CAPÍTULO 3:De que sirve el dinero

2700 Palabras
Oliver Puedes construir un imperio y, aun así, sentir que no tienes nada. Gracias a mis capacidades, logré tener mi propia compañía de servicios tecnológicos muy joven. Mi trabajo básicamente consistía en hacer feliz a las personas a través de herramientas para su uso diario. Celulares inteligentes, casas autosuficientes, electrodomésticos sofisticados, hasta mecanismos de defensas para hogares y vehículos. De todas esas cosas se encargaba "Naisan Companys". Lo logre por mis propios medios. Si bien mi familia era millonaria, yo había insistido en hacerlo solo. Cuando empecé, era apenas un chico. Mi primer trabajo fue para mi padre, le diseñé un sistema de seguridad para la empresa, que detectaba cualquier cambio de números en el sistema. Era un poco complejo, ya que contaba con identificador de tarjeta, el cual tenía un código de encriptación, que solo lo sabía el sistema y no los empleados. Además, adapté todas las sedes de materia prima, a un sistema que pesaba y guardaba los datos en el computador de forma automática, de esta manera no había forma de alterar los números sin quedar en evidencia. Por aquel trabajo, que a mí me llevó varios meses, cobré diez millones de dólares, a la corta edad de diecisiete años. Cuando mi padre les comentó a sus amigos, varios de ellos me contrataron para mejorar su seguridad, bases de datos, tarjetas de acceso y demás. En poco tiempo, mi cuenta bancaria paso de cero a una gran cantidad de ceros y pude empezar a formar mi empresa. Compré unas oficinas, amoldé el lugar, busqué personal capacitado. Entre ellos amigos de la universidad o solo conocidos, obteniendo así un grupo sólido. No solo me ayudaban a progresar; evitaban que me perdiera en mis pensamientos. Ahora tenía a cargo un total de mil personas, todas ellas de mi entera confianza y con los mejores conocimientos. El ambiente de trabajo era bueno y yo podía dormir tranquilo por las noches. Pero solo si nos referíamos al trabajo. No vivía en casa de mis padres. Poseía mi propio departamento en el centro de la ciudad. Aunque a veces volvía a mi hogar a pasar un par de días o controlar a mis hermanos, como iba a suceder pronto, cuando mis padres se fueran de vacaciones. Cabe aclarar que no tiene nada que ver con mi creciente preocupación por la soledad. —Inteligente, sexy y solo. —Lancé la pelota de estrés contra la puerta—, en un maldito geriátrico, ahí es donde terminare porque nadie me tolerará. La puerta suena y murmuro desganado. —Adelante—arremangué mi camisa. —Oliver. —Brandon, uno de mis amigos entra en mi despacho —¿Cómo está todo? Sus pies se mueven hasta la pelota que descansa en el suelo y la toma para lanzarla en mi dirección. La atrapo en el aire y comienzo a apretarla. Estaba seguro que me veía derrotado, pero él poseía peor aspecto en este momento. —Bien, terminando de revisar los proyectos y viendo alguno de los nuevos—me acuesto en la silla y lo miro—¿Pasa algo? Lo mejor de estas situaciones era evitar temas. Simplemente obviar cualquier cosa que pudiese comprometerme emocionalmente. Eso me ponía nervioso. Mis ojos fueron a las fotos a su espalda para detenerme en la de Molly. La extrañaba, hacía mucho no sabía de ella. Había pensado en enviarle un mensaje, pero no tenía idea que decir. —No. —Lo vi dudar y junté las cejas. —¿Seguro? —Dudo. —¿Podrías delegar la casa Williams a Pride? —La puerta volvió a sonar. —Pase. —La curiosidad me invade, pero mi amigo no emitió ningún comentario. —Oliver, Brandon. Observé como George pasaba primero con una sonrisa. Brandon se removió y el resto entro detrás de él —Buenos días. George Pride se acomodó en el sillón de la sala mientras arreglaba su traje azul marino. Su inglés era muy bueno, pero todavía tenía su acento extranjero que lo caracterizaba. Nos conocimos en la universidad, en aquel entonces era todo un galán. Aún lo es. Su pelo oscuro y ojos marrones dejaban encandiladas a todas las chicas por donde pasaba, nosotros le decíamos el efecto Pride, pues solo le bastaba hablar para conquistar a las mujeres. Por lo demás, era igual que cualquier mortal, alto, delgado, pero con el cuerpo tonificado y marcado por el gimnasio. Dejaba su barba corta y prolija. Tenía algo con la moda que, si no fuese por la cantidad de mujeres que le vi en el tiempo, podríamos asumir que no era lo suyo el sexo opuesto. Brandon Jones, era el carismático del grupo, su piel oscura y ojos negros le daban un aire salvaje. Alto, musculoso, en grandes proporciones. Dientes blancos como la nieve. Llamaba la atención, siempre. Harold Brown, se sentó justo al lado de George, sus ojos miel y cabello entre un rubio y anaranjado, le daban un aspecto de niño y si a eso le sumamos, que en su rostro tenía algunas pecas, poseíamos al pequeño Daniel el travieso. Solo que este estaba casado. —¿Había reunión y no avisaron? —Harold cruza las piernas y acomoda su brazo en el sofá mientras espera que respondamos. —Solo hablábamos de trabajo—contesté tranquilo. —Bueno, aprovechemos que está Pride y arreglamos ahora. —¿Qué pasa conmigo? —junto sus cejas. —Quiero que te hagas cargo de la casa Williams—comentó el moreno mientras iba a la vitrina llena de botellas. No tomaba. No era algo que me gustase. Solo lo hacía en algunas ocasiones, con mi familia. Las botellas que había aquí estaban en caso de que algún socio al venir quisiera beber algo, o para mis amigos. En pocas ocasiones probaba solo alguna copa y era cuando todo me pesaba más. La ausencia o soledad. En esos momentos me permitía algún trago. —Eso… ¿Por qué? George se inclinó hacia adelante para concentrarse solo en él. Brandon acaparó la atención de todos. No era común cambiar los trabajos, tampoco dejarlos, manteníamos siempre el mismo personal, desde que empezaban el proyecto hasta que ya no trabajásemos más en él. Caras conocidas generan confianza, al menos a mí me pasaba. —La señora Williams me acosa. —Levanté una ceja. —Explica mejor—mi cuerpo se inclinó hacia adelante apoyando los brazos en la mesa. —Ayer apareció desnuda en la cocina y…—pasó la mano por su rostro. —Ella literalmente se me aventó encima. Por un momento ninguno dijo nada, todo se quedó en completo silencio antes de comenzar a reírnos a carcajadas. Su nariz se arrugo, la vista se le afino y nos repasó a todos. —No es gracioso idiotas—nos fulminó. George dejó a la vista sus dientes blancos y mantuvo sus ojos en él antes de negar y mirarme. —Perdón, perdón. —Harold levantó la mano en son de paz mientras intentaba tranquilizarse—, pero tienes que admitir que se mantiene para su edad —volvimos a carcajear. —¡Tiene como setenta años! —gritó furioso—. No voy a hablar de una dama, porque no soy así, pero era como ver a mi abuela desnuda. Hizo una mueca de asco y se bebió la copa de una sola vez. Mis labios se apretaron antes de hacer una mueca. No me imaginaba eso, no quería hacerlo, ni siquiera pensarlo, porque sí, era asqueroso. Sin embargo, no podía evitar molestarlo un poco. —Pensé que te gustaban las mayores—comenté jocoso y él solo me miró. —Recuerdo a…—chasqueé los dedos— ¿Cómo se llamaba? —miré a los demás— ¿Teresa? —Sí, y estaba Carla —Harold me ayudó. La realidad es que no recordaba todas sus salientes, sabía que las tenía, eran siempre más grandes que él y en ocasiones la diferencia se notaba por más de veinte años. —Sara, la de los implantes—George hizo señas de pechos y se sumó a nuestro debate. —¿La pelirroja como se llamaba…? —Pregunté. Ahora que lo pensaba, había salido con más mujeres que George. Él solía tener muchas a su alrededor, lo que dejaba a mi amigo como el segundo más promiscuo. Debía informarle de su nuevo estatus. —¡Bueno... ya! —el grito nos hizo callar. Ninguno dijo nada. La sala se sumió en un silencio profundo hasta que hable. —María—señales a los chicos. —¡La socia vitalicia! —gritaron a la misma vez. —Idiotas. Esas mujeres no pasaban de los cincuenta y parecían de menos—su justificación nos hizo romper en risas otra vez. —Pueden irse a la mierda, —se paró enojado. —Pride, mañana vas tú a Williams, yo no pienso volver—abrió la puerta para salir. George levantó las manos en una señal de paz, aunque sabía que se estaba conteniendo de decir algo. —Tranquilo amigo, yo me monto a la viejita—Brandon cerró la puerta enojado y nosotros continuamos riéndonos. Fue sarcasmo, lo sé, pero eso no evitó que Harold dijera lo suyo. —Pride, te imaginé más de las chicas jóvenes—la burla en su voz hizo que mi amigo sonriera de lado. —Y así es…—toca su barbilla—. Todavía no consigo encontrar aquella mujer, que logre que me quiera casar o tener algo formal, cuando eso suceda, pues déjenme decirles que tendrán a un bobo en su máximo esplendor. Sonreí, sabía que era así. El griego era un gran hombre, siempre lo fue, no iba a cambiar por el hecho de que fuese un poco promiscuo. —George, —sus ojos marrones me observan—mañana es el desfile de la colección de mi hermana y no quiero ir solo ¿Te apuntas? —Harold me miró ofendido. —Lo dices así, tan suelto—la confusión llegó—. Claro, porque yo no soy tu amigo—se lleva la mano al pecho dramáticamente y yo ruedo los ojos. —Tú tienes una beba y una mujer que atender—lo miro serio—. No te voy a llevar a un lugar lleno de mujeres, respeto mucho a Jenny para hacerlo. —Igual no podía. —se levantó acomodando su traje—. Mañana mis suegros vienen a conocer a Anabella—hace una mueca. —¿Eso es malo? —pregunta el griego. Nunca tuve que pasar por situaciones así. Mi vida no tenía todas esas complicaciones de suegros y demás. Los únicos con los que había tenido que lidiar eran con los padres de Nico y solo me hablaban lo necesario, ya que entendían mi falta de empatía. —Lo es, si tu suegra opina hasta de la pintura del baño—pone los ojos en blanco—. Bueno, señores, seguiré con mi trabajo—mueve su mano en un saludo. Estaba por salir de la oficina cuando carraspeé haciendo que se detenga por completo. —Mañana no vengo, necesito que se encarguen con Brandon de todo—informé y él asiente. Harold y Brandon eran los únicos que sabían todo el movimiento de la empresa. Estaban al tanto de todo, sabían lo mismo que George o yo. Era el presidente de la compañía, George el vicepresidente, Brandon y Harold ocupaban esos lugares cuando no estábamos. —Mis saludos a Emma y la bella Emily—lo fulmino con la mirada—. No me mires así, eres tú el que lleva a Mr. Promiscuidad con tu hermana. Sale del lugar dejándome atónito. No lo había pensado, soy muy cuidadoso con las personas que dejo acercar a Emily, pero George iba a casa de mis padres, pasaba tiempo con mi familia, era el único que participaba de las reuniones familiares. Lo consideraba mi hermano. Mi familia era la suya. George solo tenía a su madre. Su padre los había abandonado, fue cuando era chico, se convirtió en adulto luego de eso. Se esforzó mucho para darle mejor vida a su madre. Emily, para mi desgracia, estaba enamorada del idiota de Bruno, quién… por cierto, no se fijaba en ella en lo más mínimo. Todos nos dábamos cuenta, pero mi hermana no desiste de su cariño hacia el ahijado de mi madre. Aunque ahora ese no era el problema, mi problema tenía nombre y apellido. Estaba sentado frente a mí, revisando sus r************* . Confiaba en Pride con mi vida y sabía que no haría nada sin pedirme permiso antes, pero me estaba resultando bastante incómodo pensar en él con mi hermana. Emily era hermosa y no lo digo porque fuera mi hermana, ella simplemente era una combinación perfecta de mis padres, cabello oscuro y ojos claros como Theo; el cuerpo de mi madre, al igual que sus rasgos. Es extrovertida y cuando se estaba con ella, era imposible no ser feliz. Sí, mi hermana era magnifica y encantadora, el mejor partido para cualquier hombre. No para cualquier hombre. Solo para un hombre decente que la cuide y la respete como merece. Miré a mi amigo y él me observó. —¡Como te pases o le hagas daño, te mato! — dije al fin cuando terminé de pensar. Sus ojos me observaron como si estuviera loco, tal vez no entendía de que hablaba, porque me había quedado bastante tiempo en silencio. —¿De qué hablamos? —¿Con quién hablas? —lo observé. —Reviso mis redes —ladeé mi rostro. —Te digo que no se te ocurra dañar a mi hermana—sus ojos dieron conmigo. —No podría salir con tu hermana amigo—sonrió—. Te respeto demasiado. Se levantó y salió del lugar sin mirar atrás, curvé mis labios en una sonrisa y miré mi celular que comenzaba a sonar. El tema perfect de Ed Sheeran ocupó mi oficina y sonreí al saber quién era. —Mamá. Mi voz salió dulce. Mis labios se curvaron, amaba a Emma, ella lo era todo para mí y tenerla en mi vida, era algo magnífico. —Hola, cariño—su voz me relajaba por completo—. Puedes quedarte aquí no hay problema—la escuché hablar con alguien. —¿No iba mañana? —No, no te preocupes—el desconcierto creció. —¿Pasó algo? —Levanté un poco la voz para que me escuchara. Quería preguntar otra cosa, simplemente saber con quién hablaba, la curiosidad me estaba matando, porque me resultaba conocida esa voz. —No cariño, son las cosas del desfile—el tinte nervioso de su voz me dejó peor. —¿Segura? —Claro—carraspeó. —Solo estoy agotada. Por cierto, llamó para confirmar que te quedarás en casa mientras nos vamos a Roma con tus tías y tíos. Sonreí, me gustaba que ellos tuviesen esa amistad, que pudiesen disfrutar y distenderse. —Ya te dije que sí, mamá—toqué mi frente—, pero no entiendo por qué. Emily tiene diecinueve y Nathan catorce, en teoría pueden sobrevivir. Entre los dos hacían uno o casi uno. Porque esa era la verdad, ellos podían estar solos, al menos no con niñera veinticuatro siete. —Podrían si fueran tú, pero la última vez que los dejé solos, el auto terminó chocado. Estaba seguro de que había terminado en la pileta. —La pileta era un cementerio de botellas y tu hermano tenía el brazo roto—suspira y me río—. Por favor, si no te quedas, tu padre no querrá ir. —Ahora prácticamente carcajeaba. —Si voy a ir, mamá—eran mis hermanos, no los dejaría solo—. Cuidaré a los cavernícolas de mis hermanos y me aseguraré de que la casa sobreviva hasta su regreso ¿Alguna otra cosa que deba saber? —Eh… no—dudó y estuve a punto de preguntar que ocultaba, pero no me dejó hablar—. Nos vemos mañana en el desfile. Cortó. Me quedé observando el teléfono sin comprender del todo lo que pasaba, ella parecía alterada y no entendía la causa.
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