Cap 3. Mi propia ruina.

1394 Palabras
SALVATORE El tiempo pasa como si nada, y aunque me he negado una y mil veces a esta realidad, debo enfrentarla. Ya han pasado tres meses, tres malditos meses en los que estoy aquí, postrado en esta maldita silla que tanto me negué a usar. “Pero heme aquí”. Alessandro me consiguió una de alta gama y tecnología de punta. De algo debe valer mis millones y ser el heredero Farnesi de Alarcón. Pero ni con todo el dinero del mundo he logrado tener mejoría. Lo peor es que aún no logro sacarla de mi cabeza. Necesito respuestas, y solo una persona podrá dármelas: Bianca Lenz. Es por eso que tomé esta decisión, y ahora estoy aquí, en el aeropuerto internacional de Zúrich. Compré un tiquete especial con asistencia para pasajeros con mis necesidades. Viajar a Londres demorará alrededor de una hora y cuarenta minutos. Bajo del avión y me encamino hacia Notting Hill. Imagino que debe estar en su apartamento. Contraté un chofer y o acompañante. Ahora, con mi nueva condición, no puedo valerme por mí mismo. —Llegamos, señor Farnesi —me dice Gustavo, mi asistente. —¿Le ayudo a bajar? —pregunta, y con todo mi ego totalmente destrozado, asiento. Aún el dolor es insoportable, y hoy necesito fuerzas. Gustavo me acomoda en la silla de ruedas, y yo me encamino hacia la torre de apartamentos lujosos. Entro solo; al lobby y luego al ascensor. Cuando llego a su piso, digito el código y entro de inmediato. Cuando venía a Londres, me quedaba con ella. El apartamento tiene la música alta y está desordenado. Lo peor: licor, vino y vodka, creo. Pero lo que realmente me destruye es ver salir a un chico con el cabello mojado y en solo pantalones… desde la que era nuestra habitación. El hombre se queda viéndome fijo, con la boca abierta. —Bianca. ¿Dónde está? —pregunto serio y con voz firme. Estoy ardiendo de rabia. Mi mirada es impactante y severa. El hombre solo queda estático. Pero lo peor llega cuando veo salir a mi Bianca con una pequeña bata… desde la misma habitación. —¡Salvatore! —dice ella y camina hacia mí. El chico se despide de ella con un beso, toma su camisa y sale. Ella solo me mira, sin saber qué hacer. Se sienta en la sala y me dice: —Lo siento, Chiquito. No supe qué hacer… Mírate, estás ahí… —se refiere a mi silla de ruedas. Me observa con sus ojos aguados y, sin temor a hacerme daño, pronuncia las palabras: —Lo siento. No puedo. Se levanta, busca el anillo de diamantes que le di y me lo devuelve. —Soy una figura pública, chiquito. Y SÍ. Tienes mucho dinero. Pero sin tus piernas… —se calla, mirándome. Toma valor y me dice sin reservas: —Salvatore, mírate. Estás ahí, postrado. ¿Qué quieres que haga? ¿Que sea tu enfermera? Estás lisiado… No te funcionará, y yo tengo necesidades. Ni siquiera creo que pueda soportar eso. Las palabras de Bianca son como dagas en mi pecho, no lo había pensado, aunque ella tiene razón, en este tiempo no he tenido ni una sola maldita erección. Pero lo que dice después termina de destruirme por completo. —Salvatore, entiéndelo… estás lisiado. Ya no eres un hombre completo. La frase me golpea más fuerte que cualquier dolor físico. —Tengo una vida por delante, soy joven, y tú… —hace una pausa y me mira con algo que parece lástima— Ya no sirves. Cada palabra es un martillazo directo a mi orgullo, a mi dignidad, a lo que alguna vez fui. Trato de mantenerme firme, pero siento el temblor en mis manos. —Bianca… —mi voz apenas sale, porque sé que no hay nada más que decir. Ella se encoge de hombros, como si nada de esto le afectara. —Es lo mejor, Chiquito. Acéptalo. Me quedo mirándola por unos segundos que parecen eternos, grabando en mi memoria cada centímetro de su rostro, cada rasgo que alguna vez amé… y que ahora me destruye. Sin decir más, giro la silla y salgo de su apartamento. Gustavo me espera afuera, pero no me atrevo a mirarlo. No quiero ver en sus ojos lo que ya siento en mi interior. —¿A dónde, señor? —pregunta con voz cautelosa. Tomo aire con dificultad. —A Zúrich. El vuelo de regreso se siente más largo, más pesado. Cada minuto es un recordatorio de lo que perdí. De lo que soy ahora. ◆◇◆◇ Llego a Zúrich y, como si fuera un trámite más, me trasladan directamente a la clínica. Todo está listo para la cirugía. Los médicos me explican el procedimiento, las posibilidades, los riesgos… pero sus voces se sienten lejanas, como si no me estuvieran hablando a mí. Me someto nuevamente a otra operación sin esperanzas. No importa cuántas veces intenten arreglarme, sé que nunca volveré a ser el mismo. Nunca volveré a ser el hombre que fui antes. Los días se vuelven semanas. La recuperación es lenta, agotadora. Paso horas mirando el techo, escuchando el pitido constante de las máquinas. Bueno aunque Alessandro, Leonardo y Rafael están al pendiente de mi. Papá me visitó la semana pasada, y me dió alientos, Pero sin Bianca prácticamente mi vida a perdido el sentido. Gustavo está ahí, silencioso, cumpliendo con su trabajo. Es mi única compañía permanente, pues nunca fui un hombre de muchos amigos y afectos. Finalmente me dan el alta, bueno aunque debo esperar una terapia física intensiva si quiero volver a tener algo sencivilidad. Pero sobre todo lo tengo claro; se que no volveré a mi vida anterior. Y No quiero enfrentarme al mundo. No quiero ver las miradas de lástima ni escuchar palabras vacías de consuelo. —Gustavo, organiza un viaje a Trujillo Cáceres, España.—digo sin emoción. Él me mira con cautela. —¿A la finca, señor? Asiento lentamente. —Sí. A la finca. — Gustavo no pregunta nada más. Se limita a asentir y a hacer los arreglos. La Finca Dehesa de Oliveira es mi legado familiar materno, una extensión de tierras que, hasta hace poco, veía como un simple negocio más. Pero ahora es diferente. Ahora, este lugar se convierte en mi refugio, en la única escapatoria que tengo del mundo que ya no me pertenece. El viaje hasta Trujillo se siente eterno. No tengo prisa, pero tampoco quiero estar aquí. Solo quiero llegar, desaparecer entre los olivares, perderme en la vastedad de la dehesa y olvidar, aunque sea por un instante, que mi vida se ha reducido a esto. Cuando finalmente cruzamos la gran entrada de piedra, con el escudo de los Alarcón de Oliveira tallado en el arco, algo en mi pecho se aprieta. La casa principal se alza imponente al final del camino de tierra, con sus paredes blancas y sus balcones de hierro forjado cubiertos de enredaderas secas por la temporada. Nada ha cambiado, y sin embargo, todo me resulta ajeno. Gustavo detiene el auto frente al pórtico. Me mira a través del espejo retrovisor, como si esperara que diga algo. Pero no lo hago. —Bienvenido a casa, señor —dice finalmente, como si esas palabras tuvieran algún significado para mí. La puerta principal se abre y Ramiro, el mayordomo de la finca, aparece en la entrada. Su rostro curtido por los años se ilumina al verme, pero en cuanto posa los ojos en la silla de ruedas, su expresión se transforma en algo que detesto: lástima. —Señorito Salvatore… —saluda con voz temblorosa. —Ramiro —respondo seco. Gustavo baja primero y abre la puerta trasera. Espero unos segundos antes de permitirle ayudarme a salir. Lo odio. Odio cada momento en el que dependo de otro para moverme, pero el dolor sigue ahí, punzante y despiadado, recordándome que ya no soy el mismo. La brisa cálida de la dehesa acaricia mi rostro mientras avanzo lentamente hacia la entrada. Todo es silencioso, salvo por el lejano bramido de los toros y el relincho ocasional de algún caballo en los establos. Siempre me gustó el sonido de la finca, pero hoy solo me recuerda que estoy atrapado aquí, en mi propia ruina. ⎯⎯⎯⎯ ◦◈◦◈◦◈◦⎯⎯⎯⎯ ° ° °░L░U░Z░A░F░E░D░E░R░° ° °
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR