01. La nueva capitana
Cuando la nueva capitana llegó al campamento, Tharso supo inmediatamente que no era lo que parecía.
Eran apenas las cinco de la mañana cuando el Comandante Supremo Adael solicitó su presencia para decirle "algo importante", sabiendo perfectamente que su regimiento y él debían descansar unas horas más después de tres noches consecutivas cazando y matando Nocturnos —como llamaban a los vampiros—, su enemigo mortal.
El campamento militar se extendía con tiendas de lona dispuestas en formación perfecta, mientras los soldados Licanos de distintos regimientos se movían entre ellas realizando sus tareas matutinas. Los Licanos, así llamaban a los hombres lobo, despertaban gradualmente conforme el sol salía y sus enemigos, los Nocturnos, dormían.
El cansancio pesaba sobre los párpados de Tharso como plomo, pero en el momento en que vio a la mujer de pie junto al comandante Fae en la tienda principal del campamento, toda la fatiga desapareció de su sistema. Comprendió inmediatamente que ella era ese "algo importante" que el Comandante Supremo venía a decirle.
«¿Quién es? Jamás la había visto en mi vida y puedo asegurar que conozco a todos los Faes de alto rango de todos los regimientos», pensó Tharso, observando a la mujer de pies a cabeza con sus ojos agudos.
Lo primero que notó en su rápida inspección fueron sus manos, demasiado suaves, sin los callos característicos de alguien que empuñara una espada con regularidad. Sus brazos, incluso bajo las mangas del uniforme militar, carecían de la musculatura que desarrollaban quienes entrenaban día tras día. Además, su rostro tenía esa palidez propia de quien pasaba demasiado tiempo en interiores, lejos del sol de verano que tenía a todos con pieles bronceadas.
Había algo más: la forma en que evitaba su mirada directa, el nerviosismo apenas disimulado en la tensión de sus hombros. Esta mujer no era una guerrera, y él, que sabía reconocer a los combatientes, podía asegurar que ella definitivamente no pertenecía a su mundo.
—¿Qué es esto? —Tharso miró de reojo al Comandante Supremo Adael.
Los lobos llamaban "Faes" a las hadas, y estos, al ser sus superiores por razones del destino que ni los mismos Licanos habían planeado, ocupaban todos los puestos de mando. El principal de cada regimiento se llamaba "Comandante Supremo" y siempre era un Fae. Adael, un Fae de cabello plateado y ojos color miel fríos como agua de río en la mañana, miró a Tharso con su típica expresión gélida al ver que el Licano cuestionaba la presencia de la nueva capitana.
—¿Por qué designan a una novata desconocida como capitana de mi regimiento? —preguntó Tharso con un tono que contenía esa autoridad natural que nacía de sangre real, aunque Adael no tenía manera de saberlo. Él sostuvo el contacto visual sin inmutarse, con esa dignidad que ningún tatuaje de esclavitud había logrado quebrar jamás.
—¿Su regimiento? —cuestionó el Comandante Supremo arqueando una ceja—. Es mi regimiento, Teniente Tharso, y hago lo que considero conveniente —la voz del Fae tenía ese tono cortante que solo los de su especie sabían usar, especialmente cuando hablaban con lobos—. En fin, te presento a la Capitana Celeste Halmort. Capitana, él es el Teniente Licano Tharso Val, aunque debe dirigirse a él como Teniente Tharso.
Mientras las presentaciones formales se llevaban a cabo, Celeste saludó con un asentimiento de cabeza al teniente, pero no pudo evitar observarlo con más detalle del necesario. Ese Licano era imponente, medía casi dos metros, con una complexión que hablaba de años dedicados al combate y el entrenamiento físico. Su cabello castaño se veía ligeramente despeinado por el cansancio matutino y estaba trenzado en un estilo que ella jamás había visto entre los Faes, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban un rostro de facciones marcadas y masculinas.
Pero fueron sus ojos los que más la impactaron: grandes, de un azul claro tan penetrante que parecían leer cada uno de sus pensamientos. Sus cejas eran tupidas, dándole una expresión seria que se intensificaba por la barba bien recortada que cubría su mandíbula fuerte. Su piel bronceada mostraba las marcas del sol y había algo en su postura —un porte, una autoridad natural— que no correspondía con su rango de teniente y que la inquietaba de manera extraña.
Era, sin lugar a dudas, el hombre más imponente que había visto en su vida.
—¿La capitana no habla, Comandante Supremo Adael? —preguntó Tharso al notar que hasta el momento su nueva capitana permanecía en silencio.
Al oír eso, Celeste se estremeció y, haciendo una leve reverencia con la cabeza, respondió:
—Un gusto conocerlo, Te-Teniente Tharso —se presentó, mordiéndose el labio inferior con molestia consigo misma porque sus nervios la estaban traicionando y había terminado tartamudeando.
Tharso aprovechó esa débil presentación de su nueva… “Capitana” para continuar con su fría evaluación. La Fae tenía cabello azul claro cortado hasta el cuello; por el aspecto de las puntas se notaba que estaba recién cortado, y por la forma en que se tocaba la nuca constantemente, era evidente que no estaba habituada y que antes había tenido una melena más larga. Sus ojos eran verde claro, grandes, y lo observaban con un nerviosismo muy mal disimulado. Era menuda, quizás metro sesenta y cinco cuando mucho, con piel blanca bien cuidada, sin una sola marca del sol o cicatrices de entrenamiento. Tenía el típico aspecto delicado de una noble Fae que jamás se había ensuciado las manos, y eso tenía a Tharso desconcertado y molesto a partes iguales.
—La Capitana Celeste se encargará de la coordinación logística y el trabajo administrativo del regimiento —continuó el Comandante Supremo Adael, y Tharso sintió cómo sus músculos se tensaron aún más—. Durante las operaciones nocturnas, permanecerá en el campamento base organizando los informes de misión y gestionando los suministros. No estará en combate. Tú continuarás liderando las patrullas y dirigiendo los ataques como siempre.
Al escuchar que la "Capitana" no iría con ellos a los combates, Tharso sintió tal indignación que tuvo que contenerse. Era exactamente lo que había esperado con solo verla: esa mujer no era una guerrera. ¿Para qué la trajeron? ¿Por qué le daban peso muerto a su regimiento? Su molestia fue tanta que comenzó a rascarse inconscientemente el pecho, justo donde el tatuaje de cadenas entrelazadas marcaba su corazón.
Ese tatuaje era la marca que todos los Licanos llevaban desde la infancia, el símbolo mágico de su servidumbre a los Faes que los obligaba a obedecer órdenes directas sin poder rebelarse. Cada vez que él quería rebelarse, la marca comenzaba a picarle. Era un recordatorio constante de que, sin importar cuán hábiles fueran en batalla o cuál fuera su linaje, los lobos seguían siendo poco más que herramientas de guerra para los Faes.
Y entonces, sin importarle lo que pensara el teniente, Adael observó a Celeste con una expresión que Tharso no pudo descifrar del todo, pero que sugería que entre ellos —El comandante y la nueva Capitana— sabían algo que él no. Eso, como era de esperarse, lo irritó el doble, porque era obvio que le estaban ocultando algo.
—Aquí estará segura, Capitana Celeste —dijo el comandante con un tono que sonaba más personal que profesional.
Luego dirigió su mirada seria y fría hacia Tharso.
—Teniente, llevará a la nueva capitana a la habitación del Capitán anterior —señaló hacia un conjunto de equipaje cerca de la entrada de la tienda—. Y llévele también sus pertenencias.
La irritación de Tharso era tanta que la sintió subir por su garganta. Incluso se puso algo rojizo y apretó la mandíbula para contenerse, pero su sentido del deber pudo más que su molestia. Recogió el equipaje con más fuerza de la necesaria, mientras los músculos de sus brazos se marcaban bajo la tela del uniforme militar.
«Ahora también debo llevar sus cosas… ¿Qué más sigue, que la cargue hasta su tienda? Eso es lo que le falta, y no me sorprendería si me lo pidiera», pensó Tharso, así tan irritado como estaba, pero en su lugar, respondió:
—Sígame, Capitana —dijo con voz controlada pero distante, dirigiéndose hacia la salida de la tienda sin mirar atrás para ver si ella lo seguía.
Mientras caminaba hacia las habitaciones de oficiales entre las hileras ordenadas de tiendas militares, cargando todo lo que había traído ella, Tharso no pudo evitar preguntarse qué juego estaban jugando los Faes esta vez. Y por qué tenía la extraña sensación de que esta mujer de cabello azul y manos suaves iba a complicar su vida más de lo que ya estaba.