CAPITULO 5

1484 Palabras
TIENAN Alzo la vista, fijándome en la gran pancarta colgada antes de que pasemos por debajo de ella ¡Festival de verano de Chapel Peak! Del 26 al 29 de agosto Chapel Peak… —Esto no es Telluride —digo, mirándolo. —Dije que estaba a las afueras de Telluride —corrige—. Bastaaante afuera de Telluride. En realidad, es incluso mejor. Telluride era un destino popular para esquinar, con muchas tiendas y tarifas elevadas. Esto será diferente. Quiero algo diferente. Observo las tiendas que pasamos. Grind House Café. Porter’s Post Office. The Ceery Cherry Ice Cream Shop… Giro la cabeza para contemplar el lindo toldo a rayas rojas y blancas mientras pasamos por una pequeña tienda y casi sonrío. —Una tienda de dulces… Me solían encantar las tiendas de dulces. Hacía años que no entraba a una. Rebel’s Pebbles, leo el cartel. Suena al lejano oeste. —¿Tienes licencia para conducir? —pregunta él. giro la cabeza para volver a enfrentarlo y asiento. —Bien. —Hace una pausa y puedo sentir que me echa un vistazo—. Siéntete libre de usar cualquiera de los vehículos. Solo asegúrate de avisarme adónde vas, ¿de acuerdo? Cualquiera de los vehículos. ¿Se refiere al suyo y de sus hijos? Por cierto, ¿dónde están ellos? No es que esperara que estuvieran en el aeropuerto ellos también, pero me pone un poco nerviosa que no les agrade tenerme en su casa, ya que no fueron a recibirme. Algo más que no he tenido en cuenta. Tienen un lugar varonil infundido de testosterona donde se sienten cómodos, y aquí llega la chica y creen que tendrán que guardarse sus bromas sucias a mi alrededor. Por supuesto, es martes. Quizás solo estén trabajando. Lo que me recuerda… —¿Qué haces? —le pregunto. Me echa un vistazo. —Mis hijos y yo personalizamos motos de cross —me cuenta—. Cuatriciclos, buggies… —¿Tienen una tienda aquí? —¿Qué? Me aclaro la garganta. —¿Tienen una… una tienda aquí? —repito más fuerte. —No. Tomamos pedidos, las fabricamos desde nuestro garaje en casa y luego enviamos el producto terminado —explica, y no puedo evitar inspeccionarlo otra vez. Ocupa todo el asiento del conductor, y los músculos bronceados de sus antebrazos se tensan mientras sujeta el volante. Es muy diferente a mi padre, quien odiaba estar al aire libre y nunca salía sin una camiseta manga larga, a menos que fuera a la cama. Jake me mira a los ojos. —Recibiremos muchos pedidos pronto —dice él—. Nos mantiene bastante ocupados durante el invierno y luego los enviamos en primavera, justo a tiempo para el inicio de la temporada. Entonces trabajan desde casa. Los tres. Estarán allí todo el tiempo. Me froto las manos inconscientemente mientras observo hacia adelante, y escucho que mi pulso se acelera en mis oídos. Incluso en Brynmor, mis padres habían arreglado para que tuviera una habitación para mi sola, sin compañeros. Prefiero estar sola. No era una ermitaña. Podía hablar con mis profesores y participar en los debates. Me encanta ver el mundo y mantenerme ocupada, pero necesito espacio para respirar. Un lugar tranquilo que sea mío para descomprimirme, y los hombres son ruidosos. En especial los jóvenes. Si trabajan desde casa, estaremos siempre alrededor de los otros. Cierro los ojos un momento, arrepintiéndome de esto. ¿Por qué lo hice? Mis compañeros de clase me odiaban porque asumían que mi silencio era algún tipo de esnobismo. Pero no es eso. Solo necesito tiempo. Eso es todo. Desafortunadamente, no muchas personas son lo suficientemente pacientes como para darme una oportunidad. Estos chicos pensarán que soy grosera, al igual que las chicas de mi escuela. ¿Por qué me pondría en una situación donde estoy obligada a conocer a gente nueva? Aprieto la mandíbula y trago, mirándolo por el rabillo de ojo. Me está observando. ¿Hace cuánto tiempo que lo hace? Me obligo a relajar el rostro y mi respiración se tranquiliza pero, antes de que pueda enterrar la cara en mi teléfono para enmascarar mi ataque de pánico, él vira la camioneta hacia la izquierda y hace un giro, dirigiéndose en la dirección por la que acabamos de venir. Genial. Me está llevando de regreso al aeropuerto. Ya lo asusté. Pero mientras acelera por la calle principal y yo agarro la correa del cinturón de seguridad cruzada por mi pecho para estabilizarme, observo cómo pasa dos semáforos y gira el volante hacia la izquierda, aparcando a un lado de la calle. Mi cuerpo se sacude hacia adelante cuando se detiene en seco y, antes de que pueda pensar qué está pasando, apaga el motor y se baja de la camioneta. ¿Eh? —Vamos —dice, echándome un vistazo antes de cerrar la puerta. Miro por el parabrisas y veo Rebel’s Pebbles grabado en dorado sobre un cartel n***o de estilo victoriano. Nos trajo de nuevo a la tienda de dulces. Manteniendo mi pequeño bolso de viaje cruzado sobre mi pecho, salgo de la camioneta y lo sigo por la acera. Abre la puerta y suena el tintineo de una campanilla. Me insta a entrar antes de seguirme. El embriagador aroma a chocolate y caramelo me inunda, y comienza a hacérseme la boca agua de inmediato. Solo me obligué a comer un puñado de arándanos antes de mi vuelo esta mañana. —¡Oye, Spencer! —grita Jake. Oigo el ruido de una sartén en algún lugar de la trastienda, y algo, como la puerta de un horno, se cierra de golpe. —¡Jake Van der Bong! —Un hombre sale detrás de una pared de vidrio, limpiándose las manos mientras se acerca a nosotros—. ¿Cómo demonios te va? ¿Van der Bong? Levanto mis mirada a Jake. Él me sonríe. —Ignóralo —dice él—. Nunca fumé. Quiero decir, ya no fumo1 . Es cosa vieja. —Le sonríe al otro chico—. El viejo yo. El malo. Ambos ríen y se dan un apretón de manos. Observo al hombre que acaba de acercarse; parece de la misma edad de Jake, aunque unos centímetros más bajo, y va vestido con una camisa de franela roja y azul con su cabello castaño despeinado. —Spence, ella es mi sobrina, Tiernan —le dice Jake. El señor Spencer me mira, termina de limpiarse la mano y me la tiende. —¿Sobrina, eh? —Su mirada es curiosa—. Tiernan, es un lindo nombre. ¿Cómo estás? Asiento una vez, aceptando su mano. —Nos llevaremos lo que ella quiera —le dice Jake. —No, está bien. —Niego con la cabeza. Pero Jake arquea una ceja, advirtiéndome: —Si no llenas una bolsa, él lo hará por ti y pondrá regaliz n***o y bastones de menta. Arrugo la nariz como un acto reflejo. El otro hombre resopla. El regaliz n***o se puede ir al demonio. Jake se aleja, agarra una bolsa de plástico y comienza a llenarla con caramelos masticables mientras me quedo allí parada, con mi orgullo manteniéndome plantada en el lugar. Siempre he sido resentida. No me gusta darle a la gente lo que quieren. Pero entonces huelo el azúcar y la sal, el aroma a chocolate caliente en las estufas llega a la parte posterior de mi garganta y va directamente a mi cabeza. Me encantaría una probada. —¿A qué esperas, de Haas? —oigo que mi tío me llama. Parpadeo. Tapa el frasco de caramelos masticables y se dirige a los gusanos de gominola mientras me echa una mirada divertida. Llamarme por mi apellido debería parecerme jueguetón. Con él, es…brusco. Dejo escapar un suspiro y me dirijo a las bolsas, tomando una. —Yo pagaré —le informo. No me mira. —Como quieras. Abriendo la bolsa, paso los chocolates instintivamente y voy directa a los dulces de gominola con menos caloría, eligiendo algunos anillos de melocotón, rodajas de sandía y tiburones azules. Arrojo algunas gomitas y gominolas ácidas, sabiendo que no comeré nada de esto. Cambio al siguiente contenedor, entierro la pala y saco una pequeña pila de golosinas rojas. Los Swedish Fish están repletos de jarabe de maíz, colorantes alimenticios y aditivos, dijo una vez mi madre. Miro la golosina; me había encantado cómo se sentía entre mis dientes, pero no había probado una desde los trece años. Allí fue cuando comencé a renunciar a todo para hacer que me valorara. Quizás si comía como ella, me maquillaba como ella, compraba bolsos Prada y Chanel como ella y usaba cualquier monstruosidad pomposa que Versace diseñara, ella… Pero niego con la cabeza, sin terminar ese pensamiento. Cargo dos cucharadas repletas de dulces en mi bolsa. Jake aparece a mi lado, enterrando la mano en el frasco.
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