|Capítulo 1| Hagamos un trato.
-Marina Snow-
—Si no fuera por su dinero, ¿cómo podría soportar casarme con una mujer como ella?
Las palabras de Emmett siguen repitiéndose en mi cabeza. No puedo dejar de escucharlas.
Seis años sintiendo que él era mi ancla, para que a pocos días de habernos comprometido, este fuera su sentir.
Y si fueran la peor parte de todo este problema, quizás estaría menos destruida, pero ahora mismo, después de todo lo que sucedió hoy, no soy capaz de encontrar un rayo de luz en mi interior, un motivo.
Un propósito.
Y por eso estoy aquí, mirando al agua turbia debajo de mí y a la corriente fuerte del río, sintiendo mi corazón latiendo acelerado, mi estómago retorciéndose de angustia y mis pies cosquilleando por el pánico a las alturas. El hierro bajo mis pies descalzos se siente frío.
Mi pecho se sacude una vez, dos veces. No puedo dejar de llorar.
El viento fuerte azota mi cuerpo y me balanceo, sintiendo que en cualquier momento puedo caer, aunque no me importaría.
Yo no quiero vivir. No más. ¿Qué sentido tiene?
—No te amo, llevo todo este tiempo engañándote con Joanne y los papeles que firmaste hoy son lo último que necesitaba de ti. Ya no me haces falta, ya tengo lo que quiero. Ahora, lárgate de mi casa.
Esa voz otra vez, ese odio en sus ojos. Y la sonrisa de quien creía mi amiga a mis espaldas.
Cierro los ojos. Las lágrimas vuelven a caer con más fuerzas. Abro mis brazos y, aunque soy un poco consciente de los gritos a mis espaldas, de toda esa gente que lleva los últimos minutos mirando sin atreverse a decir nada, a tratar de convencerme, ignoro todo y me dejo caer.
Cayendo al vacío, sonrío. Porque por primera y última vez en mi vida, estoy haciendo lo que quiero.
No existir.
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-Darren Danvers-
El barco se mueve por el río con demasiada lentitud, o quizás soy yo el que nada le conforma justo ahora.
Siento rabia conmigo mismo por sentirme así, tan perdedor y tan descontrolado, pero cómo evitarlo cuando estoy aquí por ella, cuando regresé a esta ciudad después de años, porque me cansé de fingir que puedo controlar lo que siento.
Pero Alexandra tiene esa habilidad innata para desbaratarme. Y hoy lo hizo, aunque no tiene idea.
—¿Cómo puedo confiar en él, Paige? Es mi mejor amigo, nos entendemos a la perfección así. Adoro su espíritu aventurero y ese arte que tiene para seducir, pero, ¿qué gano yo con eso? A largo plazo solo tendré cuernos en mi cabeza y una amistad rota. Darren no quiere estabilidad y es eso lo que yo he buscado mi vida entera.
¿De verdad Alexandra cree que yo sería capaz de engañarla? No soy un santo, me gusta vivir mi vida y aunque he amado a la misma mujer por años, mi cobardía siempre se ha debido a que siento que no la merezco. Pero cuando al fin decido dar un paso, me encuentro con esa pared. Una pared que me aleja de lo que quiero con mi mejor amiga.
Alexandra Abernathy es lo que quiero y que no puedo tener.
Suspiro con fuerza y cierro los ojos. Estamos por pasar debajo del puente y este ritmo es obligatorio, pero en cuanto las aguas se abran ante mí, tomaré el timón y buscaré mis propios límites. Necesito controlar mi temperamento antes de regresar a casa. Necesito un plan para mostrarle a Alex que no estaré en esto por una temporada o dos.
Estoy mirando al frente cuando veo algo caer del puente. Me quedo en shock unos segundos, pensando que tal vez fue idea mía, cuando Logan, mi mejor amigo y timonel actual, me grita que alguien cayó al agua.
—¡Darren, una mujer! ¡Era una mujer!
La cara de mi amigo es suficiente para que yo decida hacer algo. No puedo dejar que alguien muera cuando yo estoy tan cerca, no me perdonaría el no hacer nada.
Me quito los zapatos y la ropa lo más rápido que puedo, mientras el barco avanza y se acerca al punto donde el agua mantiene su espuma por el impacto.
Me lanzo de clavado al agua y sin detenerme a pensar en esta locura, busco ese bulto rojo que vi caer antes. Subo dos veces a la superficie para respirar y ya me estoy rindiendo, por las fuertes corrientes que pueden haberse llevado el cuerpo, cuando la encuentro.
La mujer está inconsciente, casi llegando al fondo. Su vestido rojo es solo una mancha en la oscuridad solo atravesada por unos escasos rayos de sol de vez en cuando.
La tomo por la cintura y subo con ella, rezando para que no sea demasiado tarde.
Arriba ya está la guardia costera acercándose y Logan me ayuda a subir a la mujer al barco. No pierdo tiempo cubriéndome, no importa que esto parezca una sesión de circo ahora mismo. La tumbo bocarriba y hago las compresiones necesarias.
—Vamos, vamos. No vas a morir hoy —digo entre paso y paso. Contando y haciendo el procedimiento de la manera en que he visto solo en la televisión.
—Darren, la guardia costera —informa Logan—. Voy con ellos a ponerlos al tanto.
Asiento y continúo en lo mío. Ella no morirá hoy.
Y cuando al fin reacciona, que comienza a toser agua y la muevo para que se ponga de lado, un suspiro de alivio me recorre el cuerpo. Me quedo sentado a su lado, mirando por primera vez y a detalle, el físico de la mujer ante mí.
Tiene el maquillaje corrido, sus ojos hinchados y las mejillas rojas a pesar de la palidez en el resto de su rostro. El vestido rojo que lleva puesto se ve demasiado raro en ella, aunque no sé bien por qué.
El cabello, de un largo impresionante y tan n***o como el ala de un cuervo, le llega a la cintura y quizás un poco más abajo. Pero no es su ropa, su maquillaje o el largo de su cabello, lo que me hacen mirarla con atención, son sus ojos.
Un verde esmeralda impactante, tan oscuro que parece musgo. Y se ven vacíos.
—¿Qué..? —intenta hablar, pero se lleva una mano a la garganta. Es evidente que le duele.
—No hables, ya estás bien, todo estará bien —le digo, intento acercarme, pero ella de pronto retrocede y ese vacío en sus ojos se vuelve afilado. Odio puro.
—¿Qué. Hiciste? —pregunta con rabia y con esa voz ronca que no puede evitar ahora.
Frunzo el ceño, porque no entiendo nada.
«Un gracias estaría mucho mejor».
—¿Salvarte? —exclamo con una pregunta retórica que no espero que la haga reaccionar de mala manera, pero me equivoco.
—¿¡Y quién te pidió que me salvaras!? ¡No soy una damisela en peligro, no quería tu ayuda!
Retrocedo con las manos levantadas cuando la veo incorporarse con dificultad. No me acerco más, capaz que se vuelva una fiera.
—No podía saberlo si solo vi tu cuerpo caer al agua. Un ciudadano normal hubiera hecho lo mismo.
Mi tono suena duro y seco. Comienza a sollozar. Se pasa las manos por el cabello y por la cara. El n***o de su maquillaje se corre mucho más, ahora hasta su barbilla.
—No tenías derecho —susurra, intentando controlarse, pero fallando.
Su cuerpo está temblando, sus labios están morados y la verdad es que yo no estoy mucho mejor.
—¡Quería morirme! ¿Ni eso pueden respetar? ¿Por qué todos deciden por mí? ¿Por qué creen que soy tan débil como para no poder tomar una maldita decisión importante?
Sus gritos me toman desprevenido. Puedo ver, más que sentir, su desesperación. Sus ojos están desorbitados, muestran su dolor.
—¿Cómo te llamas? No podía saber que…terminar con tu vida era tu decisión —intento justificarme. Por más que ella diga que eso quería, no iba a permitir que se muriera en esas aguas negras y frías.
—¿No me reconoces? Marina Snow, la cornuda del año, la idiota más idiota que acaba de perderlo todo.
Su cuerpo se tambalea cuando abre los brazos, cuando grita con cinismo y me dice más de sus motivos de lo que ella cree.
Y reconozco su nombre, sí, aunque no tenía idea de lo demás.
—Nop. No te reconozco —miento, miro por encima de su hombro para ver al oficial de la guardia esperando que yo pueda gestionar esta situación.
Por qué no hacen algo ellos, es lo que no acabo de entender.
—Pues te perdiste el chisme del año, Max Steel. Marina Snow pierde toda su fortuna por confiar en el cabrón de su ex, sin tener idea de que su mejor amiga se lo estuvo follando por años y que la familia que creía que tenía, no la soportaba. ¿Tienes idea de donde debo dormir ahora, por tu culpa? —Suelta todo de sopetón y luego esa pregunta, por la que niego—. En la calle. En la jodida calle, porque me lo quitaron literalmente todo.
Mi rostro se relaja. Siento lástima de ella y creo que no la escondo a tiempo, porque ese odio que antes vi, regresa.
—¡Esa! ¡Esa mirada es la que no soporto! No tienes derecho a verme con compasión. Nadie lo tiene.
Retrocede unos pasos, otra vez buscando la manera de lanzarse del barco, cuando la detengo con un grito.
—¡Yo puedo ayudarte!—exclamo, sin saber bien lo que hago. Pero ella se detiene y se gira lentamente, para verme con ojos curiosos y extrañados—. Hagamos un trato.
—¿Qué puedes ofrecerme tú que sea tan interesante como para que yo desista de la única salida a la que encuentro? —niega, mirándome con los ojos entrecerrados—. No te sientas culpable de lo que pase, puedes darte la vuelta si no quieres ver y así, guardar tu ego dañado porque no pudiste cumplir con algún complejo de salvador que tengas.
Vuelve a girarse y sé que cualquier cosa que le diga no será suficiente. Sé perfectamente qué es lo que puede interesarle.
—Una venganza —digo de repente y ella se detiene sin mirarme; sé que es algo que no había contemplado—. Te ofrezco mi ayuda para todo lo que necesites hacer para que pague cada maldito que te trajo hasta arriba de este puente. Todos los que te dañaron merecen pagar. ¿No es eso suficiente?
Se queda viéndome unos segundos. Cautelosa
—¿Por qué lo harías? No me debes nada, ni nos conocemos.
Me encojo de hombros.
—Porque quiero algo a cambio —le sonrío y le guiño un ojo—. Mi ego de salvador no trabaja gratis.