18: El Precio de la Verdad

1651 Palabras
Félix. Los meses se habían deslizado sin grandes percances, envueltos en la burbuja de mi nueva vida. Max se encontraba nuevamente saturado de ofertas para hacer sus pasantías en los mejores hospitales —un trabajo silencioso de King, estoy seguro—. A King le iba excepcionalmente bien en sus negocios, potenciado ahora por la ayuda de Jehane, cuya capacidad y astucia eran excelentes para cualquier tipo de trabajo. Yo, en cambio, seguía atrapado, luchando por ocultar nuestra relación a mi familia; solo conocían a Jehane, y apenas. Aunque mis amantes ya manifestaban su frustración, queriendo que revelara la verdad, simplemente no podía. El terror de ser golpeado o de ser enviado a algún país remoto sin poder comunicarme con ellos era una losa pesada que no soportaría. Había veces en las que mis chicos se colaban en mi habitación desde la ventana, moviéndose como espías expertos. La situación era tierna y, a la vez, adrenalínica, pero el miedo siempre me vencía y terminaba echándolos para evitar ser descubierto. Siento unos labios cálidos sobre mi frente. —King. —Estás distraído, amor —dice, tomando mi mano con la suya, que siempre es firme—. ¿Sucede algo? —Yo... No, en realidad no —sonrío con esfuerzo—. Solo que no quiero entrar a mi casa. —Si les dijeras la verdad de una vez por todas a tus padres, no estaríamos así, a la intemperie. Asiento con tristeza, la verdad me pesa. —Sabes por qué no lo he hecho. —Porque les tienes miedo. —Me mira, su tono no es un juicio, sino una afirmación fría—. Félix, viví años con un padre maltratador. Sé lo que se siente estar así, vivir bajo el yugo. Pero no es tu mismo caso, ellos no te maltratan físicamente. —Su mirada se vuelve aguda y se posa en mis ojos, buscando una fisura—. ¿Cierto, Félix? —Claro que no —respondo rápidamente, mi voz casi un susurro y la mentira un sabor amargo en la boca—. Ellos... No me harían eso. —Miro mis manos, incapaz de sostener su intensa mirada. —Te creeré, por el momento. —Me atrae hacia él con un movimiento protector, envolviéndome en un abrazo. Siento su respiración en mi cuello y cierro los ojos, disfrutando del refugio que solo él me da. —Sigo sin entenderte, cariño. Les temes a tus padres, pero no me temes a mí, a quien ha matado a personas sin pestañear. Sí, es algo ilógico en mí. —Me siento protegido contigo; por eso no te temo. Tu violencia es para el exterior, no para mí. —Es mejor que entres ya, amor. No quiero que tengas problemas por mi culpa. —Se separa de mí, aunque su mano se aferra a la mía por un segundo más. —Te veré luego —digo, besando sus labios con rapidez antes de soltarlo y apresurarme a la mansión. Mis padres no se encuentran en el recibidor, y mis hermanos deben de estar en alguna fiesta sin importancia. Por suerte, esta noche no tendré que verlos ni soportar sus comentarios hirientes. A veces deseo con todas mis fuerzas que la casa esté siempre vacía, pero no. A ellos les gusta humillarme cada día, cada minuto de mi vida. Aún trato de recordar la razón exacta de tanto odio. Son tantas, que no sé cuál fue la primera. Mi madre quería una niña, pero me tuvo a mí y ya no pudo tener más hijos. Mi padre me veía como débil y enfermizo. Mis hermanos me detestan por mi gusto por la tranquilidad, por mi cabello largo, y porque mi físico es algo afeminado. Y lo peor, yo era mucho mejor que mis hermanos en los estudios, lo que solo alimentó su envidia y resentimiento. Ahora, con Jehane en la ecuación, soy aún más odiado. Mis padres la detestan por su carácter fuerte, y mis hermanos intentan constantemente llamar su atención, lo cual me causa un asco profundo. ≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫ Tomo mis libros y el abrigo rápidamente. Quiero salir de casa lo antes posible. Con el coche de King esperándome, tendré la excusa perfecta de que llego tarde. —Joven Félix, el desayuno está servido —dice la ama de llaves, con una expresión preocupada. —Lo siento, voy tarde a la universidad —respondo con un volumen intencionalmente alto para que mis padres, si están cerca, me escuchen—. Comeré algo al llegar. No logro llegar a la puerta. La voz profunda y autoritaria de mi padre me congela en el sitio. —Félix. Cierro los ojos con fuerza y respiro hondo antes de girarme. —Buenos días, padre. Lo siento, pero voy muy tarde a clase. —Eso debiste pensarlo antes de despertar tarde. —Sí, no escuché el despertador —aprieto la tira de mi mochila, sintiendo el pánico crecer en mi pecho. —He hablado con tu universidad. No irás este día. —Su sonrisa se extiende, macabra, y me provoca escalofríos—. Ahora. —Le da una señal imperceptible a los empleados, quienes se retiran con rapidez—. ¿No me dirás quién es ese tal Maxwell? Escucharlo pronunciar su nombre me deja completamente helado. —¿Qué...? —Lo conoces, ¿Cierto? Imagino que muy bien. —Se acerca con una lentitud deliberada. —Es solo un amigo —miento, tratando de sonar casual. —¿Ah, sí? —Termina de acercarse lo suficiente para tomarme del cabello con una fuerza brutal que me hace gemir. —Basta de juegos, Félix. Sé muy bien que andas con ese asqueroso huérfano, y lo peor es que no solo con él, sino que tu puta novia también está enredada. ¿Así es como te he enseñado? ¿A ser un marica y a chuparle la v***a a un hombre? —¡Padre! —Trato de quitarle su agarre sin éxito. —¡No basta con que te parezcas a una mujer, sino que también te gustan los hombres! ¿Cómo pude terminar con un hijo como tú? ¿No piensas en tu familia? ¿En nuestra imagen? Te he criado para que seas un hombre, un heredero, ¡no un lamevergas de huérfanos asquerosos! —Me lanza con fuerza al suelo. El impacto me saca el aire, haciéndome toser y gritar de dolor. —¡No lo llames así! ¡No tienes el derecho de hablar así de ellos! —exclamo, sintiendo una furia que nunca antes había conocido. Me patea con rabia en el estómago, haciéndome encogerme y sollozar. —¡Cállate, maldito marica! —Se agacha, tomando nuevamente mi cabello con ambas manos. La opresión es insoportable—. Te enseñaré a no ensuciar la imagen que tanto me costó lograr. Soy arrastrado sin piedad por el suelo de mármol hasta su despacho. Me arrincona junto a su escritorio, donde toma unas tijeras de plata maciza. —Siempre lo supe. Desde que vi tu cara al nacer, supe que serías un problema. Y más aún al ver cómo crecías: los rasgos tan femeninos, la mirada de deseo de otros hombres... —Padre... Por favor, no. —Mi voz es una súplica rota. —Debes estar agradecido de crecer en una familia tan prestigiosa como la nuestra. De darte privilegios, comodidades y beneficios, pero no te bastó. Ahora quieres hacerme perder la cabeza emparejándote con ese hombre. Dime, ¿Fue esa chica? ¿Ella te manipuló para estar con él? —No respondo nada. El silencio es mi única arma. —Ah, ya veo. Nadie te manipuló. Simplemente te gustan las pollas. Tranquilo, desperdicio de hijo, te ayudaré a no tener esos gustos. —Con un movimiento repentino y brutal, las tijeras comienzan a cortar mi cabello. Lágrimas, gritos y súplicas, nada basta para que él se detenga. Mi preciado cabello cae al suelo, mechón tras mechón, dejándome con una horrible sensación de desnudez. Mi padre sonríe como un psicópata al hacerlo, y al terminar, no duda en rematarme con más golpes, asegurándose de que el dolor se imprima en mi memoria. Nadie viene. Nadie me ayuda, y mucho menos nadie lo detiene. Sé que mi madre y mis hermanos están en casa, los tres escuchando cómo mi padre era violento, tal como lo fue otras veces en el pasado, pero esta vez peor. —No volverás a ver a esos malditos —dice, arrojándome a una habitación vacía y oscura—. No dejaré que vuelvas a desafiar mi autoridad. Y si es posible, haré que te lleven a un lugar tan apartado que haré creer que moriste. Esos niños no saben con quién se metieron, y si me hacen molestar, los haré sufrir. —Ellos te harán pagar —logro decir, sintiendo un sabor a sangre en la boca. Él ríe a carcajadas. —¿Qué hará un huérfano sin nombre y una hija odiada? Es obvio que no sabe quién es King. —Puedo hacer que ambos tengan la peor vida si así lo deseo o, mejor, los haré desaparecer. Mi risa es débil, pero no dudo en que salga. —Ya verás... Mi cuerpo me duele terriblemente. No siento mi rostro, y el frío de la habitación me cala hasta los huesos. Nunca me había sentido tan mal como ahora, y no es solo por haber sido brutalmente golpeado —eso ya no es nuevo—. Me siento mal por mi cabello, mi preciado y amado cabello, el cabello que tanto adoran mis novios. Y claro, me siento mal por mi familia y el desastroso futuro que les espera, pues sé que mis chicos no se quedarán quietos.
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