El cielo despejado auguraba tiempos de paz, pero no era así. Allende de la capital, el ejército de Calvior devastaba las ciudades del noroeste. Por suerte, no me habían asignado a una misión s*****a. Bebíamos wiski con agua en un bar situado en las adyacencias del parque central. Por la ventana del bar, veía a los transeúntes de la acera contigua. La vida transcurría, ni modo. Así que encogí los hombros y dejé reposar la espalda en la silla. Esperaba a Jonast, mi amigo y compañero del escuadrón Noctua. Realmente éramos amigos desde el inicio de la academia. Pero no estoy aquí para contar cuantas chicas follé en la flor de la juventud o en que problemas nos inmiscuimos. Empero, hay detalles que merecen la pena contar. No importa, su motocicleta ronroneaba frente al bar, la apagó y se bajó. El muy idiota no le gustaba llevar casco, quizá por eso tengamos tantas amonestaciones al final del día de parte del general Landorf.
—¡Ah! Ya estás bebiendo sin mí —exclamó Jonast con los brazos en jarra y su ridícula sonrisa que hace mover el desgraciado mechón que cae sobre su frente.
—Si debo esperar, lo haré por una chica que valga la pena —dije con asertividad y guiñé un ojo.
—¡Vaya comentario! ¡Ea, un mojito para mí y si tienes tabaco, mejor! —ordenó al barman mientras caminaba hacia la mesa donde lo esperaba.
Bianca no era un país estable en la época que nos tocó vivir. Como en la gran mayoría de generaciones, Celis y Calvior libraban una guerra. Pero hubo guerras que marcaron cada era y no fueron tan sanguinarias. La que vivimos fue una de las más catastróficas para el continente, dado que todos los países estaban en guerra. ¿En serio quieres saber sobre el inicio de la guerra? Pues, en resumen, un fanático religioso desterró a la reina Drisna Miaravich Zargarov. Como supondrán, el tipo organizó una guerra interna para dar el golpe de Estado. Y una cosa llevó a la otra hasta el punto que se le subió los humos a la cabeza y decidió declarar la guerra contra Celis. Ya, ese es el origen del conflicto.
—Estás callado —Ya le habían traído el mojito y el tabaco. Incluso, estaba encendido y daba una calada.
—Pienso en el futuro —dije y di un trago al wiski. No estaba de ánimo para un chiste o una broma.
—¡Vamos, hombre! —Dio unas palmadas en mi hombro—. Tu familia saldrá adelante. Al menos tienes una familia y un motivo para luchar en esta contienda.
Miré su chaqueta de cuero, tenía una camisa blanca de fondo. En el cuello llevaba esa estúpida cadena que le regaló su expareja, no se quitaba nunca ese traste. Su rostro, casi cuadrado y uniforme, era agraciado, debo aclararlo. Era un sujeto que podía confundirse con un actor de cine y su cuerpo era esbelto. Conservaba la musculatura de los entrenamientos. Tenía la pinta de ser un caradura, un rudo de esos que podías leer en novelas negras. Pero todos los que conocimos a Jonast, sabíamos que era un llorica sensible. Su cabello era rizado y castaño, aunque, a veces, el color alternaba a un amarillo tan fuerte que parecía oro.
—¿Tú no tienes un motivo? —Señalé el collar y arqueé una ceja.
—Se casará dentro de tres meses. Prometí ser su padrino de bodas —respondió con un deje de tristeza en la voz.
El humo del tabaco había creado una neblina, ligera, a nuestro alrededor.
—Encontrarás alguien mejor —repuse para animarlo.
—¿Tú crees? En ocasiones, el único amor de tu vida puede ser el amor de la vida de otra persona. Quizá ella sea el amor de mi vida, pero ahora es de otra persona y ella consiguió el suyo. ¿No crees que es injusto? Ambos se ven maravillosos juntos. Ella es feliz, él es feliz, yo no. En fin, no podemos forzar al ser humano que ha nacido libre —dijo y dio un trago largo de su mojito—. ¡Ea, otro más! —ordenó al barman.
—Mañana tenemos nuestra primera misión desde que nos graduamos —dije con las manos en el vaso, las gotas que rezumaba el vidrio, a causa del calor, mojaban mis dedos y había arruinado el portavasos de papel—. Así que bebamos por placer y no para emborracharnos.
—Siempre tan circunspecto en estas circunstancias, ¿no? Vale, no te preocupes, no quería emborracharme hoy… ¡Ea, trae algo para picar! —Acodó un brazo en la mesa y dio una calada al tabaco.
—¿Estás nervioso? —pregunté.
—Dime que tú no lo estás. —Sus ojos grises escrutaron mi rostro apocado.
—Te mentiré: no lo estoy.
—Eres mejor aviador que yo y apenas puedo superarte…
—Una cosa es demostrar tener talento para pilotar un caza, pero otra es poner aprueba tu talento en el campo de batalla —aclaré.
—Nos irá bien y regresaremos en una pieza. La misión no es complicada y no nos pondrán en riesgo —dijo como si fuera tan fácil predecirlo.
—¿Ya sabes de qué va? ¡Otro wiskey con poco hielo y dos dedos de agua!
—Sí, si lo sé. A eso de las 2300, debemos sobrevolar Yhanbidia. Es un vuelo de reconocimiento.
—Yhanbidia está a 2000 kilómetros de Urman, al noroeste. El triangulo U cayó en manos enemigas, a las 0400, hace un mes. Esto quiere decir que nos mandaron, como señuelo, para confirmar la movilización enemiga que planea sitiar la ciudad —expuse, pero me costó ocultar los nervios de mi voz. Habían traído el mojito y el wiski, procuré echar un trago profundo para aliviar la ansiedad.
—Admito que no será fácil. Pero nada malo ocurrirá, somos el escuadrón Noctua, después de todo. El mejor escuadrón para las tareas nocturnas. —Dio una palmada a la mesa.
—La palmada de la buena suerte, ¿verdad? —dije con una risa sardónica.
—Debo estar en la boda de Verónica.
—Y yo debo estar para mi familia.
—¿Cómo está tu hija?
Mi hija, por culpa de la guerra, no puede caminar. Una vez, los bombarderos, calvarian, trataron de asediar directamente la capital. Más tarde se supo que fueron unos espías que tomaron control de uno de los hangares ubicados al norte. Nadie estaba preparado para un bombardeo, nosotros jamás conocimos el terror que producía una bomba al caer en tierra, hasta aquel funesto día. En síntesis, una bomba cayó cerca de nuestro hogar, mi hija jugaba en el jardín y una pieza punzante, de un caldero, atravesó sus piernas. Sol, así se llamaba mi hija, fue trasladada al hospital. Yo estaba ocupado en la base militar con Jonast, debíamos prepararnos para el despegue. Después que los bombarderos, que no habían descargado el infierno, fueron derribados, llegó una calma extraña que era perturbada por la histeria colectiva. Llamé a casa, cuando supe que una de las bombas estalló cerca de la vecindad, y mi mujer no atendía. De manera que monté la motocicleta de Jonast y salí escopetado por la autopista central. En cuanto llegué al hospital, que estaba abarrotado de heridos y el hedor a muerte se colaba por las narinas, hablé con la enfermera de turno, mostré mi identificación militar, ya que no vestía el uniforme, y me condujo al área de pediatría-emergencia. Mi querida Sol tenía las piernas destrozadas.
—Ella está mejor —respondí, seco y tajante.
—Por lo menos un día podrá caminar, ten fe —consoló Jonast.
—Puede que lo mejor sea amputar sus piernas y no mantener el vestigio de una falsa esperanza —repliqué, lacónico.
—Sí tú lo dices, pues adelante, eres su padre.
—¿Y Verónica? ¿Hablaste con ella sobre esto?
Verónica era una ingeniera aeronáutica y, quizá, la mejor de su clase. Tuvo una relación complicada con Jonast. Ambos hacían una pareja maravillosa y la promoción de graduación pensó que se iban a casar. Habían bromas fuera de lugar que sacaban a Jonast de quicio. Admito que también me sumé a fastidiarlo. A pesar de vislumbrar un futuro próspero como la pareja perfecta, terminaron antes de la graduación. Fue decepcionante para Jonast descubrir que tenía un amante. Lo más frustrante fue que se lo restregó en el baile de graduación. Aquella noche, Jonast lloró y vomitó incontables veces. Estábamos borrachos, pero él quería olvidar el dolor. Se me olvidó añadir que Verónica, después, se acostó con Jonast incontables veces. Mi mejor amigo, y único, no comía bien y, en las prácticas, parecía distraído. A medida que los meses pasaron, denotó mejoría en su conducta. Sin embargo, si alguien quería hacer sonreír a Jonast, con la felicidad en sus ojos, era llevarlo hasta Verónica.
—Acepté ser su amigo —dijo después de exhalar un suspiro, resignado—. No quise hablarle de esto, ella lo sabrá de todas maneras.
—Hay mejores mujeres, pero tú eres cerrado —reiteré.
—No soy cerrado. Ya te comenté lo que opino al respecto. Ella es el amor de mi vida y, aunque llegue otra mujer, eso no cambiará —dijo y apuró el mojito. Yo también apuré el wiski.
Pagué la cuenta. Montamos en nuestras motocicletas H-GL650 Silver Wing de 674cc. Una belleza y suficiente para nosotros, que somos hombres de pocas aficiones económicas y, por tanto, sencillos.
—¿A dónde vamos? —dijo haciendo rugir el motor.
—Vamos a la plaza —sugerí.
—Accedo. —Y se adelantó. Yo acepté su carrera.
Tomamos la vía de la autopista central. Esquivábamos los carros a máxima velocidad, teníamos experiencia en esto de conducir y, además, éramos adictos al peligro. Si no fuera por la rara afición de la adrenalina, que sentíamos por cualquier vehículo que tuviera un motor o una turbina, no hubiéramos servido para el cuerpo de la aviación de Bianca. Pasábamos los edificios, que se convertían en pinceladas rápidas, nos adentramos en un túnel, las luces, en sucesión, dibujaban una línea naranja. Cada curva no era un reto y cuando llegamos al trébol, íbamos a la zaga de los autos; en ese momento reducíamos la velocidad por nuestra seguridad. Entonces, continuamos por la calle de los ministerios, doblamos una esquina, que era donde estaba la sede del palacio de justicia, atisbamos unas calles adoquinadas al otro lado de la acera y, en cuanto llegamos al parque, estacionamos en cerca de un parquímetro.
—Una buena carrera, ¿no? —dijo Jonast sacudiendo sus hombros. Incluso me miraba altivo.
—No soy mal perdedor, pues preferí dejarte ganar —excusé, pero sabía que yo había manejado mal.
—Tienes la cabeza abotargada de tantas quimeras o es que los tragos te pegaron en la consciencia —comentó y bajó de la motocicleta.
—Mis despertares espirituales los logro con vodka, no con wiski.
—¡Cielos, estás irritable hoy! ¿Estás menstruando? —Puso los brazos en jarra.
—¿Por qué pareces marido mío? Además, ahórrate el comentario y vamos a caminar un rato. Tengo unos cigarrillos importados de Lianca. —Baje de la motocicleta e soné mi cuello, también estiré las piernas, ya que las tenía tensas.
—Un palmada más de la suerte. —Dio una palmadita deportiva a mi hombro izquierdo, sentí su energía.
—Provoca entrenar un poco, pero por aho…
—¡Maldito seas! —gritó un desconocido.
Míranos hacia la dirección del improperio. En la acera, al otro lado, un sujeto con gabardina, fedora y navaja, trataba de despachar un maleante. Ahora bien, el problema era que el asaltante era un mago y el sujeto de la gabardina era un humano normal. Jonast, sin decir nada, caminó con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Por mi parte, encendí un cigarro. Debido a la situación económica que atravesaba Bianca, la inseguridad había incrementado. Además, los policias eran corruptos y no querían hacer bien su trabajo. De manera que los ciudadanos, como el sujeto de la gabardina, debían defenderse de los amigos de lo ajeno. Como contrapartida, habían magos y humanos en las fuerzas del mal. Por ende, la balanza no era muy justa que díganos. Entonces agucé el oído, concentré mi energía en el entorno… Quizá no lo sepan todavía, pero yo era un mago de fuego y Jonast era un mago gris. Por nuestra sangre alterada, nuestros ojos eran distinto al de los humanos: mis ojos eran carmesí.
—¡Ea, imbécil! —bramó Jonast—. Déjalo en paz y busca alguien de tu nivel, aunque dudo mucho que estés encima de mí.
El enclenque se asustó al percibir la energía que expelía Jonast. Veamos, un mago gris contra un mago de viento. Jonast fue entrenado en la academia militar y el bribón, supongo, en una escuela dedicada a magos novicios.
—¡Cállate! Me estoy muriendo de hambre y necesito llevar algo a mi familia —replicó el ladrón.
—Venga, no debes cometer delitos para salvar a tu familia. Piensa un poco —se tocó la sien con el dedo índice—, ir a prisión no es una agradable idea y, además, dejarás a tu familia sola. Si tanto quieres ayudar, consigue un empleo y trabaja por el bien de la nación.
—La bolsa de empleo está abarrotada. Y mi condición social no me permite…
—Vale, puedes guardar silencio —dijo con la palma abierta a la altura del hombro—. Te perdonaré está vez y si vas a robar, roba en lugares en donde no te vea ni yo ni mi amigo. Mira que no se me olvida tu cara de mierda.
Hubo un silencio tenso en el que solo se escuchaba el follaje de los árboles y el cuchicheo de las personas en el parque. ¿A quién se le ocurre robar a las tres de la tarde en plena acera contigua a un parque? Concluyo que, sin lugar a dudas, era uno de esos magos novicios. Por otro lado, en sus ojos veía la verdad de sus palabras y su rostro, incluso, expresaba una historia de mil horrores que atravesaba la clase baja del país.
—Lárgate y déjalo en paz —dijo Jonast con voz suave.
El ladrón huyó por un callejón, pero conocía a mi amigo, él no era un hombre que perdonaba fácilmente. Unió el dedo índice con el dedo medio, como si estuviera simulando el doble cañón de un arma, apuntó hacia el brazo derecho del tipejo y… ¡Boom! La explosión lo hizo caer a un lado de un contenedor de basura infestado de ratas.
—Que te quede bien claro que no me olvidaré de tu rostro —recalcó Jonast mientras caminaba hacia mí.
El sujeto de la gabardina siguió a Jonast hasta alcanzarlo.
—Gracias, amigo. ¿Cómo puedo recompensártelo? —preguntó.
Jonast me miró con aquel brillo que presagiaba un agradecimiento digno de un altruista.
Terminamos borrachos aquel día. Fuimos, con las motocicletas, hasta un risco donde adolescentes núbiles tenían sexo en los coches estacionados. No había ninguno para gastar una buena broma como en los viejos tiempos. Estábamos casi en la treintena, nos comportábamos como niños y hablábamos con la jerga de un colegial. Creíamos ser tipos rudos en una motocicleta, pero existían mejores en aquel tiempo, solo que nos aferrábamos al pasado por ser lo único que valía la pena aferrarse en un maldito país en guerra. Además, ¿a quién engañábamos? Jonast era una magdalena con Verónica, y yo tenía las responsabilidades de un padre cualquiera.
—James, hermano —dijo con la botella de ron en sus labios—. Te dedico este trago.
—¡Pareces un bebé, idiota! Deja de hablar y desperdiciar cada litro del elixir humano. —Golpeé su hombro con fuerza.
—¡Esto es lo que nos queda! Un atardecer —dijo.
Nuestros pies colgaban en el vacío. El Sol se ocultaba por las montañas del oeste. La ciudad estaba cubierta por una capa de nubes. La tonalidad del cielo era azulada, pero apagada, como si perdiera color, poco a poco. Cuando bajabas la vista, el violeta se fusionaba con el naranja y el celeste. El ocaso ofrecía una gama de colores dignas de verse y apreciarse. Una diminuta estrella surgió donde el firmamento se hacía más oscuro. Observamos las luces de la capital encenderse. Las calles parecían arterias de una bestia, los edificios parecían titanes lumínicos y las luces, de los faroles, parecían cuerpos celestes que refractaban la belleza del sol. Daba la impresión que parpadeaban, pero era un efecto óptico. La brisa removía nuestros cabellos. Por suerte tenía mi chaqueta de piel, guantes de cuero, botas y pantalones negros de tela gruesa. Extraje dos cigarros. Jonast lanzó la botella hasta el abismo. Nos habíamos bebido cuatro botellas de ron de la mejor calidad y marca. El anciano de la gabardina sabía sobre buenos licores y, además, tenía la cuenta bancaria a rebozar de dinero.
—James, tengo miedo —confesó Jonast cuando dio una honda calada.
—Yo también —admití.
—Siento como si este fuera nuestro último día vivos. —Una lágrima surgió de la comisura de sus ojos—. Pero no creo que sea así, porque debo llevar a Verónica al altar, aunque yo no sea el que bese sus labios.
—Podrás follarla a espaldas del puto marido, ¿qué tanto hablas, patético?
Hizo una risa amarga y dio un toquecito al largo del cigarro. Las cenizas descendieron despacio, como si fueran ingrávidas, por el risco.
—Se irá a Lianca —dijo.
Lianca es una nación vecina a Bianca.
—Ni que se fuera tan lejos —dije encogiendo los hombros.
—Luego partirá a Traint y no la volveré a ver, jamás. —Secó sus lágrimas con la manga de la chaqueta, aunque el cuero no ayuda mucho.
—Conseguirás a alguien mejor.
—Eso lo dices porque tienes una vida realizada. ¿Yo que tengo? Mis padres están muertos por culpa de los bombardeos, el amor de mi vida se irá a otro continente, no tengo propósitos en esta vida más que proteger a la nación.
—Tienes un mejor amigo que no te abandonará nunca —dije y lo rodeé, con mi brazo, su hombro.
—¿Enserio? Pero si un día mueres… ¿Dónde quedaré yo?
—Sol puede ser un motivo para seguir vivo, el tío Jonast. —Esbocé una sonrisa—. ¡Pero no te folles a mi mujer porque te halo las patas en la noche!
—¡So idiota! ¿Me crees capaz de follar a tu mujer? No, no y no… Palabra de hombre, yo protegeré a tu familia cuando no estés.
—Me agrada escuchar eso, porque si alguien debe morir soy yo, no tú.
—No digas sandeces, ninguno de los dos merecemos morir.
Continuamos admirando el ocaso hasta ser arropados por la oscuridad y el silencio.