3. Pesadillas.

1549 Palabras
3. Pesadillas. Me río frente al televisor, mi capítulo favorito de La teoría del Big Bang reproduciéndose ante mis ojos. Es increíble lo que una taza de chocolate caliente, una manta felpuda y mi gorrito de lana pueden mejorar mi día. Oh, y por supuesto… no olvidemos a Sheldon. El inteligente y gracioso Sheldon Cooper. Otra carcajada escapa de mis labios cuando otra ocurrencia del peculiar personaje aparece en el programa. Necesitaba esto: desconectarme un momento de la realidad del hospital y olvidar lo trágica que puede llegar a ser la vida. Muchas veces dudé si mi vocación era ser enfermera. Ver a personas sufrir y morir definitivamente no es lo mío. Sin embargo, creí que con el tiempo sería más fácil, que me acostumbraría a las lágrimas, al dolor y, a veces, incluso a la soledad. No ha sido más fácil, para nada. Para mí siempre han existido dos opciones: hacer algo por ayudar o simplemente ignorar. Pero, al final, está el hecho de que no importa si soy testigo del dolor o no: siempre estará presente. Siempre habrá personas heridas, pacientes en el hospital y familiares llorando por sus pérdidas. Nunca desaparecerán. Ignorar algo que siempre estará tan presente como el aire no es algo que crea capaz de hacer. Así que la otra opción es ayudar. Porque, sin importar lo que pase, no puedo hacerme la de ojos ciegos cuando alguien necesita un poco de bondad. Un minuto brindando ayuda a alguien puede cambiar más de una vida. Así como ignorar puede arruinar muchas. — ¿Puedes bajarle volumen al televisor? La voz de Reid suena detrás de mí, así que me giro un poco y lo miro. Permito que mis ojos recorran su cuerpo, cubierto con la ropa de segunda que pude conseguirle. Un pantalón de chándal y una camiseta de algodón apenas lo protegen del frío. Quisiera decirle que se abrigue, pero no lo hago. No quiero parecer… rara. Bueno, más rara. Él no me ha dicho por qué no se ha ido de mi casa. Yo no le he exigido que se vaya. Me tiene a ciegas. Yo no me quejo. Necesito un psiquiatra. — ¿Te desperté? — Pregunto, sintiéndome amable. Sus ojos se pasean cuidadosamente por toda la pequeña sala, como si fuera la primera vez que la observa. Cuando parece terminar su escudriño, su mirada vuelve a caer en mí. Soplo sobre el líquido en mis manos, bajando la mirada porque los ojos de Reid son demasiado intensos. Hay demasiado oculto allí, y eso me perturba un poco. — Tu risa es demasiado ruidosa. Me encojo de hombros ante sus palabras y vuelvo a girarme hacia el televisor. Tomo el mando y bajo un poco el volumen, luego regreso a sostener la taza caliente con ambas manos, soplando suavemente sobre ella. — Hay chocolate caliente en la cocina — murmuro distraídamente, concentrada de nuevo en el televisor. No sé cuánto tiempo pasa, pero en algún momento Reid se deja caer con cuidado a mi lado en el sofá, como si sus heridas aún dolieran. Probablemente aún lo hacen. No me pasa desapercibido que, si me muevo solo un poco hacia la derecha, mi muslo rozaría el suyo. Sacudo la cabeza, desechando el pensamiento. ¿Qué me importa si nos tocamos? Definitivamente, me estoy volviendo loca. Su presencia se mantiene a mi lado, pero él no dice nada. Siento su mirada sobre mí cada vez que me río, pero sigue sin decir nada. Pasan dos capítulos más… y él continúa en silencio. Tampoco, en ningún momento, se ríe. Nada. No importa qué tan cómico sea mi querido Sheldon; la estrella de rock no deja escapar ni siquiera una pequeña risa. Sintiéndome curiosa, me rindo ante nuestro silencio y le pregunto: — ¿No te gusta el programa? Mis ojos permanecen fijos en su perfil; por alguna razón, no puedo apartar la mirada mientras espero su respuesta. Reid no se gira a mirarme en ningún momento; sus orbes oscuros permanecen clavados en el televisor. Y, como siempre, tarda en hablar… y cuando lo hace, no es para responderme. — ¿Qué le echaste al chocolate? ¿Por qué nunca responde mis preguntas? Lo miro fijamente, tratando de descifrarlo, de entenderlo, de encontrar algún atisbo de algo dentro de él. No encuentro nada. Giro mi rostro de nuevo hacia el televisor, también sin mirarlo. Quiero no responderle, tal como él hace conmigo, pero simplemente no soy así. —Esencia de vainilla. Largos minutos pasan, el silencio entre nosotros permaneciendo intacto. No entiendo qué estamos haciendo. No entiendo por qué lo ayudo ni por qué él aún no se ha marchado. No entiendo por qué no le exijo que lo haga. Me quedo plantada en el sofá, sin apartar la mirada de la pantalla, aun cuando, tiempo después, él empieza a ponerse de pie. Lo hace con cuidado y torpeza; sin embargo, la torpeza no le quita nada de masculinidad a su imponente cuerpo. Reid Colleman es el hombre más influyente que he conocido. Y no lo digo por su obvia carrera y estrellato, sino por lo que su presencia transmite: poder. Él intimida a quien quiera. Sus ojos, aún más. Lo logra con esa mirada aparentemente carente de cualquier sentimiento… pero yo veo la melancolía. Por mucho que trate de ocultarla, yo la veo, la melancolía que alberga en su interior. Tal vez por eso lo ayudo. — Buenas noches — murmuro a su espalda. No espero respuesta. Lo digo porque se lo deseo. Le deseo una buena noche. Es tan sencillo como eso. Sin embargo, Reid nunca hace nada sencillo. Lo sé porque detiene su andar en cuanto escucha mis palabras. Su ancha espalda se tensa y mantengo los ojos fijos en él. ¿Qué espero? No lo sé… algo. Cualquier cosa que me indique que al menos reconoce mi presencia. Se me queda la respiración atorada en la garganta cuando él gira su rostro, mostrándome su perfil. Su mandíbula está tensa, pero logra abrir la boca, como si fuera a decir algo. No lo hace. Un segundo después, cierra la boca, gira el rostro y camina directamente hacia mi habitación, encerrándose con un fuerte golpe de puerta. Sé que no volveré a saber nada de él por el resto de la noche. Y está bien. |…| Me despierto abruptamente al escuchar un grito. Un desgarrador y doloroso grito. Paso una mano por mi rostro, desconcertada por varios segundos. ¿Qué está pasando? — ¡No! — Vuelve a gritar, un sollozo ahogado que proviene de mi habitación. Mis pies se mueven por sí solos, corriendo hacia la recámara. Abro la puerta de golpe. Reid se remueve sobre la cama; la sábana yace en el piso mientras su cuerpo se retuerce de dolor. Su grito es desgarrador de escuchar, pero ser testigo de su sufrimiento… eso duele aún más. Mi respiración se convierte en jadeos, el corazón latiéndome en los oídos. No sé qué hacer. Me quedo plantada allí, observándolo, sintiéndome fuera de mí. Y él vuelve a sollozar. Antes de que pueda pensar en las consecuencias de mis actos, corro a su lado y tomo rápidamente su rostro entre mis manos. — Reid — susurro suavemente. Lo intento de nuevo, llamando su nombre con voz tenue, tratando de traerlo de vuelta a nuestra realidad. Paso mi mano por su frente, apartando los largos cabellos húmedos por el sudor. Su rostro se arruga ante mi tacto, una pequeña mueca de dolor, así que de inmediato intento alejarme. Antes de que pueda hacerlo, largos y fuertes dedos se envuelven alrededor de mi muñeca. Entonces, sus oscuros ojos cafés se encuentran con los míos, azules. Lo miro, la respiración acelerada, esperando que me hable con su habitual indiferencia y me pida que me marche. Me preparo para la ya normal sensación de sentirme como una intrusa… cuando el intruso aquí es él. Pero nada de eso sucede. Mis ojos se abren con sorpresa cuando él me empuja ligeramente sobre la cama, acostándome a su lado. Con una facilidad que no comprendo, él maneja mi cuerpo, enredando nuestras piernas juntas. Suelto una ruidosa respiración cuando él moldea mi espalda contra su pecho. Su mano se desliza bajo mi desaliñada camiseta y se posa en mi cadera, sus dedos rozando mi piel desnuda casi como una caricia. Me mantiene pegada a él, sin opción de escape. Cuento mis respiraciones mientras fijo la mirada en la oscura pared frente a mí, un suave temblor recorriéndome el cuerpo. Quiero alejarme. No quiero alejarme. Pero no importa lo que yo quiera, Reid no me está dejando ninguna opción. Pronto, una sábana se desliza sobre nuestros cuerpos, y siento una suave nariz enterrándose en la parte trasera de mi cuello. Otro temblor recorre mi cuerpo. Reid ejerce más presión con su mano en mi cadera. Y, como siempre, no dice nada. Esta vez, yo tampoco lo hago. Me mantengo despierta durante lo que creo son horas, y cuando su respiración por fin se calma detrás de mí, indicándome que se ha dormido, consigo zafarme de su férreo agarre y vuelvo a mi lugar en el sofá. Pero no importa cuánto tiempo pase, el tacto de Reid no desaparece de mi piel desnuda… me acompaña durante el resto de la noche.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR