Mi nueva sumisa

Christopher deja todo tirado en el suelo, el día había sido demasiado agotador, sin contar que el alcohol hoy no había sido su mejor amigo. Él mira la foto que está sobre la mesa, la lanza sin piedad dejando que los pedazos rotos caigan por todo lado. Y es que a pesar de que se dijo en algún momento de su vida que no iba a sufrir por amor, no imaginó que la mujer a la que le había entregado dos años de su vida le pagaría de esa forma. El teléfono de Christopher suena en repetidas ocasiones, él mira y rueda sus ojos, de nuevo su padre. —Padre, ¿A qué debo tu llamada? —dice Christopher con mala gana. —¿De nuevo tomado? —De nuevo, pero ya soy adulto, así que es mi decisión cuanto beba en el día —él responde de mala manera—. Si llamaste para eso, te colgaré porque tengo cosas por hacer. —Como siempre tu mala actitud. Tengo uno de mis maestros enfermos, necesito que lo cubras por unas cuantas semanas. ¿Qué dices? —No, definitivamente mi respuesta es no. Tengo mucho trabajo en el despacho y lo que menos quiero es cargarme de más —contestó Christopher de manera sincera. —Hijo, no te lo estoy pidiendo como abogado, te lo estoy pidiendo como tu padre. Eres uno de los mejores abogados que conozco y creo que distraerte en algo más que no sea solo el despacho te servirá muchísimo. —Padre —él no termina de hablar cuando es interrumpido. —Hijo, no voy a permitir que te sigas hundiendo en el alcohol, en la mala vida por culpa de una mala relación. Así que no quiero un no como respuesta, te espero el día de mañana en la clase del medio día. —La llamada se cuelga. Christopher mira la pantalla de su teléfono y rueda sus ojos. Como siempre su padre intenta persuadirlo, intenta hacerle cambiar el rumbo de su vida. ¿Es tán difícil entender que un no es un no? Christopher deja todo a un lado y destapa una botella… una más a la lista y una menos en aquel gabinete, en donde le queda muestra de que esa mujer fue su perdición. Elena se levanta temprano, luego de ver el mensaje que su amigo le envió, su amigo del que ha estado enamorada casi prácticamente toda la vida. Hoy comenzaría un semestre más, cada vez faltaba menos tiempo para poder terminar su carrera y poder convertirse en la mejor abogada, y no solo eso, si no que también al menos de esa manera poder cumplir la promesa que le hizo a su padre. Elena se despide de su mamá quien está cosiendo de nuevo un poco de ropa para vender. Ella toma algo de comer y sale a la universidad. Su universidad era privada, Elena mantenía la beca gracias a sus buenas calificaciones porque de lo contrario, no habría forma alguna de que ella pudiera pagar un semestre tan costoso. Elena toma el autobús, como todas las mañanas, convencida de que hoy es el día en el que por fin su amigo se le declare. En ese momento, el autobús frena con brusquedad haciendo que ella caiga. Elena se levanta con su brazo adolorido, mientras observa como el conductor discute con otro hombre. —No puedo creerlo… no puedo permitirme llegar tarde —se dice ella. Elena se va de allí y comienza a correr, aún sintiendo el dolor en sus brazos, corre como si fuera el más importante maratón. Sin embargo, en ese momento, sintió como un automóvil la golpeaba tirándola al suelo. Elena sintió un golpe en su abdomen y maldijo por el día que estaba teniendo, muy por el contrario, al que esperaba. —¿Se encuentra bien? —Elena escuchó la voz de un hombre, una voz ronca y demasiado varonil. —¿Cree que me encuentro bien? me acaba de atropellar ¿por qué no puede conducir bien como una persona normal? —ella dice. —¿Me está diciendo que conduzco mal o que soy anormal? mire aquí la única persona que no tiene ni idea en donde está parada es usted. Debería aprender a cruzar la calle antes de decir que el conductor del carro al que chocó no sabe conducir. No debería ser tan descuidada, la próxima vez sea más inteligente. —Elena se levanta molesta y se queda frente a frente a él. Su mirada desafiante y penetrante la puso nerviosa. —Es usted el hombre más petulante que he visto en la vida, acaba de arruinar la poca paciencia que me queda. Elena se acerca al carro y golpea este un par de veces con su pie. Aquel hombre se queda allí observando el espectáculo, mientras su mandíbula se tensa por completo. —¡Púdrase! —ella le dice, luego se va al lado contrario. Elena mira de reojo y puede sentir como su sangre hierve, no solo va tarde si no que también va sucia y como si no fuera poco, va lastimada. Al llegar a la universidad Elena llega corriendo dándose cuenta que lleva unos cuantos minutos de retraso. Ella comienza a golpear la puerta suavemente cuando se da cuenta que la clase empezó. En el momento que la puerta se abre, Elena queda con su boca abierta al ver al hombre que la había atropellado hace poco .