1| Bienvenida a tu nuevo hogar
¿Qué es capaz de hacer un padre por su hijo?
La respuesta a esa pregunta jamás la tendría el hombre atado a la silla de madera. Quien con la cara ensangrentada y los ojos hinchados, murmuraba algo que no era del todo comprensible por sus dientes rotos. Clemencia, piedad... palabras que Damien Brown ni siquiera reconocía en su vocabulario. El mafioso caminó con cautela y se colocó frente al hombre.
—Habla —ordenó con una voz más gélida que el acero.
El hombre intentó articular algo, pero el miedo y dolor agudo le cerraba la garganta. Las lágrimas corrieron por sus mejillas, mezclándose con la sangre que goteaba de su boca. Damien arqueó una ceja, aburrido, y miró hacia Leonardo Moretti, quien observaba la escena con completa naturalidad y resignación.
Leonardo, era la mano derecha de Damien y el único hombre lo suficientemente cercano al líder de la mafia para hablarle con franqueza. Este dio un paso adelante, cruzándose de brazos. Clavando su mirada en el mafioso.
—¿De verdad vas a hacer esto? —preguntó con tono cargado de desaprobación.
Damien se giró hacia él, ajustando su chaqueta negra.
—¿Quieres que lo deje vivir? —preguntó mientras observaba al sujeto en la silla. Leonardo negó con la cabeza.
—Hablo de la chica —corrigió—. Dime que no has perdido la cabeza —agregó con tono de incredulidad.
—Jamás estuve más cuerdo —respondió Damien, su tono jamás fue tan firme.
Leonardo suspiró, pasando una mano por su cabello rubio.
—Secuestrar a una mujer para que cuide de tu hijo... No puedo imaginar cómo crees que esto es una buena idea —siseó Leonardo con un tono reprobatorio, Si bien el líder de la mafia Brown siempre hacia lo que le venía en gana, incluso para él, era demasiado.
Damien ignoró el comentario y se volvió hacia el hombre atado. Se inclinó hacia él, acercando su rostro hasta que solo unos centímetros los separaban.
—Dime dónde está —susurró, su tono bajo pero cargado de amenaza—. Y te prometo que tu muerte será rápida —agregó, aunque sus palabras se escuchaban falsas.
El hombre soltó un grito ahogado y comenzó a sollozar. Damien lo observó con desprecio antes de enderezarse y mirar hacia la puerta.
—Llévenselo —ordenó sin contemplaciones—. Ya no lo necesito.
Dos hombres vestidos de negrø entraron al cuarto y arrastraron al prisionero fuera de la habitación. Leonardo los siguió, cerrando la puerta tras de sí y dejando a Damien solo en la penumbra.
Horas más tarde
Damien se encontraba en su oficina, revisando el expediente que había cambiado todo. Sobre su escritorio, iluminado por la tenue luz de una lámpara, estaba la imagen de ella. Alina Everhart. Una joven residente de pediatría de veinticuatro años, con una carrera prometedora y un carácter que, según los informes, era tan firme como su dedicación a los niños.
Pero no era solo su currículum lo que había captado la atención del mafioso. Era su rostro. Su cabello, de un rojo ardiente como seguro sería el fuego del infierno, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos ámbar, tan cálidos y penetrante como el whisky que sostenía en su mano y raspaba con intensidad al atravesar su garganta.
Damien había visto a muchas mujeres hermosas en su vida, pero ninguna había tenido ese efecto en él. Ninguna lo había hecho sentir esa combinación de fascinación y urgencia que ahora lo consumía.
—Es perfecta para Dante —murmuró para sí mismo, tomando un sorbo de whisky.
Damien se levantó de su silla y caminó hacia la ventana. Su hijo Dante necesitaba a alguien que lo cuidara; alguien que no fuera incompetente ni temerosa. Alguien que no deseara salir corriendo al comprender quien era ese hombre y ella era la única opción.
Llevar por la fuerza a Alina, no solo era inmoral, era una locura, una que seguramente ella no aceptaría, pero al líder de la mafia Brown, poco le importaba, pues no estaba dispuesto a darle opción. Su hijo era lo único que importaba y nadie, ni siquiera ella, iba a detenerlo.
***
La lluvia caía con fuerza sobre las calles de Manhattan cuando los hombres de la mafia Brown encontraron a Alina. Salía del hospital, exhausta después de un turno de doce horas. Su cabello estaba ligeramente húmedo, y su abrigo no era suficiente para protegerla del frío. Caminaba con prisa, sin saber que estaba siendo observada.
Unos pasos más adelante, aquellos hombres la interceptaron. Uno de ellos la agarró del brazo, mientras otro cubría su rostro con un pañuelo impregnado de cloroformo. Todo sucedió en cuestión de segundos, y para cuando Alina se dio cuenta, el mundo ya se había oscurecido.
Alina despertó en aquel lugar desconocido. Estaba en una habitación espaciosa, decorada con un lujo sobrio y masculino. Las cortinas oscuras bloqueaban la escasa luz del exterior, y el olor a colonia y whisky impregnaba el aire.
—Finalmente despiertas —siseó una voz grave, profunda y autoritaria que hizo que Alina se incorporara de golpe. Damien estaba ahí, de pie junto a la puerta, observándola con una mezcla de interés y satisfacción.
—¿Que demonios es esto? ¿Quien demonios te crees para secuestrarme? —gruñó ella, su voz firme a pesar de la situación.
Damien dio un paso adelante, sus ojos grises se clavaron en los de ella.
—Soy el hombre que va a asegurarse de que mi hijo tenga lo mejor. Y eso te incluye.
Alina lo miró con incredulidad, pero antes de que pudiera protestar, Damien agregó:
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Alina.