CAPITULO 3

1069 Palabras
TIERNAN Me quito los auriculares y los dejo colgando de mi cuello mientras echo un vistazo a la sala. Su zona de recogida de equipajes tiene dos cintas transportadoras. Es como un baño del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. ¿Está aquí? Me doy la vuelta, intentando reconocer a alguien al que nunca he conocido, pero probablemente él me reconozca antes que yo, de todas formas. Las fotografías de nuestra familia son difíciles de evitar ahora en internet. Siguiendo a la multitud, me dirijo a la segunda cinta transportadora y espero que aparezca mi equipaje. Probablemente trajera demasiado, en especial cuando hay una gran posibilidad de que me quede poco tiempo pero, honestamente, no estaba pensando. Me envió un billete de avión por correo, me dijo que era mi decisión si usarlo o no. Y solo agarré mis maletas y empecé a llenarlas. Estaba demasiado aliviada de tener algo que hacer. Compruebo mi teléfono para asegurarme de no haberme perdido una llamada de él diciéndome dónde nos encontraríamos; y en su lugar veo un mensaje de Mirai. Solo para avisarte… El forense confirmará la causa de la muerte para finales de la semana. Aparecerá en todos lados. Si necesitas hablar, estoy aquí. Siempre. Inhalo una respiración profunda pero olvido exhalar mientras vuelvo a guardarme el teléfono en el bolsillo. Causa de la muerte. Sabemos cómo murieron. Todos los chiflados religiosos en Twitter condenan a mis padres como pecadores por quitarse la vida, y no pude ni mirarlo. Si bien podía decir lo que quisiera sobre mis problemas con Hannes y Amelia de Haas, no quería escuchar la mierda que decían extraños que no los conocían. Debería apagar mi teléfono. Debería… Frunzo el ceño. Debería ir a casa. No conozco a este hombre, y no me gusta la gente que sí conozco. Pero anoche nada sonaba mejor que salir de ahí. La cinta transportadora comienza a girar, sacándome de mis pensamientos, y observo el equipaje que comienza a aparecer. Una de mis maletas negras avanza hacia mí y me estiro para alcanzarla, pero otra mano aparece de repente, levantándola por mí. Me enderezo, encontrándome cara a cara con un hombre. Bueno, no cara a cara, exactamente. Me intimida con la mirada y abro la boca para hablar, pero no puedo recordar… nada. Sus ojos están casi congelados y ni siquiera parpadea mientras permanecemos allí, mirándonos. ¿Es él? Sé que el hermanastro de mi padre tiene ascendencia holandesa, al igual que mi papá, y este tipo tiene apariencia atlética con un metro noventa, cabello corto rubio oscuro y ojos azules cuyo entretenimiento traiciona a su mandíbula rígida y su presencia intimidante. —¿Eres Jake? —pregunto. —Hola. ¿Hola? No aparta la mirada y, por un momento, yo tampoco puedo desprenderme de su hechizo. Sabía que él y mi padre no eran hermanos de sangre pero, por algún motivo, creí que serían parecidos. No sé por qué. Mi suposición fue completamente errónea y no se me ocurrió que hubiera diferencia de edad entre ellos. Jake debe ser al menos diez años más joven que Hannes. ¿Treintaymuchos? ¿Cuarentaypocos? Quizás eso tuviera algo que ver con que no se llevaran bien. Estaban en dos lugares completamente distintos, ¿así que no tenían mucho en común de pequeños? Nos quedamos allí un tiempo y siento que este es el momento en que la mayoría de las personas se abrazaría o algo, pero retrocedo un paso, lejos de él, solo por si acaso. Sin embargo, no se acerca a mí en busca de un abrazo. En su lugar, sus ojos se mueven a un lado y hace un ademán. —¿Esta también? Su voz es profunda pero suave, como si estuviera un poco asustado de mí aunque no le asuste nada más. Mi corazón se acelera. ¿Qué me preguntó? Ah, la maleta. Echo un vistazo sobre mi hombro, viendo mi otra maleta negra avanzando en la cinta. Asiento una vez, esperando que llegue hasta nosotros. —¿Cómo sabías que era yo? —le pregunto, recordando cómo tomó mi maleta sin haberme dicho una palabra para confirmar mi identidad. Pero se ríe para sí. Cierro los ojos un momento, recordando que probablemente haya visto fotografías mías por todos lados, así que no fue difícil de descubrirlo. —Claro —murmuro. —Lo siento —dice él, estirándose a mi lado para agarrar la otra maleta. Trastabillo hacia atrás, con su cuerpo rozando el mío. Agarra la maleta de la correa y añade: —Y eres la única aquí con equipaje de Louis Vuitton, así que… Lo miro asombrada, fijándome en los vaqueros con las rodillas manchadas de suciedad y la camiseta gris de siete dólares que lleva puesta. —¿Conoces a Louis? —pregunto. —Más de lo que me interesa —responde, y me mira a los ojos—. Crecí con esa vida, ¿recuerdas? Esa vida. Lo dice como si las etiquetas y el lujo anularan cualquier sustancia de fondo. Las personas pueden vivir realidades diferentes, pero la verdad sigue siendo la misma. Me aclaro la garganta, tomando una de las maletas. —Puedo llevar algo. —Está bien. —Niega con la cabeza—. Vamos. Cargo mi mochila en mi espalda y sostengo la manija de mi equipaje de mano mientras él lleva mis dos maletas con ruedas. Estoy lista para moverme pero él me mira, con algo tímido pero asombrado en sus ojos. —¿Qué? —pregunto. —No, lo siento —dice, negando con la cabeza—. Eres igual a tu madre. Bajo la mirada. No es la primera vez que escucho eso, y estoy segura de que es un cumplido. Mi madre era hermosa. Carismática, imponente… Sin embargo, eso nunca me hace sentir bien. Como si todo el mundo la viera primero a ella. Ojos grises, cabello rubio… aunque el mío es rubio natural mientras que el suyo estaba teñido para que se viera más dorado. Mis cejas más oscuras son mi rasgo distintivo. Una pequeña fuente de orgullo. Me gusta cómo me resaltan los ojos. Inhala una respiración profunda. —¿Algo más? —pregunta, y asumo que se refiere a mi equipaje. Niego. —De acuerdo, vámonos. Nos encamina hacia la salida y lo sigo de cerca mientras nos abrimos camino entre la multitud y salimos del aeropuerto. Historia de PENELOPE DOUGLAS
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