King.
Observo con atención cómo Max duerme plácidamente en nuestra cama. Desde que terminó sus prácticas en el hospital y con su día libre de la universidad, lo veo realmente relajado. Me gusta verlo así.
Hemos pasado estos últimos días a solas en la mansión. Félix rara vez se queda muchas noches, y Jehane lo imita para que él no se sienta excluido. Este tiempo me ha permitido convivir más íntimamente con Max: le he enseñado algunas cosas sobre mi mundo y hemos comenzado a entrenar juntos siempre que tiene un hueco. Se ha puesto notablemente más fuerte, su capacidad física es impresionante, aunque todavía no está a mi nivel o al de Jehane.
Sigo sintiendo la punzada de rabia por lo que ese hombre le hizo a mi chico. Vetarlo de la sociedad de salud solo por el miserable capricho de su hija, o más bien, solo porque Max la dejó para elegir una vida que incluye a un hombre. Esto no se quedará así. No toleraré que nadie humille a uno de mis amantes. Mi reputación se construye sobre la idea de que lo que es mío es intocable.
—¿King? —su voz somnolienta me saca de mis pensamientos.
Beso su frente con suavidad. —Descansa un poco más. Los chicos vendrán más tarde.
—Lo sé —se gira, apoyándose sobre el colchón. ——¿Saldrás?
—Sí, no tardaré. —Mis ojos recorren su espalda desnuda, llena de marcas que atestiguan nuestro encuentro de anoche. Disfruto cada noche con él, aunque a veces debo contenerme, pues no quiero lastimarlo ni agotar su energía para sus estudios.
—Entonces me quedaré a esperar a nuestros chicos.
—No te preocupes. Sabes que ellos adoran verte descansar. Quédate en cama; si es posible, convéncelos de que te acompañen a holgazanear.
Max sonríe, cerrando sus hermosos ojos. —Lo intentaré.
Le doy un último beso antes de deslizarme fuera de la habitación y de la casa. Mis guardias están ya en posición y algunos me siguen. Saben perfectamente a dónde vamos: al hospital que mi chico rojo se vio obligado a abandonar.
—Estaremos aquí esperando cualquier orden, señor —dice uno de mis capitanes de seguridad mientras me bajo del coche.
No pronuncio una palabra. Entro al vestíbulo del hospital como un depredador en un corral. Todos se quedan inmóviles al verme, abriéndome paso sin que yo lo pida. El apellido Hathaway tiene ese efecto, incluso aquí.
—Señor Hathaway —dice una mujer, supongo que la secretaria de Davies, con la voz temblándole—. No sabía de su visita. El señor Director está en una llamada.
—Quiero verlo. Ahora.
La mujer obedece de inmediato, y al minuto estoy en la oficina de Davies.
—Señor Hathaway, no esperaba su visita —dice Davies, levantándose y extendiéndome la mano con una sonrisa forzada.
Nuestras manos se encuentran, pero mi apretón es intencionalmente frío y dominante. Me invita a tomar asiento.
—Dígame en qué puedo ayudarle. ¿Busca una consulta personal? Sabe que puede contar conmigo como su médico.
—De hecho, sí necesito una consulta —digo con una calma que lo desarma. Davies se reclina, creyendo tener la situación bajo control. —En realidad, no vengo por una consulta suya. He oído que usted tenía un joven doctor muy prometedor, con ambiciones en dermatología. Decían que era un joven dotado. Su nombre: Maxwell.
El cuerpo de Davies se tensa por completo, su mandíbula se aprieta con una tensión evidente.
—Está muy bien informado sobre el joven —tartamudea, intentando recuperar el aplomo—. Pero tristemente, hace poco decidió no seguir sus prácticas en el hospital. Me parece que se ha mudado de la ciudad.
Suelto un bufido de gracia que lo pone en alerta máxima. —¿Dejó el hospital y se mudó? Vaya, pues creo que acabo de verlo bajo las sábanas de mi cama.
Sus ojos se agrandan de terror, y veo cómo gotas de sudor frío brotan de su frente. —¿Cómo dice? —pregunta, intentando sonar firme, aunque el temblor es perceptible.
—Parece que usted no está bien informado. Maxwell no solo es un médico. Ahora es un Hathaway por ley, y es mi hombre. —Traga saliva—. Pero usted no lo supo porque no le permitió seguir sus prácticas aquí. Lo expulsó, arruinó su reputación con mentiras en otros hospitales y, sobre todo, lo llamó... marica.
Me levanto de golpe y lo tomo bruscamente por la corbata, acercando su rostro al mío hasta que puedo sentir su aliento.
—Ahora, ¿Quiere llamarme marica a mí también? Vamos a ver si tiene el valor de decirlo a la cara de un Hathaway.
—Señor Hathaway, yo no... yo no sabía que él era... su amante. Yo...
—Maxwell no tiene la culpa de que su hija sea como es. Eso es responsabilidad suya. —Lo empujo bruscamente, obligándolo a tropezar contra el escritorio—. Arreglará esta mierda. Hablará con todos esos hospitales y limpiará el nombre de Maxwell Hathaway.
—Sí, señor. Me encargaré de hacerlo —balbucea, temblando.
—Agradezca que no haré otra cosa, por ahora. Maxwell me lo ha pedido. Por lo tanto, espero una disculpa personal de su parte, y sin que él tenga que venir a este lugar. Usted mismo irá a buscarlo y le pedirá perdón.
—Sí, señor.
Me doy la vuelta para irme, pero me detengo en el umbral. Lo miro por encima del hombro.
—No crea que esto termina aquí. Lo humillaré tal como lo hizo con mi chico, pero será el triple. Le juro que cada centavo de su reputación se hará trizas. —Mi voz es un susurro mortal—. Absténgase de las consecuencias por haber lastimado a un Hathaway.
—¡Señor, no! —Su súplica es débil.
Salgo de la oficina. Mis hombres tienen que detenerlo cuando intenta seguirme. Davies luce angustiado y lleno de pánico, pero no hay lugar para el arrepentimiento. Ahora tendrá que cargar con todo lo que se le avecina.
Después de atender otros asuntos, regreso a casa. Mi horario se ha extendido, pero estoy tranquilo sabiendo que mis amantes están a salvo y bien cuidados.
—Hola, hermano —Owen se acerca con una sonrisa y me da un breve abrazo. —Tu chica está entrenando en el patio trasero. Vaya, has conseguido un arma letal.
—No la llames así. Es tu cuñada y debes respetarla, aunque sea más joven que tú —le digo, aunque en el fondo me divierte su admiración.
—Sí, hermano. Lo siento.
Me dirijo al patio. Jehane está entrenando con mis mejores guardias. Lleva su atuendo de misión, un traje de tela elástica ajustado que resalta cada curva de su cuerpo. Los guardias intentan disimular sus miradas, pero saben que no deben hacer ningún movimiento en falso, o su cabeza podría dejar de estar unida a su cuello.
Me tranquiliza que la miren; deben admirar a su nueva jefa. Me siento afortunado de tener una mujer así: tan letal y sensual. Fue creada para ser seductora y, a la vez, peligrosa.
—Bien, chicos, el entrenamiento de cuerpo a cuerpo terminó por hoy. —Todos sueltan quejidos de decepción, pero al verme, se ponen firmes de inmediato.
—Jefe.
Jehane se gira rápidamente, y una sonrisa genuina ilumina su rostro. —Hola, mi amor. —Camina hacia mí de una manera hipnotizante. Esas curvas prominentes son fascinantes.
—Llegué tarde para entrenar.
—Mmm, todos saben que tu compañero habitual de entrenamiento es Max —dice, besando mis labios con la frescura del exterior—. Por cierto, lo dejaste técnicamente molido. No quiere levantarse de la cama.
Suelto una risa baja. —Solo está cansado por todo lo que hace. —Miro cómo el cierre de su traje ha quedado a media asta, revelando parcialmente sus redondos senos.
—¿Lo solucionaste?
—Lo hice. Nadie más podrá meterse con Maxwell.
—Bueno, ya salimos de eso —sonríe con aire satisfecho—. Ese hombre ahora pensará dos veces antes de cometer estupideces. Se metió con el equivocado.
—Será fácil acabar lentamente con él y su familia —digo mientras caminamos hacia la casa—. Además, Maxwell no necesitará trabajar para ningún hospital. Le daré su propia clínica.
—Eso sería genial, siempre y cuando él esté de acuerdo.
—No aceptaré un no. Será una sorpresa.
Llegamos a la cocina, donde Félix está preparando algo. Quizás un capricho de Max, pero allí está, concentrado y feliz con lo que hace.
—¡King! —Corre hacia mí emocionado, y me da un abrazo cálido. —Te extrañé mucho.
—Y yo a ti, cariño —acaricio su hermoso cabello. ——¿Cocinando?
—Sí, Max quería comer un pay de manzana.
—Suena bien, ya quiero probarlo. —Beso sus labios, saboreando el dulce olor a canela.
Solo espero que cuando Félix le diga a sus padres sobre nosotros, no se convierta en otro problema. No quiero enterarme de que le hayan hecho cosas malas para lastimarlo. Debo protegerlos a todos, sin importar el costo.