CAPÍTULO 8

1234 Palabras
Levantarse a las cinco de la mañana no había sido problema, Roberta estaba acostumbrada a trabajar desde muy temprano, lo hizo mientras estudiaba la universidad, porque debía solventar todos sus gastos por sí misma, así que definitivamente no le asustaba madrugar. Pero había algo a lo que sentía que no se lograría acostumbrar, y eso era a ser llamada por otro nombre. En esa casa, el poco personal que había, incluyendo a la entrenadora personal que se le había asignado, conocían su situación, y por eso fueron instruidos con la orden de llamarla Rebecca, porque, desde ese momento y hasta que fuera necesario, ella sería Rebecca Morelli. Era incómodo ser llamada por un nombre que no era de ella, pero, en parte, Roberta entendía que fuera necesario, ya que, para ser completamente honesta, le tomaba tiempo acostumbrarse a las cosas, y no era posible que se acostumbrara a responder a ese nombre sin un montón de práctica. Y, aun así, ser llamada por un nombre que le parecía desconocido, no era lo peor de todo, lo peor fue la tremenda culpa que sintió cuando, al bajar a desayunar al día siguiente de llegar a esa casa, la joven se encontró con esa pequeña niña que, tal como lo había mencionado Alessandro, era muy parecida a ella; no, en realidad Estrella se parecía a su mamá, no a ella. La pequeña de dos años y medio había corrido hacia ella y se había abrazado a sus piernas, llamándola “mamá” y, a diferencia de la sonrisa que les regalaba a sus pequeños alumnos de preescolar cuando cometían ese error, ella no le pudo sonreír a esa pequeña. —Deberás preguntarle a ella cómo es que debes tratarla, porque es nuestro pequeño tesoro y ya debería estar en tus brazos, siendo comida a besos por ti —explicó Alessandro y Roberta se limitó a asentir mientras respiraba profundo. Si en algo Alessandro tenía razón era en que esa relación madre e hija necesitaba mucha más naturalidad, por eso decidió adoptar su rol de maestra, para poder querer un poco a esa desconocida que la necesitaba; porque los niños así de pequeños definitivamente necesitaban a sus mamás. —¿Ya no te duele la panza? —preguntó la pequeña, que, ni bien fue alzada en brazos por Roberta, comenzó a jugar con su cabello oscuro—. ¿Qué le pasó a tu cabello? —Se me olvidó pintármelo —declaró la joven, sonriéndole a la pequeña que, en un inicio, la miró con sorpresa, pero luego sonrió con ella, abrazándose a su cuello—... Me lo pintaré más tarde... Alessandro no dijo más, solo volvió la mirada a su café, complacido porque esa joven se viera cómoda al menos con la niña porque, de todos sus trabajos, ese era el más importante. Roberta no debía permitir que la pequeña Estrella se olvidara de que su madre la amaba demasiado. » Sabes algo —dijo la joven, que se mecía de un lado a otro con la niña entre brazos abrazada a su cuello—, te extrañé muchísimo. —¿De aquí hasta el cielo? —preguntó la pequeña, alzando la cabeza y mirando a la doble de su madre, que ella no sabía era la doble. —De aquí hasta el cielo —confirmó Roberta disfrazada de Rebecca—, y de regreso también. —Yo también —aseguró la pequeña, emocionada—, yo también te extrañé de aquí hasta el cielo, y de regreso también... porque estaba solita. Solo entonces, viendo la inocente sonrisa de esa pequeña, con los ojitos tristes al hablar de su soledad de días pasados, fue que el corazón de una maestra de preescolar, que era capaz de amar hasta a treinta y dos niños al mismo tiempo, decidió darle su amor para treinta y dos a esa única pequeña. La falsa Rebecca besó con mucha ternura la frente de la pequeña, y luego sus manitas que seguían jugando con su cabello. Era cierto, seguro Rebecca tenía una forma particular de amar a su bebé, pero amor era amor, así que, por ahora, solo la amaría a su manera, ya tendría tiempo de preguntar a la falsa rubia por su forma de amar a la pequeña. Tras el desayuno, Estrella fue llevada a sus clases y Roberta debió tomar clases también, pero, antes, recibió a la estilista que le hacía el cabello a la señora de esa casa y, con el cabello decolorado, Roberta se anonadó ante su reflejo. Ella lo había pensado antes, que los ojos de la otra eran un tanto más claros que los suyos, y ahora entendía el porqué. Era terrorífico lo mucho que ellas dos se parecían, ahora, con el mismo tono de cabello y con ropas que Roberta jamás se habría comprado, por el precio y el estilo que no quedaba para nada con ella buscando siempre estar cómoda al mejor precio, de verdad sentía que era Rebecca la que estaba en su reflejo, y no ella misma. —Wow —hizo Rebecca, viendo a Roberta llegando hasta ella—, te pareces demasiado a mí, en serio demasiado. Es como si de verdad fueras yo. Roberta suspiró, sintiendo que de nuevo respiraba porque, desde que se había visto en el espejo media hora atrás, se había quedado en una especie de shock que la detenía de salir corriendo, y que detenía muchas cosas más en ella, su corazón incluido y, sobre todo, su respiración. Tal vez era una tontería, pero definitivamente sentía que era malo lo que estaba haciendo, y no solo en el aspecto legal en el que, dijeran lo que dijeran, estaba incurriendo en un delito; también se sentía que eso terminaría por hacerle daño a ella misma. —Sí —concedió Roberta, desganada—, somos igualitas, y, si te soy sincera, esto me asusta un poco... No, un poco no, esto me asusta demasiado. Rebecca sonrió. No es que no la entendiera, de hecho, probablemente ella estaba aún más aterrada que Roberta. Esa joven, que lucía exactamente como ella, estaba a punto de convertirse en ella, y, de alguna manera, sentía como que iba a tomar todo lo que era ella y ella amaba. Pero eso no era lo peor de todo, lo peor era que era ella misma quien se lo estaba permitiendo, tanto así que incluso le daría clases para comportarse como ella lo hacía siempre. A dos meses exactos para que Rebecca reapareciera en sociedad tras un buen descanso, Roberta comenzó a aprender todo de Rebecca, incluso a imitar los movimientos de esa mujer al comer o beber agua, porque no podían dejar nada afuera. Los ojos que siempre estaban sobre Rebecca Morelli eran unos que, definitivamente, ya sabían todo de esa joven, así que era necesario que nada destacara o se quedara corto en la actuación de Roberta quien, en esos dos meses, dominó tan bien el arte de ser Rebecca Morelli que incluso el mismo Alessandro se sorprendió. —No te enamores de ella —pidió Rebecca, abrazándose a su esposo, que noche tras noche pasaba por su habitación y se quedaba con ella por horas enteras, quizá buscando obligarse a sí mismo a no olvidar que, esa Rebecca Morelli con quien pasaba todo el día jugando a la casita feliz, no era en realidad la Rebecca Morelli que él amaba.
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