SALVATORE
El aire de la Toscana golpea mi rostro con suavidad mientras cabalgo sobre Aurelia, mi yegua especial.
Su andar es firme, paciente, y me permite aferrarme a una sensación que creí perdida: la libertad.
A mi lado, mis amigos me acompañan, como lo han hecho desde siempre.
Alessandro, con su porte elegante y su cabello oscuro siempre perfectamente arreglado, lleva las riendas de su caballo con la misma seguridad con la que maneja sus negocios. A sus treinta y cuatro años, es el más táctico y perspicaz del grupo, siempre con un plan en mente. Es mi primo, hijo de mi tío Raúl, hermano de papá y nuestra amistad se ha forjado desde la infancia.
Como abogado, es meticuloso en cada decisión que toma, tanto en los negocios como en su vida personal.
Leonardo, el único que no es italiano, cabalga con un aire despreocupado, casi arrogante. A sus treinta años, es el más joven del grupo. Nació en Argentina, en una familia dedicada al cultivo de viñedos, pero decidió establecerse en Italia para expandir sus negocios. Nos conocimos en la universidad, compartiendo materias, deportes y demasiados tragos. Así nació nuestra amistad.
Y luego está Rafael. Su caballo n***o avanza con la misma determinación que su dueño. A sus treinta y seis años, es el más impulsivo, apasionado y serio del grupo, con un carácter frío y pragmático. Nos conocimos en la universidad, junto con Leonardo. Rafael fue padre muy joven y tuvo que hacerse cargo de su familia. No viene de linaje rico, pero su determinación y astucia en los negocios lo han mantenido en un estándar alto. Es el dueño de una empresa de vinos y otros productos. Fuimos compañeros en la maestría de enología y viticultura.
Ha pasado un año y medio desde que llegué a vivir aquí, a la finca Dehesa de Oliveira, y dos años desde el accidente. Desde que mi cuerpo dejó de responder como antes. Desde que mi vida dejó de ser lo que era.
Me convertí en un espectro de mí mismo, refugiándome en el alcohol, en la soledad, en un dolor que ni siquiera mis amigos han podido arrancarme.
—¿Hasta cuándo vas a seguir así, Salvatore? —pregunta Rafael, con ese tono entre fraternal y exasperado.
No le respondo. ¿Para qué? Siempre es la misma conversación. Me piden que me opere de nuevo, que haga terapia, que intente. Pero yo ya intenté. Y fracasé.
—Deberías al menos considerar otra opinión médica —interviene Alessandro—. Aún hay opciones.
Aprieto los dientes. ¿Opciones? ¿Para qué? ¿Para volver a una esperanza vacía?
Leonardo chasquea la lengua y sacude la cabeza.
—Déjenlo. Si quiere seguir ahogándose en whisky y lástima, que lo haga. Algún día se cansará.
Miro el horizonte y dejo que el silencio hable por mí.
Ellos no me han abandonado, ni siquiera cuando yo mismo lo hice. Pero lo que no entienden es que hay dolores que ni la amistad, ni la medicina, ni la fuerza de voluntad pueden sanar.
Y yo... ya no sé si quiero sanar.
Compartimos, junto con mis hermanos del alma, la llegada de este nuevo año. Es Año Viejo, y ellos han sacrificado tiempo con sus familias y novias para pasarlo conmigo, este hombre roto.
— ¡Jajajaja! —Leonardo ríe a carcajadas, pues acaba de molestar a Alessandro con un juego de naipes y ha ganado la apuesta.
— Yyy entonces, Salvatore, ¿qué piensas hacer con las empresas? —me pregunta Rafael, pues tengo una empresa de aceite de oliva y otros productos alimenticios tanto en España como en Italia.
— No lo sé aún. Alessandro puede seguir administrándolo como lo ha hecho hasta ahora —le digo.
Rafael ha estado interesado en que asociemos nuestras empresas. Aunque él tiene una vinícola y negocios de licores, y yo de otro tipo de productos.
Paso unos bonitos días con mis amigos, pero es hora de volver. Ellos tienen sus hogares: Alessandro y Rafael están casados y tienen a sus esposas e hijos esperándolos, Leonardo tiene novia... y yo no tengo nada.
◆◇◆◇
— ¡Largo! —Le grito fuerte a mi fisioterapeuta. En realidad, no quiero nada, ni ver a nadie. Alessandro insiste en que haga las terapias, pero cada día estoy peor.
Paso mis días en el gimnasio personal y cabalgando a Aurelia. No hablo con nadie y no salgo de la finca.
Tampoco soporto a los doctores y fisiatras que pretenden venir a hacer su "milagro especial".
Es de noche y tengo algunos tragos en la cabeza. El teléfono suena, pero no contesto.
Lo veo y es Rafael. Mierda, debo contestar o mañana lo tendré aquí a primera hora. Eso me aplican, ellos son insufribles.
— ¿Qué mierda quieres? —Contesto de mal humor.
— Vaya, estás de malas. Lo siento, hermano, es un favor importante —me dice, y me parece extraño. Ellos no suelen pedir favores y menos a mí, el más miserable de todos.
— ¿Qué quieres? —Escucho cómo Rafael me da un centenar de explicaciones sobre unas vacaciones que piensa darse con su esposa e hijos.
Me canso de tanta explicación y decido que sea directo.
— ¿Y qué quieres, Moretti? ¿Permiso para irte de vacaciones? —Contesto frío y enojado.
— ¡Claro que no! Ivana... no sé qué hacer con ella. Otra vez en problemas, y su madre no ayuda. Geovanna es increíble, pero no sabe dónde termina el límite entre la libertad y la irresponsabilidad.
— ¿Y yo qué, mierda, Rafael? No soy psicólogo para resolverte tus problemas, Moretti —le contesto de mala gana. Mi mal genio va de mal en peor.
— No es eso, Farnesi. Pienso castigarla. Esta vez cruzó los límites, y Geovanna no sabe cómo corregirla. Quiero que la recibas en tu finca unos meses. Ivana castigada en el Dahase Oliveira, sin tecnología y con clases en línea, la harán recapacitar y enderezarse.
— ¿Ahora piensas que soy tu niñero o qué mierda? —Tomo aire, tratando de recapacitar por sus palabras.
— Amo la paz, la soledad y la tranquilidad que tengo aquí. Y ella será un torbellino, un tsunami en Dahase Oliveira.
Rafael suelta un suspiro pesado al otro lado de la línea. Sé que no se rendirá fácilmente.
— No te estoy pidiendo que la consientas, Salvatore. Solo necesito que le pongas límites, que aprenda disciplina.
— ¿Y por qué demonios crees que yo soy la persona indicada? —bufé, pasándome una mano por el rostro.
— Porque tú no te dejas manipular. Porque aquí nadie la controla y en tu finca no tendrá escapatoria.
Su razonamiento es jodidamente lógico, y eso me irrita más. No tengo interés en lidiar con una mocosa malcriada, pero si la dejo aquí, Rafael me seguirá jodiendo hasta que acepte.
— ¿Cuánto tiempo? —pregunto con evidente fastidio.
— Seis meses o quizás más..
— ¿Que? seis malditos meses. Estás loco.
— tres.
— Salvatore…
— ¡Tres meses, Rafael! Y no prometo milagros.
— Está bien —responde, y puedo imaginar su expresión de alivio—. Te la enviaré mañana.
Cierro los ojos y respiro hondo. No sé en qué carajos me estoy metiendo.
— No quiero dramas ni problemas. Si hace un escándalo, la mando de vuelta.
— Lo sé. Y lo agradezco.
Cuelgo sin despedirme. Me sirvo otro trago y miro el líquido ámbar en el vaso. Tres meses. Tres meses con una adolescente rebelde en mi finca.
Mierda. Esto va a ser un infierno.
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