CAPITULO 4

824 Palabras
TIERNAN... En cuanto salimos al sol, inhalo el aire espeso de finales de agosto; puedo oler el asfalto y los árboles que se agrupan en el estacionamiento más allá. La brisa me eriza los vellos del brazo y, aunque el cielo está despejado y todo es verde, me siento tentada a ponerme la chaqueta que llevo atada a la cintura. Cruzamos la pasarela peatonal y apenas tenemos que mirar a ambos lados por si vienen autos porque el tránsito es peor para el aparcacoches en el club de campo de mis padres en una tarde de domingo. Me gusta. Sin bocinazos o altavoces que sacudan el pavimento. Se detiene detrás de una camioneta negra pero, en lugar de bajar la compuerta trasera, levanta mi maleta por un lado y la deposita en la caja de la camioneta, y luego toma mi otra maleta y hace lo mismo. Levanto mi equipaje de mano para ayudar, pero lo agarra rápidamente, con las venas marcadas de su brazo flexionándose y brillando al sol. —Debería haber traído menos equipaje —pienso en voz alta. Se gira. —No vienes solo de visita. Sí, tal vez. Todavía no estoy segura, pero pensé que era mejor traer lo suficiente para el largo plazo, si decidía quedarme. Nos subimos a la camioneta y, cuando me pongo el cinturón de seguridad, él enciende el motor. Como acto reflejo, busco los auriculares alrededor de mi cuello. Pero me detengo. Sería irrespetuoso ignorarlo de esa manera cuando lo acabo de conocer. Mis padres nunca discreparon, pero me pedían que no los usara cuando estuviera con otras personas. Suelto los auriculares y miro fijamente la radio. Por favor, que haya música. En cuanto la camioneta se pone en marcha, la radio se enciende, reproduciendo “Kryptonyte” a un volumen alto y, durante un segundo, me siento aliviada. Las conversaciones banales son de lo peor. Sale del estacionamiento y apoyo las manos en mi regazo, girándome para mirar por la ventana. —Bueno, estuve investigando —dice por encima de la música—. Hay una escuela secundaria en línea que puede encargarse de ti. Me vuelvo hacia él. —Hay muchos niños aquí que son necesarios en los ranchos y demás, así que es común la enseñanza en casa o las clases en línea —explica. Ah. Me relajo un poco. Por un momento pensé que quería que fuera a la escuela. Me había preparado para vivir en lugar nuevo, pero no podría acostumbrarme a profesores y compañeros de clases nuevos. Apenas conocía a mis antiguos compañeros, y eso que he asistido a la misma escuela durante los últimos tres años. De cualquier forma, no tenía que preocuparse. Ya me había encargado de ello. —Puedo quedarme en Brynmor —le digo, volviendo a mirar la ventana—. Mi escuela en Connecticut estaba feliz de lidiar con mi… ausencia. Mis profesores ya enviaron mi plan de estudios por correo, y podré hacer todo en línea. La autopista comienza a cederle el paso a casas esporádicas junto a la carretera, algunos ranchos de los ochenta con vallas oxidadas tipo cadena, bungalós e incluso un artesano, todo abrazado por las oscuras espinas de los altos árboles de hoja perenne en los jardines. —Bien —dice Jake—. Eso es bueno. Sin embargo, hazles saber que puedes estar sin internet por momentos ya que la red WiFi en mi casa es irregular y se desconecta por completo durante las tormentas. Quizás puedan enviarte las tareas en grandes cantidades, así no te retrasas durante esa inactividad. Le echo un vistazo, y veo que aparta la vista de la carretera para mirarme. Asiento. —Pero quién sabe… —cavila—. Es posible que salgas huyendo después de una semana en la cabaña. ¿Por qué…? Ladea la cabeza, bromeando. —No hay centros comerciales ni macchiatos de caramelo cerca. Es razonable que piense que quizás no me sienta cómoda con ellos o que extrañaré mi “vida” en casa, pero sugerir que soy una diva que no puede vivir sin un Starbucks es un poco de imbécil. Creo que podemos agradecerle a la TV que el resto del mundo piense que las chicas de California somos todas unas bobas con tops ajustados, pero dado que las sequías, los terremotos, los deslaves y un quinto de los asesinos seriales del país se encuentran en nuestro territorio, también somos fuertes. Conducimos un rato y, afortunadamente, no vuelve a hablar. La ciudad aparece más adelante y puedo vislumbrar las estatuas talladas en madera y la calle principal con edificios cuadrados, todos uno al lado del otro en ambos lados. Las personas deambulan por la acera, hablando entre sí; y flores en macetas cuelgan de los postes de luz, dándole al lugar un toque pintoresco y cuidado. Hay adolescentes sentados en las plataformas traseras de los vehículos y atienden los negocios, todos familiares y ninguna gran cadena.
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