4. | Dijiste que necesitabas una novia |

1910 Palabras
| HENRY | Casi nunca me quedo sin palabras, pero Yamada, llamándome su amante, lo hizo. No lo soy. Obviamente. Desde que se mudó aquí creo que me ha dicho cinco frases enteras, al menos cuatro de ellas es bajo coacción, porque es una reina de hielo tensa que apenas puede darme la hora. Sus dedos clavados en mi hombro como garras es lo máximo que nos hemos tocado jamás, y no puedo decir que sea una fan. Abro la boca para preguntarle de que diablos esta hablando, pero Wallace llega primero. —¿Amante?— pregunta, todo desdeñoso, su boca formando un gruñido. No puede mirarme a la cara. —¿Roberts?— Alanna se ríe, se echa el pelo hacia atrás y aprieta mi hombro con la mano. Se me erizan los pelos de la nuca. —Sabes a lo que me refiero— dice, todavía apretando. Dios, su mano es como un tornillo de banco. ¿Cuál l es la palabra que estoy buscando, bebe?— Gira la cabeza y me mira, con el rostro duro como una piedra detrás de sus gafas. Me recuerda a los animatronicos, con movimientos entrecortados sin gracia ni alma. Quiero preguntar de que carajo esta hablando, excepto que hay un problema: esto claramente está molestando a Wallace, y cualquier cosa que enoje a Wallace no puede ser del todo mala. Así que dudo y ella me mira. Su cara es de piedra excepto por sus ojos muy abiertos, oscuros y...¿suplicantes?. Mierda, mierda. —¿Novio?— pregunto, y retiro su mano de mi hombro, devolviendo una sonrisa a mi rostro. Ella se ríe de nuevo, el sonido todavía no es del todo correcto. —Eso es todo— dice, —Nunca olvides una palabra en medio de tu...— Pongo sus dedos sobre los míos, cruzo mi pulgar contra ellos, paso mis labios por sus fríos nudillos. Las mejillas de Alanna son ligeramente rosadas bajo el oro de su piel, sus labios rojos y mechones de cabello castaño pegados a su garganta. —¿Oración?— yo suministro. Me vuelvo hacia Wallace, con una sonrisa de come mierda en el rostro y la mano de Alanna todavía en la mía. —Lo sé. Yo tampoco lo puedo creer, pero aquí estamos. Soy un hijo de puta afortunado, ¿eh?— —Bebe—dice apretando mi mano con demasiada fuerza. —¡Jaja, basta!— —¿Por qué ? ¿no puedo decir lo afortunado que soy de ser tu amante?— pregunto, y en el rabillo de mi visión el rostro de Wallace se vuelve más oscuro. Alana pone los ojos en blanco, enorme y dramáticamente. Su mano en la mía está sudorosa. Suena un poco extraño, como si estuviera sin aliento. No tengo idea de lo que está pasando, pero aquí estoy, en el medio, entre una Alana Yamada muy nerviosa y un Wallace furioso, tomándole la mano y llamándola mi amante donde decenas de personas pueden vernos. Se siente como correr cuesta abajo hacia una curva ciega en una motocicleta que podría desmoronarse debajo de mi en cualquier momento, ganando velocidad y chocando contra las rocas, salvaje e imprudente y... nada mal. —Me alegra que te sientas así— dice Wallace. Sus manos están guardadas en sus bolsillos, pero está inflado, con la barbilla alta, prácticamente rebotando sobre las puntas de los pies. Listo para pelear. —Suerte. Claro. Mira, te dejaré volver a vender pasteles— —Es una subasta— lo corrijo, todavía sonriendo. Siempre sonriendo. —Por caridad— —Genial— dice Wallace. —Eso es adorable— —¿Ya pujaste?— pregunté. —Deberías hacerlo. Pasteles deliciosos por una buena causa— Se aclara la garganta y mira la mesa de pasteles. —¿Cuál es más bueno?— el pregunta. —Todos están buenos— digo. —Cada uno de ellos es una maravilla culinaria, te lo garantizo. Cariño, ¿tienes un bolígrafo?— Ella me tiende uno y Wallace lo toma antes de que yo pueda. Luego en un silencio furioso, puja por cada pastel de la mesa. Presiona con tanta fuerza que casi rompe el papel frente al pastel de moras, y lo juro que gruñe por lo bajo. —No tienes que pujar por todos— digo, jodidamente amable. —Eso sería un buen centavo— Él no responde, solo me lanza una mirada mientras oferta por los doce pasteles y luego arroja el bolígrafo sobre la mesa. —Nos vemos el lunes— dice, señalando a Alana. Y luego: —Roberts— antes de marcharse. Lo miro mientras desaparece entre la multitud. Cuando miro hacia atrás, los ojos de Yamada están fijos en mi. Mantengo su mirada durante un minuto, luego la dejo caer en su mano, tomo un bolígrafo, tacho el nombre de Wallace en la hoja de oferta y escribo el mío por cinco dólares más. —¿Tienes un minuto para hablar?— pregunto sin levantar la vista. —Ahora no—dice con voz rígida. No miro hacia arriba, paso al siguiente pastel. Es crema de coco, un pastel que no me gusta, ni siquiera cuando lo hace Clarissa Benson. Ofrecí por el de todos modos, solo para tachar su nombre. —¿Estás bromeando?— pregunto en voz baja. —Estoy cuidando los pasteles— —Es una recaudación de fondos en un pueblo pequeño para un refugio de animales. no Fort Knox— —Eso no significa que pueda irme. Tengo un trabajo— Dios ella no ha cambiado en absoluto en doce años, no desde que casi me hizo abandonar la universidad. Me muerdo los labios y me obligo a no responder, pero quiero gritar. Quiero enfrentarme a Alana Yamada y preguntarle por que cree que puede llamarme su amante, y que carajo es eso, su amante ¿habla en serio?, como sea, como puede hacerlo denlante de la mitad de Ojai cuando tanta gente en esta ciudad es excesivamente peligrosa, al tanto de mi relación. Ya se que debería arrepentirme y hay una parte de mi que lo hace. Se suponía que debía estar arreglando un maldito desastre, no creando uno más grande y, sin embargo, aquí estoy metido hasta el cuello y ni siquiera estoy enojado conmigo mismo. Aunque debería. En cambio, mi sangre se siente como si estuviera burbujeando por los problemas y el puro júbilo que surge de decisiones imprudentes e impulsivas. Hago que Alana se quede allí y me mire mientras supero la oferta de Wallace en cada uno de estos pasteles. Cuando termino, camino alrededor de la mesa hasta donde ella está parada, mirándola fijamente durante todo el camino. Ella no se mueve. Paso un brazo sobre sus hombros y juro que puedo sentirla tensa. —Tomate un descanso, nena— le digo, manteniendo la voz baja. —Tú te lo mereces— —Henry—dice entretienes. —Estoy vigilando el puesto de past...— —Por favor, díganme que hizo el su pastel de nueces—dice, Gaby Dawson, quién simplemente se acercó a la mesa y nos interrumpió sin levantar la vista. —El año pasado quede devastada cuando no había ninguno. ¿Algo sobre la escasez de nueces?— —Justo allí—dice Alana, señalando amablemente. —¡Muchas nueces este año!— Gaby finalmente levanta la vista, con una pequeña sonrisa educada en su rostro, y prácticamente pueda verla tomando notas antes de responder. —Gracias a Dios— dice. —Supongo que debería pujar por el merengue de mora y limoncillo también...— Ella se aleja, tachando mi nombre y escribiendo el suyo con el celo que solo un jubilado sureño con la agresión pasiva y el silencio que los cachorros pueden reunir, comentando cortésmente sobre productos horneados durante todo el camino antes de que finalmente se vaya, con un enorme bolso colgando de un hombro. Acerco un poco más a Alana y vuelvo la cabeza. —Que se joda cuidar los pasteles— le digo a su cabello, más cerca de mi cara de lo que esperaba. ¿Por que pensé que era baja? —Me llamaste tu amante delante de ese imbécil, la mita de Ojai, los chismes de la oficina, Dios y todos, y quiero hablar de eso— —Dijiste que necesitabas una novia— dice con voz tranquila y controlada. —Si, y le pregunté a...— —¿Estás buscando nueces?— Alana le pregunta a una pareja que acaba de llegar. —Este es el pastel de queso, y luego el de mantequilla de maní esta justo al lado— —...Anya, no a ti— termino una vez que se han alejado. —Bueno, estás ahí parado con tu brazo rodeando así que no puede ser tan malo— dice. —¿Qué carajo iba a hacer, Yamada?— siseo. —La única forma que podría haber hecho más escena habría sido pelear contigo por esto. Hola señora Edwards, ¿esta disfrutando su noche?— Los ojos de Courtney Edwards estan en mi mano, que actualmente esta sobre el hombro de Alana, como si ya estuviera pensando en como informará a Asus amigas. —Si, es encantadora. ¿Y tú ?— pregunta, intencionadamente. —Es fantástica— dice Alana exactamente como yo digo. —Me la estoy pasando genial— —¿Podemos hablar en una hora cuando termine aquí?— Alana pregunta cuando se va Courtney. —¿Una hora? Para entonces, será noticia de primera plana— digo, todavía rígidamente congelado en el lugar, los dos luciendo como una mala aproximación del gótico americano. Eso hace que gire la cabeza y me mire, a través de sus gafas, con una mirada que podría atravesar las rocas. —¿Crees que tu vida amorosa es de interés periodístico?— pregunta, con voz cortante, precisa, mientras el movimiento de su cabeza desliza su cabello sobre el dorso de mis dedos. Tomo un mechón entre el indice y el medio, lo giro suavemente y le sonrió como si me hubiera contado un chiste encantador. —Cariño, se que mi vida amorosa es de interés periodístico— le digo, más que nada porque eso la enojara más . —Soy algo importante por aquí— Alana murmura algo tan bajo que no puedo oírlo, solo imagina. —Tan pronto como termine aquí— dice, quitándome el pelo de la mano. —Acepté realizar la subasta de pasteles, lo que significa que tengo que estar aquí y asegurarme de que todo transcurra sin problemas y que nadie dañe o se escape con un pastel— —Dios— murmuro con la cabeza vuelta. —Lo siento— dice ella. Es casi sorprendente como la palabra amante. ¿En serio?— —Absolutamente— De todo el descaro prepotente. —Nos vemos en un momento, nena— le digo en voz alta otra vez y le doy un apretón en el hombro. —Buena suerte con los pasteles— —Gracias, bebe—dice, e intenta sonreír, ese tono regresa a su voz, y beso la parte superior de su cabeza, con el cabello cálido debajo de mis labios. Lo hago para cabrearla y quedar bien en público, pero sobre todo es la adrenalina y el puro placer de noquear un problema que me hace. Luego me alejo, a partes iguales molesto, irritado y mareado por la imprudencia.
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