Antonio se arrodilló desesperado frente a Laura, como si su propio existir dependiera de las respuestas que ella pudiera proporcionar. Sus mejillas estaban bañadas en lágrimas que caían sin cesar, dejando un rastro de vulnerabilidad en su paso como si compartiera el mismo dolor con su amada. Con un gesto tembloroso, tomó con sus manos la delicada cintura de ella, aferrándose a ella. Su voz, quebrada por la angustia, volvió a resonar en la habitación llena de tormento.
—¿Por qué, Laura? —se escuchó un sollozo, entrecortado por un nudo en su garganta. Sus ojos, rojos e hinchados, buscaban desesperadamente respuestas en los de ella— ¿Por qué no me dijiste que estabas sufriendo tanto?
En ese preciso instante, el mundo pareció detenerse para Laura. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban
