4. ¿Tuviste mala noche?

1939 Palabras
4. ¿Tuviste mala noche? No es sorpresa que, al día siguiente, cuando Reid despierta y me encuentra en la cocina preparando el desayuno, me mire con su habitual indiferencia. No hay indicio de que recuerde lo de anoche. Yo tampoco menciono nada; es mejor que ambos lo olvidemos. Eso incluye también a mi cuerpo. Aun así, me resulta chocante la facilidad con la que puede pasar de frío a cálido. La presencia de Reid me arrastra por una montaña rusa de emociones; el hombre que actuó anoche parece completamente distinto al que tengo frente a mí ahora. — ¿Desocupaste ya mi computadora? — Pregunto mientras me sirvo el desayuno. Como ya es costumbre desde que él puede caminar, dejo su desayuno en la cocina para que él mismo se sirva. — ¿La necesitas? Aprieto mis muelas con fastidio. Él nunca responde mis preguntas. Si lo hace, es con otra pregunta. Unto mermelada a mi tostada, concentrada en el simple trabajo que deja de ser simple cuando siento su intensa mirada en mí. Oh, ¿está esperando una respuesta? Solo por devolverle la jugada, me demoro en responderle, aún trabajando en mi tostada. Lo miro de reojo, esperando verlo impaciente. No lo hace. Aprieto los dientes, sintiéndome insatisfecha por no conseguir irritarlo como él me irrita a mí. — Sí, quisiera utilizarla — por fin hablo. — Ya la traigo, pero no la demores; la necesitaré más tarde. Sin quererlo, rompo mi tostada por la fuerza que ejerzo debido a su respuesta. Ahí está él, creyéndose el dueño de todo. Tan prepotente, tan acostumbrado a tener cada cosa que le plazca. Alguien debería recordarle que, antes de ser una estrella de rock con fans a sus pies, primero es una persona. Igual a todos. ¡A todos! Cálmate, Willa. Cuando él vuelve de la habitación con mi computadora en la mano, lo miro con un poco de enojo. — No puedes seguir actuando así. Él levanta una ceja, preguntando a qué me refiero. Porque él no habla. A Reid Colleman hay que sacarle las palabras a la fuerza. Al menos, conmigo ese es el caso. Esforzándome por mantener la calma, digo: — Te crees dueño de todo. — No lo hago. Mis ojos no se apartan de él mientras lo veo servirse el desayuno. Entonces, por primera vez desde que vive conmigo, se sienta en la pequeña silla frente a mí… Reid se sienta a comer conmigo. Me atraganto con la tostada. Sí, la misma condenada tostada. Reid me mira en silencio mientras yo toso sin control, intentando no atragantarme ni morir frente a la molesta estrella de rock. — Sí, te crees dueño de todo — señalo cuando me he calmado. — No. — Sí — insisto con esmero. — ¿En qué te basas para decir eso, Blue? Ahí está, ese tonto apodo. — No me digas Blue, tengo nombre, y es Willa. Casi creo ver una mirada divertida en sus ojos, pero no estoy segura. Hasta el momento, no le he conocido una expresión diferente a la indiferencia. Con calma y lentitud, él apoya los codos sobre la mesa, mirándome con esos penetrantes ojos suyos. — No respondiste mi pregunta. — Así como tú nunca respondes las mías. Observo con enfado cómo pasa su pulgar por su labio inferior, como si estuviera escondiendo una risa. Y lo juro, si la primera vez que escucho su risa es por burlarse de mí, partiré otra tostada… pero en su cabeza. Él continúa mirándome, esperando mi respuesta. ¿Pero adivina qué? No respondo. Sí, es infantil, lo sé. No me importa. Reid suelta un largo y fuerte suspiro que capta mi atención. Y me molesta eso: cómo parece que estoy programada para registrar cada una de sus expresiones y movimientos. Reid Colleman es tan inexpresivo, tan carente de sentimientos, que cada gesto o mirada suya es como un tesoro difícil de encontrar. Y lo peor es que, en contra de mí misma, esos tesoros parecen interesarme demasiado. Cuando él me devuelve la mirada con las cejas fruncidas, me sorprende descubrirlo ligeramente enfadado. Es el primer sentimiento real que le veo. — ¿Tuviste mala noche, Blue? Me sorprende su pregunta y, de nuevo, me atraganto con la tostada. — ¿Por qué dirías tal cosa? — Me hago la desentendida, porque si vamos a sacar el tema de anoche, será por él, no por mí. No responde, y pronto empieza a comer en silencio. Me pregunto si eso le causa satisfacción: dejar sin respuesta todas mis preguntas. Sin poder mantener mi boca cerrada, hablo —: Reid, seriamente, nosotros necesitamos establecer reglas de convivencia. Creo que… — ¿A qué hora termina tu turno en el hospital? ¿Qué? Sacudo la cabeza. Qué pregunta tan rara, viniendo de él. — Media noche — respondo con preocupación. Él muerde lo último de su tostada y se pone de pie, caminando con ese aire misterioso hacia la cocina. ¿Cómo es que puede volver enigmática una acción tan cotidiana como lavar los platos del desayuno? No lo sé, pero lo hace. A pesar de que su gran cuerpo no contrasta en absoluto con mi pequeña cocina, y de que sus manos tatuadas se ven tan masculinas contra mis delicados y femeninos platos, él es todo un espectáculo, y me descubro observándolo, totalmente embelesada. Sacudo la cabeza, obligándome a salir de mi ensoñación. Miro mi plato vacío, sin saber en qué momento terminé de comer. Rápidamente me levanto para dejar la loza sobre la encimera y lavarla cuando él salga de la cocina. Los dos juntos en un espacio tan pequeño no es una buena idea. Sin embargo, Reid vuelve a sorprenderme cuando me pregunta: —¿Caminas sola a casa a esa hora? Tardo en comprender que me está preguntando sobre mi camino a casa después del turno del hospital. Antes de que pueda responder su pregunta, él empieza a lavar en donde yo he comido. Lo miro totalmente sorprendida porque es la primera vez que hace eso, pues generalmente lava sólo lo que él usa. No me pasa desapercibido que también es la primera vez que pregunta sobre mi vida. Hoy parece ser el día en que Reid Colleman me da sorpresas. Me pregunto qué soñaría anoche. — Jason a veces me acompaña — le soy sincera. Él sólo asiente, dejando los platos a un lado. Los tomo y los seco antes de acomodarlos en el portavajillas. Al ver que él no habla más, yo agrego —: Jason es mi mejor amigo. ¿Por qué dije eso? Sacudo la cabeza, regañándome internamente, porque eso a Reid no le importa. Dar información sobre mi vida cuando nadie la pide es un mal hábito que debo cortar. Pero los silencios con él a veces me enloquecen, y me invade esta incómoda necesidad de llenarlos. Lo cual es peor, porque esos silencios incómodos se vuelven aún más incómodos cuando mi boca se abre. Sin saber qué hacer, me quedo con los pies plantados en el piso, mirando mis manos, esperando a que él continúe la conversación. Increíblemente, me gusta que hable; me gusta hablar con él. Se siente… bien. A pesar de lo mucho que me irrita, de lo odioso que a veces puede llegar a ser, extrañaba tener una conversación con alguien en casa, extrañaba comer en compañía. Me siento vulnerable a su lado, porque incluso aunque sus silencios me incomoden, y me moleste que casi no hable —porque me hace sentir que no confía en mí—, he aprendido a disfrutar de su compañía, de su presencia. Solo el hecho de saber que está en casa, conmigo, me reconforta. Es un sentimiento tan extraño de sentir. — ¿Blue? Mordisqueo mi labio, de repente sintiéndome nerviosa. Levanto lentamente la mirada, observándolo a través de mis pestañas. — ¿Sí? Cuando los ojos castaños de Reid se encuentran con los míos, me quedo sin respiración. Su mirada siempre es demasiado para mí. Hay tanto en esos ojos… tantos sentimientos ocultos que no puedo ponerle nombre a ninguno. Me pregunto qué pasa por su cabeza, y de repente quiero saber qué piensa de mí. ¿Es silencioso con todos o solo conmigo? ¿Es así porque me encuentra molesta, torpe, no digna de confianza? Suspiro y desvío la mirada por un segundo, de repente fatigada por lo rápido que trabaja mi mente cuando se trata de él. Creo que Reid Colleman podría ser letal para mi cordura. — ¿No ibas a usar tu computadora? — Pregunta, señalando hacia la mesa en donde el aparato descansa. ¡La computadora! — ¡Sí! — Cierro los ojos, avergonzada cuando la palabra me sale en un excitado grito —. Sí, la computadora, voy a usarla. Ya mismo voy a usarla. Él asiente, mirándome tal vez con algo de diversión. Doy medio giro en mis pies y suelto una inevitable risita nerviosa. ¡¿Qué es lo que me pasa cerca de él?! Es como si yo misma me empeñara en avergonzarme. Tomo rápidamente la computadora, me siento en el sofá con el aparato sobre las piernas y abro mis r************* . Navego distraídamente por internet, esperando a que Reid se encierre en mi habitación. Justo cuando lo hace, abro una ventana de incógnito y escribo “Reid Colleman”. De inmediato, miles de resultados aparecen en el navegador, pero me voy a lo que creo que es más seguro: Wikipedia. Leo con rapidez, cuidando que él no salga de mi habitación y me encuentre infraganti. Pero cuando escucho el sonido de la ducha, me relajo y sigo leyendo con más tranquilidad. La página dice que Reid Colleman tiene veintisiete años, que empezó su carrera a los diecisiete con el lanzamiento de su primer sencillo, “Inside”, el cual se posicionó como número uno en el Billboard Hot 100 en varios países europeos y también en Estados Unidos. Lleva tres años en una relación sentimental con Katarina Volkov, la famosa actriz de… Me detengo, volviendo a leer la última parte. ¿Reid tiene novia? Trago saliva. Una extraña sensación se aplasta en mi estómago. Paso rápidamente la mano por mi vientre, descartando la sensación y justificándola con las tontas tostadas que me hicieron atragantar varias veces. Sigo leyendo, encontrándome con más de sus éxitos, videoclips y premios, pero voy directo a lo que más me importa: su vida personal. Necesito saber si hay alguien que pueda estar preocupado buscándolo... aparte de su novia. Lo que descubro me desanima al instante, porque es realmente triste. Sus padres murieron hace cuatro años en un accidente automovilístico del que no hay demasiada información. Según la nota, el único sobreviviente fue el propio Reid, quien iba en uno de sus coches de lujo junto a su chofer y sus padres. Busco si tiene más familia, pero no hay nada. Ni primos, ni tíos, ni abuelos, mucho menos un hermano gemelo. Nada. ¿Reid me mintió sobre su hermano? Brinco cuando la puerta de mi habitación se abre, pero alcanzo a cerrar la ventana de incógnito justo a tiempo, antes de que Reid me descubra. Estaba tan absorta en lo que leía que ni siquiera noté cuándo se detuvo la ducha. Escucho sus pasos en la cocina, y lo tomo como mi señal para dar por terminada mi pequeña investigación. Hago lo que cualquier otro día haría: voy a YouTube, busco videos sobre cómo aprender a tejer y los veo con atención mientras juego con los dedos de mis pies. Reid y yo no volvemos a hablar por el resto del día.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR