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1392 Palabras
Parecía que la puerta iba a salir volando de sus goznes con esos golpes. —Holi, amor.—dijo Marta lanzando besos a izquierda y derecha . Ahora que lo pienso, Marta se parece asombrosamente a Marcie Millar, solo que ella es rubia (claramente de bote) y tiene acné en la frente. —Tú...no me acuerdo de tu nombre.— mentí, cuanto menos interesada en mí estuviera mejor. —Marta. Me siento a tu lado en geología, todos los días...—alzó su irritante voz de p**o. —Ah, sí... ¿qué querías?— lo que de verdad quería preguntar era cómo había encontrado mi casa la primera vez que vino. —Solo pasaba por el barrio y me pregunté si me invitarías a comer.— encima quería que yo gastase dinero. —Lo siento, pero me gusta otra chica que no conoces...—se me ocurrió la mejor idea que había tenido en mi vida.—Le está costando un poco adaptarse ¿podrías echarle una mano? —Yo...—Marta tiritaba de frío, lo cual era comprensible ya que no hacía temperatura para llevar esos pantalones sin nada debajo.—¿Me harías tú a mí un favor? —¿Cuál?—me aterraba lo que pudiera pedir. —Si me llevas a dar una vuelta en tu moto tenemos trato.—tenía la moto aparcada en frente de casa y llenar el depósito me costaba cinco euros, no iba a ser un sacrificio terrible. —Uffff,—vacilé un instante, pero creí que era inofensivo, un paseo en moto no es gran cosa.—Trato hecho.—cogí las llaves del cuenco junto a la puerta y me dispuse a salir. —¿Vas a ir así? Tras su pregunta me di cuenta de por qué estaba tan nerviosa cuando abrí la puerta, llevaba puesto mi pijama: unos boxer y una camiseta de Bob Esponja (la cual es bastante difícil de encontrar porque no las suelen hacer en tallas para adulto). ■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■ Estaba esperando al ascensor cuando apareció justamente él, ¿acaso no tengo más vecinos? Y esta vez iba acompañado de una especie de barbie de marca blanca. Se podía oír el castañeo de sus dientes por el frío, y Bruno era incapaz de prestarle una chaqueta. —Buenos días. Estás muy guapa, princesa.— se acercó dando la espalda a la rubia. —Bien...—no tenía mucho sentido, lo dije sin pensar. —Ella es Marta, quiere conocerte.— se giró hacia la chica y ella avanzó hacia mí. —Seamos amigas.—Mejor cuando deje de tener la edad mental de una niña de siete años. —Supermegamejores amigas para siempre.—dije con sarcasmo, a mí misma me pareció demasiado desagradable, pero no me hacía mucha gracia verla con Bruno (lo sé, está fatal y es más tóxico que Chernobyl). Bruno se reía y aquello me irritó aún más. —¿No va un poco lento este ascensor?—dije pulsando el botón por segunda vez. —Lo normal.—Bruno apoyó su brazo sobre mis hombros. —Bajaré andando.—dije moviéndome para liberarme de su agarre. —Yo también.—añadió él siguiendo mi camino. Cuando me aseguré de que la rubia no podía oírnos me paré en el primer piso para hablar con él. —Eso no le ha hecho ninguna gracia a tu novia.—le advertí. —No es mi novia.— fruncí el ceño. Solo amigos con derecho a roce, ya conozcía eso rollo. —Pues tiene frío.— pese a haberme metido con ella, me daba un poco de lástima. —¡No puedo controlar el clima!— puse los ojos en blanco y señalé su chaqueta.—Yo no tengo que pasar frío, es ella la que sigue usando la misma ropa que en agosto. —Qué cosas más bonitas dices, no me extraña que caigan a tus pies.—respondí con sarcasmo. —A tí sí te dejaría mi chaqueta.—Se acercó a mí clavando su imponente mirada en mis ojos y eso me hizo sentir pequeña. —Apártate.— pronuncié al máximo cada una de las sílabas. Su envolvente mirada cambió por completo a una de sorpresa y se alejó de golpe. —¿En serio?— parecía en shock. —Pues claro.—dije mientras continuaba bajando las escaleras y recuperando la compostura. —¿Lo siento?—Me giré para ver su rostro abochornado y no pude evitar sentir compasión. —Tranquilo, no es el fin del mundo.—Dije sin pensar para que no me diera tiempo a arrepentirme. ■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■ Lo último que quería era que se enfadase, pero cuando dijo que no era tan malo, una agradable sensación invadió mi cuerpo. Había esperanza y eso era lo más esencial para mí, si necesitaba que esperase, lo haría sin dudar. —¡Bruni!–se oyó a Marta desde la puerta de la calle . —¿Bruni?— repitió Ana entre carcajadas ruidosas y adorablemente imperfectas. Bajé a toda prisa hasta Marta mientras ella seguía riendo sin control. —No me vuelvas a llamar así, por favor.— preferiría una puñalada. —¿Me invitarás a comer?— murmuró sin apartar la mirada de su móvil. —Te he dicho que no.— casi me avergonzaba decírselo, pero estaba claramente empeñada en que la rechazara. —Pues llévame a casa.—Sonó como una orden directa. —¿Perdona?— quizá me parecía mucho a su chófer y nos había confundido. —Ya sabes donde vivo.—continuó como si no hubiera hablado. Era cierto, había pasado por su cama alguna vez.—Te iré indicando. Mientras clavaba sus largas uñas a través de mi camiseta y se pegaba a mi espalda como si quisiera fundirse conmigo, seguí sus señales hasta el barrio pijo. Cuando llegamos al número 23, que era su casa, se bajó de la moto. —¿Quieres pasar? Estoy sola en casa y no me vendría mal algo de compañía.— dijo mientras jugaba con un mechón de su pelo. —No, pero ¿podría tomar un vaso de agua?—ella colocó sus brazos sobre mis hombros y se pegó a mí. Si no fuese urgente, no pasaría a esa casa, pero se me había metido un bicho en la boca cuando iba hablando con Marta por la carretera. Me daban escalofríos sólo de pensar el un insecto revoloteando bajo mi paladar o arrastrando su viscoso cuerpo por mi lengua... Resumiendo, era urgente y punto. Un seto de la entrada se agitó un poco y pensé que sería un pájaro hasta que vi el flash de una cámara. —Lo tengo.— indicó la chica alta que sujetaba la cámara. —¿Qué está pasando?—dije con el enfado a flor de piel. —Por fin el chico más sexy de clase ha caído, y te has caído a mis pies querido, el nombre de Marta se va a oír mucho por los pasillos así que ya te lo puedes ir aprendiendo.— ahora tenía pruebas, las otras veces me había asegurado de no dejarlas. —¿Para qué quieres eso?— intentar razonar con ella era tedioso. —Yo soy popular, y gracias a eso consigo cosas, debo mantener un estatus si quiero conservar mis privilegios.— la cabeza me iba a estallar. —¿Como qué privilegios?— tampoco podía tener tantas ventajas ser guapo y saber relacionarse. No sé en qué clase de película de los 2000 se creía que vivía. —Como este. ¡Tú!—gritó a la chica que aún sostenía la cámara mientras miraba al suelo.—¡Trae la grabación! Ella le iba a entregar la cámara cuando la intercepté y me aseguré de borrar toda la memoria, no ofrecieron resistencia, simplemente Marta empezó a gritar a la otra chica, lo cual fue un alivio para mí. Dejé la cámara en el buzón de su entrada, arranqué mi moto y volví a casa con sabor a bicho muerto en la boca.
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