CUATRO

2291 Palabras
Yi Jeong se pone en pie dejando solos a sus socios en la conversación ridícula que mantienen. Los rayos del sol que se colan por la ventana le golpean el rostro ligeramente causándole una molestia en los ojos. Se despide de manera formal regalando unas sencillas palabras, dando apretones acompañados de tensas sonrisas y alegrías preparadas. Regresa a su oficina sintiendo viva aquella presión en su pecho, esa que lleva noches sin dejarle dormir. Quema y no ha podido calmarse, se siente extraño y vacío. Algo hace falta y teme conocer la respuesta, o más bien a la persona que pueda ser culpable. Una hermosa silueta empieza a dibujarse en su mente, la ve a ella con su expresión triste cuando le dijo aquellas palabras, con sus ojos acuosos que luchan por no derramar sus sentimientos allí mismo. Realmente no quería decirlo, o al menos no en voz alta, lo que quería decir es que ella era visto como eso: Una vulgar kisaeng, pero para él, era algo más en definitiva. Tenía miedo de sus emociones, en ese maldito encuentro no había dejado de admirarla, eso no le ocurría ni siquiera con otras mujeres. No recordaba que le hubiese sucedido. Aprieta los papeles en sus manos, se había jurado soportar esa distancia, no pensar en ella cada instante ni escuchar su voz cantarle. Esos sentimientos son prematuros, no deberían existir, pero ahí estaban y luchan contra él. Era una extraña atracción la que sentía, un sentimiento que le impedía actuar normalmente con ella. Le estaba quitando el control de su vida, de sus pensamientos y cada minuto de paz. Ella ejerce una extraña fuerza sobre él, una que comienza a asustarle. Suspira y deja los papeles a un lado.  Se supone que sólo iba a ser un encuentro. Sólo uno.     Ryeo se mira en el espejo, toma el labial sobre el tocador y repasa una vez más el color sobre sus labios de manera que contraste con su blanca piel. Contempla nuevamente su imagen, pasa sus manos por la chima satisfecha por el aspecto que tiene, seguramente Jun Pyo alardearía de ella en la reunión. Sabe que se ve hermosa, más que cualquier mujer. Pero puede verse mejor con otro aspecto. En ese momento se abre la puerta de la habitación, ve por el reflejo del espejo la cabeza de Dal Sam asomándose. Sonríe y se gira completamente para recibirle. — ¿Ya ha llegado Jun Pyo?— Dice emocionada. El hombre niega, detalla su hermoso aspecto superficial y asiente. En ese momento la joven percibe en su rostro cierto disgusto, se pone rígida esperando alguna palabra fuerte por una falta que hubiese cometido, trata de hacer memoria, para anticipar una excusa, pero no puede recordar haber hecho algo malo. —Hay alguien afuera. Eso podía explicar su expresión, Dal Sam suele ser muy minucioso y recibir clientes sorpresivos le molestaba porque arruinaba su programación diaria, todo un controlador. Se encoge de hombros restándole importancia, de vez en cuando los hombres regresaban con la esperanza de verla pero era inútil. — Sabes que puedes pedirle que se vaya. — Es Yi Jeong. Se queda quieta, primero asimila la sorpresa, luego siente un poco de emoción. Había pasado una semana desde aquel incidente en que la llamo sucia y vulgar kisaeng. Debería ver primero la paja en el ojo ajeno, empezando tal vez por su familia. Tiene orgullo y no quiere recibirlo, pero también es consciente de que le necesita, de que no puede arruinar años de trabajo por algo tan simple como eso. Las palabras se las lleva el viento, y si bien no lo hacía, ella podía sacudírselas. — Puedes decirle que pase. Dal Sam se tensa y le mira fijamente. — ¿Cómo que puede pasar? Tú no  sueles hacer eso. Suspira un poco irritada. — Sabes que él es diferente. Dal Sam asiente, recuerda los motivos y se gira para salir. — De acuerdo. Le ve marcharse con felicidad, con un odio hacia sí misma que crece con el paso de los años y cada mirada al espejo. Sabía que regresaría, lo había estudiado lo suficiente como para anticipar sus acciones, y ahora ahí estaba.  Revisa nuevamente su aspecto, de seguro lo iba a impresionar. Aunque había escogido un mal momento para venir. La puerta se abre, primero ve su pulido zapato n***o asomarse y luego su cuerpo vestido con su perfecto traje n***o. Se estremece de nuevo, estaba poniéndose enferma. Le mira con expresión seria, dispuesta a doblegar su orgullo y mostrarle que se hallaba equivocado respecto a ella. Él mantiene su mirada en el suelo incapaz de mirarle a los ojos. Cierra la puerta y alza su mirada para caer a sus pies, víctima de su dulce encanto. Se ve tan preciosa como la primera vez, incluso al despertar debía serlo. No es capaz de mirarla, siente vergüenza por su antiguo comportamiento causado por su orgullo. Ella tan perfecta, no merecía ser víctima de sus palabras. — ¿A qué debo su visita?—Inicia ella, su tono es frío y distante. Yi Jeong vacila, es la primera vez que la lengua se le traba de esa manera. — Yo quería pedirle disculpas por mi comportamiento aquel día.—Hace una pequeña reverencia—No quería ofenderla de esa manera. Ella sonríe victoriosa. Yi Jeong posa sus ojos en aquellos labios y tiene el leve pensamiento de besarlos, de culminar lo que no había sido capaz. — Se ha arrepentido—Musita, él asiente de manera casi imperceptible.— ¿Cree que unas palabras borraran lo ocurrido? Alza un poco la voz, está dejándose llevar por emociones. Se están mezclando sin darse cuenta, por eso se contiene y guarda silencio. — No— Alza sus pupilas hasta alcanzar los avellana—.  Pero quiero enmendar ese error, sé que obré mal. Hablé sin conocerla y me apresuré a causa de mi orgullo—No respondió. Después de un silencio incómodo continuo—. Quiero conocerla un poco más, crear una nueva imagen. — ¿Quiero hacerlo después de insultarme? Yi Jeong toma un poco de aire, está nervioso, sus manos sudan y apenas puede unir las palabras en su mente. — Sé que lo que hice está mal, pero no era eso lo que quería decir— Ella alza una ceja— Lo pienso, lo acepto; pero eso no quiere decir que usted pueda ser diferente a ese concepto. Ryeo le mira con sus brazos cruzados, medita en sus palabras. — Puede buscar a otras mujeres—Dice finalmente—, le puedo asegurar que ninguna está cerca de ese concepto que usted tiene. — No— Ella abre sus ojos un poco perpleja—. Usted es realmente hermosa— Dice—, la más bella de la mujeres y nada quiero más que pasar un tiempo con su compañía. — No presto... — Lo sé.— Ataja— Simplemente quiero conocerla.   —Bueno, no parecía dispuesto a hacerlo aquel día— Arremete todavía enojada—. Soy una vulgar y sucia kisaeng si mal no recuerdo. El aparta su mirada avergonzado. —Sé que suena extraño, pero quiero que sea usted la que me permita conocer un poco más sobre las kisaeng. Nada más que eso— Le mira a los ojos — Por favor. Se siente encantada con su comportamiento, alagada por el trato tan maravilloso. Su corazón late acelerado por la emoción y siente como se ruboriza un poco. A veces en medio de la desesperación los hombres actuaban como idiotas. — De acuerdo— Dice suave—Pero no toleraré un nuevo insulto. —No volverá a suceder—Responde firme. Ella muestra sus dientes, piensa que tal vez es un poco apresurado pero quiere apostar a la suerte. Se acerca y acaricia el cuello de su saco apenas rozando con los dedos, nota su reacción a lo que decide apartar su mano. Está bien así.  — Espero concretar otra cita con usted—Inicia diciendo, lleva su dedo índice a la boca, pensativa— Podríamos poner un día en específico.  Yi Jeong se emociona, sonríe levemente sin darse cuenta, como un niño premiado por su buen comportamiento. — Si usted lo desea, entonces lo haré. Ella sonríe, es más agradable cuando se comporta de esa manera tan cordial. Se pregunta cómo puede ser tan diferente a sus padres, a pesar de su personalidad arrogante y prepotente era ingenuo al no saber lo que le venía por delante, inocente, más bien. — Podemos hacerlo los sábados. — Los sábados están bien.—Dice sin dudar.    Las puertas se abren y Dal Sam aparece de nuevo con un hombre atractivo. Yi Jeong detalla su porte elegante y varonil, es un poco más alto que él así que no puede evitar sentir como si amenazara su territorio. Saca su pecho y asume una postura seria. — Ryeo— Dice el hombre. La joven se aparta de Yi Jeong y se acerca al hombre para hacer una reverencia. Le sonríe de manera sutil, cada movimiento es elegante y anticipado. Yi Jeong se sorprende.  —Es un gusto verle, señor. Yi Jeong frunce el ceño pero el hombre no parece importarle. Ryeo se acerca y le toma del brazo con familiaridad, encajando sus cuerpos como si estuviera acostumbrada a su compañía.   —Es hora de partir. Yi Jeong trata de dar un paso hacia ella, pero en su mirada ve la amenaza. No es asunto de él, por lo tanto, no debe interferir. Debe acostumbrarse a compartirla y por unos instantes se arrepiente de haber ido allí a pedir disculpas. Ambos hacen una pequeña reverencia y desaparecen.  Al quedar sólo con Dal Sam, Yi Jeong siente una frustración en su interior. Está comportándose como un niño. ¡Perdiendo el control por una mujer como esa! ¡Qué idiota! —Es su gibun*— Habla Dal Sam acercándose a la puerta— Por tu bien, no interfieran en ellos. Yi Jeong no dice nada y se apresura a salir primero que él.  Debía entender muchas cosas.   Ryeo se mueve junto al brazo del hombre, ambos se detienen frente a un elegante carruaje y un hombre abre la puerta para que se adentren. Jun Pyo le extiende su fuerte mano y ella la toma con una hermosa sonrisa mientras sube a tomar asiento. Una vez empiezan su marcha, ella dirige una mirada leve por la ventana. Las calles están oscureciendo, — ¿Quién era ese hombre?—Dice Jun Pyo. Ryeo le mira con naturalidad. — Un viejo conocido de mi familia, quería verificar mi condición de trabajo. La mirada del hombre le indica su desconfianza. — No parecía ser uno. — Las apariencias engañan— Dice enigmática. Él comparte su sonrisa, aunque desconoce el verdadero significado de sus palabras. La reunión, a ojos de Ryeo, era lo de siempre. Hombres poderosos, mujeres pagadas, trago importado y discusiones acerca del futuro de Corea. Sonríe a pesar de estar muriendo de aburrimiento, incluso en compañía de Jun Pyo no logra sentirse cómoda y con deseos de compartir un poco. Pero se fuerza a hacerlo. Para su suerte, Jun Pyo se siente de pronto indispuesto, así que salieron de allí antes de lo planeado. En el carruaje apenas intercambian un par de palabras frías acerca de ese insípido encuentro, Ryeo muestra un poco de desagrado, siempre lo oculta, pero ahora le era inevitable. Ryeo siente tranquilidad al ver la casa cerca, el carruaje se detiene y va a abrir la puerta para bajar pero Jun Pyo pone su mano para impedírselo. Gira su rostro a él y ve cómo se acerca lentamente mientras la mira de esa manera deseosa que llevaba conteniendo. Pone un dedo sobre sus labios mientras sonríe. — Sabes que no hace parte del trato—Dice. Jun Pyo aparta su mano dejando un beso. — Puedo pagar por ellos, estoy dispuesto... — No— Dice seria pero manteniendo su tono dulce—, al menos no ahora. Él sonríe y se acerca de nuevo, pero ella lo empuja antes de que se acerque más. —¿Por qué te resistes?— La mira— Puedo pagar millones por tu cuerpo.  Las mejillas de ellas se pintan furiosamente de rojo, respira temblorosa. — Bien puedes buscar a otra kisaeng.  Siente la mano de él subirle por el muslo mientras lame sus labios. — Pero te quiero a ti, puedo pagar todo lo que quieras. Su estómago se revuelve al sentir esa mano acariciarle el muslo, lo aparta. — He dicho que no.    Él se aparta molesto mirando la ventana del carruaje.   — Bájate. Ella asiente con un nudo en su pecho, pero no es porque le duela su actitud indiferente y prepotente, sino porque siempre las cosas son de ese modo. Se siente pequeña, reducida a nada. Como si no sintiera y no fuera más que un objeto para lucir. Con su orgullo pisoteado. Se abaja y ve el carruaje desaparecer, con tranquilidad camina un par de calles más abajo ignorando la mirada curiosa de las personas. Se adentra a un edificio modesto y sube caminando hasta la cuarta planta. Allí abre la puerta de un apartamento, las lágrimas salen cuando enciende la luz y respira para no dejarse llevar. Los odia a todos, a cada persona culpable de ese sentimiento que la hace odiar. Abre la puerta de una habitación. Allí, sobre la cama, la halla a ella con ojos cerrados. Se acerca y se arrodilla junto al futón. La joven ladea su rostro con una sonrisa débil, sus ojos brillosos indican la felicidad que siente de verla. — Ryeo... — No te esfuerces— Murmura acariciando una mano—. Mañana va a venir el médico a verte, así que no te preocupes. Su hermana cierra los ojos lentamente y los vuelve a abrir. A pesar de su piel pálida y demacrada se ve realmente hermosa. Tan encantadora como cuando era una adolescente floreciendo. Ella detalla su elegante hanbok, admira el maquillaje en su rostro y de pronto su expresión se vuelve triste. — Lamento que tengas que pasar por todo esto. — Está bien— Dice, acaricia su frente y acomoda sus cabellos para que no le molesten mientras duerme—. Lo hago porque te amo. La joven sonríe como si quisiera llorar. Sus ojos se cierran mientras su respiración se pausa. La mira con tristeza, con una compasión pincelada con odio. Ella es su razón de vivir.    *Gibun, son los hombres que asumen la protección y responsabilidad económica de una kisaeng. Eran vistos como los esposos que, aunque, legalmente no lo eran. De igual manera las kisaeng no les pertenecían, a menos, que las compraran al estado y las convirtieran en sus concubinas. Cosa que muy pocos hacían debido a que era demasiado costoso el mantenerlas.    
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