Lloré con la novia
Desperté adolorida en medio de las piernas, en una cama de hotel, sola, y con vagos recuerdos de haber tenido el mejor se**xo de mi vida.
Al principio todo fue confuso porque mi cama estaba más suave que de costumbre. Las sábanas suaves no se parecían a las que había comprado en la tienda departamental en descuento, parecía que estaba durmiendo en las nubes.
Parpadeé un par de veces hasta que me di cuenta de que estaba en una habitación de hotel lujosa, un gusto que nunca me hubiera permitido pagar en mi precaria situación.
Mi novio me había dejado por otra mujer mejor que yo. Al menos eso fue lo que me dijo cuando se embarcó en un vuelo en primera clase a Dubai. Ella le había pagado el viaje y a mí me dejó con la deuda de seis meses de renta.
Me quité las sábanas de encima y me di cuenta que tenía varios moretones a la altura de mis caderas. ¡Madre mía! ¿Qué había pasado exactamente?
El flash de un hombre poniéndome en cuatro y embistiéndome como si en ello se le fuera la vida, me golpeó de pronto en mis pensamientos más puros.
¿Qué había hecho? No era de las mujeres que se acostaban con un extraño de buenas a primeras y. . .
Me llevé las manos a la boca en un intento por no dejar escapar un grito. Vi con mis propios ojos que toda mi ropa estaba regada como una prueba viviente de que había dejado que la pasión se desatara con todo.
— ¿Qué hiciste, Zoe? —Me dije susurrando, tratando de llamarme yo misma la atención.
Debo reconocer, con toda la vergüenza del mundo, que había entrado en depresión luego de mi ruptura amorosa. No valía la pena gastar mis lágrimas por él.
*
Mi amiga Ariana, en un intento por consolarme, me invitó a una fiesta por parte del jefe de su mamá, a la cual decidí asistir para no estar sola en casa. Me fui al hotel Moon Castle Resort donde se daría el evento privado.
Me solté mi cabello que lo peiné en ondas, me puse tacones, me vestí con el mejor vestido coctelero de noche que tenía, a juego con unas zapatillas en color dorado con cuerdas atadas a los tobillos, y me maquillé a manera de que mis ojos azules resaltaran. Estaba lista para brillar en medio de la tristeza.
Era una boda. No recuerdo cómo se llamaba la chica, me pareció que era la sobrina del jefe de la mamá de mi amiga Ariana.
Recuerdo perfectamente que entré a la fiesta, y tan pronto el mesero se acercó a ofrecerme una copa de vino, acepté sin pensar, porque no conocía a nadie ahí. Mi teléfono se había quedado sin pila y, al ver que mi amiga no llegaba, me bebí otra copa de vino.
Fue entonces cuando lo vi.
Alto, traje n***o impecable, sonrisa ladeada como si la vida fuera una broma privada que solo él entendía. Sus ojos verdes, creo, me atraparon de inmediato cuando levantó su copa hacia mí, como si brindara en silencio.
No sé cómo terminamos compartiendo mesa, ni cómo su descaro me hizo reír a carcajadas. Lo único que recuerdo con claridad es que cuando nuestras rodillas se rozaron bajo la mesa, él se inclinó lo suficiente como para que su voz se colara directo en mi piel.
— Tienes pinta de mujer que guarda reglas estrictas.
— Una sola. —Respondí con una sonrisa torcida, mareada entre el vino y su cercanía—, nunca me voy a la cama con un desconocido. Esas cosas siempre salen mal.
Él arqueó una ceja, divertido.
— Entonces hagamos un trato.
— Ni lo sueñes. —Me reí, apartando la mirada.
Él chasqueó los dedos y pidió una servilleta al mesero. Con una pluma que parecía haber robado, escribió rápido dos líneas, la dobló y me la deslizó como si fuera un secreto prohibido.
"Contrato de una noche"
1. Romper las reglas solo por esta noche.
2. Si alguien rompe la regla, paga la siguiente ronda.
Era una trampa, una muy divertida e ingeniosa. Lo miré con incredulidad, pero el descaro de su sonrisa me hizo reír aún más.
— ¿Estás demente?
— Si no firmas, creo que me vas a deber una ronda. —Firmó la servilleta ante mis ojos y me ofreció la pluma.
No sé si fue el vino, el tequila o el brillo retador en sus ojos, pero terminé estampando mi firma con un garabato torpe, y él sonrió como si acabara de pactar un contrato millonario.
La servilleta quedó arrugada entre copas vacías. Y yo, entre risas y un calor que no sabía si venía del alcohol o de él, crucé la línea que juré no cruzar nunca.
Y ahora que había despertado a la mañana siguiente, mi regla se había ido al car**jo, y no hacía más que revolverme el cabello por la frustración de haber faltado a mi propia palabra.
Bien decía mi abuela, que más rápido cae un hablador que un cojo.
*
Me sentí estúpida al darme cuenta que el alcohol era gratis y solo me habría bastado chasquear los dedos para pedir una ronda de bebidas.
— No te habrías endeudado, Zoe. —Me di cuenta tarde.
Una voz masculina me regresó al presente. Provenía del balcón. Él no se había ido, estaba todavía en la habitación.
—. . . Sí, ya terminé aquí. . . Cariño, voy para allá. —Su voz baja se coló desde el balcón como un balde de agua fría.
Me quedé inmóvil ¿“Ya terminé aquí”? ¿En serio? ¿Había sido solo la distracción de la noche? Espera, ¿cariño? ¿Era el cuerno? No, no podía con la indignación ¿Es que me había utilizado?
Cuando entró en la habitación, todavía con la bata blanca abierta en el pecho, me incorporé despacio sujetando la sábana contra mí y le sonreí con veneno.
— Avísale que llegas temprano. —Le dije con fingida dulzura—. No hubo mucho que hacer.
Su ceño se frunció de inmediato, la mandíbula marcada de tensión. Yo crucé las piernas con calma y me puse las zapatillas, como si su molestia me aburriera. A ver, su desempeño en la cama había sido increíble, pero él no tenía porqué saberlo. Era un zorro infiel.
— Aunque pensándolo bien —, añadí ladeando la cabeza—, lo poco que duraste estuvo. . . aceptable. Nada memorable, pero aceptable. Quizá un urólogo te saque de apuros.
Él parpadeó, desconcertado, mientras me ponía el vestido, estaba lista para irme a casa.
— ¿Urólogo? ¿De qué demonios hablas?
Bajó la mirada como si de verdad necesitara comprobarlo. Yo me mordí la sonrisa, disfrutando más de lo que debía.
— No te preocupes —. Le dije mientras tomaba una pluma y anotaba en un papel en el escritorio de la habitación—, tengo un amigo especialista. Cinco estrellas en Doctoralia. Seguro que puede ayudarte con tu problemita de allá abajito.
Tomé mi bolsa de mano, que estaba en la mesita de noche, la colgué al hombro y, antes de salir, le di una palmadita condescendiente en el brazo, depositando el papel con el número del urólogo en su mano.
— En serio, te entiendo. Suele pasar cuando los nervios te traicionan, sobre todo estando con una mujer como yo.
Y antes de que pudiera decir nada más, salí de la habitación como una reina triunfante aplastando la dignidad de un infiel. Mientras pegaba carrera hacia el elevador, mi cuerpo protestaba porque ese hombre me había destruído en la cama. Lo peor es que no recordaba mucho de lo que había pasado. Las puertas de metal se abrieron y yo entré. Pulsé el botón del lobby.
Abrí la bolsa para sacar mi labial, pero me encontré con el ramo de la novia. Me llegó el flash de la fiesta, me había ganado el preciado ramo de flores, celebré con los extraños, y recuerdo que lloré a mares con la mamá de la novia abrazada a mí, cuando el papá de la festejada le dijo las palabras más bonitas a su hija, y qué decir del novio con su primer baile con ella.
El alcohol me había desatado.
Encontré mi teléfono y traté de prenderlo. Fue una suerte que hubiera prendido. Salí del elevador. Tenía solo el tres por ciento, pero fue suficiente para ver los mensajes de Ariana que me preguntaba dónde estaba.
Ella nunca llegó a la fiesta y no vi a su mamá. El pulso se me aceleró como el motor de un auto de carreras. Mensajes y más mensajes diciéndome que no había llegado al aniversario de la empresa. . . Espera. . . Miré el teléfono horrorizada y entonces todo cobró sentido.
— ¡Aaah! ¡Me metí en la fiesta equivocada! —Grité en el lobby.
Y lo peor de todo, es que en esa fiesta me había tirado a un desconocido, firmando un estúpido contrato improvisado.