TIERNAN..
Horas más tarde, el sol se ha puesto, la casa está tranquila de nuevo, y estoy sola. Casi sola. Los reporteros siguen más allá de las puertas.
Mirai quería que la acompañara a su pequeño apartamento de una habitación, aunque le pagaban lo suficiente como para permitirse algo mejor. Pero como siempre estaba aquí noche y día y viajando dondequiera que mi madre fuera, tenía más sentido no tener un apartamento en absoluto, mucho menos alquilar uno más grande. Lo rechacé educadamente.
Se llevó a Toulouse, ya que ese perro se lleva tan bien conmigo como un gato mojado, y dijo que volvería a primera hora de la mañana.
Debería haber sido más amable con ella. Cuando se ofreció a quedarse aquí, solo quería que todos se fueran. El ruido y la atención me ponían nerviosa, y no quiero oír todas las llamadas que Mirai tiene que hacer esta noche, que solo serán un recordatorio de cómo se está desatando el infierno en el mundo y en las r************* .
Están diciendo cosas sobre mis padres.
Están especulando sobre mí, sin duda.
Qué lástima. Las predicciones de cuándo seguiré a mi madre y a mi padre, ya sea por sobredosis o por mi propio suicidio. Todo el mundo tiene una opinión y piensa que lo sabe todo. Si antes pensaba que vivía en una pecera...
Vuelvo al fuego de la cocina, dejando salir un suspiro. Mis padres me dejaron para que me ocupara de esta mierda. El vapor se eleva de la olla, y apago el quemador y vierto el ramen en un tazón. Me froto mis secos labios y miro el caldo amarillo mientras mi estómago gruñe. No he comido ni bebido nada en todo el día, pero no estoy segura de haber tenido intención de comer esto cuando finalmente entré en la cocina esta noche para hacerlo. Siempre me gusta el proceso de cocinar cosas. La receta, el procedimiento... sé lo que hay que hacer. Es meditativo.
Envuelvo con mis manos el tazón, saboreando el calor que corre por la cerámica y sube por mis brazos. Los escalofríos se extienden por mi cuerpo y casi trago, pero luego me doy cuenta de que requerirá más energía de la que tengo. Están muertos, y no he llorado. Solo estoy más preocupada por el mañana y por cómo lidiar con todo. No sé qué hacer, y la idea de forzar una charlas triviales con los ejecutivos del estudio o los viejos amigos de mis padres en las próximas semanas mientras entierro a mi madre y a mi padre y me ocupo de todo lo que he heredado hace que la bilis se me suba a la garganta. Me siento mal. No puedo hacerlo.
No puedo hacerlo.
Sabían que no tenía la habilidad para lidiar con situaciones como esta. No puedo sonreír o fingir cosas que no siento.
Sacando palillos del cajón, los meto en el bol y lo recojo todo, llevándolo arriba. Llego a la cima y no me detengo mientras me alejo de la puerta de su dormitorio y me dirijo a la izquierda, hacia mi propia habitación.
Llevando el tazón a mi escritorio, hago una pausa, y el olor del ramen hace que se me revuelva el estómago. Lo dejo y me acerco a la pared, deslizándome hasta que me siento en el suelo. La fría madera me calma los nervios, y me siento tentada a acostarme y apoyar la cara en ella.
¿Es raro que me haya quedado en casa esta noche cuando murieron justo al final del pasillo esta mañana? El forense estimó la hora de la muerte sobre las dos de la mañana. Yo no me desperté hasta las seis.
Mi mente corre, atrapada entre querer dejarlo ir y querer procesar cómo sucedió todo. Mirai está aquí todos los días. Si no los hubiera encontrado yo, lo habría hecho ella. ¿Por qué no esperaron a que volviera a la escuela la semana que viene? ¿Se acordaron de que estaba en la casa?
Dejo caer mi cabeza contra la pared y pongo mis brazos sobre mis rodillas dobladas, cerrando mis ojos ardientes.
No me dejaron una nota.
Se vistieron de gala Sacaron al perro. Programaron que Mirai viniera tarde esta mañana, en vez de temprano.
No me escribieron una nota.
Su puerta cerrada se asoma delante de mí y abro los ojos, mirando fijamente por mi dormitorio, a través de mi puerta abierta, por el largo pasillo, y a su habitación al otro lado del pasillo.
La casa suena igual.
Nada ha cambiado.
Pero justo entonces hay un pequeño zumbido desde algún lugar, y parpadeo ante el débil sonido, con el temor devolviéndome a la realidad. ¿Qué es eso?
Pensé que había apagado mi teléfono.
Los reporteros saben que deben enviar solicitudes de comentarios a través de los representantes de mis padres, pero eso no impide que los codiciosos, lo cual la mayoría lo son, obtengan mi número de móvil personal.
Tomo mi teléfono en mi escritorio, pero cuando presiono el botón de encendido veo que sigue apagado. El zumbido continúa y, justo cuando me doy cuenta, mi corazón se salta un latido.
Mi teléfono privado. El que está enterrado en mi cajón.
Solo mis padres y Mirai tenían ese número. Era un teléfono para que me localizaran si algo era urgente, ya que sabían que apagaba mucho el otro.
Pero nunca usaban ese número, así que nunca lo llevaba encima. Me pongo de rodillas, agarro el cajón de mi escritorio, saco el viejo iPhone de su cargador y caigo al suelo, mirando la pantalla.
Colorado. No conozco a nadie en Colorado. Pero este teléfono nunca recibe llamadas.
Podría ser un reportero que de alguna manera rastreó el teléfono, pero no está registrado a mi nombre, así que lo dudo. Contesto.
—¿Hola?
—¿Tiernan?
La voz del hombre es profunda, pero tiene un toque de sorpresa como si no esperara que respondiera.
O está nervioso.
—Soy Jake Ver der Berg —dice.
Jake Van der Berg...
—Tu tío Jake Van der Berg.
Y entonces lo recuerdo.
—¿Mi padre...?
—Su hermano —termina por mí
—. Hermanastro, en realidad, sí.
Lo olvidé por completo. Jake Van der Berg rara vez era mencionado en esta casa. No crecí con ningún pariente, así que había olvidado completamente que tenía uno.
Mi madre creció en un hogar de acogida, nunca conoció a su padre, y no tenía hermanos. Mi padre solo tenía un hermanastro más joven y distante al que no conocía. No tenía tías, tíos o primos de pequeña, y los padres de mi padre habían muerto, así que tampoco tenía abuelos.
Solo hay una razón por la que me llama después de diecisiete años.
—Um —murmuro, buscando palabras
— El asistente de mi madre se encargará de los preparativos del funeral. Si necesitas los detalles, no los tengo. Te daré su número.
—No voy a ir al funeral.
Me quedo quieta un momento. Su voz es cortante. Y no ha ofrecido sus condolencias por "mi pérdida", lo cual es inusual. No es que las necesite, pero ¿por qué llama entonces? ¿Cree que mi padre lo incluyó en su testamento?
Honestamente, podría haberlo hecho. No tengo ni idea.
Pero, antes de que pueda preguntarle lo que quiere, se aclara la garganta.
—El abogado de tu padre me llamó antes, Tiernan —me dice.
—Como soy tu único pariente vivo, y aún eres menor de edad, tus padres aparentemente te dejaron a mi cuidado.
¿A su cuidado?
Aparentemente. Parece que esto es nuevo para él también.
No necesito el cuidado de nadie.
—Aunque tendrás dieciocho años en un par de meses. No voy a obligarte a hacer nada, así que no te preocupes —continúa.
Bien. Dudo un momento, no estoy segura de si me siento aliviada o no. No tuve tiempo de procesar el recordatorio de que no era una adulta legal, y lo que eso significaba ahora que mis padres se habían ido, antes de que me asegurara que no significaría nada. Mi vida no cambiará.
Está bien.
—Estoy seguro de que, al crecer en esa vida —dice—, eres mucho más sabia en cuestiones del mundo que nosotros y, de todas formas, ya puedes cuidarte bastante bien a estas alturas.
—¿Nosotros? —murmuro.
—Mis hijos y yo —dice—. Noah y Kaleb. No son mucho mayores que tú, en realidad. Tal vez unos pocos años.
Así que tengo primos. O... primastros.
Lo que sea. Básicamente no es nada. Juego con el hilo azul claro de mis pantalones cortos de dormir.
—Solo quería tender la mano para decírtelo —dice finalmente.
—Si quieres emanciparte, no tendrás ninguna discusión de mi parte. No tengo interés en hacerte nada más difícil arrancándote de tu vida.
Miro fijamente el hilo, pellizcándolo entre las uñas mientras lo aprieto. Bien, entonces.
—Bueno... gracias por llamar.
Y empiezo a quitarme el teléfono de la oreja, pero luego vuelvo a oír su voz.
—¿Quieres venir aquí?
Me llevo el teléfono a la oreja de nuevo.
—No quise parecer que no eras bienvenida —dice—. Lo eres. Solo pensé...
Se interrumpe, y lo escucho.
Se ríe.
—Es solo que vivimos una vida bastante aislada aquí, Tiernan — explica—.
No es muy divertido para una joven, especialmente para una que no tiene idea de quién diablos soy, ¿sabes?
—Su tono se vuelve solemne—. Tu padre y yo, nosotros... nunca estuvimos de acuerdo.
Me siento allí, sin decir nada. Sé que sería educado hablar con él. O tal vez espere que haga preguntas. Como ¿qué pasó entre él y mi padre? ¿Conocía a mi madre?
Pero no quiero hablar. No me importa.
—¿Te dijo que vivíamos en Colorado? —pregunta Jake en voz baja —.Cerca de Telluride, pero en las montañas.
Respiro y lo suelto, enrollando el hilo alrededor de mi dedo. —No es un viaje muy largo a la ciudad con buen tiempo, pero durante el invierno nos quedamos encerrados por la nieve durante meses —continúa —. Muy diferente de tu vida.
Levanto la mirada, dejándola vagar lentamente por la estéril habitación en la que apenas he dormido. Estantes llenos de libros que nunca terminé de leer. Un escritorio lleno de bonitos diarios que me gustaba comprar pero en los que apenas escribía. Pensé en decorar esto durante las vacaciones en casa pero, como todo lo demás, el papel pintado nunca fue comprado porque nunca pude decidirme. No tengo imaginación.
Sí, mi vida...
El peso de la puerta de mis padres se cierne sobre mí, al final del pasillo.
Nieve, dijo. Durante meses.
—No hay televisión por cable. No hay ruido. No hay WiFi a veces — dice
—. Solo los sonidos del viento y las caídas y los truenos.
Me duele un poco el corazón, y no sé si son sus palabras o su voz.
Solo los sonidos del viento, las caídas y los truenos. Suena increíble, en realidad. Todo suena bastante bien. Nadie puede llegar a ti.
—Mis chicos están acostumbrados al aislamiento —me dice—. Pero tú...
Tomo el hilo de nuevo y lo enrosco alrededor de mi dedo. ¿Pero yo...?
—Vine aquí cuando no era mucho mayor que tú —musita, y puedo oír la sonrisa en su voz—.
Tenía las manos suaves y la cabeza llena de mierda con la que no sabía qué hacer. Apenas estaba vivo.
Las agujas me pinchan la garganta y cierro los ojos.
—Hay que darle crédito al sudor y el sol. —Suspira—. Trabajo duro, soledad y mantenerse ocupado. Hemos construido todo lo que tenemos aquí. Es una buena vida.
Tal vez eso es lo que necesite. Huir como lo hizo él a mi edad. Sumergirme en algo diferente, porque lo único que siento ya es cansancio.
—¿Has tenido una buena vida? —casi susurra.
Mantengo los ojos cerrados, pero siento como si tuviera un camión sobre mis pulmones. He tenido una gran vida. Tengo un armario lleno de toda la ropa y bolsos de diseño que todos esperan que la hija de una estrella famosa tenga. He estado en dos docenas de países, y puedo comprar lo que quiera. Mi casa es enorme. Mi nevera está llena. ¿Cuánta gente estaría feliz de cambiar de lugar conmigo? ¿Cuán afortunada soy?
—¿Quieres venir aquí, Tiernan? —pregunta de nuevo.