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2189 Palabras
La mañana en Uraberg se veía perfecta; los pájaros cantaban y los ruidos de la ciudad eran realmente armoniosos. Sin embargo, los cálidos rayos de sol que se asomaban por la cortina de su pequeño y semi lujoso departamento la hacían sentir especial y única al mismo tiempo. En ese lugar vivía Loraine Grayson, una joven editora de apenas 26 años que había abandonado su país natal debido a un pasado tormentoso. Era una chica de cabello castaño, ojos marrones, piel clara y una altura de un metro setenta. Su naturaleza risueña, dulce e imaginativa contrastaba con la carga emocional que llevaba. Siempre había soñado con ser editora y trabajar en una gran empresa, pero nunca esperó tener que huir y dejar a su familia atrás. Su turbulento pasado la empujó a tomar la difícil decisión de escapar para proteger a sus seres queridos, temiendo que, de lo contrario, los arrastraría a sus propios problemas. Abrió los ojos al sentir la suave luz que entraba por la cortina, se levantó y, acercándose a ella, la abrió para deleitarse con la hermosa vista de la ciudad. Suspiró con una sonrisa y se dirigió al baño para darse una ducha, luego buscó en su armario el atuendo perfecto para su día laboral. Desde que huyó de su país natal, tuvo que rebuscarse la vida en esa gran ciudad, sola y sin saber cómo era el modo de vivir allí. Cuando sus fuerzas parecían desvanecerse, encontró a su ángel guardián, Isabella Frankfort. Una mujer de 30 años con cabello castaño oscuro y ojos marrones. Al ver a la abatida Loraine deambulando por las calles, decidió ayudarla y brindarle un hogar hasta que pudiera estabilizarse en Uraberg. Tras un tiempo de búsqueda y adaptación, Loraine consiguió un empleo en una editorial muy conocida. Desde entonces, hacía un año que trabajaba allí y le iba bastante bien, lo que le permitió mudarse a un departamento pintoresco en el centro de la ciudad. Entró al baño después de elegir su ropa y encendió el agua, ajustándola a su gusto. Estaba a punto de quitarse el pijama y meterse en la ducha cuando su celular sonó, obligándola a apagarlo y atender. Al ver el identificador, una sonrisa iluminó su rostro. —Hola —dijo Loraine, sonriendo y sentándose en su cama. —Tía —respondió la pequeña voz de su sobrina a través de la línea—. ¿Cómo estás? —Pequeña Ruth, mi niña hermosa, estoy muy bien. ¿Y tú? —preguntó la joven, sonriendo al escuchar la voz de la niña. —Muy bien, tía. Te estoy extrañando mucho. ¿Cuándo vendrás a vernos? —dijo la pequeña alegremente. —Aún no lo sé, pequeña —respondió Loraine, mintiéndole a su adorada sobrina—. Voy a intentar ir pronto a verte, mi niña preciosa. —Está bien, tía, pero intenta venir —dijo la niña, un poco desanimada. —Lo haré, princesa mía —prometió Loraine, sintiendo algunas lágrimas asomarse—. Bueno, debo irme a trabajar, pequeña. Te quiero, mi reina. —Yo también te quiero, tía —respondió la pequeña—. Adiós. —Adiós, mi pequeña —dijo Loraine, sonriendo. Al finalizar la llamada, una ola de tristeza la invadió al no poder ver a su sobrina ni a su familia, todo por el maldito pasado que seguía persiguiéndola. Tomó aire y miró el portarretrato en la mesa, el que contenía una foto de ella y su familia. Lo sostuvo entre sus manos, acariciándolo con suavidad, mientras una melancolía inundaba su interior. Le dio un beso y lo dejó sobre la mesa de luz antes de dirigirse a la ducha, consciente de que si no se apresuraba, llegaría tarde al trabajo. Encendió el agua de nuevo y se quitó el pijama para sumergirse en el agua. Sentir el agua caer sobre su cuerpo la ayudó a relajarse poco a poco de todo lo que la atormentaba. Cerró los ojos y los recuerdos comenzaron a inundarla. La imagen de su expareja se instaló en su mente, provocando en ella un temblor de miedo al recordar la fría mirada que él le dedicó cuando se escapó en aquel taxi, amenazándola con que si la encontraba, le iría mucho peor. Se apoyó contra la pared de la ducha mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, y un grito desgarrador emergió de su ser, convencida de que su pasado jamás la dejaría en paz. Se maldecía internamente por haberse enamorado de ese hombre que solo le arruinó la vida, llenándola de miedo hacia el amor. —Juro por Dios que no te permitiré que lo vuelvas a hacer… —dijo la joven con firmeza—. Te juro, Lion, que no volverás a arruinarme la vida. Con esas palabras llenas de odio y rencor brotando del fondo de su corazón, terminó de ducharse y salió, envolvía su cuerpo con una toalla, al igual que su cabello. Caminó hacia la habitación para comenzar a secarse y arreglarse. Primero, utilizó el secador para dar forma a su cabello con suaves ondas y luego se maquilló de forma sencilla, resaltando sus ojos marrones y sus labios de un rojo intenso. Se aplicó crema en el cuerpo y se vistió con su ropa interior negra y el resto del atuendo: una falda de tubo que le llegaba tres dedos arriba de las rodillas y una camisa blanca con un pequeño moño en el cuello. Se sentó en la cama para ponerse sus zapatos de tacón negros y luego su joyería. Se aplicó un poco de perfume, tomó su chaqueta de cuero negra y se la puso. Agarró su cartera y guardó su móvil en ella antes de salir de la habitación. Antes de irse, pasó por la cocina y guardó una fruta en su bolso, que sería su aperitivo más tarde. Caminó hacia la salida y tomó las llaves de su departamento, junto con las de su auto, para emprender el camino al trabajo. Cerró su hogar y bajó en el ascensor hacia el estacionamiento, donde dejaba su automóvil todos los días. Al descender, caminó unos pocos metros hasta su vehículo, un elegante Bentley azul que la esperaba en el mismo lugar de siempre. Se acomodó en el asiento del conductor y dejó su cartera en el asiento del copiloto. Antes de iniciar el viaje a la editorial, decidió liberar el estrés acumulado en su cuerpo. Una vez que logró sentirse más tranquila, encendió el motor y comenzó a conducir. Mientras conducía por la transitada ciudad, la música de la radio la llevó a recordar los momentos vividos en Cyville con su familia y su pequeña sobrina Ruth. Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro al pensar en ellos, aunque también un suspiro de tristeza la invadió al recordar a Lion, un joven apuesto de mirada protectora, cuya simple mención bastaba para endurecer su interior. Para ella, todo lo vivido a su lado resultó ser una vil mentira, y las promesas se esfumaron en un instante. No lograba entender en qué momento sus caminos se cruzaron, pero sí fue consciente a tiempo de que su relación se había vuelto tóxica y perjudicial para su bienestar emocional. Por esta razón, decidió huir, ya que las graves amenazas contra sus seres queridos se volvieron insoportables. Una lágrima escapó de sus ojos al rememorar el día en que se conocieron. En aquel instante, se formó una linda química entre ellos. Lion era un chico de cabello castaño claro, ojos verdes y facciones finas. Medía 1,80 metros y tenía un cuerpo atlético, fruto de su pasión por el deporte y sus frecuentes visitas al gimnasio. Tenía una personalidad inusual para su edad, lo que lo hacía especial y único. Era amable, tranquilo y muy maduro, además de saber escuchar cuando lo necesitabas. Si hubiera que describirlo en una palabra, sería perfecto. En sus primeros meses juntos, Lion se comportó como un caballero con Loraine. Realmente la hacía sentir como una reina, y ella estaba sumida en una burbuja de emociones. Un torrente de sensaciones la atravesaba, algo que nadie había logrado hacerla sentir jamás. Sin embargo, nunca imaginó que después de todo ese amor vendría un huracán de problemas y secretos ocultos. Este último pensamiento llevó a Loraine a recordar un episodio que hizo tambalear su fe en el amor de Lion. Estaban sentados en un parque, disfrutando de la compañía mutua, cuando comenzaron a besarse. Lion intensificó el ritmo de sus besos, mientras sus manos buscaban tocar más de lo que a Loraine le resultaba cómodo. La joven, sintiéndose inexperta e incómoda ante la situación, se separó un poco para verlo a los ojos y hablar sin confrontaciones. —Debemos parar. Esto no está bien —dijo, mirándolo con tranquilidad. El joven suspiró frustrado y la miró con desagrado. —Sabes que esto es normal, tener deseos entre nosotros —dijo, mirándola—. Somos novios, y las parejas tienen relaciones. —Sí, lo entiendo, pero eso normalmente ocurre cuando llevan bastante tiempo juntos —respondió Loraine con incomodidad y enojo—. Apenas llevamos cuatro meses saliendo, y aún no me siento lista para dar ese paso, Lion. Lion suspiró de enfado y miró hacia enfrente, ignorando por completo a su novia. Ella dejó escapar un suspiro de tristeza y decidió hablar nuevamente. —No te enojes, solo dame un poco de tiempo —suplicó Loraine. Ella tomó su mano, pero él la apartó con un gesto brusco. —No me amas, ¿es cierto? —preguntó, mirándola con seriedad. —¿Cómo puedes decir eso? Sabes que te amo, Lion —respondió Loraine, sorprendida ante sus palabras. —No parece —dijo Lion, suspirando—. Tu forma de rechazarme lo demuestra. —No digas eso, no es cierto —replicó la joven, mirándolo con tristeza—. Yo te amo, pero solo estoy pidiendo tiempo. Al ver que él no cambiaba de actitud, Lion dijo: —Sabes qué, si seguimos así… —suspiró—. No podré resistirme a estar con otra. —Mirándola con resignación—. Mejor me voy a casa. Se levantó y se alejó, dejando a Loraine con el corazón destrozado. Desde ese preciso momento, su relación comenzó a decaer, debido al mismo tema recurrente: tener relaciones con su novio. Loraine era una joven que aún no había tenido su primera vez y eso la incomodaba. No se sentía insegura de su cuerpo, sino todo lo contrario. Quería que fuera algo especial, con alguien que la amara por ser ella misma, sin sentirse presionada como con Lion. Así pasaron los meses. Las cosas entre ellos seguían igual, lo que no hacía sentir bien a la joven. Loraine reflexionaba sobre la situación cada día, en busca de una respuesta a la pregunta que la atormentaba. Intentaba todo lo posible por él, pero nada funcionaba. Algo dentro de ella le impedía querer estar íntimamente con él. Desesperada, decidió invitarlo a una reunión con su amiga y el novio de esta, con la esperanza de integrarlo en su grupo y demostrarle que lo amaba. Sin embargo, fue ese día cuando su mundo se desmoronó y el miedo invadió su cuerpo al enterarse de algo que jamás hubiese imaginado. Loraine se encontraba en su hogar, sonriente por la bella velada que habían compartido los cuatro el día anterior en el restaurante. Sin embargo, esa felicidad se desvaneció al recibir una llamada de su mejor amiga. —Loraine, por favor, escúchame y mantén la calma con lo que te voy a decir —dijo Safira, visiblemente nerviosa. —Safi, ¿qué sucede? —preguntó Loraine, preocupada. —Es sobre Lion —respondió, dejando a Loraine en estado de alerta—. No es lo que piensas. Te ha estado engañando. La joven dejó caer el vaso de vidrio que sostenía, y su cuerpo se sintió débil ante la devastadora revelación. —¿Qué dices, Safi? —tartamudeó Loraine. —Cuando nosotras fuimos al baño, Franco y él se quedaron conversando… —dijo Safira, mientras las lágrimas caían de los ojos de Loraine—. En eso, Lion recibió una llamada, se alejó un poco, pero Fran lo escuchó todo… —tomó aire antes de continuar—. Amiga, Lion está metido en el tráfico de drogas. Loraine se tapó la boca, un sollozo brotó de su ser. Su corazón se rompió por completo al escuchar esas palabras. —Lora, lo siento, pero debes alejarte de él cuanto antes —advirtió Safira—. Es muy peligroso para ti, como para los que te rodean. Mientras Loraine sollozaba, su teléfono cayó de sus manos, negando con la cabeza mientras sus pensamientos se atormentaban con la frase: “Lion está metido en el tráfico de drogas”. Cayó de rodillas al suelo, liberando un grito desgarrador desde lo más profundo de su ser. Golpeaba el piso con fuerza, desahogando su dolor mientras lloraba por la mentira de Lion. Desde ese momento, Loraine supo que debía alejarse. Sin embargo, nunca se le pasó por la mente que Lion pudiera amenazar su vida y la de sus seres queridos.
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