Cuando el celular de Teo sonó, Austin aprovechó que el semáforo ante ellos cambiaba en rojo para observarle. Al ver el sonriente rostro de su amigo, alzó una ceja silenciosamente.
Decir que no estaba sintiendo curiosidad al respecto, sería mentira, ya que hacía un par de días que se había percatado del extraño comportamiento de su amigo con su teléfono. Quien bien, o sonreía enormemente a la pantalla de su celular, o soltaba unas risitas tímidas, o bien, arrugaba su nariz por completo. Tales cambios inusuales despertaban interés.
—Entonces...
—Entonces... —repitió Teo, sin mirarle.
—¿Me piensas decir con quién te estás enviando mensajes? Y si me dices que no es nadie, déjame decirte que eso abre la posibilidad de que seas bipolar y me estarías obligando a llevarte al hospital por un c
