CAPÍTULO 2:Volver

2402 Palabras
Molly Cuando te acostumbras a que nada esté sano, todo parece menos doloroso. Al menos de una forma retorcida. La última noche en la ciudad, que había sido mi karma por tanto tiempo, se sentía extrañamente tranquila. Mientras empaquetaba las pocas cosas que realmente importaban, mi mente viajaba a un pasado que nunca había logrado olvidar del todo. Me había convencido de que dejarlo atrás era la mejor opción, que cambiar, renunciar a hablarle y reconstruir mi vida en silencio, era lo que necesitaba. Pero ahora, cuando finalmente iba a regresar a Seattle, todos aquellos recuerdos volvían con una intensidad que casi dolía. Tanto como aquella conversación. —Nicole ¿Cuándo se casan? —la voz de Amy sonó como fuego a través de mis oídos. —Si todo sale bien, pronto—sus dientes asomaron y me escondí en un costado—, nos queremos, tanto como para hacerlo oficial. Oliver Hamilton. Mi genio, el confidente, aquel sujeto del que había estado tanto tiempo enamorada, aparecía de nuevo en mi vida. La diferencia era, que ahora no era tan niña y él, se había convertido en un hombre. Uno que tal vez estaba casado. No, no podía estar casado porque nos hubieran invitado, al menos que haya pasado en mi rehabilitación y mamá no haya querido decir nada, para que no me volviera más loca. —¿Estás lista? —mis ojos fueron directo a mi madre. —Sí, no es que quiera mucho de lo que hay aquí—repase la habitación. —¿Los apuntes de la universidad? Sus pies se movieron hasta llegar directo a mis carpetas. Me había convertido en la mejor alumna de la universidad de medicina. Quería ser médica, me gustaba la idea de poder ayudar a los demás, demostrar que podía y no solo era la rebelde Molly. Tenía un futuro, siempre se podía tener uno. —No creo que estudie—terminé de guardar mi ropa—, quiero pasar tiempo con Em—mis manos tomaron el cierre. —Y Oliver—sonrió. El nombre que surgía en mis pensamientos sin que pudiera evitarlo, ahora sonó como un eco suave. Recordaba la primera vez que lo percibí diferente, era apenas una niña que lo miraba con admiración desde el otro lado del jardín. Él era el hijo de la mejor amiga de mi madre, mi madrina, Emma. Y para mí era todo lo que uno podía idealizar en alguien: el chico que se reía lo justo, que siempre tenía una historia interesante que contar y que jugaba a ser protector conmigo como si fuera su deber. Oliver fue mi héroe de la infancia, el primer chico en el que pensé que podía confiar. Y, de algún modo, mientras crecíamos, también fue mi primer amor. La pileta de los Hamilton fue el detonante de ello. Recuerdo cómo, a medida que pasaban los años, esa admiración infantil se fue transformando en algo más. Cada verano, cada visita a Seattle, cada fiesta en la que me encontraba con él, esa sensación crecía en mi pecho, sin que pudiera hacer nada para detenerla. —Mis primos. Oliver, Nathan, Mateo—continué—. Sí, también con ellos—simplifiqué. En lo que a mí respecta, Oliver era algo más, un sueño que no podía alcanzar. Fantaseaba con la idea de que un día, de alguna manera, él también se daría cuenta de mis sentimientos, que vería en mí, algo más que la hija de la amiga de su madre. Su prima. —Molly—tomé aire. —No me ve así—mi teléfono sonó y ambas lo observamos. De nuevo tenía el número oculto. Sabía quién era y no me gustaba. Mamá hizo una mueca y negó antes de caminar a la salida. —Termina de empacar, tal vez sea buen momento para volver a casa—la observé. —Estudio aquí—tomó aire. —No me siento segura en dejar que sigas en el mismo lugar que él. Paul volvió a mi mente e hice una mueca, no quería pensar en él, no me gustaba hacerlo. —No me volveré a acercar a él, no volverá a pasar—. Esa era la verdad. —No me preocupa que tú lo hagas, él lo hará. Este era uno de esos errores que uno lamenta, esas personas que conoces para reemplazar tus partes rotas, cada una de ellas y olvidarte de todo lo demás. Por ejemplo, Oliver. A los dieciséis años, estaba convencida de que nuestro destino era estar juntos. Había construido una imagen idealizada, una fantasía en la que Oliver me miraba de la misma forma en que yo lo miraba a él, con una ternura silenciosa que nadie más podía entender. Era un amor de niña, uno ciego y esperanzado, que me hacía pensar que, si solo esperaba lo suficiente, un día él me elegiría. Pero la realidad era otra. Todo cambió durante mi último año en Seattle, antes de que huyéramos de mi padre directo a otra ciudad. Fue en esa época que, por primera vez, me di cuenta de que Oliver no me veía de la forma en que yo deseaba. Para él, yo era poco más que una hermana menor, alguien a quien proteger, pero nada más. Una noche, después de que él me prestara sus brazos para dormir, comprendí que tenía que dejarlo ir. Fue la mañana siguiente cuando Nicole pegó el grito en el cielo y él solo dijo que era su prima. Recordaba ese día como si hubiese pasado ayer. La lluvia repiqueteaba suavemente en el techo, y aunque el sonido solía tranquilizarme, esta vez no podía detener el escalofrío que recorría mi piel. Me desperté con el corazón martillando en el pecho y las lágrimas quemando mis mejillas, como si la pesadilla se hubiera pegado a mí, igual que aquel hecho y ahora simplemente no me dejaba ir. Parpadeé varias veces, tratando de recordar donde estaba. Miré alrededor, buscando algún rincón de luz en la oscuridad. Sabía que estaba en la casa de los Hamilton, en la habitación de invitados donde me habían dejado dormir tantas veces antes. Pero esta noche todo se sentía extraño, como si las sombras de lo ocurrido se cernieran sobre mí. Necesitaba calmarme. Intenté respirar, recordarme que solo era un sueño. Pero no quería estar sola, no en ese momento. Sin pensarlo dos veces, me deslicé fuera de la cama y caminé descalza hasta el cuarto de Oliver. Él siempre lograba apaciguar mis miedos. Era un calmante natural para mi sistema. La puerta estaba apenas entreabierta, asomé la cabeza en silencio. Allí estaba, envuelto en sus sábanas, respirando tranquilo. Me sentí un poco culpable por despertarlo, pero el miedo aún me pesaba en el pecho, así que no dudé más. Me acerqué a la cama. —¿Oliver? No se movió. Dormía tan profundo que por un momento casi me arrepentí. Pero necesitaba su presencia, esa seguridad que solo él lograba darme. Lo empujé suavemente en el hombro, esperando que esta vez respondiera. —¿Oliver? —repetí en un murmullo. Él parpadeó un par de veces, todavía medio dormido, pero cuando sus ojos finalmente se enfocaron en mí, vi cómo su expresión cambiaba de sorpresa a preocupación en un segundo. —¿Mo? —murmuró, frotándose los ojos—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Negué con la cabeza, evitando su mirada, porque sabía que seguramente vería los ojos rojos y las mejillas húmedas. —Tuve una pesadilla—admití en voz baja—. No… no quiero estar sola. Sin decir nada más, Oliver se hizo a un lado y levantó las sábanas para que me metiera en su cama. No necesitaba que me lo dijera, tampoco que insistiera. Me deslicé a su lado, sintiendo de inmediato el calor de su cuerpo, dejé escapar un suspiro de alivio. Él me cubrió con las sábanas, sin hacer preguntas. Hasta que habló. —¿Quieres hablar de lo que soñaste? —Me preguntó después de un momento, su voz era suave y tranquila. Cerré los ojos, intentando borrar la imagen de la pesadilla de mi mente, pero algunos detalles seguían ahí, enredados en mi memoria. Porque eran vividos, sabía lo que se sentía. —No, por favor, no quiero. Sentí su mano en mi hombro, dándome un apretón, un gesto simple, pero que logró calmar un poco el miedo que me quedaba. —No importa, yo estoy aquí, Mo. No voy a ninguna parte. Y si alguna vez te pierdes, siempre te encontraré. Sus palabras eran tan firmes y seguras que me hicieron sonreír un poco. No sabía cómo lo hacía, pero Oliver siempre encontraba la manera de hacerme sentir que todo iba a estar bien. —Gracias, Oli—murmuré, acomodándome mejor junto a él. —Es lo que hace la familia, ¿no? —me respondió, con una sonrisa que podía sentir, aunque no la viera en la oscuridad. Familia… Nos quedamos en silencio, y poco a poco, mi respiración empezó a calmarse, sincronizándose con la suya. Cerré los ojos, sintiéndome segura por primera vez desde que había despertado. La pesadilla se desvanecía, reemplazada por el sonido de su respiración y el latido constante de su corazón cerca del mío. Nunca se lo dije en voz alta, pero en ese momento sentí que nada malo podría sucederme mientras estuviera a su lado. Oliver era mucho más que un amigo, aunque no supiera cómo describirlo. Era alguien en quien confiaba de una forma que no podía explicar. Alguien que, con solo estar cerca, hacía que los monstruos de mis pesadillas parecieran pequeños e insignificantes. Esa noche, dormí profundamente, acurrucada junto a él. Hasta que los gritos de su novia llegaron y comprendí dos cosas. Primero, la única enamorada era yo. Segundo, nunca sería nada más que la prima. ¿Cuántas veces las personas se enamoraban de un amigo? Había pasado tanto tiempo aferrada a una fantasía, que me dolía incluso pensar en romperla, pero era necesario. Fue una decisión fría, pero instruida. Me alejé, convencida de que, si me distanciaba, si construía mi vida, podría olvidar. Terminé mi relación con él, o al menos eso pensé en ese momento. Contra todo pronóstico, o tal vez sabiendo que pasaría; aquel viaje no trajo la paz que esperaba. A los pocos meses, caí en un pozo sin fondo. Lo extraño era que ya no era solo Oliver; era como si todo en mi vida se hubiera desmoronado. Me sentía sola, perdida y lastimada. Si alguien me hubiese dicho que en aquel momento era demasiado joven para entender que el amor no correspondido no era el fin del mundo. Quizás… hoy no estaría así. —¡Molly! Deja de divagar y baja de una vez—el grito de mi madre me hizo rodar los ojos—. Vas a ir, no importa lo que pienses. —Ya bajo, Clara—sonreí imaginando como ponía sus ojos en blanco. —Sigue así, tendrás un rastreador. Puede que esa fuera la mejor opción. Hace un tiempo, las noches se hicieron cada vez más largas y, en algún punto, empecé a tomar malas decisiones. Conocí a personas que, en lugar de ayudarme a sanar, se aprovecharon de mi fragilidad. Era algo fácil de corromper. Fue ahí cuando empecé a salir con él. No era el tipo de persona que mi madre hubiera aprobado, y eso solo me empujaba más a mi objetivo. Era mayor, peligroso, y su mundo oscuro me daba la ilusión de olvidar. Al principio, todo parecía una especie de escape; me hacía sentir importante, me decía que entendía mi dolor. Me dejé llevar. Que ingenua. Pensaba que tal vez él, era la solución a mi soledad. Pero pronto esa relación se volvió mi perdición. Fue tóxico. Ese tiempo fue una niebla espesa de la que apenas puedo recordar con detalles. Lo único que sé, es que me fui hundiendo hasta tocar fondo. Tuve que ver a mi madre rota para entender que las cosas eran más complicadas. —¿Qué haces? —Miré a mamá que ahora llevaba sus brazos cruzados y el gesto contrariado. —Terminar lo que no haces—miré la valija cerrada. —¿Mirando el techo? —Mis dientes asomaron en una sonrisa. —A veces es importante pensar si nos olvidamos algo. Se acercó para tomar mi valija. —Baja. Ahora. —Sí, sargento—llevé la mano a mi frente. Después de meses de lucha, logré salir de esa relación y me sumergí en un proceso de recuperación, que tomó más de lo que alguna vez imaginé. Aprendí a sanar lentamente, día a día, aunque las cicatrices internas me recordaban lo frágil que podía ser. Y ahora, después de tanto tiempo, estaba empacando mis cosas para volver a Seattle, para enfrentar todo lo que una vez había dejado atrás. Estaba a punto de participar de un teatro armado por su hermana y mi mejor amiga, Emily, para que ella pudiera cumplir alguna especie de fantasía. Mi teléfono vuelve a sonar y observo el nombre de Em en la pantalla, sonrío antes de aceptar la videollamada. —Emily—sonreí. —¿Por qué sigues en tu casa? —rodé los ojos. —Porque el avión sale en varias horas—miré mi muñeca—, cinco para ser exacta. —Oh. —Tomó aire—, quiero que llegues. —¿No es muy temprano para pensar en micro infartos a tu hermano? —Erecciones—me corrige—. Después de todo, hace mucho no te ve—rodé los ojos. —¿Tanto te quiere tu chico para hacer esto? —Sonrió. —Parece, aunque teme que lo golpeen. No lo dudaba, era algo que podía pasar. —Creo que es una mala idea. —No lo es—miró a un lado. —Sube ese trasero al avión, te espero—sonrió. —Te amo, chau. Cortó sin dejarme responder. Tomé aire y lo solté despacio. Oliver sería parte de mi vida otra vez, pero esta vez todo cambio, yo lo hice. No era la niña enamorada, ni la joven vulnerable que escapó de sus propios demonios. Era alguien distinta, una persona que había aprendido a reconstruirse desde las cenizas. Y aunque la idea de volver a verlo despertaba emociones contradictorias, estaba lista para enfrentarlo. Al menos, eso quería creer.
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