5. Hoy no te irás.
Me bajo un poco más el gorrito de lana, intentando protegerme del frío helado de la noche. Jason camina a mi lado, parloteando sobre algo de lo que no estoy muy segura, porque dejé de prestarle atención hace un rato. Mi cabeza se siente como dentro de una burbuja, y todo lo que quiero hacer es comer algo delicioso y luego dormir profundamente.
Hago una mueca al recordar que lo que me espera no es mi cama, sino el sofá.
Tonta Willa, dándole su cama a un desconocido.
Bostezo contra mi mano, miro a Jason sin realmente verlo mientras salimos del hospital.
— ¿Quieres que te acompañe a casa?
— No — niego de inmediato —, estaré bien.
Jase frunce el ceño, mirándome con lo que parece ser tristeza y algo de decepción en los ojos. Le sostengo la mirada apenas un instante antes de apartarla, incómoda.
Las cosas nunca volverán a ser como antes, pienso con melancolía.
— Creo que mejor te acompaño — dice de repente, pasando su brazo por mis hombros. Luego se inclina hacia mi oído y susurra—: Ese tipo no deja de mirarte. Es mejor que no te deje sola.
Miro por encima del hombro, buscando al hombre del que habla. Mis ojos cansados se encuentran con la silueta de alguien apoyado contra un poste de luz. Lleva una campera con capucha que oculta la mayor parte de su rostro, pero no necesito verle para saber quién es.
Reconozco esa postura desinteresada de “no-me-importas-una-mierda” mezclada con “soy-el-rey-del-mundo-todos-inclínense-a-mis-pies”.
Y, por supuesto, no se me escapa la ironía de que esa campera se la compré yo en una tienda de segunda.
Es Reid Colleman.
De pie frente al hospital. Esperando... por mí.
Mis pies se mueven por instinto hacia él, sintiéndome tan confundida.
¿Por qué hace esto?
Los ojos de Reid se posan en mí, luego en Jason a mi lado, y finalmente bajan hacia el suelo, ocultando su rostro bajo la capucha. Entonces lo entiendo.
Madre santa.
Jason no puede verlo.
Pero es demasiado tarde.
Mi mejor amigo ya me pregunta:
— ¿Tú lo conoces?
Me detengo, mirando de Jason a Reid.
— Yo... eh...
Antes de que pueda decir algo, siento la presencia de Reid a mi lado.
¡¿Qué demonios está haciendo?!
—¿Nos vamos? —pregunta con su voz grave, provocándome un escalofrío.
Jason lo mira fijamente y noto el momento exacto en que conecta los puntos.
—Tú te pareces a alguien...
—Sí, es mi primo —digo rápidamente, riendo—. ¿No somos idénticos?
Tomo la quijada de Reid con una mano y la muevo de un lado a otro con brusquedad. Luego me alzo de puntillas, pegando nuestras mejillas para que Jason pueda comparar.
¡Este hombre me va a dar un infarto!
— Willa —Jason sacude la cabeza —, nunca me hablaste de ningún primo.
— ¿No? — Me río más alto, casi histérica por el miedo de que Reid sea descubierto—. ¡Qué extraño! Be... Be... Benedicto es mi primo favorito. Ha venido a quedarse conmigo por un tiempo.
—¿Te llamas como el Papa? ¿Benedicto XVI? — Pregunta Jason directamente, mirándolo con una mezcla de horror y desconcierto.
Reid gruñe por lo bajo y se aleja un paso de mí, metiendo las manos en los bolsillos de la campera. Luego aparta la mirada, ocultando el rostro de Jase e ignorándonos por completo.
Este hombre, en serio, va a dejarme manejar sola esta situación.
Además, ¿por qué parece enojado?
— Benedicto y yo nos tenemos que ir — le digo atolondradamente a mi mejor amigo al ver que Reid no va a colaborar, pero Jase mantiene los ojos fijos en la estrella de rock, sin escucharme.
Oh, no.
¡Oh, no!
¡OH, NO!
— Te pareces muchísimo a este cantante... — Jason mueve los dedos en el aire, como si intentara atrapar el nombre perdido —. ¡Reid! ¡Reid Colleman! ¿Nunca te lo han dicho?
Empiezo a sudar frío, las manos temblándome.
Voy a tener un colapso. Aquí mismo.
Reid sólo se encoge de hombros y aparta la mirada, ocultando aún más su rostro.
— ¡Todo el tiempo se lo dicen! — Grito, riendo con fuerza, demasiada fuerza, lo que provoca que Jase me mire como si estuviera loca y que Reid resople con enfado —. ¡Todos se lo dicen! “¡Hey, hermano, te pareces a esa estrella de rock, Reid Colleman! ¡Sí, sí, ese cantante de rock, el de cabello de mujer!” ¡Son igualitos! Pero yo... — me señalo con un dedo —, yo lo único que hago es reírme. ¡Por Dios, ¿has visto a Reid Colleman, Jase?! ¡El hombre es guapísimo! En cambio, Benedicto es feísimo. Sin ofenderte, primo — lo palmeo con la mano.
Reid me lanza una mirada asesina. Lo ignoro y continúo con mi diarrea verbal —: ¡Incluso le han dicho que es el mismísimo Reid! ¡Pero qué estupidez! ¡Reid Colleman, en este momento, debe estar en la gira de su último álbum In the Dark! ¿Mi primo? ¡Por favor, mi primo no tiene ni dónde caerse muerto!
Me callo. Y los tres quedamos atrapados en un silencio tan incómodo que se vuelve más insoportable con cada segundo que pasa.
Reid mira hacia un lado, como si ignorara por completo nuestra existencia.
Jason me observa como si yo hubiera perdido la cordura.
Y yo... yo miro de Jason a Reid, mis ojos moviéndose entre ambos como pelotas de ping-pong.
— Entendí —Jase se ríe nerviosamente y da un paso atrás, mirando por encima del hombro hacia el camino que lleva a su casa—. Bueno, mucho gusto conocerte, Benedicto. Nos vemos mañana, Willa. Creo que necesitas descansar; hoy el trabajo estuvo pesado.
— ¡Bien! — Grito con excitación, moviendo la mano de un lado a otro con demasiada euforia.
Jason nos mira una última vez, de Reid a mí, y retrocede murmurando algo que suena a “ella necesita dormir, eso es todo”.
Tan pronto como se marcha, Reid y yo caemos en un silencio incómodo. Mantengo los ojos fijos en mis manos, jugueteando con los dedos, incapaz de mirarlo. De verdad, no importa cuánto lo intente: siempre termino avergonzándome frente a él. ¡Pero es su culpa! ¿Cómo pudo salir así, como si nada, de casa? ¿Y por qué yo parezco más preocupada que él?
Peor aún, ¿desde cuándo me angustia tanto lo que pueda pasarle a Reid?
—¿Nos vamos? — Es todo lo que dice.
Levanto lentamente la mirada y lo observo por debajo de mis pestañas. Reid me devuelve la vista con el rostro impasible, esperando. Asiento rápido ante su pregunta, por primera vez agradecida por sus pocas palabras.
Él gira y empieza a caminar. Me quedo inmóvil unos segundos, pero cuando noto que ya se está alejando, reacciono y corro hasta alcanzarlo, igualando su paso.
— No tenías que venir a esperarme —susurro, jalando nerviosamente mis dedos fríos.
— Pensé que no eras una fan — dice de pronto.
Sus palabras me toman por sorpresa.
— ¿Qué?
— Sabes que estoy en medio de la gira de mi último álbum — dice sin mirarme, con los ojos fijos en el camino frente a nosotros—, incluso sabes cómo se titula.
¿Cómo lo digo sin morir de vergüenza?
Bueno… aquí vamos.
— En realidad... tebusquéeninternet — digo todo de corrido, tan rápido que apenas se entiende.
— ¿Qué?
— ¿Qué? — Repito enseguida, fingiendo inocencia.
— No entendí lo que dijiste. Hablaste muy rápido.
— Oh — una risita se me escapa y bajo el gorrito con tanta fuerza que termino tapándome los ojos —. Ups — me río de mí misma y de mi torpeza. De alguna forma me las ingenio para acomodarlo otra vez, justo donde debe estar. Luego, con algo más de dignidad (y menos aire), confieso —: Yo te busqué en internet.
Espero a que se enfade, así que no lo miro. No quiero ver su expresión cuando me diga algo con enojo.
Pero nada sale de la boca de Reid.
Cuando por fin me atrevo a levantar la mirada, descubro que sigue con su semblante indiferente, caminando tranquilamente a mi lado, con los ojos puestos en el camino frente a nosotros.
Murmuro por lo bajo, regañándome a mí misma. Reid me lanza miradas fugaces cada pocos segundos y, por más que lo intento, mis murmullos no se detienen. Soy demasiado torpe a su lado, y necesito repetirme que me calle… para poder callarme.
— ¿Entramos en un Walmart?
— ¿Eh? — Lo miro, desconcertada por su pregunta.
— No hay más chocolate, se acabó. ¿Nos detenemos en un Walmart y compramos?
Mi cerebro tarda unos segundos en comprender que me está pidiendo detenernos en el supermercado para comprar el chocolate.
Asiento frenéticamente. Él apenas asiente una vez y vuelve a mirar al frente, caminando en silencio.
El camino está desierto, así que no tiene que esconderse, pero aun así su capucha hace un buen trabajo ocultando parte de sus facciones. Sobre todo, ese cabello largo y desordenado, tan característico de Reid Colleman.
Entramos al Walmart vacío. Me dirijo directo a la sección donde está el chocolate, pero puedo sentir su presencia constante a mi lado, observando cada uno de mis movimientos. Me está poniendo más nerviosa con cada segundo que pasa, así que, necesitando un respiro, le digo:
— ¿Puedes buscar un queso pera y traérmelo? Descremado, por favor.
Reid se queda de pie a mi lado, viéndose renuente a hacerme el favor. Sin embargo, finalmente asiente y desaparece hacia la sección de los quesos.
Suelto un suspiro, intentando tranquilizarme.
Soy torpe, atolondrada y a veces imprudente, pero junto a Reid esos defectos parecen agrandarse.
Me tomo mi tiempo para escoger el chocolate, fingiendo indecisión frente a la marca que siempre compro. Cuando me he regañado lo suficiente y siento que ya puedo dejar de avergonzarme frente a Reid, voy a buscarlo a la sección de los quesos.
Lo encuentro de pie frente al gran refrigerador, sosteniendo tres quesos en las manos y observando cada uno con los ojos entrecerrados.
— ¿No lo encuentras? — pregunto, confundida.
Reid solo aparta la mirada de los quesos y me observa, sin decir una palabra.
Me acerco un poco más y miro los que sostiene en sus manos.
— Es este — digo, tomando el correcto y alzando la vista hacia él, confundida —. ¿Por qué tardabas tanto?
Reid abre la boca como si fuera a responder, pero se arrepiente de inmediato; la cierra con fuerza, su mandíbula tensa, y una sombra cruza sus ojos.
De pronto, hay un fuego oscuro en ellos que no le había visto antes.
¿Pero qué le pasa?
Lo miro como si creyera que ha perdido la cabeza cuando pasa a mi lado, enfadado, directo hacia la caja.
Lo sigo, sin comprender a la extraña estrella de rock.
Él es tan confuso… va a lograr que, además de un infarto, me dé una conmoción cerebral.
La cajera de avanzada edad me sonríe cuando me ve, reconociéndome.
— Willa, mi niña, ¿vienes por tu chocolate?
— Sí, Grace — le entrego el chocolate y el queso —, ¿cómo has estado hoy?
Tenemos una pequeña charla sobre su día y sobre el mío. La dulce mujer mayor mira a Reid, pero no me pregunta por él. Me sonrojo al darme cuenta, por la sonrisa pícara que se le escapa, de que cree que él es mi novio.
De nuevo nerviosa por la equivocada idea que Grace tiene sobre nosotros, saco mi billetera para pagar.
Oh, no.
Miro el único billete que me queda en la cartera y luego el precio que marca la caja registradora.
Falta dinero.
Siento la mirada de Reid sobre mí, tan pesada como nunca. Sospecho que él ya sabe que mi escasez se debe a él. De inmediato, mis mejillas se llenan de calor. Aunque todo mi dinero se haya ido en sus medicinas, su ropa y su comida, la situación sigue siendo vergonzosa.
Definitivamente, hoy es el día de avergonzarme frente a Reid.
Miro a Grace, sin saber muy bien qué hacer.
— Dame sólo el chocolate — decido al final.
Grace me sonríe dulcemente y niega con la cabeza antes de entregarme tanto el queso como el chocolate.
— ¿Por qué mejor no me das el dinero completo mañana? Sé que es tu día de pago, mientras tanto yo te presto.
Muerdo mi labio, dudando.
Esto nunca me había pasado antes y, aunque no vivo con lujos, el dinero jamás ha sido un problema. De verdad, esto es vergonzoso. Aún más, estando Reid presente.
Sin embargo, deseo tanto comer queso que termino cediendo a mis antojos. Asiento con una sonrisa. Justo cuando voy a darle las gracias a Grace, Reid sale del Walmart totalmente furioso.
Él es tan confuso.
Le sonrío a la dulce mujer en agradecimiento y me apresuro a salir de allí, aún más avergonzada por el grosero comportamiento de mi supuesto novio.
Reid me espera afuera del supermercado con la postura rígida, las manos metidas tensamente en los bolsillos de su campera. En cuanto llego a su lado, me quita la bolsa sin decir una palabra y comienza a caminar. Nunca lo había visto tan sombrío… tan furioso.
Y ni siquiera sé qué hice mal.
Suspiro con cansancio y lo sigo, esforzándome por igualar sus pasos largos y rápidos.
El aire entre ambos se vuelve agrio mientras avanzamos hacia casa. Reid no deja de apretar la mandíbula como si quisiera romperse los dientes, y sostiene la bolsa como si la odiara.
Apenas cruzamos la puerta, deja la bolsa sobre la mesa y se apresura hacia su habitación.
Un portazo retumba por toda la casa.
Sintiéndome agotada, preparo el chocolate, corto un trozo generoso de queso y me lo como en el silencio de la noche.
Cuando termino, entro en la habitación sin mirar a Reid en ningún momento y me aseo antes de dormir.
No han pasado ni cinco minutos desde que me acuesto en el sofá, intentando conciliar el sueño, cuando escucho la puerta de la habitación abrirse.
Mi cuerpo tiembla bajo las sábanas, como si ya supiera lo que viene.
Se me acelera la respiración cuando veo su sombra frente a mí. Luego, sin pedir permiso, me toma entre sus brazos y me lleva a su habitación, a mi habitación. Me siento tan confundida que nada sale de mis labios, ni siquiera cuando él vuelve a hacer lo que hizo la noche anterior.
Silenciosamente, se acuesta detrás de mí y moldea mi espalda contra su pecho. Despacio, con tacto confiado y seguro, acaricia con su mano mi silueta, su palma apretando mi piel en su camino hacia abajo, sus dedos buscando el final de mi desaliñada camiseta para meterse dentro.
Ambos suspiramos con fuerza cuando sus dedos cálidos encuentran mi piel desnuda. Agarra con firmeza mi cadera, la punta de sus dedos casi tocando mi entrepierna. Reid entierra su nariz en la parte trasera de mi cuello y me mantiene sujeta a él, respirándome.
— Reid... — por fin consigo decir.
— Hoy no te irás — gruñe contra mi piel, apretando con más fuerza mi cadera.
Un tembloroso suspiro se me escapa y no sé qué hacer. Esto no es correcto, soy consciente de ello. Pero, mientras debato qué debo hacer, mi cansado cuerpo se empieza a adormecer en el refugio de sus brazos, aún más cuando sus dedos acarician con lenta parsimonia la piel desnuda de mi cadera, un poco hacia mi entrepierna, como si me estuviera convenciendo de quedarme.
Lo último de lo que soy consciente esa noche es de unos suaves labios besando mi nuca.
Después, sólo hay una cálida y bonita comodidad.