ERIN
Silbando, envolví mi sándwich en plástico y lo metí en mi lonchera. Las cinco horas que faltaban para el almuerzo parecían todo un año.
Aunque la comida de la cafetería era buena, llevar la mía me ahorraba entre cinco y diez minutos extra, y ese tiempo era oro. En los últimos días, Isaac y yo habíamos empezado a recortar nuestro almuerzo y regresar a la oficina un poco antes. Sin duda, era la mejor parte del día: esos quince minutos que pasaba sentada en su regazo, hablando de todo y de nada.
En el fondo, sabía que lo que estaba pasando era demasiado bueno para ser verdad. Tenía que terminar en algún momento. Pero al menos podía disfrutarlo hasta entonces, ¿verdad?
Pensar en la firme presión de la mano de Isaac en mi cintura me hizo sonreír. Su regazo era el lugar más reconfortant
