—¿Cómo se supone que debo actuar frente a esa mujer? —inquirió Gael desconcertado al escuchar la respuesta tan a la ligera que le acababa de dar Caroline Goldschmidt, su madre.
La mujer lo miró con odio al desesperarse por la pregunta tan tonta que le acaba de formular Gael.
—¿Cómo que, qué vas a hacer? —le dijo remedando la forma en la que le hizo la pregunta, que no era más que una forma de buscar evadir su obligación.
—Bien sabes mi problema —adujo dándole la espalda—. No te hagas la olvidadiza. No podría cumplir con el segundo requisito del anexo del testamento. No podré, de solo imaginarlo siento asco.
—No sé cómo vas a hacer pero tu animadversión te la guardas en el bolsillo, debemos tomar posesión de todo lo que por ley nos corresponde, tu tío no trabajó tanto para que esa fortuna se pierda en manos de los vampiros de hacienda —le exigió Caroline en tranquilidad.
—Sé que nos corresponde, pero yo no podría acostarme con esa mujer, no siento deseo por ninguna —dijo Gael excusándose.
—Remilgón me salió el muchacho, tan viejo y tan estúpido —le dijo la mujer ofensiva.
Caroline es de las que poco le importa lo que pueda sentir Gael al decirle lo que piensa ante su problema de personalidad. Con la edad que tiene, Caroline no comprende cómo no ha logrado aclararse.
—¿Acaso has hecho el intento de tener a una buena mujer al frente para decir que no puedes? —preguntó mirándolo con desprecio.
Aunque es su hijo, no por eso pasa desapercibido ante sus conclusiones ofensivas y denigrantes.
—Sabes que sí, y con ninguna se me ha dado —le dijo dejando ver el trauma en su expresión.
—Pues no sé qué ni cómo vas a hacer, pero te vas a casar con esa chica y le harás ese hijo que se necesita para poner las manos sobre esa masa incuantificable, por tu idiotez esta vez no vamos a perder —sentenció con crudeza—, te acuestas con ella las veces que sea necesario y al terminar te lavas, el agua borra todo —agregó su madre sugiriendo la solución de una manera un tanto ligera para las creencias de Gael.
En el pasado ella no había cuestionado sus preferencias, ni tocaba ese punto, simplemente lo omitía , no era de su interés, solo que en el presente le estaba afectando al punto de obstaculizar su deseo de tener más.
—No creo cumplir —dijo Gael en total negación—. Pasarán meses para siquiera tocar su cuerpo.
—¡Por Dios! Haz de cuenta que eres un trabajador s****l, ellos también pueden ser tan asquientos como tú, pero por dinero hacen sacrificios, no son tan estúpidos. Eso sí que le ven el valor a hacer a un lado esas tontas preferencias, vana lso suyo y al darse la vuelta olvidan, no sufren de remordimiento —agregó dejándole ver aún más la forma tan resolutiva en la que hace a un lado sus deseos, obvia su intimidad para anteponer los intereses de la familia.
Gael no supo qué más responderle para hacerle entender que el plan que ella pretende poner en práctica no tendrá resultado. Cruzó sus brazos sobre sus pectorales perfectamente trabajados y la observó fijamente. Contra su madre es imposible tener éxito cuando los planes de los demás se contraponen a lo que a ella le interesa. En esa ocasión Gael supo que no tenía forma de evadir su responsabilidad. Era él único que podría salir adelante por la familia, solo que una de las fases que establece el anexo del testamento le impone a cumplir con lo que ha sido su mayor contradicción en todos esos años.
Gael es un hombre apuesto, de estatura envidiable, mide un metro setenta y nueve, tiene ojos azules, cabello castaño claro, cejas pobladas y encontradas, lo que le da un toque de misterio a su mirada, aunado a la perfección de su nariz y la línea curva de su labio superior, acentuando la carnosidad de sus labios en el centro de ellos. Por ese problema de identidad s****l, se cuida mucho, y una de las muestras de tal cuidado es su vestimenta. No usa si no ropa de diseñador y lleva consigo objetos exclusivos. No acude a cualquier lugar y a los que frecuenta organiza previamente la visita para no toparse con personas que no sean de su agrado.
—Ahí te dejo la solución —le dirijo Caroline y levantó su teléfono móvil—. Llamaré a tu hermano para que organice la ceremonía eclesiástica. Solo quedan dos días, en lugar de perder el tiempo remilgando porque una mujer te toque, deberías estar yendo a tu diseñador para que te tenga para mañana un traje especial —manifestó acentuando en las últimas palabras—. Ah y cuando digo especial me refiero a un esmoquín, te quiero vistiendo como un verdadero hombre, no el simulacro que le has demostrado al mundo ser.
Gael si bien está acostumbrado a sus malos tratos porque creció con ellos, en esta ocasión se sintió verdaderamente ofendido, porque nunca en su vida ha hecho algo que ponga a los Goldschmidt en desvergüenza.
—¿Cuándo no he vestido sino como un hombre? Claro que soy un hombre —le dijo defensivo mirándolo enfadado, por la forma en la que juntó sus cejas le dejó ver el nivel de ira que estaba acumulando.
—Eso lo sé, solo que como ahora me estás saliendo con tanto argumento absurdo sobre tu supuesta aversión hacia las mujeres, cuando nunca te has atrevido a llevar a una a la cama; no me sorprendería con que me salgas que quieres lucir un traje de novia —escupió totalmente destructiva.
Escuchar esto último de cualquier persona sería una ofensa, pero de su madre le resultó totalmente denigrante, y no fue lo que dijo sino el tono de su voz y la expresión de su rostro al emitir su opinión.
Gael comprobó, una vez más, cuán destructiva puede llegar a ser. No se detiene en sutilezas, para nada, es de las que dice lo que piensa y cómo lo sienta. Él es similar a ella, solo que estaba ejerciendo su poder destructor en contra de quien más la ha apoyado y sigue sus órdenes al pie de la letra.
Decidió ignorarla, y sabiendo que nada podría hacer, terminó por aceptar su destino.
Es de carácter débil, aunque se muestre al mundo recio y hasta déspota, pero cuando se trata de Caroline, tanto él como Mateo, su hermano, doblan las rodillas para cumplir lo que ella dictamine.
Hubiera querido estar en el lugar de Mateo, así no tendría que sacrificarse de manera tan humillante. Así lo estaba haciéndose sentir Caroline, humillado, pero no podía hacer nada para evitar que se materializara su suerte.
Viendo perdida una parte importante de su vida, se detuvo en el pasillo que está a al salida del despacho de su madre en al mansión de los Goldschmidt, miró hacia el jardín a través de la pared de vidrió que divide a este con el resto de la casa, suspiró y luego sacó su móvil de la cara interna de la chaqueta del traje ejecutivo que eligió en la mañana para ir a la empresa familiar.
—Janeth —llamó por su nombre a la persona que le contestó al otro lado de la línea.
—Señor Gael, buenas tardes, ¿Cómo está? —le preguntó al mujer saludandolo con formalidad pese a tener tantos años tratando con él.
Janeth Bordiu es la asistente de la diseñadora responsable del guardarropa principal de Gael.
—Todo bien, te llamo para pedirte un diseño especial para mañana —le dijo sin mayor sutileza—de preferencia un esmoquín.
—Hablaré con Madame Vries y le daré respuesta en un par de minutos —contestó la mujer.
—Pue slo necesito para mañana, bien sabes que no acepto un no —le dijo tajante—. Espero el diseño para mañana a la una de la tarde, creo que tienes tiempo suficiente para trabajar en él —agregó en un tono de voz despótico pero pausado mientras miraba su reloj, comprobando que eran las tres de la tarde.
Así es siempre, toma como algo natural atropellar a las personas, sobre todo a sus empleados o quien sea les sirve, el dinero y la crianza aberrada que Caroline le dio fue el veneno que moldeó su forma de ser. Un hombre débil con la manda más de su madre y un desalmado con el resto del mundo.
Colgó la llamada sin importarle el trato que le acaba de dar a la chica, seguro de haber cubierto esa parte, decidió ir al bar donde suele asistir a ligar. Es un lugar exclusivo, tan reservado es que solamente encuentra unas diez personas siempre, todos los hombres que asisten a ese lugar son como él, hombres con una reputación que deben mantener inalterable, y lo que sea suceda dentro de ese lugar pasa por la discreción que impone el contrato que cada uno de los clientes y los representantes legales de la empresa propietaria del local suscriben al momentos e ingresar a él,a sí sea una sola vez.
Sintiéndose contrariado salió de la casa y abordó su automóvil descapotable, y decidió como si llevara un chip que se pudiera quitar y poner cada vez que la situación lo amerite, se desligó de lo que acaba de suceder adentro de la casa familiar.
—Moises, gracias por tu bendición —Caroline saluda a su otro hijo quien está al otro lado de la línea.
Aunque Moises no le diga nada de entrada, ella lo saluda a modo de provocar en él que le profiera una bendición de la que ella no es merecedora.
Moises, cuando cumplió los diecinueve años decidió dedicar su vida al sacerdocio, se esforzó y ahí está como encargado de la catedral Basílica de San Antolín, donde ha permanecido por seis años consecutivos.
—Reciba mi bendición madre —adujo él como un ritual muy común—. ¿Cómo has estado? —le inquiere como si tuvieran días y meses sin hablar cuando en realidad todos los días ella provoca esa comunicación.
Pese a la autonomía que supuestamente Moises debió adquirir con el nombramiento del encargado de tan importante templo, Caroline tiene el poder de influir en su libre albedrío. Moises, al igual que Gael no es tan dueño de su vida, su madre controla parte de ella aun desde la distancia.
—Estoy bien, seguro estás ocupado, no le voy a dar mucha larga para no distraerte —expresó Caroline con cierto descaro.
Nunca ha reparado si él ha estado ocupado o no, al punto de que cuando él no contesta sus llamados por estar atendiendo asuntos de la catedral o cualquier orden superior, ha recibido insultos a los cuales ya está acostumbrado.
En esa ocasión estaba reunido con un grupo de jóvenes que organizan una labor social para las escuelas religiosas de la localidad, y como quiera que él es quien lidera el encuentro, pudo excusarse para contestar esa llamada.
—Dígame, madre —la instó a hablar sin preocuparse por hacerle ver que interrumpió algo de importancia, tal vez no para ella, pero sí para él dentro de su servicio.
—Tu hermano se casa pasado mañana —le informó así sin más—. Necesito que organices la ceremonia y que seas tú quien la oficie.
—Madre, sabes que esas cosas deben hacerse con tiempo, es mucho lo que hay que comprometer, supongo que querrás hacerlo en al catedral de allí —suspiro al necesitar oxigenar sus pulmones por el cuadro respiratorio asfixiante que siento con la nueva orden de su madre—. Bueno, debo verificar que haya cupo y la disposición del sacerdote encargado, yo no tengo injerencia sino en San Antolín.
—Supones bien, allí es donde quiero que se realice, tú verás que tienes qué hacer para que ellos se dé como quiero —declaró la mujer y colgó la llamada dejándolo indignado por la ausencia de sentido común de su madre.
Preocupado, miró al cielo para pedir cordura y soportar a quien la vida le impuso como madre. Una mujer que siempre ha creído que él mundo está a su merced.