Capítulo 1: Todo por un carnet
Narra Christine
—Sí, tengo 26 años.
—¿Resides aquí en New York? Veo en tu currículo que eres de Los Ángeles.
—Sí, pero tengo un mes viviendo aquí.
Sonreía a pesar de sentir como mi corazón latía con fuerza, el resoplido de mi respiración sentía que resonaban por toda la sala.
—Tienes solo un par de años de experiencia.
—Sí, trabajé un par de años en Los Ángeles para el CEO de una fábrica textil.
—¿Por qué decidiste renunciar?
—Pues necesita ampliar mis horizontes y trabajar en otros conceptos, quiero seguir aprendiendo; por eso decidí mudarme y tratar de seguir creciendo laboralmente en un contexto distinto al mío.
El hombre seguía pasando las hojas y leyendo la información, por momento se detenía y me miraba por encima de sus lentes.
—Bien, creo que eso es todo; si hay noticias favorables, nosotros nos comunicamos con usted.
—¿Es todo? —cuestiono mirando el reloj.
—Sí, es todo, muchas gracias por venir.
Estuve sentada aquí solo cinco minutos, tardé más llegando a la empresa que el tiempo que duró la entrevista.
Me puse de pie y volví a darle la mano a este hombre que usa traje elegante.
Salí algo desanimada, no me gusta que no me den una respuesta puntual, eso de esperar semanas por una respuesta es una tortura.
—¡Ey! ¡la chica del abrigo marrón!
Me detuve y miré detrás de mí.
—Casi que no te alcanzo ¿Cómo te fue en la entrevista?
—Creo que bien, o bueno, eso espero.
La chica que también estuvo en lista de espera para ser entrevista, me cuenta que vive aquí en la ciudad, ha trabajo en diferentes empresas importante; llegaba allí por una recomendación de su antiguo jefe, por lo que escuchaba, sentía que tenía más oportunidades que yo, pero bueno; pronto llegará mi momento.
—Bien, chica de Los Ángeles, fue un gusto conocerte.
Esta joven de piel morena, camina hasta a su auto y se aleja.
Toqué los bolsillos de mi abrigo, saqué el dinero que me quedaba y la verdad creo que empiezo a entrar en una verdadera crisis financiera. Aparté el dinero para pase de la estación de bus y me quedó algo para un café, lo necesito. Caminé por un rato mientras pensaba en lo que debería hacer, esta fue mi última entrevista del mes y no me llaman ni para bañar los perros de los CEOS de las empresas a las que he ido. Mierd*, no quiero volver a casa, el día que salí del seno de mi familia, tenía un propósito, volver sería sentir que estoy retorciendo en lo que un día me propuse.
Entré a una cafetería y me acerqué hacia la caja para comprar un café bien cargado.
—Sí, en cinco minutos llevaremos su café a la mesa siete.
—Gracias.
Me senté en la mesa que me indicaron, miré mi móvil y tenía varios mensajes de mi madre, tan pronto llegue a casa la llamaré. Sé que todos esperan la gran noticia de “Ya tengo trabajo” pero no, al igual que yo, se empiezan a sentir tristes porque saben que no he logrado aun lo que deseo.
—Señorita, aquí tiene su café, lo disfrute.
—Muchas gracias.
El olor de ese café caliente me devolvía el aliento, me saboreaba por darle ese primer sorbo que sabe a gloria. En el momento que con cuidado levanto la taza e intento pegar mi boca en ella, entra una mujer azotando la puerta, por lo que tuve sostener bien la taza porque de la impresión casi la dejo caer.
—Bueno días, necesito un café para llevar, que esté muy cargado, por favor.
La mujer saca su cartera y paga el café, se notaba algo estresada. Parece que no solo yo he tenido un mal día.
—Le llevaremos su café a la mesa seis.
—Okey.
Esta chica se quita del cuello un carnet, lo deja en la mesa y luego procede a dejar su cartera, móvil y hasta una bolsa de papel grande. La cara de esta chica era de decepción, tristeza o cansancio, es algo difícil de descifrar.
Le di un sorbo a mi café y empecé a disfrutarlo, me calma este sabor, me cae tan bien que hasta mis ánimos mejoran. No me voy a preocupar, mañana será otro día y pensaré con más calma, no voy a decepcionarme, he avanzado; hace un mes estaba en Los Ángeles y hoy estoy en la gran manzana, eso es dar un paso. Así que, me voy a tranquilizar y vivir un día a la vez. Mi madre siempre dice que cada día tiene su propio afán, no voy a atraer decepciones a mí, alguien me llamará; estoy segura de eso.
—Señorita, aquí está su café —dice el joven que trabaja en la cafetería entregando el café de la chica de la mesa seis.
—Gracias.
Parece una mujer adinerada, sus tacones relucientes, su abrigo, sus anillos y sus uñas largas; mostraban lo bien procesada que estaba. Esta se pone de pie y empieza a tomar sus cosas, yo seguí dándole los últimos sorbos a mi café mientras la veía salir de la tienda con tanto estilo, en el momento que dejo mi taza vacía en la mesa y me paro para también retirarme, me doy cuenta que el carnet de la mujer de la mesa seis; quedó en su lugar.
—Oh, parece que ha dejado su carnet —dije acercándome para tomarlo.
Leí muy por encima su nombre, Lauren Hoffman. Esto parece su carnet de identificación de su trabajo, levanté mi vista para saber por dónde iba, pero ya no se veía por allí; así que, me apresuré y corrí hasta la puerta, la vi caminar en dirección a un auto.
—¡Oiga! ¡Oiga, señorita!
Aceleré mis pasos para alcanzarla, pero por más que la llamara, esta no se detenía.
—¡Señorita!
Empecé a correr cuando la abrir la puerta de su auto, movía el carnet en el aire para que me notara, pero fue inútil, ella subió a su auto.
—¡Espera! ¡Espera! Olvidaste esto en… Carajo.
La mujer pone su auto en marcha y se va, no hubo manera de devolverle el carnet, así que me detuve y traté de recuperar el aliento. Miré hacia atrás y me había alejado demasiado de la cafetería, luego miré al frente y estoy más cerca de la estación buses; creo que me lo quedaré y mañana lo traeré, quizás esta mujer recuerde donde lo dejó y vuelva por él. Guardé el carnet en mi bolsillo del abrigo y seguí mi ruta.
Avancé un par de metros cuando escuché a una persona gritar.
—¡Por Dios!
De inmediato me doy la vuelta y trato de ver lo que a los demás le asombra, había un auto que se acercaba a toda prisa en la vía, estaba esquivando el resto de autos como si fuera una especie de carrera; lo terrible ocurre cuando este auto de la forma más increíble, intenta frenarse y cambiar la dirección en la que iba, por la velocidad que llevaba, el vehículo de alta gama se volcó y empezó dar vueltas en la carretera, nunca había presenciado algo tan terrible; puedo jurar que vi al vehículo revotar como si se tratara de una pelota hasta que se detiene y se arrastra quedando completamente al revés.
—¡AH! —Gritaban algunas personas.
El estruendo que eso ocasionó, hizo que todos los peatones quisieran asomarse para ver lo que había ocurrido.
Mi corazón acelerado y mi respiración agitada, eran una señal del impacto que generar presenciar algo así, no hallaban que hacer, miraba a todos lados y noté como la vía empezaba a despejarse, más de uno se bajaba de su auto y a los lejos miraba para saber si había alguien en el interior del auto.
—¡Hay una mujer! ¡En el auto hay una mujer! —gritaban quienes podían verla.
—Que alguien haga algo —dije casi en un susurro—. Que alguien la ayude —repetí en medio de shock.
Todos miraban la escena con pena, pero nadie hacía nada.
—¡Por Dios! ¡Que alguien ayude a esa mujer! —grité provocando que algunos me miraran con rareza.
Parece que nadie piensa hacer nada, ¿Cómo pueden solo mirar y no hacer nada por ella? Movía mis dedos con rapidez, muy en el fondo estaba dispuesta a ser yo quien diera la iniciativa, pero al tiempo espera ver a una persona valiente que corriera para salvarla; parece que no, nadie irá por ella. Solté mi bolso y corrí hasta la autopista, solo podía escuchar de lejos a las personas que decían:
—¿A dónde vas muchachita? ¡Estás loca! ¡Ese auto puede explotar! ¡¿Qué haces?!
Corría decidida hasta el auto, estaba dispuesta hacer lo que fuera con tal de salvarla. De aquel vehículo volcado, veía como salía humo, pero a pesar de los gritos aterradores de las personas, seguí decidida con lo que me propuse. Me lancé al suelo y noté el cristal del copiloto estaba roto, por lo usé mis codos para terminar de romper lo que quedaba, sin miedo a cortar o herirme puse mi abrigo sobre los trozos que quedaban pegados y los halé con fuerza. Usé hasta mis pies para que no quedaran trozos que pudieran lastimarme a mí o a la mujer.
—Ayu…da… —dice esta mujer que aún estaba consciente.
Miré su rostro y tenía mucha sangre, no logré mirarla bien, tenía hasta parte de su cabello pegado en su piel.
—Estarás bien, vine a ayudarte, vas a estar bien.
La mujer aún estaba de cabeza, tenía puesto su cinturón de seguridad; me tuve que adentrar más a este vehículo y tratar de abrir el broche de su cinturón. Pero estaba atascado, algo que me alteraba al punto de ver como mis manos temblaban, hice un par de intentos más y no podía; moría de miedo porque el tiempo corría.
—Estarás bien, vamos a salir de aquí, solo tengo que tirar con más fuerza, no te preocupes.
—Ayúdame por favor —escuché con más claridad.
Esa voz de súplica y entrecortada me ponían más nerviosa, pero me llené de más coraje y lo volví a intentar.
—Estarás bien, todo está bajo control, voy a ayudarte; puedes estar tranquila —decía mientras tirana del broche—. Mi nombre es Christine German, te sacaré de aquí ¿de acuerdo?
—Christine…
La mujer se desmaya y ahí sí es verdad que morí de nervios, tuve que tentar con mis manos un trozo del cristal de la ventana del auto para cortar el cinturón, vi como mis dedos se cortaron, pero no me importó, seguí hasta que pude hacerlo. Traté de acomodar a la mujer para que no golpeara su cabeza, de esa manera; ya con su cuerpo liberado del cinturón, tenía que sacarla. Metí mis brazos debajo de los suyos y empecé a halarla, me arrastraba y luego la arrastraba a ella con la fuerza que ni yo sabía que tenía. Cuando pude sacarla del auto, escuché a las personas que solo estaban de espectadoras, mis brazos ya estaban cansados y quise parar, pero algo dentro de mí me decía que no me detuviera, de esa manera; logré alejarme lo suficiente, justo cuando me detengo, el auto explota haciendo que suelte a la mujer y caiga de espaldas al piso. Un zumbido quedó en mis oídos y mi mente se nubló por unos segundos.