Sumergida en la azulosa bruma de un onírico páramo corrí velozmente sin saber por qué exactamente lo estaba haciendo, así que me detuve, mirando a los lados de la carretera de asfalto en la que estaba y dándome cuenta que de pronto los reverdecidos pero oscuros árboles que flanqueaban la vía de pronto parecían burlarse de mí, haciéndome el camino más estrecho. Seguí corriendo sin saber por qué, hasta que repentinamente y sin darme cuenta llegué a una calle vacía y tétrica, estaba lloviendo con braveza y mi negra ropa deportiva estaba empapada, igual que mi cabello y hasta la punta de mi nariz. Habían tenderetes vacíos por cuyo techo destilaba el agua de la lluvia y corría por las cunetas esa noche, la única luz que pobremente iluminaba la estancia era

