancia, sus piernas sobre la mesa han derramado el poco té que les quedaba. La mano de él se aferra insistente a la suya y siente satisfacción al saber lo que le genera. —No le he permitido hacer esto— Dice con firmeza, al hablar sus labios rozaron los de él. Por dentro delira con sellar su labios, es la primera vez que anhela tanto un beso. Se abofetea por pensar de esa manera y retoma su seriedad. — No te preocupes— Musita él. Su aliento chocando contra sus labios le causa un cosquilleo en el vientre — Yo nunca me involucraría con una vulgar y sucia kisaeng.  Ciertamente no esperaba una confesión, pero tampoco aquellas frías palabras que le atravesaron como un cuchillo. Yi Jeong se aparta arreglando su traje y se pone en pie dispuesto a marcharse. Ella no dice nada, ni siquiera se ha movido un poco. La ira en su interior crece alimentando ese sentimiento de venganza que se había disipado momentos atrás. Con su orgullo herido, mantiene la mirada al frente y deja que se marche. Yi Jeong se obliga a no mirar por encima de su hombro aquella mujer que lo despide en silencio. Y para su suerte, no mira atrás, porqué su lo hacía, hubiera vuelto irremediablemente a sus brazos. Dal Sam entra minutos después a la habitación hallando a Ryeo sentada, su mirada fija en la nada le hace sentir un poco de preocupación. —¿Cómo ha ido? Ella prefiere no decir nada, no soportaría poner en sus labios la humillación de la que había sido víctima. Finge una sonrisa.  — ¿Has concretado la cita con Jun Pyo? Dal Sam sabe que no va a decir nada, así que asiente y da por zanjado el tema. — Ha quedado para mañana, quiere que le acompañes a una cena con su familia. — ¿La paga es buena?—Pregunta. Alza los hombros. — Sí, pero no es suficiente para poder borrar el nombre* — Con lo que haré después lo conseguiré—Se pone en pie y arregla las arrugas que se le han hecho al hanbok. — ¿Piensas hacerlo con Yi Jeong?—La curiosidad lo carcome. — No. Jun Pyo lo hará—Acomoda sus cabellos— Yi Jeong es otra cosa. —Yo no creo que regrese. — Lo hará — Sonríe —, tenlo por seguro.  Dal Sam le mira un poco preocupado, es la primera vez que la ve tomar decisiones a la ligera respecto a un hombre y es extraño. Ella apenas recibe a sus cinco clientes habituales, lleva ese ritmo desde hace un año y ahora repentinamente lo cambia. — Sabes que te quiero— Ryeo suelta un suspiro—,  y que hago esto por ayudarte a ti y a Jung-Suh, pero no quiero que te involucres en problemas. Ella niega, en el fondo se siente agradecida por sus cuidados. Le toma la mano con cariño. — Eso no va a suceder, hyung.  Qué lejos estaba de hacerlo.       *El gobierno de la época, tenía un registro con los nombres de todas las kisaeng como una manera de control. Para poder borrar el nombre de ese listado y ser liberadas de esa condición, las kisaeng tenían que pagar una suma de dinero bastante alta que, por lo general, sólo podían asumir hombres bastantes ricos. A esa deuda se refiere Dal Sam.      
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